El Islamismo

3333550107_dd87082e26_qLas coyunturas históricas piden nuestra reflexión histórico-cristiana sobre el Islamismo, que teniendo como iniciador o fundador a Mahoma,  actualmente cuenta entre mil y mil quinientos millones de creyentes, de lo que nos ocuparemos en esta y dos entregas más. Mahoma nació hacia el año 571 en La Meca (Arabia Saudita). Pasó su juventud envuelto en leyendas y tradiciones de los hanifs (árabes influenciados por judíos y cristianos que sentían la tendencia a una religión espiritual y elevada). Casi la única fuente segura  que nos da datos ciertos es El Corán, libro sagrado del Islamismo, que debe ser leído críticamente.

           De los datos y leyendas del Corán, podemos deducir que Mahoma era hijo de Abdallah, familia de los hachemitas, tribu de los coraichitas. Pronto quedó huérfano y fue recogido por su abuelo Abd-el-Montalib, al morir este dos años después, quedó de tutor su tío Abou-Talib. Por la pobreza de su tío, Mahoma tuvo que dedicarse a cuidar ganado, trabajo que estimó siempre como timbre de gloria, comparándose con los grandes profetas, escogidos por Dios. Tal vez, en esta primera etapa, por sus contactos personales con comerciantes judíos y cristianos que pasaban por La Meca, de ellos aprendió a tener altos ideales religiosos, convirtiéndose en verdadero hanif.

            A la edad de 25 años, se puso al servicio de Khadidja, una  pariente lejana de 40 años de edad, intimando hasta contraer matrimonio. Khadidja, influyó mucho en el desarrollo de la ideología religiosa y en la moralidad conyugal de  Mahoma, dándole varios hijos, particularmente Fátima, que casada con Alí, inicia el tronco hereditario de Mahoma. A los 30 años empezó a sentir fuerte preocupación por los temas religiosos; llevaba vida de hanif, meditando en la otra vida, adorando a un solo Dios, Allah, es decir Creador del mundo y de cuanto contiene;  abominando del fetichismo árabe, retirándose de vez en cuando durante un mes a un monte cercano para hacer intenso ascetismo. Estos retiros, en ayuno y meditación, forman el punto de partida de la religiosidad mahometana.

            Este es el tiempo de las supuestas revelaciones o visiones; según una de las cuales, se le apareció el ángel S. Gabriel y le dijo: “toma y lee”, enseñándole la existencia de Dios, Creador y Señor absoluto del hombre. A los tres años se repitieron las visiones, asegurándole de su misión profética, como enviado de Dios. El resultado fue que a los 33 años de edad, llegó a la sugestión absoluta de ser escogido y enviado de Dios para comunicar a los pueblos árabes la verdadera fe. En esta convicción le apoyó fuertemente su esposa. Mahoma tenía fe absoluta en los sueños como sus contemporáneos; podemos admitir que realmente tuvo algún género de visiones, verdaderos sueños que fueron sugestionándole más y más, sobre su misión para con sus paisanos.   Las verdades con que inició su predicación, fueron: “Dios es nuestro Creador, a Quién todos debemos estar sumisos, y Mahoma es su profeta, a quién por consiguiente hay que creer y seguir”. Este seguimiento de Dios se llamó Islam.

            Seguro de su misión y creyéndose profeta de Allah, inició su campaña proselitista: quienes se adhirieron primero fueron: su esposa,  El Zaid, Abou-Bekr, Ohman, Omar, algunos jóvenes, mujeres y esclavos. Los inicios fueron lentos y erizados de dificultades; Mahoma no se dirigió abiertamente contra el culto establecido. Atacó la idolatría como contraria a la tradición árabe; atacó duramente los abusos de los comerciantes ricos contra los pobres.

            La tribu de los coraichitas, tomó la causa como propia. Y juzgando que aquella predicación iba encaminada a destruir el culto centralizado en La Meca, iniciaron una abierta oposición y una persecución contra el innovador. Hay qué reconocer que Mahoma mostró habilidad y acierto, en el modo de iniciar,  uniendo la finalidad religiosa con la social y política; se puso de parte de los pequeños comerciantes y de la gente pobre, de donde reclutará las masas que habían de llevarlo al triunfo. Pero, el choque fue terrible: Mahoma fue tratado de loco, soñador e imaginario y sobre todo, de enemigo de la tribu; se reían de su misión y le exigían pruebas irrefutables.

            La persecución iba creciendo, de modo que Mahoma, su familia y sus partidarios en La Meca, se vieron en verdadero peligro. Para colmo murió su esposa y su tío Abou-Talib, en quienes sentía seguridad. Recibió una comisión de emisarios de Medina, asegurándole asilo y protección. Ante lo cual inició la emigración por grupos, primero sus amigos; al fin el 16 de julio del 622 salió él a Yatrib, que desde entonces se llamó Medinet-en-Nabi, o simplemente Medina o Ciudad del profeta. Fue verdaderamente una héjira (fuga  o huida), que da comienzo a la lucha de Mahoma por la conquista de la hegemonía sobre las naciones árabes, y triunfo del mahometismo. Las leyendas narran que inmediatamente una araña tejió una tela en la cueva donde se refugiaron Mahoma y compañeros.

                                                                                                     Héctor González Martínez; Obispo

 

La Sierra Madre (2)

3333550107_dd87082e26_q   En las planicies crecían verdes y hermosas arboledas, selvas y boscajes. Sus cortos valles y laderas, se ven poblados de altos pinos con sus piñas y piñones, que sirven de alimento a innumerables papagallos de distintos tamaños y colores, que gritan con exceso, pero disciplinados cantan bien. Vuelan aves bravas y parvadas de pavos de indias, alimento substancial y ligero. Caza de conejo, liebre y codorniz. Se oyen cantos suaves de jilgueros, y otros pájaros grandes y pequeños, de variado plumaje que alegran y divierten la vista.

            La sierra produce algodón blanco y pardo. En las laderas de las montañas, hay grandes haciendas de ganados mansos y bravos, de donde se mantienen las minas de carne. Abundan flores a perpetuidad, frutas criollas y de castilla: higos, peras, uvas, manzanas, granadas, duraznos, nueces, moras; en la tierra templada y más caliente sidra, lima, limón y naranjas suavísimas; frutas nativas chirimoya, aguacate, plátano, guayaba, zapote, ciruela, melón, melocotón, caña de azúcar, camote, tuna; y como otras doscientas clases de frutillas silvestres y raíces que sustentan a los nativos la mayor parte del año, supliendo la falta de maíz y otras mieses.

