Carta Annua del P. Nicolás de Anaya al P. Superior en Roma (11)

3333550107_dd87082e26_qCon los tepehuanes que huyeron, iban “el dicho Mateo Canelas y otro indio llamado Cogojito cuyo yerno había sido uno de los muertos del día anterior. Todos estos se habían adelantado aquella misma noche a Tenerapa recelosos del hecho que hicieron y el asalto con que los españoles les acometieron, y los más principales de ellos se llevaron consigo sus mujeres; y aunque todos procuraron huir, fueron muertos en este albazo treinta grandules y se prendieron hasta  220 personas, mujeres y niños, sacándose dos niñas españolas, hijas del teniente de Santiago, llamado Juan de Castilla, que murió allí con los Padres; también se sacaron cinco mulatas y otra gente de la nuestra, que los enemigos tenían en su servicio”.

“Hizo el Gobernador ahorcar algunas viejas, que habían sido parte en las alteraciones de los indios, y, entre ellas, a aquellas dos indias mexicana y tepehuana, que en Santiago fueron puestas en las andas de los santos al correr de la sortija en la cruz”.

                   “Se les cogieron algunos arcabuces, cotas, cueros y otras cosas que pillaron los soldados de más 1500 pesos de valor; se les sacaron más de 150 cabalgaduras, yeguas y mulas, con que el Gobernador prosiguió su camino hacia Santiago, y andadas cinco leguas, dio aviso para que viniera el resto de la gente con el bagaje, habiendo sucedido este asalto el lunes tres de febrero; y el martes cuatro, llegó él por una parte y el bagaje por otra a Santiago, dando gracias a nuestro Señor, por el buen suceso”.

                  “Aquí se hallaron los huesos de los difuntos, como si hubieran muchos años que hubieran fenecido; a ellos y a los de Atotonilco se les dio sepultura, sin poder ser conocida persona alguna, sin hallarse otra cosa que los  huesos de los muertos, y la Iglesia y casa de la Compañía, quemadas”.

“Salió el Gobernador con su gente y prisioneros en demanda de La Sauceda, y tres leguas antes de llegar a ella, en el paraje que llaman de los Pinos, se encontró al Capitán Sebastián de Oyarzabal, que venía en ayuda con 44 soldados despachados por el General Francisco de Urdiñola, y al Capitán Hernando Díaz con otra compañía de soldados y 200 indios amigos de los de La Laguna, con que nuestro ejército se iba engrosando, para el castigo de los bárbaros, que hasta este puesto, en las más ocasiones ha huido, quedaban de ellos ahorcados y muertos casi 250, y otras tantas personas de la gente menuda en prisión, con que llegó el  Gobernador a la vista de Guadiana donde entregó los cuerpos de los cuatro Padres, que murieron en El Zape, al Superior y Padre de nuestra casa de Guadiana, para que se les diese la debida sepultura, como después se dirá”.

“Estado de las demás Misiones, como son la de Parras, la de Topia y S. Andrés”.

 “Estando pues en esta ocasión (por marzo de 1617), el Gobernador (D. Gaspar de Alvear) a vista de Guadiana, le vino nueva, cómo los indios del Mezquital habían quemado a Atotonilco, que está a cinco leguas de la Villa de Nombre de Dios, y que con el pueblo habían quemado la Iglesia. Además de esto, que en la Sierra, camino de Chiametla, de nuevo dieron muerte a algunos españoles, que iban de esta Villa por orden de su Señoría, con tres mil pesos de ropa, para sacar indios amigos de aquella Provincia, para ayuda de la guerra; y que de la Villa de S. Sebastián, que está a ocho o diez millas de Chiametla, estaban los españoles retirados y en aprieto y que pedían socorro”.

“Todo esto obligó al Gobernador a abreviar en cosas y sin entrar en la Villa con su gente y la que de nuevo le habían venido a acudir a poner remedio a todos estos daños, y otros que se pueden temer en las demás partes, que en todas dan bien en qué entender y a lo menos qué cuidar a los españoles e indios fieles, los mismos indios tepehuanes, ya inquietándolos con armas, ya procurándolos remover con persuasiones y legaciones, habiendo ya atraído en muchas partes a algunos pueblos y naciones a su secta y parcialidad”.

“Con que en ninguna parte hay seguridad de sediciones y alborotos domésticos; y así no se sabe determinadamente a cuál de estas partes haya ido el Gobernador, porque alzando el campo, no ha dado parte de sus designios y pretensiones por deslumbrar y desmentir a los espías”.

Héctor González Martínez

Obispo Emérito

 

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