Carta-Annua del P. Nicolás de Arnaya al P. General en Roma (16)

                 3333550107_dd87082e26_q“La misma noche pasaron a Coapa, se adelantó el P. Tutiño, con no poco recelo de que en el camino le quitaran la vida; recelo que le duró toda aquella noche en Coapa, donde le alcanzó y llegaron juntos el Padre y el Capitán; se reparó mucho aquella noche en que estando todos juntos, antes de recogerse el P. Andrés se puso a mirar un gran rato con género de advertencia a un soldado del Capitán, el Padre les amonestaba a solas como que el Capitán no supiese nada de su mal intento, y el Capitán con cuidado les traía descuidados, aunque traía bien averiguada la traición y mal intento, y el socorro que por la mañana había dado a los Tepehianes”.

                  “Dijo Misa el Padre, hizoles un sermón, el cual acabado, y descuidados de lo que había de suceder, hizo el Capitán juntar a toda la gente, como que se quería despedir, y estando allí indios de varios pueblos, mandó de improviso, atar a los dos Principales delincuentes D. Andrés y Juan Gordo, y echado bando, que a todos los demás perdonaba de los que ya sabía qué había pasado y pasaba entonces, porque los demás no tenían la culpa, y estos dos, que habían sido la causa de todo el alboroto, no siendo naturales de Coapa sino de S. Pedro, los cuales, aunque el Padre los había amonestado, y él castigándolos otras veces, siempre habían perseverado en su mal proceder, que ahora quería él hacer su oficio sin dar lugar a ruegos del Padre, que le había de perdonar, porque esto convenía al bien público de los demás”.

                  “Cuando ellos pensaron que los había de tener algún tiempo presos, los mandó ahorcar al punto, y luego les dio garrote; este castigo no solo aquietó a los de Coapa, sino que puso miedo a los demás pueblos, así Acaxees como Xíximies. Estaban a la sazón en el pueblo tres indios de Zapibis, los cuales luego se ausentaron llevando a su tierra el miedo y nueva de lo sucedido. Más, como aquellos Xíximies de Zapibis, Basis y Guayapa, y otros infieles que antes eran sus enemigos, y ahora se juntaron con ellos, estaban ya pervertidos, aprovechóles poco esta nueva, el razonamiento y persuasiones que había hecho el Capitán Juárez a los Caciques principales de estos pueblos; porque el segundo día de Navidad, que se contaron 26 de diciembre, quemaron la Iglesia y casa de Guapijuje y Guataja y las que ellos tenían en sus pueblos”.

                  “Y, aunque el P. Pedro Gravina, antes de salir de allí, había puesto toda su diligencia para que se pusiese en claro todo lo que en ellos había; como el rebato fue sin pensar, apenas pudieron él y el P. Juan de Mallén, que estaban ya juntos en Guapijuje pensando que todo estuviese ya quieto para ponerlo todo a recaudo en algunas cuevas y quebradas con ayuda de algunos indios de quienes tenían más seguridad, y aún eso que guardaron, fue descubierto; y hubieran muerto a los dos Padres, como lo intentaron, si el primer día de Navidad, que fue un día antes del asalto, no se hubieran recogido al presidio de S. Hipólito. Más los rebeldes, ya que no pudieron traerlos a las manos, quemaron los retablos y lo demás que a las Iglesias pertenecía”.

                  “Acudióse a la resistencia con la gente de Coapa, de S. Pedro, de La Campana y de Sta. Fe. Con el valor y el esfuerzo de estos, tomaron fuerzas y ánimo. Los Guacajas y los que habían quedado de Guapijuje, siguiendo a los contrarios, mataron a algunos de ellos, trayendo sus cabezas al presidio de S. Hipólito, hiriendo a otros muchos, y hubieran conseguido una gloriosa victoria, si las muchas nieves no les hubieran atajado el paso a seguirlos hasta sus pueblos; volvieron segunda y tercera vez con más grueso ejército, y parte de ellos caminaba para Guataja, habiendo quemado en Topraci (Topiazi) una Iglesia que nuevamente les había hecho el P. Santarén”.

                  “Esto fue el 26 de enero del 2017, y no se ha sabido más del suceso. Y de entonces a acá, no se ha sabido más del suceso: se echa bien de ver en estos de Guapijuje y de Guacaja, la buena enseñanza del P. Hernando de Santarén, pues habiendo sido irritados varias veces por estos sus vecinos, que de más de ser todos de una nación Xíxime, están muy emparentados los unos con los otros, no han querido condescender ni participar en la conjuración, aunque les amenazaban con la guerra y les prometían descanso y libertad. Ellos siempre respondían que en ninguna manera tal harían, y que antes estaban aparejados a morir por la fe que una vez habían recibido, y defender su Iglesia como en efecto lo hicieron. Escriben de sí los Padres, que la vida que ahora tienen no sólo ellos sino toda la tierra hasta Sinaloa, se debe agradecer a estos de Guapijuje, porque si ellos se hubieran levantado hubieran hecho lo mismo que las demás naciones, que son muy guerreras, y no lo han hecho”.

Héctor González Martínez

Obispo Emérito

 

Carta Annua-Informe del P. Nicolás de Arnaya al P. Superior en Roma

3333550107_dd87082e26_qEl P. Andrés Tutiño, desde Tacaya, “lo supo el mismo día que comenzaron los desastres y conjuración de los Tepehuanes en Santa Catalina y en Santiago, que fue el 16 de noviembre a las 10 de la noche, por vía de Coapa, pueblo también de su doctrina, que siempre ha tenido comunicación con los Tepehuanes, por otra cercanía en que está con ellos. La misma noche avisó el Padre a todos los Reales cercanos de la mala nueva y escribió al P. Hernando de Santarén y al P. Diego de Cueto avisando y previniendo que tuviesen cuidado de sus partidos porque a su gente se iba inficionando y maleando; al P. Santarén avisa del peligro que tenía en su mismo pueblo de Guapixuxe, que es de Xíximes, por estar de los más cercanos a los Tepehuanes, diciéndole que se recogiese al presidio de S. Hipólito y al P. Pedro Gravina, su compañero, que se viniese con el mismo P. Tutiño a S. Gregorio”.

