«Quien me ama, guardará mis mandamientos», dice el Señor
En este VI Domingo de Pascua se continúa narrando el proceso de evangelización de la primera comunidad cristiana. En este caso es Felipe quien en Samaria predica el Evangelio y genera mucha alegría en la ciudad. Esto es muy interesante, escuchar que el Evangelio provoca alegría es siempre una prueba de la riqueza contenida en su mensaje. ¿Cuántas cosas nos provocan alegría? Podríamos enumerar algunas, quizá una llamada telefónica de la persona amada, una visita inesperada, o incluso un aumento de sueldo. Pero, ¿por qué el Evangelio provoca alegría? Es una buena pregunta, y entre las respuestas estaría seguramente que provoca alegría porque da vida. Cuando alguien es salvado de la muerte, entonces viene la alegría. Nace un niño o una niña y hay alegría, porque se manifiesta la vida, celebra alguien un cumpleaños y hay alegría, porque se hace presente la vida. Muere alguien y hay también alegría cristiana, porque pasa a participar de la vida eterna. En el Antiguo Testamento hubo otra ciudad que experimentó gran alegría, más o menos como la que tenía Samaria con la predicación de Felipe. Nos referimos a la ciudad de Susa. En el libro de Ester se narra que los judíos fueron perseguidos por el rey Asuero, pero gracias a la intercesión de la reina Ester y del reconocimiento de la justicia de Mardoqueo, los papeles se invirtieron y los judíos fueron dejados con vida. «Mardoqueo salió de la presencia del rey vistiendo ropas reales de azul y blanco, una gran corona de oro y un manto de lino fino color púrpura. La ciudad de Susa estalló en gritos de alegría. Para los judíos, aquél fue un tiempo de luz y de alegría, júbilo y honor. En cada provincia y ciudad donde llegaban el edicto y la orden del rey, había alegría y regocijo entre los judíos, con banquetes y festejos» (Est 8,15-17). La ciudad de Susa estaba muy alegre porque los judíos habían salvado su vida, y Samaria estaba llena de alegría por haber escuchado y visto lo que hacía Felipe (Hch 8,7).
El Salmo Responsorial, en esta misma tónica, proclama la alegría que surge al contemplar las obras del Señor: «Que se postre ante ti la tierra entera, que toquen en tu honor, que toquen para tu nombre. Vengan a ver las obras de Dios, sus temibles proezas en favor de los hombres. Transformó el mar en tierra firme, a pie atravesaron el río. Alegrémonos con Dios, que con su poder gobierna eternamente» (Sal 65). Los Salmos son poesía y oración, canto y alabanza al Dios creador. Quién ora y canta está alegre y mucho más alegre estará quien canta y ora las grandezas del Señor. Este Domingo sería una buena oportunidad para recordar las obras que el Señor ha realizado en nuestras vidas. Estoy seguro que habrá bastantes, el Señor nos ha bendecido y hay motivos para cantar y darle gracias.
Esta alegría que nace del agradecimiento al Señor por todos los dones concedidos es la que necesitamos para proclamar el Evangelio y llevar a delante todos los procesos de iniciación cristiana que se están realizando en nuestra Arquidiócesis. El apóstol Pedro en la Segunda Lectura hace una atenta invitación a los creyentes a dar testimonio de la fe: «Glorifiquen en sus corazones a Cristo Señor y estén siempre prontos para dar razón de su esperanza a todo el que la pida; pero con mansedumbre y respeto y en buena conciencia» (1 Pe 3,15). Gracias a Dios siempre hay personas que tienen preguntas, que tienen inquietud, que quisieran conocer más la fe cristiana. Pido a Dios que haya siempre lugares y personas que puedan dar razón de la esperanza cristiana. Felicito a todos los sacerdotes, religiosos, religiosas, y laicos que estudian y comparten sus enseñanzas con los demás. La fe es razonable. Muchos piensan que el cristianismo es un engaño, una mentira, hay muchas críticas contra la Iglesia y también muchos malos testimonios, lo cual dificulta todavía más las cosas. Pero no podemos dejar de dar razón de nuestra fe. Contamos con los hechos y palabras de Jesús de Nazaret, tenemos a nuestras espaldas siglos de evangelización y de promoción de la persona humana. Y sobre todo, nos han presidido y sigue habiendo grandes santos y santas que hacen creíble el Evangelio. Me faltaría tiempo para mencionar aquellos que buscan el bien, que son honrados en sus trabajos, que promueven a los más débiles, que ayudan sin esperar nada a cambio, que leen y se preparan para ofrecer una buena catequesis y que oran sin descanso por la santificación de la Iglesia. Todos ellos hacen realidad lo que dice el Evangelio: «Si me aman, guardarán mis mandamientos» (Jn 14,15). Y todos ellos recibirán todavía más, ser amados por el Padre y ser amados por el Hijo. No hay mejor cosa que se pueda pedir para esta vida.
Pbro. Dr. Pedro Astorga Guerra
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