Tema cuaresmal: Agua, para nuestra sed

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La Iglesia de los primeros siglos se alimentó del Catecumenado como Iniciación Cristiana. Dicha experiencia de evangelización para los que se convertían y abrazaban el Cristianismo, con los siglos se fue diluyendo hasta desaparecer. Ahora, quienes sentimos los tiempos modernos igual o peor que en los primeros siglos, retomamos aquella exitosa experiencia y le vamos dando actualidad para formar cristianos de nuevo cuño y de hueso colorado.

            Para todos, también la Cuaresma es como un breve Catecumenado de seis semanas, que nos ofrece una temática dominical progresiva iniciando, con el ayuno y la imposición de la ceniza con la fórmula “conviértete y cree en el Evangelio”. En el primer domingo de Cuaresma, la victoria de Cristo sobre las tentaciones del demonio en el desierto, con las sentencias “no sólo de pan vive el hombre, sino también de toda palabra que sale de la boca de Dios”; “no tentarás al Señor tu Dios”; y “retírate, Satanás, porque está escrito, “adorarás al Señor tu Dios y a Él sólo servirás”. Hace ocho días, fuimos atraídos a creer en Dios al estilo y en el riesgo de Abraham;  la Transfiguración del Señor en la montaña junto a Moisés y Elías, ante tres de sus Apóstoles, nos presentó a Jesús “como Hijo de Dios”, con la orden precisa “escúchenlo”; escuchar significa acoger la persona de Cristo, obedecer su Palabra, seguirlo, pues la vida cristiana es un empeño o compromiso de seguimiento de Cristo por el camino de la cruz  para llegar a la luz y a la gloria.

            Vivir como cristianos es asimilar progresivamente la experiencia de Cristo sintetizada en los dos primeros domingos de Cuaresma, esto es caminar en la fidelidad al Padre para lograr la meta de la trasfiguración gloriosa. El itinerario irá adelante bajo condición de escuchar la Palabra de Dios, enraizar en ella y  aceptar sus exigencias. La liturgia de este domingo y de los domingos sucesivos hace revivir al cristiano en las grandes etapas, a través de las cuales los catecúmenos eran y son ayudados a descubrir las exigencias profundas de la conversión a Cristo en los signos del agua, de la luz y de la vida.

            El libro del Éxodo narra que cuando el pueblo sufría de sed por falta de agua, el pueblo murmuró contra Moisés y dijo: “¿por qué nos sacaste de Egipto para hacernos morir de sed a nosotros, nuestros hijos y nuestros animales? Entonces, Moisés invocó la ayuda del Señor, diciendo: ¿qué haré por este pueblo? Por poco me apedrean. El Señor dijo a Moisés: toma en tu mano el bastón con que golpeaste el Nilo y ve: Yo  estaré contigo sobre la roca, sobre el monte; tú golpearás la roca, y saldrá agua y el pueblo beberá. Así hizo Moisés a la vista de los ancianos de Israel”.

            El agua resulta símbolo que resume y expresa el encuentro de dos interlocutores: el hombre y Dios: el agua compendia y expresa la necesidad del hombre y la respuesta de Dios. La existencia humana revela aspiraciones ilimitadas: sed de amor, búsqueda de verdad, sed de justicia, de libertad, de comunión, de paz. Son deseos frecuentemente no satisfechos: la aspiración a la totalidad recibe en respuesta sólo pequeños fragmentos; pequeños tragos que dejan insatisfecha la sed. Desde lo profundo de su ser el hombre se mueve hacia un más, un absoluto capaz de aquietar y extinguir su sed de modo definitivo. Pero, dónde encontrar un agua que aplaque toda inquietud y apague todo deseo.

            La respuesta es dada por Jesús, en el encuentro con la samaritana. En la tradición bíblica, Dios mismo es la fuente del agua viva. Alejarse de Él y de su Ley, es caer en la peor sequedad. En el difícil camino hacia la libertad, Israel ardiendo de sed, tienta a Dios, exige su intervención como un derecho y contradice lo obrado por Moisés, que parece el responsable de una aventura sin solución. El pueblo lamenta el pasado y rechaza el futuro, como ilusorio. Quisiera apoderarse de Dios para resolver milagrosamente la situación. Pero, Dios se aparta de este tipo de reclamo; no abandona a su pueblo, le asegura el agua que sacia, para que reconozca en Él el Salvador y aprenda a confiarse en Él.

  Héctor González Martínez, Arzobispo de Durango.

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