“La carta llegó poco después que el P. Santarén partiese, como dijimos, para Guadiana, donde iba a disponer con el Gobernador lo tocante a la nueva Misión y la conversión de los Yaquimes y Nebones en Sinaloa, que ahora la obediencia le encomendaba. Despachó el P. Grabina diez postas que lo buscasen y alcanzasen, más no pudieron, aunque llegaron a la misma tierra de los Tepehuanes, y así hubo de morir como murió a sus manos”.

“Dio luego orden el P. Andrés Tutiño de visitar toda su Misión por certificarse más de los rumores del alzamiento que había y de su parte lo posible y quiso nuestro Señor que en Coapa descubriese una maldad que el descubrirla y atajarla fue causa principal del sosiego de toda aquella tierra; porque dos indios de quienes siempre tuvo mal concepto, uno llamado D. Andrés, Cacique del pueblo de S. Pedro y otro llamado Juan Gordo, del mismo pueblo, con ocasión de la nueva de los Tepehuanes habían comenzado a sembrar sedición y alboroto”.

“El D. Andrés a convocar algunos indios de los de esta Misión para que fuesen a Santiago Papasquiaro en ayuda de los Tepehuanes contra los españoles, y hacer poco caso del Capitán Bartolomé Juárez, su alcalde mayor. El Juan Gordo con proponer unas visiones, que pasando por la Iglesia de noche, le llamaban y que espantado la segunda vez, no se atrevió, animándose la tercera y entrando en ella, vio que se levantaba en alto un indio llamado Diego Morido, que pocos días antes había muerto, y le decía que se llegase, y no tuviese miedo, y le dijese a su mujer que no era muerto, y que vivía y que no se casase con otro; porque viniendo a aquel pueblo su Padre y Señor, que es un dios que aguardaban, y después llegó a los Xiximes, y se entiende que fue el mismo, que pervirtió a los Tepehuanes, y que él resucitaría y viviría con ella en más conformidad y gusto que antes; supo además el Padre que con esta ocasión había cada noche muchas juntas en el pueblo Ocoapa, que es de Acaxees. Puso el P. Tutiño diligencia, en que con presteza tuviese aviso el Capitán Juárez, que estaba entonces bien lejos de allí, y fue tan solicito que anduvo en una noche y medio día cincuenta leguas españolas de sierra muy áspera y fragosa”.

“Luego que el Padre le envió el aviso subió al presidio de S, Hipólito a esperarle allí. Y el día que llegó, que fue el 21 de noviembre, halló que el Capitán Juárez, había pasado de noche a poner remedio en Coapa, cosa que el Padre recibió con gusto. Pasó luego el martes en seguimiento del Capitán; en Coapa lo encontró que venía con.……

De aquel pueblo que estaba muy quieto sin novedad alguna. Tanto era el secreto que el demonio les había puesto; se vinieron al Presidio conversando sobre el caso de los Tepehuanes, y el secreto y maña de los Acaxees, y por  deslumbrarlos, no quiso el Padre ir luego a Coapa, les avisó del gusto que tenía con las buenas nuevas que el Capitán le había dado, y que de ahí a dos días los vería”.

                  “Pasó con el Capitán a Guapijuje; más a poco trecho encontró al P. Pedro Grabina. Venía, según el aviso que se le había dado, avisó que los de Zapibis, Basis, Tamoriba y otros se habían juntado con los Tepehuanes, y que habían llamado a los de Guapijuje y Guacapas, y que estos no habían querido seguir su parcialidad, y aunque se dudó, si sería bueno entrar luego con gente para aquietarlos, pareció más conveniente despachar quien los llamase, porque de otra manera se ponía en riesgo toda la tierra ; con todo pareció bien llegar hasta Guapijuje a un pueblo nuevo a donde se habían mudado, llamado Topiazi; allí recibieron al Capitán, al Padre y a más de cuarenta personas con teas encendidas por ser más de media noche, con gran alegría de todos. Desde allí llamó el Capitán  a los principales de Zapibis, y habiéndolos animado y procurado aquietar, aunque el suceso mostró que no lo quedaban, volvió con los Padres al presidio de S. Hipólito”.

 Héctor González Martínez

Obispo Emérito

Carta Annua-Informe del P. Provincial al P. General en Roma (14)

                  3333550107_dd87082e26_q“En otra visita de esta Misión de las Parras, luego que comenzó la peste enviaron a llamar al Padre y con mucho fervor y disposición como si fueran antiguos cristianos se confesaron y previnieron para lo que pudiese suceder, trocando en estas espirituales y santas diligencias las vanas supersticiones que solían tener y ya han dejado, entre las cuales eran una de matar primero a quienes daba la enfermedad, en forma de ofrenda y sacrificio. No ha sido parte el alzamiento y conjuración de los vecinos tepehuanes, para impedir que de la gente de la sierra que se va reduciendo en la Misión de La Laguna y Parras, haya bajado mucha a pedir Bautismo; y si el temor de la enfermedad no les hubiera puesto algún recelo, nunca tanta gente nueva, se hubiera llegado a nuestra santa Fe, en estos días, ha aparecido en estas comarcas, a causa de andar en guerra con sus vecinos, que también son gentiles”.

                  “El ver bajar tanta gente causó algún recelo a los Padres, no fuese algún ardid, y para prevención enviaron indios de confianza que los reconociesen, y en una de las más cercanas parcialidades, se vio una cuadrilla de casi 300 de arco y flecha. De otra llegaron algunos mal heridos a curarse a los ranchos de algunos cristianos; los cuales dieron aviso al Padre; fue allá, y halló a un gentil atravesado por una flecha de parte a parte, con muy poca esperanza de vivir; mostró muy buen afecto de quererse bautizar y decía que esperaba en nuestro Señor, que por medio de este Sacramento había de alcanzar salud, no sólo del alma, sino también del cuerpo; y fue así, porque sin otro remedio, catequizado y bautizado, recibió salud. (Siguen ejemplos de viejos que a la muerte pedían el Bautismo)”.