            Hay copiosa abundancia de riquísima miel, alguna tan blanca como la misma nieve; los indígenas la descubren con destreza, asechando a las abejas en los aguajes a donde acuden a beber agua cuando el cielo está sereno y limpio de nubes; las siguen velozmente hasta ver donde entran, que de ordinario es el hueco o cóncavo de las encinas, donde labran no menos artificiosamente, no en panales, sino en pequeñas botijas del tamaño de un huevo de paloma, según la capacidad del hueco. No será razonable pasar de largo sobre la Providencia que nos enseña cierto pajarito llamado carpintero: en verano, en un pino seco abre arriba de diez mil agujeros y en cada uno encaja una bellota, como provisión para el invierno, con tal exactitud matemática como si hubiera medido el agujero y la bellota. En las concavidades mayores, cazan lagartos azules y verdes, que llaman iguanas, formidables a la vista, pero de gusto suave y apacible; los europeos, después de pasado el horror, también los comen y les gustan más que las aves. Crían muchedumbre de tigres, osos, leones, lobos, onzas, coyotes, jabalíes y venados grandes. Hay infinidad de palos de variadas virtudes, de drogas y hierbas medicinales, que obran instantáneos efectos y milagros, que si los arbolarios y médicos vinieran a estas partes, y se aplicaran a hacer experiencias, podrían escribir grandes volúmenes de no menor estima y provecho que los de Theofasto, Dioscórides y Galeno.

            En las cumbres de estos montes, nacen muchas fuentes purísimas, lanzando cada una hermosos golpes de agua, que descolgándose por precipitadas lozas vivas se despeñan a lo profundo de las quebradas; y calando por lo torcido de sus innumerables bocas y canales, encontrándose unas con otras a corto trecho se convierten en ríos caudalosos; que unos enderezan con presuroso curso al mar del sur y otros al del norte, llenos de maravillosos peces y riberas vestidas de verde y boscaje. Cuando el calor del sol fuerza en los montes la nieve a sudar y destilar el agua, aumenta notablemente la de los ríos, y sin llover causa crecientes; estas son más ciertas en Navidad, con las aguas-lluvias que recogen; entonces, hay en las partes bajas grandes inundaciones, que sobrepasando todos los límites se explayan dos o tres leguas de ancho; y en ocasiones hacen tal estrago que se llevan pueblos enteros, personas, ganados, y cuanto topan por delante. Un Padre Soto, refiere que en 1638, habiendo treinta leguas de distancia entre el río Mayo y el río Yaqui, fue tan grande la avenida que se juntaron los dos; pero con ser tan caudalosos estos dos ríos,  en los  tiempos secos, el excesivo calor del sol los concentra en la tierra y la arena, de manera que no llega gota de agua al mar; en estas avenidas, resplandece la Providencia Divina, que así sustenta a las provincias de Sinaloa, Culiacán, Piaxtla y Acaponeta, pues siembran por Navidad y cosechan por S. Juan.

            En estos ríos se ven muchos caimanes o cocodrilos horrendos, y hacen presa de los descuidados y de los animales; ponen sus huevos y empollan en la arena cercana al río, con cuya humedad y el calor del sol, se forman las crías. Aún siendo fieros, un solo hombre los puede lazar y arrastrar fuera del agua, juntándose otros a estirar, pues, son grandes y fuertes. Se halla en estos ríos, abundancia de truchas, bagres, mojarras, liza y robalo; y de una sola redada, suelen sacar los nativos, cuarenta arrobas de bagres y mojarras. Pero donde es más copiosa la pesca es dos o tres leguas antes de que desagüen estos ríos en el mar del sur, donde de una sola vez, se pueden pescar cuatro o cinco mil arrobas de liza o robalo. En esta Sierra Madre, misionaron el P. Hernando Santarén y otros mártires jesuitas.                               

Héctor González Martínez

 Obispo Emérito

La Sierra Madre

            3333550107_dd87082e26_qHabiendo conmemorado del 16 al 21 de este mes, en El Zape, 499 años del martirio de 8 misioneros jesuitas, otros 2 religiosos, y alrededor de 100 laicos, hoy extracto de la descripción del P. Hernando Santarén, hecha a 10 años de haberla recorrido, a petición de su P. Provincial y revisada por el P. Albizuri. Es la mayor que se conoce sobre el orbe de la tierra. Comienza en el sur en el Estrecho de Magallanes; atraviesa todo el Perú, Nicaragua, Guatemala, las Mixtecas, Nueva España, Nueva Galicia, Nueva Vizcaya y se prolonga hasta Nuevo México. En el Noroeste de Nueva Vizcaya, comprende las sierras de Baymoa y Chicorato, Vacapa, Tecuchuapa, Carantapa, Yamoringa, S. Ignacio, Tabahueto, S. Jerónimo, S. Marcos, Topia, S. Andrés y Xocotilma o Xíximes.

            Es la montaña más brava, tierra más áspera y fragosa en toda América. En su altura mayor, parece que quiere alcanzar a las estrellas. Formó la naturaleza altísimos y toscos peñascos, breñas partidas, peñas de lajas lizas y peinados riscos, que sobrepujan como pezones, que representan a la vista edificios hermosos, torres eminentes con puertas y ventanas abiertas con primor en peñas vivas. Según su forma tienen sus nombres: pilones, ventanas, baluartes, campanas, sombreretes, gigantes, escalera, cajones, sillas. Toda la sierra parece despedazada con innumerables canales, que la cortan y atraviesan con profundas quebradas, cuyas aberturas parece que llegan hasta el centro; de las cimas apenas se divisa  un hombre. A cada paso se encuentran cuevas y cavernas socavadas en los huecos más profundos.

