Reflexión dominical I Domingo de Cuaresma; 13-III-2011 Adorarás al Señor tu Dios
Leemos en el Génesis: “el Señor Dios formó al hombre con polvo de la tierra y sopló en sus narices un aliento de vida y el hombre se volvió un ser viviente… Luego el Señor plantó un jardín al oriente del Edén, e hizo germinar toda clase de árboles… entre ellos el árbol de la vida y el árbol del conocimiento del bien y del mal, etc.” En este texto el autor sagrado afronta los problemas más graves de la humanidad: el diseño de Dios sobre el hombre, de donde viene el mal que arrolla a la humanidad,
Ante todo, tengamos claro que Dios creó al hombre para vivir con él en un diálogo de amor; pero lo ha querido también como realizador responsable de su destino. Sólo una cosa limitaba su responsabilidad: decidir lo que es bueno y lo que es malo; pues a Dios toca fijar la moral del hombre. Pero el hombre quiso ser independiente de Dios y determinar por
Experiencia propia lo que es bueno y lo que es malo.
Y no tardamos en ver o sufrir las consecuencias, frente al ejemplo victorioso de Cristo. Todos tenemos experiencia de una existencia tentada. Pero, Mateo en el Evangelio de este primer domingo del ciclo cuaresmal, celebra el encuentro victorioso de Cristo.
El episodio es desconcertante por cierta piedad que lee la tentación como un desorden que se aplica a la vida terrena de Jesús. No se trata de una narración de estilo edificante, sino de una narración-clave que presenta la condición plenamente humana en la cual Jesús vive su relación con el Padre.
Entendamos bien, que se tienen aquí los primeros avisos de una prueba que atravesará toda la vida de Jesús hasta el momento culminante de la cruz. Entre el bautismo del Jordán y el bautismo de la cruz se abre y se descubre un camino de prueba y de progresiva fidelidad a la vocación recibida.
La triple insinuación diabólica: “si eres Hijo de Dios” contrasta con la declaración de Cristo: “retírate Satanás; está escrito, adorarás al Señor tu Dios y a Él solo adorarás”. La tentación pues, va a la raíz de la condición filial de Cristo y del cristiano. Si en la tentación Cristo hubiese eludido la pobreza de la condición humana y hubiese recorrido la vereda del éxito fácil, no habría sido auténticamente hombre ni Hijo de Dios.
En el fondo, esta es la tentación de todo hombre, el cristiano debe contar con una realidad semejante que resulta ser un banco de prueba de su fe y de su existencia filial.
Y viviendo una vez más el catecumenado cuaresmal S. Mateo nos advierte: no practiques obras buenas para ser admirado por los hombres; no anuncies tus limosnas con trompeta; no hagas oración hipócritamente solo por cumplir; cuando ayunes no hagas cara triste: todo puede ser un impulso a hacer la justicia sólo para ser vistos por los hombres. Recomenzando pues la Cuaresma, debemos plantearnos cuestiones de más fondo: solo el Padre Celestial sepa el bien que haces; pero no basta volverse solo cumpliendo un rito penitencial; regresar a Dios de todo corazón, con sinceridad y desde lo profundo, el hombre regrese a Dios; se trata de recuperar nuestra condición de hijo de Dios.
Con sinceridad y desde lo profundo regresemos a Dios; se trata de recuperar nuestra condición de hijo de Dios.
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