“A esta Misión de Las Parras, pertenece el partido que llaman del Río de las Nazas con otro pueblo de San Miguel, de indios, de esta misma doctrina, y está junto al Real de las minas de Mapimí. Estos indios, luego que supieron del alzamiento de los Tepehuanes, se vinieron a la cabecera del partido a estar con el Padre, y todos se han ofrecido a morir, antes que dejarse llevar de las persuasiones de los Tepehuanes de aquella cordillera; de los cuales, unos que llaman “los negritos”, dieron en el dicho Real de Mapimí, quemando algunas haciendas y casas, matando las bestias, y llevándose el ganado y la ropa y los ornamentos de las iglesias; y de entenderse que algunos indios del río de Las Nazas habían ayudado de este parcialidad, y de otros indicios, procedió a ver preso algunos de estos por orden de los españoles y haber ahorcado a algunos como arriba se dijo, que fue ocasión de que aquí se pusiese en plática el alzamiento y matanza de los españoles”.

“Al punto supieron nuestros Padres de lo que se trataba y que entre los indios se había propuesto qué se debería hacer de los Sacerdotes, y, que aunque no faltaron algunos que mostraron ingratitud, los más fueron de parecer que dejasen a elección de los Padres, quedarse o irse a tierra de paz; moviendo para esto nuestro Señor los corazones de dos indios principales que deshicieron con buenas razones las falsas sospechas y sentimientos, y les persuadieron a que no se empeñasen inconsideradamente en cosas que les podían costar muy caro. Fueron tantos los que avisaron de este motín a los Padres, y tal turbación y espanto de la gente antes de saberse por entero esta resolución de los indios, que se juzgó que sería lo mismo de estos Sacerdotes que de los que habían muerto en otras partes; y aunque eran las siete de la noche cuando se entendió que era la última de su vida, pareció conveniente consumir en aquella hora el Santísimo Sacramento, como se hizo, disponiéndose los Padres a morir y llamando a algunos indios para instruirlos en lo que podían ayudar a aquietar a los demás, con que mostraron quedar de parte de los Padres, que uno de los más principales se puso en la plaza, y a voces reprehendió a los alborotadores, y, sin que nadie se lo advirtiera recogió a su gente y la dispuso con armas haciendo a los padres centinela, lo más de la noche, que fue bien lluviosa; y después acá él y otros han hecho muy buenos oficios; con que no sólo se han aquietado los de esta Misión, más aún muchos de ellos han salido con gusto a la guerra contra los Tepehuanes, en ayuda y defensa de los Padres y de los españoles”.

“La otra Misión de la sierra de S. Andrés que, parte es de indios Acaxees y parte de la nación Xíximie, no padeció menores peligros en tiempo del alzamiento: el primero que tuvo noticia del alzamiento que comenzaba, fue el P. Andrés Tutiño, en un pueblo llamado Tacaya, de indios Acaxees, sujetos a S. Gregorio, cabecera de aquella parte que el Padre doctrina”.

Héctor González Martínez; Obispo Emérito

 

III Domingo de Pascua C. Liturgia del cielo y de la tierra

3333550107_dd87082e26_qHch 5, 27-41: “Nosotros y el Espíritu Santo damos testimonio de estos hechos”.  La Pascua continúa en la vida de la Iglesia; los dos grandes momentos de la vida de la Iglesia, Pasión y Resurrección, están constantemente presentes en el dinamismo de esta vida, guiada por el Espíritu Santo. En lógica consecuencia con el tema general del libro de los Hechos, el trozo de hoy, describe el valor de los Apóstoles movidos por la fuerza del Espíritu Santo, para dar testimonio de Cristo. Anunciarlo, era para ellos, una necesidad: ellos, debían escoger entre obedecer a Dios y obedecer a los hombres. Escogen a Dios y fueron ultrajados por los hombres; pero, según la palabra de Jesús, ellos se alegran en la tribulación. El contenido de su mensaje son la muerte y la resurrección y el aspecto salvífico de la Pascua.

            Ap 5, 11-14. “El Cordero que fue inmolado, es digno de recibir poder y riqueza”. El libro del Apocalipsis, revelación de Jesús en sus poderes sobre la muerte, describe aquí la entronización de Cristo Resucitado y la adoración que le rinde el universo. Jesús es definido como “Cordero Inmolado”, porque es en fuerza de su obra salvífica que es digno de alabanza. El himno, que proviene de la liturgia cristiana, anuncia al mundo la gloria del Resucitado.

La Asamblea reunida es un Sacramento de totalidad. En la segunda lectura, la visión del Apóstol Juan, nos introduce en una solemne liturgia de Alabanza: delante del trono de Dios aparece “el Cordero, inmolado”, esto es, en el doble aspecto de la Pasión y de la Resurrección. En su honor se eleva un himno de aclamación, en el cual se funden las voces del cosmos, de los ángeles, de los santos que están delante de Dios y de los hombres salvados, pertenecientes a todos los pueblos de la tierra (cfr. Ap 7,1-17). La solemne acción litúrgica asume así, dimensiones verdaderamente universales, para celebrar la salvación pascual ejercita por Dios y por su Cristo.

A ella se asocia aquí en la tierra, la liturgia eucarística que celebramos. Concretamente, la Liturgia que celebramos está compuesta de personas diversas por situaciones de vida, proveniencia social, niveles de fe, de interés religioso, por ministerios y carismas recibidos en vista del bien común. Pero, todos unidos en la misma acción de alabanza que se desarrolla en la presencia del Señor, Cristo glorioso.

La celebración litúrgica de nuestras Eucaristías, es así imagen y anticipación de la asamblea escatológica. Y, al mismo tiempo, es aquí y ahora, en el mismo momento de la celebración, “sacramento de totalidad”: representa y actúa al “Cristo total”, que incluye a los salvados de todos los tiempos, los hombres de todas las latitudes, los espíritus celestiales, los santos gloriosos y toda la creación. La alabanza cósmica del Apocalipsis se realiza hoy en la asamblea celebrante, para rendir honor, gloria, testimonio al Cordero que nos ha redimido.