            La naturaleza vistió estas quebradas y laderas, de variedad de boscaje y selvas silvestres, no enojosas a la vista, pero muchas de ellas cerradas e inaccesibles, sin vestigios ni sendas por donde penetrar; otras, defendidas por innumerables bocas y canales, arrecifes y peñas. Los caminos son notablemente ásperos y fragosos, cerrados de boscaje y abrojos, llenos de precipicios y derrumbaderos…. Los menos animosos pierden el color y el pulso con el horror de la muerte. Tienen cinco o seis leguas de subida…, y por el cansancio, como por los pasos peligrosos,… por lo retorcido de la senda, se suele ocupar un día… algunas están sembradas de piedras, que no solo gastan sino rompen las pezuñas de las cabalgaduras, y obligan a herrarlas dos o tres veces en una cuesta.

            Desde la mayor altura de estos montes, se descubre una vista apacible. Se presentan excelentes objetos: a la banda del sur, se ven espacioso mar, algunas islas, innumerables pueblos, las provincias enteras que yacen a las faldas de esta sierra, Sinaloa, Culiacán, Piaxtla, Chiametla, Copala y Acaponeta; se descubren muchos valles amenísimos, innumerables montes, pero todo tan diminuto por la distancia y la altura, que los valles parecen del tamaño de un pliego de papel y los montes como panes de azúcar. No es menos varia y apacible la vista por la parte opuesta, que descubre espaciosos lagos e infinita tierra.

             Es maravillosa la variedad de climas que se experimentan. Las cumbres de estas montañas, en ciertos tiempos del año se ven coronadas de nieves detenidas en abundancia, ocultando las veredas; los pasajeros, sin saber por dónde dar paso. Por la parte norte se descubren altísimos volcanes y sierras cubiertas de nieve envejecida. En esta parte superior el invierno es riguroso y perpetuo; el frío es intolerable. Bajando de estas cumbres a distancia de una legua, es tierra templada, como una perpetua primavera muy apacible. A distancia de otra legua, en la parte baja de esta gran serranía, el clima es en extremo caliente y acercándose más al mar del sur el calor es más riguroso, casi intolerable. Favoreció el cielo la parte templada de la sierra, con el gran tesoro de las minas de plata, que hay hasta en lo descubierto, fundando los españoles muchos Reales de Minas: Topia, S. Andrés, S. Ignacio, Carantapa, Santiago de los Caballeros, S. Matías, S. Diego, S. Nicolás, S. José, S. Bernabé, Papudos, La Pascua, S. Antonio del Valle, S. Roque, Guapixuxe, S. Hipólito, S. Telmo, Los Reyes, Corpus Christi, S. Felipe, Los Remedios, S. Marcos, S. Jerónimo, La Encarnación, Sabatenipa, Copala, S. Bartolomé; y en tierra caliente Las Vírgenes, Concepción, S. Jerónimo, Sta. Anna Tenuxpa, Amaculi, Tecorito, Olmo, Tomo, Guarizamey, Candelaria, S. Dimas, Gavilanes, Tominil  y otros no tan durables. En 1604 estaban despoblados treinta Reales de Mina, al parecer por no poderse sustentar en esta tierra la población española, ya que todas las cosas necesarias para sustentarse tenían que venir por acarreo, a precios muy altos, de suerte que lo que menos valía era la plata; por lo cual, no se hacía caso ni se beneficiaban suficientemente los metales. (Continuará).

Héctor González Martínez

 Obispo Emérito

 

Los ocho Mártires Jesuitas (2)

3333550107_dd87082e26_qEl P. Juan Fonte nació en 1574 en la Villa de Tarrasa, Cataluña. Estudió en el Seminario de Barcelona dirigido por los Jesuitas. Iniciando Teología fue admitido en la Compañía de Jesús y de 1593 a 1595 hace Noviciado en Zaragoza, seguido de los primeros votos. En 1595-1599 estudia Teología en el Colegio de la Compañía en Belén, Barcelona; viniendo ya de Sacerdote a Nueva España; donde fue enviado a la Tepehuana, aplicándose primero a aprender el idioma, hasta hablar como ellos, componiendo un Vocabulario y una Gramática. Reunía a los indígenas en pueblos, fundó la Villa del Zape, Tenerapa, Santos Reyes, Atotonilco, Santa Cruz de Nazas y el Tizonazo. Fue superior de la Misión de Tepehuanes por muchos años. Juntamente con el P. Juan del Valle acabó con el famoso ídolo de los indígenas,  Ubamari.

            P. Jerónimo Moranta. Nació en 1574 o 1575 en Palma de Mallorca. En 1595 ingresó a la Compañía de Jesús; hizo sus estudios en Zaragoza, España; en 1599 escribe al P. General Claudio Aquaviva, pidiendo ir a las Misiones de Indias; en 1605, con fervor y alegría, sale de Sevilla para la Nueva España; en llegando, fue destinado a la Tepehuana. Lo primero fue aprender muy bien el idioma tepehuan y el salinero, de modo que hasta los indígenas se admiraban; trabajó misionando y doctrinando durante diez años. Muy aplicado a la oración y meditación en el silencio de los bosques, tuvo gran caridad y generosidad para con los indígenas; muy devoto de la Eucaristía; cuando lo martirizaron llevaba el ara y el cáliz, que se encontraron junto a su cuerpo. Fue universalmente estimado y llamado como santo. En dos o tres ocasiones en que los indígenas intentaron apostatar, con sus intervenciones, llenas de caridad y celo, logró apaciguarlos y regresarlos a sus pueblos. El sábado 19 de noviembre, venían los Padres Juan Fonte y Jerónimo de Moranta a la fiesta de la nueva Imagen de la Virgen en El Zape; antes de llegar, como a una legua de distancia, salió a su encuentro un grupo de tepehuanos, sublevados, parece que encabezados por el mismo líder apóstata Quautlatas, los cuales echándose sobre ellos, con flechas y macanas los mataron; así como a muchos españoles, indígenas, negros y mulatos cristianos. Cuando, tres meses después, vino el Gobernador D. Gaspar de Alvear y Salazar, a hacer un reconocimiento y a rescatar los cuerpos, encontró los cuerpos del P. Jerónimo de Moranta y del P. Juan Fonte incorruptos, que junto con los cuerpos de los Padres Juan del Valle y Luis de Alavés, los llevó en mula hasta Guadiana, donde fueron recibidos con honores y solemnemente sepultados.

