«Vayan y hagan discípulos», dice el Señor
La Primera Lectura de este Domingo relata la Ascensión del Señor desde diferentes perspectivas. Una es la del narrador, quien ofrece a Teófilo una síntesis de lo que ha sucedido hasta ahora: «escribí de todo lo que Jesús fue haciendo y enseñando hasta el día en que dio instrucciones a los apóstoles, que había escogido, movido por el Espíritu Santo, y ascendió al cielo». Otra es la perspectiva de Jesús, quien en una ocasión, mientras comían, recomendó a los apóstoles que no se alejaran de Jerusalén hasta que recibieran la promesa del Padre, es decir, el Espíritu Santo. Los apóstoles, por su parte, tienen otro punto de vista: «Señor, ¿es ahora cuando vas a restaurar el reino de Israel?». Jesús habla de la promesa del Espíritu Santo y los apóstoles esperan la restauración del reino de Israel. Jesús entonces amplía su perspectiva y los sitúa de nuevo en lo más importante: «No les toca conocer los tiempos y las fechas que el Padre ha establecido con su autoridad. Cuando el Espíritu Santo descienda sobre ustedes, recibirán fuerza para ser mis testigos en Jerusalén, en toda Judea, en Samaria y hasta los confines del mundo». Jesús insiste en el don del Espíritu Santo como lo único que deben esperar los apóstoles. En realidad, es el Espíritu Santo quien unifica todas las perspectivas: Jesús, movido por el Espíritu Santo había elegido a los apóstoles y ahora también, en el momento de la Ascensión, este mismo Espíritu les da la fuerza para convertirse en testigos.
Después de las palabras de Jesús, acontece la Ascensión: «Dicho esto, lo vieron levantarse, hasta que una nube se lo quitó de la vista». Nuevamente una nube como la del Éxodo, protectora y reveladora de la presencia de Dios, hace su aparición. La nube simboliza el ámbito de Dios y Jesús entra de una vez y para siempre en este espacio a la manera de un santuario celestial. La carta a los Hebreos lo describe atinadamente: «En efecto, Cristo no entró en un santuario hecho por manos humanas, simple copia del verdadero santuario, sino en el cielo mismo, para presentarse ahora ante Dios en favor nuestro» (Heb 9,24). Papa Francisco comenta: « ¡Qué lindo escuchar esto! Cuando uno ha sido convocado por el juez o tiene un juicio, lo primero que hace es buscar a un abogado para que lo defienda. Nosotros tenemos uno que nos defiende siempre, nos defiende de las insidias del diablo, nos defiende de nosotros mismos, de nuestros pecados. Queridísimo hermanos y hermanas, tenemos a este abogado, no tengamos miedo de acudir a él para pedir perdón, pedir la bendición, pedir misericordia. Él nos perdona siempre, es nuestro abogado, nos defiende siempre ¡No olviden esto! (cf. 2:1-2). La Ascensión de Jesús al Cielo nos da a conocer esta realidad tan reconfortante para nuestro camino: en Cristo, verdadero Dios y verdadero hombre, nuestra humanidad ha sido llevada a Dios; Él nos ha abierto el paso; es como un guía en la escalada a una montaña, que llegado a la cima, tira de nosotros y nos lleva a Dios. Si confiamos a Él nuestra vida, si nos dejamos guiar por Él, estamos seguros de estar en buenas manos, en las manos de nuestro Salvador».
Los apóstoles se quedaron mirando el cielo. San León Magno en uno de sus sermones, explica lo que ellos veían tan fijamente: «Se aprovecharon tanto los apóstoles de la Ascensión del Señor que todo lo que antes les causaba miedo, después se convirtió en gozo. Desde aquel momento elevaron toda la contemplación de su alma a la divinidad sentada a la diestra del padre, y ya no les era obstáculo la vista de su cuerpo para que la inteligencia, iluminada por la fe, creyera que Cristo, ni descendiendo se había apartado del Padre, ni con su Ascensión se había apartado de sus discípulos» (San León Magno, Sermón 74)». Habiendo contemplado al Señor en su gloria, llegaba el tiempo de poner manos a la obra. Ya Jesús no estaría más físicamente con los apóstoles. Su presencia, a partir de este momento, sería distinta. Un día volverá el Señor, pero mientras tanto es tiempo de trabajar y evangelizar: «Vayan y hagan discípulos a todos los pueblos». Jesús insiste en hacer discípulos, a veces tarea sencilla, a veces labor nada fácil. Hay quien sigue al Señor con facilidad, entregándose totalmente a él y viviendo la vida cristiana con alegría, pero hay quien se resiste, me atrevería a decir incluso que, aunque somos bautizados, muchas veces no somos discípulos, porque nos olvidamos de seguir al Señor. Que la fiesta de la Ascensión sea una oportunidad para recordar que lo más importante es ser discípulos, es esto es lo que manda Jesús en primer lugar: «Vayan y hagan discípulos», después vendrán el bautismo y las enseñanzas, primero es necesario seguir los pasos del Señor.
Pbro. Dr. Pedro Astorga Guerra
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