El sentido pascual de la alabanza litúrgica, el reconocimiento que la salvación viene de Dios y de Aquel que ha sido crucificado y resucitado, deben transparentarse en la vida del cristiano y de la comunidad que celebra tales misterios. En el interrogatorio en que los Apóstoles fueron acusados de enseñar públicamente “en el nombre” de Jesús, Pedro, en nombre de los demás y en la fuerte convicción de que el Espíritu está con él, habla con franqueza y con fuerza, como testigo de la resurrección. Es un testimonio, no solo de palabras, sino en hechos, porque, después de haber sido fustigados, todos se van “contentos de haber sido ultrajados por amor del nombre de Jesús”.

No estamos ante un escenario de privilegios y de poder; sino ante una misión, conferida en virtud de una relación de fe y de amor a Cristo. Esta lógica vital no se limita a Pedro y a los otros Apóstoles; se refiere a todos los cristianos, a todos quienes, reconociéndose salvados, creen en la misión salvadora de Cristo y se sienten llamados a ser con Él, salvadores de los demás. La redención no es un hecho terminado, se cumple en el tiempo y más allá de los sufrimientos de este mundo; sin abandonar la lucha, creemos en la victoria del Resucitado.

Al amanecer de cada día, lo vemos aparecer en el fondo de nuestra existencia. Cada día, reemprendemos la lucha contra el mal en todas sus formas, y no solo en estructuras marginales,  llegando a ser así pregoneros y testigos de la Resurrección. Los ambientes y los graves desafíos del mundo son el campo, donde el cristiano debe luchar por implantar los valores del Cristianismo: la desocupación, los bajos salarios, las desigualdades, la impunidad, la vivienda indigna, los derechos humanos y ciudadanos, etc.

Héctor González Martínez

Obispo Emérito

 

Carta Annua del P.Nicolás de Anaya al P. Superior en Roma (12).

3333550107_dd87082e26_q“Algunos han entendido que fue a los pueblos de Tenerapa, donde comenzó su secta el falso dios; otros que a Otinapa, donde mataron al P. Hernando de Santarén; otros a Cocorotame, que está en una hoya, a la cual se baja por una escalera de palos, a trechos, donde nunca entró español ni sacerdote, y donde viven indios gentiles, y hay fama está recogida toda la chisma de mujeres, niños y despojos, etc. Y aunque su primer intento se entendió que era acudir a lo de Chiametla, después que salió, se entendió haberle mudado, por haber venido nuevas más frescas de que está aquello menos necesitado de socorro y más seguro que otras partes”.

“Lo cierto es que aunque respecto a los enemigos, no son muchos los soldados españoles y los indios de guerra, amigos que el Gobernador lleva, es de mucha consideración que el Gobernador y gente española andan en campaña, no sólo no le osan acometer por andar ellos divididos en parcialidades, pero andan refrenados para no hacer insultos ni insolencias, a lo menos en nuestras misiones, donde hay más cerca españoles en que ha habido no pequeños peligros de alteraciones y la muerte de nuestros Padres”.

“Porque en la Misión de Las Parras y de La Laguna, donde ha estado por Superior el P. Thomás Domínguez, hubo más ocasiones que en otras, de conmoverse esta nación. La primera fue unos grandes llantos que allí hubo, por cierto indios de estos laguneros, que fueron ahorcados en Cuencamé, y otros que de nuevo se prendieron y apretaron con tormentos, por sospechosos de haber sido en la conjuración de los Tepehuanes, y que dos de los presos iban a recoger la gente para dar principio al alzamiento. Esto fue causa de que entre los de Las Parras y de La Laguna, se tratase a consejo abierto, de las muertes de los Padres; aunque los más de los indios, favorecían la parte de la paz y de la religión”.

“De sí certifica el P. Thomas Domínguez, que, si no fuera por la fidelidad de un indio llamado Don Alonso Mala, no estuviera ya con vida, y que si avivase la voz de otros castigos en tierra de paz, se podía temer una total perdición de aquella parte. Más remitieronse a instancias de nuestros Sacerdotes, los culpados que por estas sospechas estaban presos; y con esto cesó esta ocasión y con satisfacerles de la justificación con que en lo demás se había procedido”.

“La segunda ocasión era la poca opinión que al principio se concibió de los españoles, porque como a una dieron los Tepehuanes en Guanaceví, en El Zape, en Santa Catalina, en Atotonilco, en Papasquiaro y en otros Reales y haciendas de los españoles, haciendo en todas su hecho pensado, con toda pujanza, no dejó de causar esto abilantez (¿) en las demás ocultas naciones y mucho más en las vecinas , hasta que por un parte los Capitanes Martín de Olivas y Juan de Cordejuela, reprimiesen su osadía en La Sauceda; y el Gobernador y el mismo Capitán Cordejuela, en la jornada y socorro que hicieron a Guanaceví, recorrieron la tierra con miedo de los enemigos; más antes de esto, la poca prevención de los españoles, la atribuían los indios a cobardía, y les ponían ánimo para intentar otro tanto como los vecinos; por esto se deseó por parte del Gobernador enviar escoltas de algunos soldados a los Padres, para que siquiera pudieran salir seguros a tierra de paz, pero ni aún esto se pudo, parte por la poca seguridad de los caminos, parte por no enflaquecer la poca gente que en la Villa había, con que por horas se temía el mismo suceso que a los otros Padres, y aún de mucho mayor mal, comunicándose las fuerzas de estos con las de los Tepehuanes rebelados”.

“La tercera ocasión que se ofreció de inquietud, fue una rigurosa enfermedad de viruelas, que a manera de peste, los llevaba sin remedio, con una hinchazón tan deforme, que aún antes de morir, no había quién los conociera, precediendo al mal rigurosos dolores, que si no se mitigaban, los mataba al segundo día, aún antes de salir las viruelas. De ahí procedió una hablilla entre los viejos, diciendo que por haber recibido a los Padres y tenerlos en sus tierras, se había enojado cierta vieja que ellos dicen estar en la sierra y la tienen en gran veneración y respeto; y por eso, le había enviado tantos males, y que, aunque habían querido aplacarla con ropa y otras cosas, no se había mitigado su justa ira y enojo. Con esto, no dejó de darse causa a alguna alteración; con que al mismo tiempo surgió entre los Tepehuanes, aquel hechicero con sus embustes. Hubo otro en esta Región de Parras, ofreciendo los mismos premios y amenazando con los mismos castigos”.