            P. Hernando de Santarén Gómez. Nació el 18 de febrero de 1567; desde pequeño fue piadoso, estudioso e inclinado a las cosas de Dios y de la Iglesia; el 9 de octubre de 1584, fue admitido a la Compañía de Jesús. En  1588 fue enviado a la Nueva España. Durante la navegación mostró servicialidad  y celo por la salvación de todos. En México estudió  Teología en el Colegio de S. Pedro y S. Pablo de la Compañía de Jesús y aprendió náhuatl, practicándolo  con los indígenas del Colegio contiguo de S. Gregorio. En Puebla, él 19 de diciembre de 1592 es ordenado Subdiácono, el 22 de febrero de 1593, es ordenado Diácono y el 19 de marzo de 1593 es ordenado Sacerdote. En mayo de 1594 es enviado a las Misiones de Sinaloa; el 27 de junio llega a la Villa de S. Miguel de Culiacán, donde  predica cinco sermones, mientras esperan el regreso del P. Gonzalo de Tapia que se encuentra en los pueblos de la sierra que andan alborotados; a los pocos días reciben noticia de la muerte-martirio del P. Tapia (11 de julio de 1594) y visitan su sepulcro. El P. Hernando inicia sus Misiones en San Sebastián de Evora, Mocorito, Bacoburito y otras. A fines de 1594 enferma en Mocorito, y regresa a Culiacán, a la Casa-Betania  de todos los Padres jesuitas; el pequeño Hernando, hijo de la familia, le sirve de enfermero, quien también morirá mártir en 1616. Restablecido el Padre, misiona a los indígenas Tahues; predica la Cuaresma de 1595 en el Real de Topia, donde convierte a muchos españoles mineros, de su mal vivir y de sus injusticias; en ese tiempo sufrió muchas pobrezas. En 1596 el P. Visitador lo envía a misionar a los Guazaves. Lo primero es aprender su lengua; pero corre peligros queriendo desarraigar los vicios  y la idolatría de los indígenas. Se rebelan los indígenas Níos, Baymoas y sus vecinos e intentan matar a los Padres Santarén y Villafañe, quienes se recogen a S. Felipe y Santiago de Sinaloa. En 1598, el P. Visitador pide al P. Santarén predicar la Cuaresma en Topia; lo mismo pidieron los de S. Andrés y Culiacán; el P. Santarén distribuyó cada semana en tres partes, haciendo 20 leguas de Topia a S. Andrés, 28 de S. Andrés a Culiacán y 26 de Culiacán a Topia. El 20 de noviembre del 1616, fue martirizado en Tenerapa, camino a El Zape; mucho después fue encontrado su cuerpo, llevado a Guadiana y sepultado junto con los otros cuatro.

Héctor González Martínez

                                                                                                                                                                      Obispo Emérito

Los ocho Mártires Jesuitas

            3333550107_dd87082e26_qDurante la presente semana se cumplirán 399 años del Martirio de los ocho Misioneros Jesuitas sacrificados en la rebelión de los Tepehuanes en el año 1616. Recordándolos y haciendo honor a cada uno de ellos, hoy ofrezco a los lectores, un recuerdo o un breve elogio, para edificación y gratitud.

            P. Hernando de Los Ríos Proaño, Guzmán y de Tovar, nació en la Villa de S. Miguel, Culiacán, Sinaloa, en 1581. La casa de su familia era como la Betania para todos los Misioneros Jesuitas en la región. Hernando, desde niño los conoció a todos y se aficionó a ellos, particularmente al primer jesuita Gonzalo de Tapia martirizado en 1594. Con el tiempo, a la edad de 17 años, Hernando ingresó a la Compañía y fue enviado a Santa Catarina de Tepehuanes, donde también fue el primero  martirizado de un macanazo, el miércoles 16 de noviembre, por la mañana.

            PP. Bernardo de Cisneros y Diego de OrozcoP. Bernardo de Cisneros, nació en 1582 en Carrión de los Condes, Palencia, España. Habiendo estudiado 2 años de Cánones, el 16 de marzo de 1600, fue aceptado a la Compañía de Jesús. En 1605 fue enviado a Nueva España, junto con el P. Jerónimo de Moranta y el Hno. Diego de Orozco. En 1610 fue enviado a la Tepehuana, residiendo en Santiago Papasquiaro, desde donde visitaba Sta. Catarina, El Zape y Guanaceví. En 1611 fue enviado a los Xiximes visitando los pueblos de Oanzame, Huicoritame, Orimaze y otros. El P. Diego de Orozco, su compañero, destruyó una ermita que un indígena levantó a un ídolo; el indígena levantó de nuevo la ermita, que luego el P. Cisneros volvió a destruir; el indígena buscó al P. Cisneros y con grande furor le dio tres puñaladas en el pecho, dejándolo por muerto; pero no murió, se curó y volvió a la misión. Los Padres sufrieron increíblemente en estos pueblos. El P. Diego de Orozco, nació en 1588, en Plasencia, Extremadura, España. Hizo sus primeros estudios en el Colegio de los Jesuitas en Salamanca. A los 15 años, siendo ya huérfano de padre y madre pidió ingresar a la Compañía, siendo aceptado en 1603. De 1605 a 1611 estudia en Ciudad de México Artes y Filosofía y Teología en el Colegio Máximo de la Compañía; en 1611-1613 enseña Gramática en los Colegios de la Compañía en Puebla y en Oaxaca; en 1614 es ordenado Sacerdote en la Ermita de la Virgen de Guadalupe. En 1614 o 1615 fue enviado a la Tepehuana, residiendo en Santiago Papasquiaro Por los rumores de la rebelión tepehuana, desde el miércoles 16 los Padres y los fieles se refugiaron en el templo. Un grupo de 200 tepehuanos, cercaron el templo, sin dejar salir a nadie; el día 18 desde Santa Catarina llegó un refuerzo de indígenas, aumentando a 500, profanando y haciendo escarnios contra la religión y destruyendo todas las casas del pueblo. Finalmente, uno de los rebeldes gritó que entregaran las armas y volverían a la amistad; entonces salieron en procesión con el Santísimo: primero los Padres Cisneros y Orozco, exhortándolos y luego los demás. Pronto los rebeldes se desordenaron, a los que salían del templo, les arrancaron los signos religiosos matando a los Padres, a españoles, indígenas, mulatos y negros. Se conocen los nombres de algunos.

