Domingo IV de Adviento; 22-XII-2013 Jesús, hijo de María

arzo-01Domingo IV de Adviento; 22-XII-2013

Jesús, hijo de María  

            Leyendo hoy en la segunda lectura, de la Carta a los Hebreos, Jesús dice: “no has querido sacrificio ni ofrenda, holocausto ni sacrificio por el pecado,  cosas ofrecidas según la Ley; pero me preparaste un cuerpo, entonces dije: he aquí que vengo, para hacer, oh Dios, tu voluntad… con esto anula el primer sacrificio, y establece uno nuevo”. El autor, citando al salmo 39, vv  5-7: “Tú no quieres sacrificios ni ofrendas, pero hiciste que te escuchara; no pides sacrificios ni víctimas”,  subraya que la muerte de la víctima no es agradable a Dios, si no va acompañada del cumplimiento de la voluntad de Dios; ve en la perfección del sacrificio de Cristo la anulación de todos los sacrificios antiguos. La misma validez del sacrificio de Cristo no está en su muerte a manos de los hombres, sino en su voluntad de sellar con su muerte, la decisión tomada al entrar a este mundo, de donde la Navidad toma valor salvífico; “he aquí que vengo, oh Dios, para hacer tu voluntad”, “justamente, hemos sido salvados y justificados, por esta voluntad: por esa ofrenda hecha por Cristo Jesús, una vez para siempre”.

            En el Evangelio de S. Lucas, leemos hoy, que, después de la anunciación del Ángel,   María viajó

a una ciudad de Judá, “y entrando en la casa de Zacarías, saludó a Isabel”, su prima, que también estaba en cinta, de modo admirable. Y narra S. Lucas, que “apenas Isabel escuchó el saludo de María, el niño exultó de gozo en su seno. E Isabel, llena del Espíritu Santo, exclamó con fuerte voz: bendita tú entre las mujeres, y bendito el fruto de tu vientre”. La escena une dos anunciaciones, a María y a Zacarías, y los dos nacimientos, el de Jesús y el de Juan Bautista. En medio está María, que exclamó: “mi alma glorifica al Señor, y mi espíritu se llena de júbilo en Dios mi Salvador; porque ha mirado la humildad de su sierva”.

Este encuentro nos ofrece la primera bienaventuranza evangélica: “bienaventurada tú que creíste en el cumplimiento de las palabras del Señor”: por la fe de Abraham inició la obra de la salvación; por la fe de María inició su cumplimiento definitivo. Por María, Jesús aparece como el Mesías; porque su presencia atrae el Espíritu y con Él, el gozo.

            Jesús, Hijo de María e Hijo del Altísimo, gusta de hacerse preceder y anunciar por los pobres y los humildes; quiere rodearse de sencillez y verdad. Belén, era la más pequeña entre los ciudades de Judá; ella tendrá el honor de dar lugar al nacimiento del Mesías prometido por los profetas, a aquel que extenderá su Reino de paz los últimos confines de la tierra.

            Humildes y pastoriles serán también los orígenes de David. El futuro Mesías fue presentado más como el humilde descendiente del David, pastor de Belén, y no del David glorioso de la ciudad real. Humildes y pobres son los primeros portadores de la esperanza y de la salvación. Así es María al igual que Isabel. Por la misma humildad y pobreza Isabel, iluminada por el Espíritu Santo, reconoce en María a la Madre del Salvador  y proclama el misterio cumplido en Ella.

            Y María, prorrumpiendo en el cántico del Magnificat, por las grandes cosas obradas en Ella, y por la gracia concedida a su pariente, dice: “el Señor ha mirado la humildad de su sierva”. La salvación prometida a Israel, inició con la Encarnación del Mesías, Todo esto, con una admirable atención y respeto a los protagonistas. Signo de este inicio, es la concesión de los bienes mesiánicos y espirituales, hecha aún a los pobres y a los humildes, y a quienes se reconozcan necesitados de salvación. En este punto, María es la morada viviente de Dios en medio de los hombres; es la portadora de la presencia divina que salva.

            El autor de la Carta a los Hebreos, afirma que, en fuerza de su pobreza y de su obediencia, Jesús nos mereció el perdón de los pecados y nos ha salvado. Para el encuentro de los hombres con Dios, para su unidad y paz, en el designio de Dios se requería alguien que fuera plena y totalmente hombre, exceptuando el pecado. Por ello, Jesús quiso ser hijo de María.

Héctor González Martínez

       Arz. de Durango

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