Héctor González Martínez

Obispo Emérito

 

Carta Annua del P. Nicolás de Anaya al P. Superior en Roma (11)

3333550107_dd87082e26_qCon los tepehuanes que huyeron, iban “el dicho Mateo Canelas y otro indio llamado Cogojito cuyo yerno había sido uno de los muertos del día anterior. Todos estos se habían adelantado aquella misma noche a Tenerapa recelosos del hecho que hicieron y el asalto con que los españoles les acometieron, y los más principales de ellos se llevaron consigo sus mujeres; y aunque todos procuraron huir, fueron muertos en este albazo treinta grandules y se prendieron hasta  220 personas, mujeres y niños, sacándose dos niñas españolas, hijas del teniente de Santiago, llamado Juan de Castilla, que murió allí con los Padres; también se sacaron cinco mulatas y otra gente de la nuestra, que los enemigos tenían en su servicio”.

“Hizo el Gobernador ahorcar algunas viejas, que habían sido parte en las alteraciones de los indios, y, entre ellas, a aquellas dos indias mexicana y tepehuana, que en Santiago fueron puestas en las andas de los santos al correr de la sortija en la cruz”.

                   “Se les cogieron algunos arcabuces, cotas, cueros y otras cosas que pillaron los soldados de más 1500 pesos de valor; se les sacaron más de 150 cabalgaduras, yeguas y mulas, con que el Gobernador prosiguió su camino hacia Santiago, y andadas cinco leguas, dio aviso para que viniera el resto de la gente con el bagaje, habiendo sucedido este asalto el lunes tres de febrero; y el martes cuatro, llegó él por una parte y el bagaje por otra a Santiago, dando gracias a nuestro Señor, por el buen suceso”.

                  “Aquí se hallaron los huesos de los difuntos, como si hubieran muchos años que hubieran fenecido; a ellos y a los de Atotonilco se les dio sepultura, sin poder ser conocida persona alguna, sin hallarse otra cosa que los  huesos de los muertos, y la Iglesia y casa de la Compañía, quemadas”.

“Salió el Gobernador con su gente y prisioneros en demanda de La Sauceda, y tres leguas antes de llegar a ella, en el paraje que llaman de los Pinos, se encontró al Capitán Sebastián de Oyarzabal, que venía en ayuda con 44 soldados despachados por el General Francisco de Urdiñola, y al Capitán Hernando Díaz con otra compañía de soldados y 200 indios amigos de los de La Laguna, con que nuestro ejército se iba engrosando, para el castigo de los bárbaros, que hasta este puesto, en las más ocasiones ha huido, quedaban de ellos ahorcados y muertos casi 250, y otras tantas personas de la gente menuda en prisión, con que llegó el  Gobernador a la vista de Guadiana donde entregó los cuerpos de los cuatro Padres, que murieron en El Zape, al Superior y Padre de nuestra casa de Guadiana, para que se les diese la debida sepultura, como después se dirá”.

“Estado de las demás Misiones, como son la de Parras, la de Topia y S. Andrés”.

 “Estando pues en esta ocasión (por marzo de 1617), el Gobernador (D. Gaspar de Alvear) a vista de Guadiana, le vino nueva, cómo los indios del Mezquital habían quemado a Atotonilco, que está a cinco leguas de la Villa de Nombre de Dios, y que con el pueblo habían quemado la Iglesia. Además de esto, que en la Sierra, camino de Chiametla, de nuevo dieron muerte a algunos españoles, que iban de esta Villa por orden de su Señoría, con tres mil pesos de ropa, para sacar indios amigos de aquella Provincia, para ayuda de la guerra; y que de la Villa de S. Sebastián, que está a ocho o diez millas de Chiametla, estaban los españoles retirados y en aprieto y que pedían socorro”.

“Todo esto obligó al Gobernador a abreviar en cosas y sin entrar en la Villa con su gente y la que de nuevo le habían venido a acudir a poner remedio a todos estos daños, y otros que se pueden temer en las demás partes, que en todas dan bien en qué entender y a lo menos qué cuidar a los españoles e indios fieles, los mismos indios tepehuanes, ya inquietándolos con armas, ya procurándolos remover con persuasiones y legaciones, habiendo ya atraído en muchas partes a algunos pueblos y naciones a su secta y parcialidad”.

“Con que en ninguna parte hay seguridad de sediciones y alborotos domésticos; y así no se sabe determinadamente a cuál de estas partes haya ido el Gobernador, porque alzando el campo, no ha dado parte de sus designios y pretensiones por deslumbrar y desmentir a los espías”.

Héctor González Martínez

Obispo Emérito

 

Carta Annua del P. Provincial Nicolás de Anaya al P. General en Roma (10)

3333550107_dd87082e26_q“Este indio (Antonio) se colgó (o fue colgado) de un palo delante de la Iglesia donde habían muerto a nuestros Padres, donde fue el más triste espectáculo que se puede imaginar, ver tantas crueldades como en aquel paraje se ejecutaron en ellos (los Padres) por estos bárbaros”.

  “El Padre Juan del Valle y el Padre Luis de Alavés, murieron juntos, como dos pasos fuera de su propia morada. Al Padre Morante y al Padre Juan Fonte hallaron, que los habían muerto antes de llegar a El Zape, como un cuarto de legua; el uno cayó en frente del otro, cada uno en su quebrada, quedando en medio el Camino Real. Todos cuatro estaban enteros y bien conocidos, ellos y los demás, como si los acabaran de matar. Viéronse así mismo, sembrados por el suelo, los cuerpos de casi noventa personas; más de treinta de ellos españoles, y los demás indios, indias, gente de servicio, chicos y grandes, hasta niños de dos años, cosa lastimosa y que causó gran compasión; y a una mano estaban todos, las bocas al suelo; créese ser esto, ceremonia de los indios de esta nación”.