            PP. Juan Fonte y Juan del Valle. El P. Juan Fonte nació en 1574 en la Villa de Tarrasa, Cataluña. Estudió en el Seminario de Barcelona dirigido por los Jesuitas. Iniciando Teología fue admitido en la Compañía de Jesús y de 1593 a 1595 hace Noviciado en Zaragoza, seguido de los primeros votos. En 1595-1599 estudia Teología en el Colegio de la Compañía en Belén, Barcelona; viniendo ya de Sacerdote a Nueva España; donde fue enviado a la Tepehuana, aplicándose primero a aprender el idioma, hasta hablar como ellos, componiendo un Vocabulario y una Gramática. Reunía a los indígenas en pueblos, fundó la Villa del Zape, Tenerapa, Santos Reyes, Atotonilco, Santa Cruz de Nazas y el Tizonazo. Fue superior de la Misión de Tepehuanes por muchos años. Juntamente con el P. Juan del Valle acaban con el famoso ídolo Ubamari. P. Juan del Valle; nació en Vittoria, Vizcaya, España; en 1591 a la edad de 15 años, ingresó a la Compañía de Jesús; el 30 de septiembre de 1594 llegó a la Nueva España; de 1595 a 1596 estudia Humanidades y Retórica en Puebla y sigue con Filosofía y Teología en el Colegio Máximo de México. Ordenado Sacerdote y después de la tercera probación es enviado a la Tepehuana, con el P. Juan Fonte; se dedicó a misionar y doctrinar a los indígenas, a enseñarles el cultivo de la tierra, a hacer adobes, construir sus casas, sembrar, cultivar y otras cosas; en 1608 acompañó al P. Juan Fonte a misionar a los tarahumares. (Continuará).

Héctor González Martínez

Obispo Emérito

Reminiscencia sobre el P. Santarén

3333550107_dd87082e26_qEl padre jesuita, Juan de Albízuri, que fue misionero en Topia y contemporáneo del P. Santarén, escribió que el “P. Hernando halló los pueblos de Topia, S. Andrés, Recuchuapa y Xiximíes, muy lucidos en nobleza, riquezas, trajes, edificios y comercios de todas las cosas humanas; pero con la copiosa turba de hombres, que de todas partes acudía a ellos, por la pujanza de la plata de sus minas”.

            “Que habían crecido poderosamente los vicios y reinaba la maldad, la libertad de la carne, la avaricia y confusión con que se estrechaba a muy breves límites la piedad cristiana… Así se estimará más el cambio notable que en breve tiempo hizo el P. Hernando, en los corazones de los hombres; y se conozcan las arduas diligencias del misionero introduciendo una admirable reforma. Victoria digna de la mano poderosa de Dios, cuya infinita bondad forzosamente ha de ser alabada, que es el principal intento, que cuando estas gentes estaban en el abismo de sus maldades y la corriente de sus pecados había salido de madre, provocando la ira divina, que en vez de castigarlos, trata de remediarlos enviando a este fervoroso Padre por su embajador y haciéndolo instrumento de su gloria”.

            “La gente que vive en estos rumbos de la Cristiandad (especialmente en las minas), es la de mayor desenvoltura y libertad del mundo, la que más ama los regalos y la lascivia de la vida. La abundancia de las riquezas, es la mayor ocasión de pecar, pues el continuo manejo de la plata, los hace liberales y manirrotos para comprar sus gustos y dar larga rienda a la voluntad, por medios lícitos o ilícitos. Más no por esa abundancia se les sacia el apetito de adquirir más; antes, predomina en ellos insaciable sed de más plata y oro; y el que topa con una mina, piensa en hacer linaje de por sí, cueste lo que costare al cuerpo o al alma. Los indígenas, aunque no reina en ellos tanto la codicia, pero sí, poderosamente la lujuria y la embriaguez (vicios propios de bárbaros). De estas hidras, brotan otras mil cabezas de sortilegios, hechizos, inicuos abusos e infidelidades, mezclando la verdadera religión con idolatrías”.

            “Acudían a estas partes, los hombres más perdidos de toda la Nueva España, sacando el cuerpo a la justicia y al suplicio de sus atrocidades y delitos: los mal casados, los alzados con haciendas y mujeres ajenas, publicando que eran propias, de suerte que estos lugares tan distantes del superior eran cueva de sediciosos, sacrílegos, homicidas, ladrones, descontentos y desalmados; donde vivían con extraña desenvoltura y libertad, comprando la voluntad a los ministros de justicia, poco enteros y nada activos en la ejecución de las leyes. Por interés, ambición y otras razones particulares, disimulaban todo y querían cohonestar su error inexcusable, diciendo que aquí eran tierras de guerra que necesitaban de todos, buenos y malos para su defensa”.

            “Faltando pues el poderoso vínculo por el cual andan hermanadas justicia y religión, en lo que consiste la felicidad interior y la política; no conservando pues la justicia, faltó el lustre de la religión, viviendo  olvidados de los medios que conducen a la salvación y a la vida eterna. Estaban establecidos muchos abusos, tratos ilícitos y usuras, que por ignorancia o por malicia, libremente se permitían. Había muchas y antiguas enemistades e innumerables pleitos, que el continuo trasiego de negocios y la codicia del interés traen consigo”.

            “Y ¿qué diré de los trablajes, heridas y muertes por la tropa que había, gente lasciva y desbocada en sus vicios?; ¿de las torpes amistades envejecidas de muchos años, teniendo algunos públicamente, de las puertas adentro dos o tres mujeres?; ¿qué, de las blasfemias y juramentos por ambición, lisonjas, liviandades, calumnias, bandos, turbaciones privadas y públicas, haciendas tiranizadas y otros mil vicios con que estaban hechas un bosque cerrado aquellas tierras, donde con la falta de sacerdotes y predicadores, casi ninguno frecuentaba los Sacramentos, si no es de año a año y de esto faltaban los más, que en muchos años no oían un sermón”.

            “Y así causó novedad y admiración, ver predicar al P. Hernando todos los domingos y fiestas del año….. Comenzó a predicar con tanta frecuencia, que predicaba cada semana seis y ocho sermones, y algunas días tres o cuatro, animando a la virtud y aprecio de Dios, dando remedios admirables a toda clase de gente”.

