El Emmanuel

                  3333550107_dd87082e26_qHoy, en la primera lectura de la Misa de Medianoche,  leemos del profeta Isaías (9, 1-6): “nos ha sido dado un hijo”; lectura que es una pequeña suma teológica. Después de hacer aludido a la triste situación del pueblo en el exilio, Isaías presenta la salvación en su aspecto de luz, gozo y liberación; y completa su canto, describiendo al Libertador. Los dos últimos versos son un denso resumen de títulos: al Niño que nos ha nacido, se le atribuyen todas las virtudes de los héroes de Israel: la sabiduría de Salomón, la bravura de David,  la piedad de Moisés y de los Patriarcas. Emmanuel, es palabra hebrea que significa, “Dios con nosotros”; es el nombre del niño (Isaías 7,14) anunciado al rey Acaz. Los Padres de la Iglesia y la mayor parte de los exégetas, viendo en este niño al Mesías futuro, le aplicaron el título de Emmanuel: Él es el verdadero Emmanuel.

                  La señal de Dios, es la jovencita embarazada que da a luz en medio de una ciudad amenazada por la guerra: El rey está preparando la defensa de la ciudad ante el riesgo de un ataque enemigo y viene el profeta Isaías para ofrecerle un signo de parte de Dios; pero el rey lo rechaza y entonces el profeta insiste: “Yahvé por su cuenta te dará una señal: la Joven está encinta y dará a luz un niño y le pondrás por nombre Emmanuel: (Is 7, 11-14). Esta escena hacia el año 733 a C. puso a temblar a Acaz; pero, este era un rey decidido que se puso a preparar la defensa de la ciudad: inspecciona la provisión de agua, se prepara para el asedio; había profetas que ayudaban en la guerra, descubriendo en ella la presencia de Dios.

                  Pero Isaías es distinto, no cree en las armas, no apela a la violencia sino a la fe; acompañado de su hijo Sear-Yasub (que significa “Un resto volverá”), se presenta al rey, y le dice: “mantén la calma, no temas ni desmayes” (Is 7,4). La fe es garantía de vida; la falta de fe es signo y principio de muerte (Is 7,9). Isaías sabe que la paz no se consigue a través de la victoria armada, que la victoria no se logra con espadas y carros militares (Is 2, 2-4). Por eso, ofrece al rey y al pueblo una señal distinta de presencia de Dios: una joven embarazada, que dará a luz un niño y le llamará “Dios con nosotros”. Ésta es la señal de la mujer, del amor que se convierte en manantial de vida; frente a la potencia guerrera de los varones orgullosos que son signos de falta de fe, Dios ofrece la garantía de su vida y amor a través de una mujer que da a luz y educa a un niño para la paz, Dios con nosotros.

                  Esta es la señal del niño: del Dios que se hace niño, en medio de las luchas de la tierra; éste es el Dios que no domina, no lucha, no se impone, sin embargo, mantiene su palabra e instaura la paz sobre la tierra. De una manera lógica, la tradición evangélica dirá que este signo se ha cumplido en María y Jesús, el Mesías de la paz (Mt 1,18-25). Lógicamente, el profeta no dice, ni puede decir, quién es el varón que engendra a ese Hijo, que cumplirá funciones mesiánicas, como representante y salvador de Dios, en medio de una tierra torturada por la guerra.

                  El profeta Isaías, nos levanta de nivel, más allá de la imagen y figura del padre humano, llevándonos a la experiencia originaria del Dios que aparece como auténtico Padre de toda la humanidad. Situándonos ante un Dios que quiere expresar su potencia salvadora en medio de un mundo de muerte (guerra de pueblos), suscitando a un Niño Salvador, que es Hijo suyo, un Niño amenazado, en medio de la guerra. La madre aparece simplemente como una doncella, una virgen. Así puede presentarse como signo de toda la humanidad, compuesta de varones y mujeres, que acoge la promesa y la salvación de Dios, en medio de una vida frágil pero llena de esperanza.

                  “Porque, un niño nos ha nacido, un Hijo se nos ha dado. Lleva en su hombro el Principado, y su nombre es: maravilla de Consejero, Dios fuerte, Padre perpetuo, Príncipe de la paz, para dilatar el Principado con una paz sin límites, sobre el trono de David y sobre su reino” (Is. 9,4-6). Este pasaje recoge la tradición del Niño Divino, presencia de Dios y palabra de reconciliación, entendido como fuente de paz en medio de la guerra. En este Niño se recrean y transforman las más hondas esperanzas judías y humanas. Nuestro mensaje de Navidad, lleva pues en la fragilidad del Niño los títulos de Consejero sabio, Dios fuerte, Padre perpetuo y Príncipe de la paz.

Todo esto, me hace vibrar recordando que cuando regresé de Roma, después de haber estudiado Teología e Historia de la Iglesia en la Universidad Gregoriana, el Sr. Arzobispo D. Antonio López Aviña me dio unas breves vacaciones con mi familia. Entonces mis papás, me llevaron a dar gracias al Santo Niño de Plateros. Los tres entramos de rodillas, cantando con los fieles: “De rodillas entremos hermanos, al Santuario del Dios de Israel y cantando con lágrimas tiernas adoremos al Niño Emmanuel…..”

Héctor González Martínez; Obispo Emérito

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