“Estaban quemados treinta indios chicos y grandes, donde se debieron entrar a guarecer, la Iglesia abrasada y robada, y la celda del P. Juan del Valle, donde se había recogido alguna gente, también estaba quemada. Todos estos difuntos, mandó enterrar el Gobernador en la Iglesia; solo los cuerpos de los cuatro Padres reservó para traerlos consigo, como caballero tan devoto y aficionado a la Compañía, con la mayor devoción y decencia que pudo, para depositarlos en la Iglesia de Guadiana; aunque contra la voluntad de y devoción de los vecinos de Guanaceví, que pretendían de derecho suyo, y no podérseles quitar estas hermosas prendas”.

“Antes de entrar y salir de El Zape, se dieron algunos albazos a los enemigos. Con todo, en varias ocasiones se hicieron algunas presas y quedaron algunos presos y alanceados. Halláronse en algunas cuevas, cálices, ornamentos y otros objetos del culto divino, y quinientas fanegas de maíz, con que se añadió socorro a los de Guanaceví, fuera de otras mil quinientas que se quemaron, por quitárselos a los enemigos, y dejando quietos los ánimos de los Vecinos que estaban dispuestos de dejar aquel puesto. Dejóseles también presidio de veinticinco soldados y suficiente pólvora y munición, con que pareció quedar bien pertrechado aquel real”.

“Con esto y con los cuatro cuerpos de nuestros Padres, volvió el Gobernador por Santa Catalina, y en llegando allá, se fue por dos partes a buscar al enemigo, por una parte, Cristóbal de Ontiveros con algunos españoles e indios amigos; por otra el Capitán Montaño con su gente; más, aunque a Montaño le salieron ochenta indios y a Ontiveros más de cien, todos huyeron sin osar esperarles, emplazando a nuestros capitales para verse en Santiago Papasquiaro; aunque tampoco allá aparecieron”.

“Se buscó el cuerpo del Padre Hernando de Tobar, y si no se pudo hallar más que una canilla, no se sabe si es suya. Se halló también un petaquilla, con papeles y ornamentos hechos pedazos”.

“Saliendo de ahí para Atotonilco, salieron los enemigos al encuentro, y con ellos un mestizo llamado Mateo de Canelas y otros de los criados más prácticos de los españoles, que han dañado mucho al haberse ido y aún capitaneado a los enemigos. Murieron trece de ellos a los primeros encuentros, y entre los muertos, uno fue al Capitán Pablo, a quien todos los que allí salieron reconocían; y como reconocieron su derrota y no haber hecho algún daño a los de nuestra parte, huyeron; quitándoseles algunos arcabuses, caballos y mulas”.

“Este Capitán Pablo que aquí murió es aquel, que con perversa traición y maña, persuadió a los Padres Orozco y Cisneros y la demás gente que estaban encerrados en la Iglesia de Santiago, y los invitó a salir en falsa paz, para luego matarlos a todos. De estos se prendió a un indio a quién le dieron tormento, quien declaró, que todo el bagaje, las mujeres y la gente pequeña esperaban en Tenerapa, al abrigo y amparo de un falso dios, que allí había iniciado su adoración”.

“Después de aconsejarse y escuchar dificultades, ante el buen ánimo del Gobernador, Capitanes y soldados, como a las siete de la noche, salió el Gobernador, llevando al Capitán Juan de Cordejuela, cincuenta soldados españoles y sesenta indios amigos, dejando a los demás a custodiar el equipaje. Al amanecer, llegaron a la vista de Tenerapa, un indio que andaba recogiendo los caballos de los enemigos, los divisó y a gritos, avisó de la llegada de los españoles, quienes acometieron con nuevos bríos; los tepehuanes, se desbandaron y huyeron”.

Héctor González Martínez; Obispo Emérito

 

Carta-Informe del P. Nicolás de Anaya al P. General en Roma (9)

                 3333550107_dd87082e26_q “Súpose por un espía de los enemigos, que fue preso y ahorcado, que venían a ella los indios que destruyeron a Santiago Papasquiaro, y traían por Capitán a aquel Pablo que engañó a los cercados y los hizo salir con falsa paz. El dicho Pablo estaba rancheando poco más de dos leguas de la Villa, y él y otras parcialidades traían revelada y alterada a toda la tierra, aunque no se atrevieron a acometer a Guadiana, en que toda la gente menuda, niños y mujeres, estaban recogidos en nuestra Casa e Iglesia, por ser la más capaz y fuerte que hay en aquella Villa; otros se recogieron en la Iglesia de S. Francisco, otros en las Casas Reales y en otros dos o tres puestos”.

                  “Luego que yo, el P. Nicolás de Anaya, tuve noticia de lo sucedido, con la mayor prisa que pude, partí a Zacatecas, para ver si desde allí podía dar orden de pasar a Guadiana, y verme con el Gobernador para disponer lo que conviniese; y no siendo por entonces posibles le escribí, rogándole entre otras cosas, que diese orden, en que los cuerpos de los Padres, se pusiesen en cobro, y que si ser posible se trajesen a la Villa, no permitiendo que desnudos y en el campo, estuviesen hechos pasto de las bestias fieras”.

                  “Por esto y por visitar la tierra y dar socorro a las minas de Indehé, Guanaceví y otras partes, salió el mismo Gobernador con algunos soldados, que serían 67 de a caballo armados, y ciento veinte indios armados de nación Conchos, y trescientos quintales de harina, y setecientas reses vacunas, saliendo con este socorro de las minas de Indehé para Guanaceví, halló en el camino algunas estancias quemadas, hechos pedazos los cálices, las aras y ornamentos que allí había; y aunque en algunas partes halló rastros de enemigos, no pareció seguirlos, por no dilatar el socorro; pasó con trabajo una cuesta que llaman del Gato, habiendo de pasar todo el bagaje, por donde apenas pueden caminar uno tras otro;  saliéronle allí los enemigos que les arrojaban peñascos tan grandes que se veía llevar los árboles por delante, aunque presto se pusieron en huida y dejaron el paso libre”.