              El 29 de diciembre de 1616, desde la Hacienda de Las Vegas, Misión de S. Gregorio, el P. Andrés Tutino, escribe acerca de su Misión: “Aquí se está terminando otro torreón con que el Presidio podrá afrontar a los Tepehuanes, Xíximes y Acaxees. Yo doy infinitas gracias a Dios por hallarme en tal ocasión, pues nunca he tenido por bien empleada mi venida a las Índias, como en este tiempo”.

Héctor González Martínez

Obispo Emérito

Confesiones

3333550107_dd87082e26_qHoy, Fiesta de todos Santos, inicio a revelar la intimidad de cada uno de los Padres jesuitas, misioneros en la Provincia de la Nueva Vizcaya, durante los años de la rebelión de los tepehuanes, culminada en 18-21 de noviembre de 1616. A estas entregas les llamo confesiones, porque me basaré en los informes anuales y confidenciales  que el P. superior de cada comunidad enviaba al P. Provincial y este al P. Superior en Roma.

            El P. Florián de Ayerve, en la Carta Annua de 1607, escribe al P. Provincial: “Mi Padre, después de separarnos de nuestra junta, llegué a Colusa, y visitando a aquellos pobres acaxees, con un aguacero o temporal casi sin parar del 14 de diciembre al 12 de enero, durando hasta hoy la quebrada sin forma de pasarla. Estuve el día de Pascua de Navidad en Los Borrachos, y por falta de hostias y de vino, solo celebré una Misa con una hostia chica. El Año Nuevo y Reyes los pasé en Angostura, con solo frijoles y una tortilla, sin poder acudir a Topia, pues de las alturas bajaban las quebradas de monte a monte; y como las casas son de zacate y madera, estaban hechas un agua, que me obligaban a no poner los pies en el suelo; y sin consuelo de Misa, siendo lo más grande a que venimos de España. Así, estando de Misión en Indias, doy mil gracias a nuestro Señor, que me hizo hijo de la Compañía, con estas ocasiones, si yo me sé valer de ellas”.

            “Algún fruto quiso nuestro Señor Dios sacar de estas lágrimas; y para mí lo ha sido, pues dio una enfermedad a estos pobres bárbaros, que casi no hay quien se escape; algunos, después de confesados se fueron al cielo. Fui, a pie, desde Angostura a consolar a los de Aguas Blancas, por los altos, durándome el camino de dos leguas como desde las siete de la mañana, hasta las seis de la tarde; y habiendo tanta yerba, me obligaba a envolverme en mi ropa, y dejarme rodar por la sierra abajo. Tres de los indígenas me iban abriendo camino. En esta enfermedad quité más de cincuenta ídolos y muchas supersticiones  que tenían muy arraigadas. Para llegar a estos lugares, cuatro o cinco veces pensé ahogarme, porque en muchos de los vados el agua llegaba sobre las ancas de mi mula, y como Ud. sabe, en la visita de estos pueblos, se pasa está quebrada más de trescientas sesenta veces; mojándose mis libros, y perdí mis papeles en uno de estos vados, sin poderlo remediar. Los indígenas que me acompañaban, no osaban pasar ni a píe ni a caballo; yo por animarlos, me arrojé al agua y ya en medio, se le atoraron los pies a la mula y se hundió conmigo; fue valerosa la mula, pues hizo tanta fuerza, que sin herraduras salió y me sacó a mí, que si hubiera caído, forzosamente me habría ahogado, si Dios no nos hubiera ayudado”.

            “Estando en Atotonilco, vinieron doce bárbaros, del todo desnudos, con sus arcos y flechas, pidiéndome fuera a su pueblo a bautizarlos, pues querían hacerse cristianos. Y me pusieron por  dificultad, que yo no podría entrar allá, sino por una parte donde se abren dos altísimas rocas, por donde se baja a un gran río, profundo y rápido, llamado Humaya (donde el rio desemboca en el mar); que dentro de tres meses daría paso. Les dije que entonces iría; que lo dijeran al pueblo; no quisieron sin que primero los bautizara; y, con este deseo se quedaron ocho días, para aprender la doctrina y el catecismo; luego los bauticé y les puse los nombres de los doce Apóstoles. Se fueron muy contentos. Cuando yo pude llegar allá, fueron dos días de camino, por montes que suben al cielo; y cuando llegué al río, lo encontré tan hondo, que determiné pasarlo yo con mis cosas, sobre una balsa que cuatro indígenas, nadando, llevaban sobre sus cabezas, que con poco que alguno torciera la cabeza, terminarían conmigo. Es un río, que fuera de febrero, marzo, abril y mayo, es inaccesible. Pasando el río, encontré más de cincuenta indígenas, que me guiaron río arriba, hasta un buen llano…, más de setecientos indígenas, mujeres, niños y niñas, que por los arenales veían y dormían;  adornados con guirnaldas y palmas, todos de rodillas cantaban “onejaquevava Dios jacaca nevincame” = “creo en Dios Padre todopoderoso”, etc. Admirado de verlos y oírlos, les pregunté ¿cómo sabían eso?: supe que los doce antes bautizados habían sido buenos maestros. Ahí paré, hicimos una Iglesia, y más de cien casas; bauticé cuatrocientos ochenta y dos… Estuve con ellos algunos días; una de sus preguntas fue que ¿cómo había osado entrar solo en tierra tan áspera; y que hasta entonces ningún cristiano había llegado allá; que qué sería si me mataban y comían? Les respondí que me había llevado el deseo de llevarlos al cielo, donde hay mucha gente y para que no se condenasen y fuesen al infierno, donde hay mucho trabajo y fuego para siempre. Y que venía para asunto de mucho provecho suyo, y de tan lejos, que para qué quería otra compañía sino la de Dios… Que si me mataban yo sería muy dichoso, y ellos muy desdichados, pues los cristianos les destruirían sus casas y sementeras, como lo hicieron cuando mataron al P. Tapia, de quién tuvieron noticia”.

Héctor González Martínez; Obispo Emérito

 

Martirio del P. Hernando Santarén (5)

3333550107_dd87082e26_qDespués de las breves pinceladas en las cuatro entregas anteriores sobre la vida y misión del P. Santarén, en esta me referiré a su martirio, sufrido el 20  de noviembre de 1616, el último de los jesuitas martirizados, pero que yo traté primero por ser el más destacado y por ser su nombre el título con que la Compañía de Jesús encabezó la presentación de la Causa ante la Congregación Pontificia para las Causas de los Santos.

