Domingo XVII A Ordinario, 29-VII-2014 El Reino de Dios
Continuando con la temática sobre el Reino de Dios en el Evangelio de S. Mateo, la lectura de hoy, nos ofrece tres parábolas sobre: “el tesoro escondido en un campo”, el comerciante en perlas preciosas” y “la red arrojada al mar”. La tercera, acentúa la separación que sucederá al final de los tiempos y sobre la suerte de los malos. Sólo quien logra comprender esta enseñanza será un verdadero discípulo y podrá anunciar a otros el tema del Reino.
Existe un fuerte contraste entre la riqueza de la enseñanza bíblica sobre el Reino y la pobreza de la idea que logramos formarnos los cristianos. La imagen del Reino, casi no reclama nada a nuestras mentes. Y si algunas expresiones persisten a nivel de vocabulario corriente, (como edificación del Reino o venida del Reino), parecen haber perdido su dinamismo interior y su contenido claro y sólido.
Y, sin embargo, el anuncio del Reino, es el objeto primario de la predicación neotestamentaria. Juan Bautista y Jesús, inician su predicación con el gozoso anuncio: “el Reino de Dios está cerca”. La Buena Nueva proclamada por Jesús, es, en definitiva, la llegada del Reino, que la Iglesia nos resume cantando: tu Reino es vida, tu Reino es verdad; tu Reino es justicia, tu Reino es paz; tu Reino es gracia, tu Reino es amor; venga a nosotros tu Reino, Señor; venga a nosotros tu Reino, Señor. Y ¿qué cosa nos quiere decir Jesús? Vayamos al proyecto salvífico de Dios.
Usando una expresión fuertemente evocadora para el antiguo pueblo elegido, el primer Testamento contiene ya en esbozo, la doctrina del Reino: el Mesías quiere anunciar a Israel que ya se cumplió la larga espera; las promesas que constituían la sustancia y el fundamento de su esperanza, se han vuelto realidad. Pero, al mismo tiempo, Jesús quiere corregir toda una mentalidad que se había asentado por siglos en la conciencia de Israel: el Reino de Dios no consiste en la restauración de la monarquía davídica, ni en una nueva edición de tipo nacionalístico.
Jesús se inserta en la línea de los profetas, cuando compara el Reino anunciado por Él, con un tesoro o la perla preciosa, frente al cual todo el resto carece de valor. Cuando afirma que la Buena Nueva es anunciada a los pobres y se accede al Reino sólo accediendo a exigencias precisas de conversión y penitencia.
Comparando el Reino con la semilla, con el grano de mostaza o con la levadura, Jesús quiere decir que este Reino ya está presente, pero aún lejano de su desarrollo definitivo. El Reino se construirá gradualmente, gracias a la fidelidad de sus discípulos al mandamiento nuevo del amor sin límites. Se trata de un Reino que no es de este mundo, aunque su construcción inicia aquí abajo. Es un Reino universal, abierto a todos, porque es el Reino del Padre, común a todos los hombres.
El Reino de Dios está estrechamente ligado a la Iglesia. Pero no se limita a una sola realidad. En la perspectiva de su realización final, la Iglesia coincide verdaderamente con el Reino; pero en la realidad histórica y sociológica de aquí abajo, la Iglesia es el terreno privilegiado y siempre ambiguo a causa del pecado, en que el Reino se construye lentamente; pero no se deja capturar por ninguna realidad sociológica, ni siquiera de tipo religioso; avanza siempre por encima de toda realización concreta en que se manifiesta. El Reino de Dios ya está presente como una semilla, pero es necesario que crezca; inaugurado por Cristo es ciertamente, el cumplimiento de la antigua esperanza; pero también es aún, una realidad que debe edificarse progresivamente en toda la faz de la tierra. Y es competencia de todos nosotros, impulsarlo vigorosamente hacia adelante.
Héctor González Martínez
Arz. de Durango
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