“En la cumbre de esta cuesta, halló muertos al P. Esteban Montaño, O.P., a un Regidor de la Villa de Guadiana llamado Pedro Rendón y a dos indios, que todos habían sido allí muertos por noviembre, a principios de la conjuración. El P. Esteban, echaba de sí una admirable fragancia; tenía en la corona, en un pie y en los dos dedos de la partícula, la sangre tan fresca como si la acabara de derramar, con haber dos meses que era muerto; tenía el Breviario junto a sí, tan sano y entero como si sobre él no hubiera  llovido ni caído las muchas nieves que por diciembre hubo.  También se halló una memoria, a modo de testamento y última disposición de sus cosas, que había hecho al salir de Guanaceví, cuando no había prenuncios del alzamiento. Lleváronse allí los cuerpos, y trajera consigo el Gobernador el de este santo religioso, si no le hubiera sido forzado dejarlo allí en Guanaceví por la estimación que todos aquellos vecinos hicieron de su santidad y muestra de ella, y por el consuelo de aquel Real de Minas”.

“El día siguiente, que fue 15 de enero, entró el Gobernador en  Guanaceví, donde encontró quemadas las haciendas de sacar plata; los dueños y vecinos, en grande aprieto por los asaltos que cada día daban los enemigos, a cuya causa los españoles y su gente estaban retirados en la Iglesia. Fue su llegada muy importante y oportuna, por haber ya faltado del todo el bastimento y municiones. Cobraron nuevo aliento y hubo regocijo general. Salió de allí el Gobernador con ánimo de buscar al enemigo, llevando consigo veintisiete soldados y treinta indios amigos, enviando por otra parte al Capitán Montaño con otros veinticinco soldados y sesenta indios amigos, y algunos otros tepehuanes que le servían de espías, con orden de que corrida la tierra, todos se juntasen en El Zape, como lo hicieron llegando allí a 23 de enero, habiendo hecho presa el Capitán Montaño a un indio llamado Antonio que, por su declaración parecía haberse hallado en todas las muertes y robos que se habían hecho y era hijo del Cacique de Santa Catalina, donde mataron al P. Hernando de Tobar; de entre cinco, solo este pudo apresar, matando a dos y escapando los otros dos. De este Antonio se supo que los comprehendidos en el alzamiento y conjuración con los Tepehuanes, eran también los Tarahumares, y los de Ocotlán, los de El Valle de S. Pablo, Conchos, Acaxees, Xíximes, Piaxtla, Nangarito, San Francisco del Mezquital, Laguna y Parras, y que había quien llevase y trajese cartas, y en Guadiana quien avisase de nuestros intentos”.

Héctor González Martínez

 Obispo Emérito

 

Carta-Informe del P. Nicolás de Anaya al P. Superior en Roma (8)

3333550107_dd87082e26_q“Venían los enemigos a caballo y a pie, vestidos de las ropas y bonetes de los Padres que dejaban muertos, lo cual se pudo divisar por hacer buena luna. Recogióse el Alcalde Mayor con su gente en Guanaceví, donde quedaba puesto en presidio, dentro de la Iglesia, con todos los demás, hombres y mujeres, en número de más de quinientas personas; y habiendo quemado y asolado los Tepehuanes todo aquel Real y todas las haciendas vecinas, tenías puestos en gran aprieto a nuestra gente, que pedía y esperaba el socorro que el Gobernador les llevó después de Guadiana, de gente y bastimento, como luego se dirá”.

“No hubiera peligrado menos el puesto y asiento  que es la villa de Guadiana, si el Señor no hubiese proveído que al tiempo de la conjuración, en que los indios daban con los demás puestos, éste se librase con especial providencia, que, a no ser así, se pusiera en gran contingencia de perderse y de cerrarse la puerta al remedio de los demás”.

“Habíanse pues confederado con toda la nación Tepehuana los pueblos del Tunal y otros vecinos, y distantes poco más de una o dos leguas de la Villa, para que al mismo tiempo que los demás daban en sus puestos, dieran estos a una en aquiste. Fue nuestro Señor servido que una recua cargada de ropa que pasaba a Topia, les moviese a anticiparse por robarla, con que incautamente hicieron demostración de su depravado intento, y así dieron lugar a prevención, con que el Gobernador manó llamar  aseguradamente a los indios principales de dichos pueblos vecinos que andaban ya alborotados y con grandes resoluciones prevenidos de mucha flechería, arcos y otros pertrechos de guerra, lo cual se vino a entender poco después aún más claramente, porque aún no se tenía tanta sospecha de estos indios cercanos, hasta que habiéndolos llamado para ayudarse de ellos en el reparo de la Villa y para hacer trincheras y cubos y tomar las bocas de las calles y cerrar otras, andando en esto, uno de los indios, no pensando que lo oyese nadie dijo así: dadnos hoy prisa, que mañana lo veréis, lo cual oyó un religioso de S. Juan de Dios, que acaso estaba detrás de una puerta, y se tomó de aquí más luz de su mala pretensión y motivo, para ponerlos en prisión y darles tormento, para cuyo efecto los encerraron en las Casas Reales y a otros que se tenían por más culpables y que removían a los demás, se pusieron en el cepo y estándoles examinando uno por uno, de improviso se levantó un grande alboroto, que clamaba arrebato en la Villa diciendo, que habían muerto españoles y que venía gran suma de indios; entraron en esto los españoles, diciendo: arma, arma, y con sus espadas y dagas mataron a puñaladas a dichos indios; vióse haber sido esto ardid de guerra y rebato falso de algunos de los españoles, que lo fingió para no esperar a que un negocio tan grave, en qué consistía no solo la paz, sino la vida de todos, se remitiese a probanzas y confesiones, donde los indios era tantos y el peligro tan manifiesto y urgente, pues dos de los heridos, antes de morir, confesaron a voces estar aliados con los demás, y esperar presto socorro para destruir en un punto la Villa, a cuyo fin en son de regocijo se tocaba un clarín con que los conjurados se entendían. Hallóse en casa de un indio una corona de rica plumería dispuesta a dos órdenes, porque se trataba de aquel que había de ser rey de Guadiana y de toda aquella tierra; este con casi otros 70 indios de los mismos que se hallaron culpados y ser los principales movedores del alzamiento, los más de ellos Caciques, Gobernadores y otros Principales, fueron ahorcados alrededor de la Villa y en la plaza, y porque se tuvo noticia que los demás de la nación tepehuana iban cargando a esta parte, trató luego el Gobernador con más calor y diligencia del reparo y pertrechos de la Villa, eligiendo cuatro puestos con cuatro Capitanes, que asistiesen en las entradas de ellas, con cubos, troneras y otros reparos y echó bando con perdón general a cualesquiera españoles, mestizos y mulatos, que hubiesen cometido algún delito, si viniesen a servir a su Majestad para el socorro de la Villa y Gobernación”.