           A principios de 1600, por súplicas de los habitantes de Topia, el Virrey Gaspar de Zúñiga nombró al capitán Diego de Ávila como pacificador, juez y protector de los acaxees; y este tomó como ayudante al P. Hernando. Por febrero empezaron a recorrer esos lugares, nombrando autoridades y sacristanes, oyendo pleitos, haciendo justicia, rompiendo ídolos, etc. Por dos años, anduvo el P. Hernando visitando de rancho en rancho y de casa en casa, además de la atención a los españoles de los Reales de minas, empezando la fama de las Misiones de Topia y de S. Andrés. Antes de la llegada de más misioneros, se levantaron los indígenas contra los españoles. Llegando más misioneros, en 1606 el P. Hernando se pasó más al norte, a la sierra de Carantapa.

          En El P. Hernando prestó grandes servicios en Sinaloa, donde atendió los lugares de S. Andrés, Topia y Culiacán, y fundó la Misión de Guasave. Se distinguió en la pacificación de los acaxees, como lo venimos viendo. Cuando lo martirizaron tenía cuarenta y nueve años de edad, de los cuales pasó veintitrés en las Misiones, habiendo sido superior en algunas de ellas por espacio de catorce años.

            Los ricos mineros de Sinaloa, le hacían regalos, pero el Padre, contentándose con un pobre vestido y con comidas frugalísimas, todo lo repartía a los pobres, habiéndoles repartido más de cuarenta mil pesos reales. En sus últimos años, atendiendo a los desgastantes trabajos, el P. Provincial lo llamaba a descansar en el Colegio de la Compañía en la Ciudad de México. El P. Hernando contestó: “Aunque me siento viejo y cansado, deseo que no quede por mí el procurar el bien de estas almas y misiones; ni pediré salir de ellas, aunque no cerrando por eso la puerta a la obediencia, para que disponga de mi persona, como de un cuerpo muerto: pues harto mal fuera, si de diecinueve años de misión y trabajos, no hubiera quedado con la indiferencia que nuestro Padre S. Ignacio nos pide; y ya que no con tantos talentos a lo menos faltará el ofrecerme de nuevo: “heme aquí, no rehúyo el trabajo: que se haga la voluntad del Señor”.

             En noviembre de 1616, venía el P. Hernando en mula acompañado de dos cristianos, uno el joven Fernando que el Padre había conocido y tratado en Culiacán, durante su enfermedad y convalecencia, joven que luego ingresó a la Compañía de Jesús. Venían para participar en la bendición de la nueva Imagen de la Inmaculada que los Padres colocarían el día 21 en El Zape; y después regresaría hasta Guadiana, para tratar con el Gobernador, pues habiendo misionado entre los xiximes, ahora en 1616 y a petición de los nativos, los superiores  le trasladaban a misionar entre los yaquis o pimas bajos.

            Pasando por Tenerapa, poblado actualmente perteneciente a la Parroquia de S. Miguel de Papasquiaro, deteniéndose el Padre para celebrar la Eucaristía, vio la Iglesia destrozada y la población vacía de gente: lo cual le causó mucho dolor. Pero, no se imaginó la magnitud del alzamiento, pues no le llegaron los recados que le había enviado el P. Andrés Tutiño, su antiguo compañero. Montó pues de nuevo y  siguió adelante; pero al pasar un arroyo, sintió el tropel de los indígenas que con grande algazara los arrojaron por tierra. El Padre, con su acostumbrada dulzura, les preguntó qué mal les había hecho. Los indígenas respondieron con un golpe de macana, que le abrió la cabeza, martirizando también a uno de sus acompañantes.

            En la Parroquia  de Santiago Papasquiaro, se conserva una pintura del P. Hernando, junto con las de sus compañeros mártires los Padres Cisneros y Orozco.

             Héctor González Martínez; Obispo Emérito

 

P. Hernando Santarén (4)

3333550107_dd87082e26_qLos continuos trabajos, hambre, sed, frío o calor, fatigas, cansancio, desnudez y el exesivo calor que doblegaba a las personas afectaron la salud del P. Hernando. Sufrió de fuerte calentura y dolencias. Los otros Padres lo atendieron con caridad, pero no habiendo  ni médico ni medicinas, lo enviaron a Culiacán, donde no faltaría atención médica.

            Ahí lo recibió y atendió una noble Señora llamada Dña. Isabel de Tovar y Guzmán, que siempre hospedaba a los Padres. La Señora tenía un hijo de 14 años llamado Fernando, con quién el P. Hernando gustaba conversar; con gusto atendía al P. Hernando a ratos.

            Convaleciendo el P. Hernando, el jovencito Fernando le servía de acólito. El Padre le enseñaba la doctrina cristiana, las oraciones, el modo de examinar su conciencia y de hacer oración mental y otras devociones. Y finalmente dijo a su mamá y a otras personas, que andando el tiempo, Fernando habría de ser un gran Siervo de Dios. Dicho como sucedido, Fernando ingresó a la Compañía de Jesús y mereció ser compañero del P. Hernando en el martirio.

            También Dña. Isabel aprovechó de la comunicación y los consejos del P. Hernando, para dejar su pueblo y la casa de su padre, y viniendo a México ingresó al Monasterio de S. Lorenzo, y fue aceptada en el numero de las esposas de Cristo, en donde vivió muchos años en opinión de santidad.

            El P. Santarén, recuperado de su salud, acompañado por el P. Pedro Méndez, a instancia de los indígenas thaues, quiso hacer un recorrido y Misión por el Valle de Culiacán, predicando el P. Hernando a los thaues en su propia lengua, afligiéndose el P. Méndez  por no saber el idioma. El P. Hernán le consolaba, y pidió a Dios le confortara; los dos pasaron una medianoche en oración pidiendo a Dios ayuda; a la mañana siguiente, por voluntad de Dios, el P. Méndez comenzó a hablar con facilidad la lengua de los indígenas thaues. Dieron gracias a Dios por esta maravilla y se apoyaron en la predicación.