                  “Envió munición, pólvora y bastimentos a La Sauceda, a Indehé, a Guanaceví y a los demás puestos, aunque de pólvora había poca provisión, hasta que llegaron los quintales de ella, la moneda y lo demás que se esperaba de México, de que el Sr. Virrey hizo el socorro que fue menester, librando la moneda necesaria en las Cajas de Zacatecas y Guadiana con calor del General Francisco de Urdiñola”.

Héctor González Martínez

Obispo Emérito

CartaAnnua-Informe del P. Nicolás de Anaya al P. Superior en Roma (7)

3333550107_dd87082e26_q“El otro (escapado) fue el P. Andrés López, que en un partido de los Tapehuanes tenía su doctrina, en que se ve la especial Providencia con que el Señor dispuso la vida de uno y la muerte del otro: porque estando avisado el P. Andrés López para venir al Zape, al mismo tiempo que habiendo dispuesto su partida estaba ya a caballo para venir , en demanda de su venida, recibió carta de los Padres de El Zape, que dilatase el viaje, ora porque se transfería la fiesta, ora porque ya los Padres tenían algunos prenuncios y deslumbres, aunque hartas, de la inquietud de los indios, con que se detuvo, y tuvo tiempo para saber del alzamiento y ponerse en cobro (a salvo) como lo hizo, que, a no ser así, pasara la misma fortuna; retiróse a las minas de Indehé, donde quedaba pertrechado con treinta españoles, 20 de ellos arcabuceros, y estuvo allí, no del todo sin riesgo, porque andaban a la vista los escuadrones de los enemigos hasta que llegando a aquel Real el Gobernador, cuando después caminaba a Guanaceví, dejó en Indehé suficiente recaudo para su defensa”.

“El P. Hernando de Santarén, el mismo día que salió de su doctrina para bajar a este pueblo de El Zape, tuvo muy diferente suceso, porque muy pequeño rato después que se hubo partido de Guapijuje, llegó allí un propio con una carta del P. Andrés Tutiño, con que le daba aviso del rumor que entre sus Xíximes había corrido del alzamiento de los Tepehuanes que le tenía cuidadoso y no del todo seguro, por lo que después diré, y que así no saliese de su doctrina. No alcanzó este aviso al P. Hernando Santarén, y aunque se hizo diligencia para que lo tuviese, enviando hombres a caballo en pós de él, no pudieron alcanzarle y así hubo de caer en manos de los Tepehuanes, a quienes había también  doctrinado”.

“Llegó pues, el buen Padre, en la prosecución de su viaje, a un pueblo de Tepehuanes llamado Yoracapa y queriendo decir Misa, hizo llamar con la campana y a grandes voces al Fiscal, por recaudo para decirla, más entrando en la Iglesia, como la vio profanada, maltratado el Altar, arrastradas y desfiguradas las Imágenes, recelándose del mal que había, se volvió a poner a caballo para seguir su jornada. Aguardábanlo los indios, asechándolo al paso de un arroyo; aquí agarraron de él y le echaron de la mula abajo y él les preguntó ¿qué mal les había hecho, por qué lo mataban?  Respondieron ellos que ninguno; más que harto mal era para ellos ser Sacerdote , y con esto le dieron con un palo tan fiero golpe en el cerebro, que le esparcieron los sesos, dándole otras muchas heridas, con que el dicho Padre, invocando el dulcísimo Nombre de Jesús, acabó felizmente su jornada”.

                  “Se ha visto después acá, su cuerpo sin sepultura, a la orilla de un arroyo y desnudo, sin tener remedio de podérsela dar por ahora, como sí se dio por muchos días a los demás Padres y españoles que han muerto. Han llorado la muerte de dicho Padre Hernando de Santarén las mismas indias tepehuanes, mujeres de los matadores, cansadas de ver la crueldad de sus maridos contra sus Padres y Sacerdotes, que tan pacíficamente los doctrinaban”.

                  “Con el aviso que se dio en Guanaceví de las cosas de El Zape y con la falta del P. Alabés, salió al punto el Alcalde Mayor D. Juan de Alvear con doce soldados y llegaron a la media noche al puesto e Iglesia, a donde vieron el estrago que los idólatras habían hecho. Antes de llegar, encontraron a un hombre llamado Alonso Sánchez, ya difunto y cortadas las manos y abierto el vientre, y por el cementerio vieron muchos de los cuerpos desnudos y sembrados por todo el, muertos con la misma atrocidad, y otros dentro de la Iglesia. Vocearon por ver si se  había escapado alguno, y no respondiendo y volviéndose al Real con el sentimiento que fácilmente se deja entender, salió en pos de ellos una escuadra de enemigos con quienes pelearon valerosamente, y los fueron siguiendo por espacio de dos leguas, maltratándolos con muchas heridas, y al Alcalde Mayor le mataron el caballo y le dejaron a pie, con que corriera el mismo trance, si no lo socorriera un indio mexicano que se halló allí con su bestia y se apeó de ella e hizo subir al Alcalde D. Juan y esta lealtad que le salvó a él, puso al indio en términos de perder la vida, porque salió muy mal herido de la refriega, y aún le daban por muerto, hasta que al otro día apareció en el Real de Guanaceví. Venían los enemigos a caballo y a pie, vestidos de las ropas y bonetes de los Padres que dejaban muertos”.

  Héctor González Martínez

Obispo Emérito