            A finales de 1594, llegó a Culiacán, Hernando Díaz, capitán y teniente del Gobernador en Sinaloa, con doce soldados a su cargo, para iniciar un presidio, que castigara a muerte a quiénes habían martirizado al P. Gonzalo Tapia y apoyaran a los predicadores del Evangelio. Venía también el P. Martín Peláez, Rector del Colegio de Guadiana y primer Visitador de los Padres en Sinaloa. Todos pasaron la Navidad en Culiacán. Y después de Año Nuevo, todos incluyendo al P. Hernando, pasaron a Sinaloa a donde llegaron en 15 de enero del 1595.

            Muy gozoso se encontraba el P. Hernando en Guazave, atendiendo sólo a Dios y a la conversión y cultura de las gentes. Pero, por 1595, fueron presos en Topia, Alonso Isidro y otros delincuentes, acusados de crímenes y pecados graves que en sus confesiones y declaraciones, hicieron cómplices de su maldad a más de 30 personas de la Nueva España, a prelados graves, frailes perfectísimos y sacerdotes sagrados. Cobró tanta fuerza este lamentable incendio, que no encontraban solución, hasta que se fijaron en el P. Hernando, que estaba en Guazave, iniciando la Misión. En nombre de la República de Topia y de la Villa de S. Miguel de Culiacán, fue allá la Autoridad y pidió al P. Hernando que por amor y servicio de Dios, tomara aquel trabajo y fuera a consolarlos. El siervo de Dios se enterneció y no pudo negar lo que se le pedía, “pues grande es el amor de los hijos, recién engendrados en Cristo” (Annua de 1595). En mayo se puso en camino y en junio llegó a Topia. Grande fue el alborozo, los principales salieron a esperarle y recibirle.

           Habló una sola vez  a la gente con la suavidad y dulzura con que Dios le dotó: “no se acongojen; que si el ser acusado fuera culpa, ¿quién sería inocente en el mundo?”.  Fue a la prisión: con pocas palabras habló a los acusadores venciendo la obstinación, algunos se retractaron, libró a inocentes, acompañó a los convictos hasta la hoguera y aquietó al pueblo.

Héctor González Martínez

 Obispo Emérito

P. Hernando Santarén (3)

          3333550107_dd87082e26_qDe la Villa de S. Miguel de Culiacán, salieron los Padres el 12 de julio y al día siguiente entre Tecorito y Capirato llegaron a unas minas e ingenio de sacar plata, propiedad del capitán Gaspar Osorio, devoto de la Compañía a quién los Padres le echaron de ver semblante triste y preguntándole la causa, lloroso les entregó una carta de Sinaloa, refiriendo el martirio del P. Gonzalo de Tapia por motivo del ministerio, pues reprehendiendo los vicios y la libertad de costumbres, habiéndose rebelado los indígenas y apostatado los cristianos, pusieron las manos sobre su persona y sobre las imágenes, quemaron los templos y huyeron al monte: consumó felizmente el varón de Dios, su peregrinación y ministerio, laureado en su propia sangre del martirio.

          Guardando unos días en oración, penitencia, lágrimas y Eucaristía, los Padres recibieron aviso que no eran tantos los peligros en los caminos, exceptuando los ríos crecidos, prosiguieron su viaje sin escolta y llegaron a los pueblos de Sebastián de Ébora (hoy congregados en el Mocorito), donde los fieles salieron a recibir a los Padres con cruz alta y procesión, cantando la doctrina cristiana y otras muestras de regocijo. Llegaron a la Villa de S. Felipe y Santiago de Sinaloa, regocijándose con la salud de unos y otros y yendo luego a visitar el sepulcro del mártir P. Tapia, encomendándose a su intercesión.

          La amorosa y paternal Providencia, de los males saca bienes y aún los permite para remediar con milagrosas ventajas. Pues permitió que los indígenas martirizaran en Sinaloa al P. Tapia, que era columna de la fe y lumbrera de aquella Iglesia; pero al mismo tiempo quiso Dios sustituirlo con el P. Hernando, para que corrieran iguales en las virtudes, en el celo por las almas y la milagrosa actividad por el deseo que en medio de la idolatría amaneciera la luz del Evangelio a los ciegos y olvidados gentiles. Porque si primero el P. Tapia comenzó la cementera del Evangelio en Sinaloa, ahí siguió el P. Hernando, abrazando en el fuego de la caridad; y de lo que el P. Tapia sembró, después el P. Hernando recogió mayores y más sazonados frutos, e introdujo el Evangelio con creces y ventajas en otras nuevas naciones de la sierra.

           Empujado por el celo de las almas, sin atender a temores y dificultades, pronto salió el P. Santarén, acompañado por el P. Juan Bautista de Velasco, misionero muy experimentado en el ministerio de la conversión, a misionar y evangelizar en los pueblos de Sebastián de Ébora, Bacoburito y otras rancherías, que siendo los más tranquilos, también se habían retirado a los montes y algunos andaban alborotados.

          Comenzó por una vida austera  y penitente, además de sus prácticas ordinarias, continuos ayunos, fervorosas oraciones, con un corazón desapegado, aplicándose ente todo en aprender la lengua del lugar; porque era tan grande la variedad de lenguas en esta tierra, que parecía a los misioneros, que ello fue treta del demonio, príncipe de la confusión, para dificultar el remedio de muchas gentes. Pero, el P. Hernando no se frenó en esta trampa, pues en las partes donde se requería aprender nuevas lenguas, aunque le faltara intérprete, con constancia y fortaleza,  con su buen discurso y esfuerzo, y con la ayuda de Dios, pronto predicaba docta y propiamente como si le fueran naturales. Trabajó mucho por atraer a los bautizados que por el alboroto pasado, andaban huyendo por los montes como fieras, temerosos del castigo. Y los que estaban más quietos, eran tan bárbaros, que los indígenas de Tovorapa, Saboria y otros, convertidos por el P. Tapia, querían vengar la muerte del Padre, matando también a los demás. No reparando en ese riesgo, el P. Santarén, recorría los montes, buscando a los fugitivos con toda clase de trabajos y sacrificios: hambre, cansancio, rigor del sol, evidentes riesgos de la vida, por quitarles el temor y reducirlos a sus poblaciones para cristianizarlos. Dios premió sus sacrificios, pues, serenó los ánimos inquietos y bautizó a muchos, de modo que volvió a florecer aquella Cristiandad.

Héctor González Martínez; Obispo Emérito