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El Papa Juan Pablo II en Durango: Los empresarios y la doctrina social

El anuncio de la próxima beatificación del Papa Juan Pablo II ha provocado profunda alegría y regocijo en nuestro pueblo mexicano, y a nosotros especialmente por el recuerdo de su visita a nuestra Arquidiócesis en mayo de 1990. Nos ha dejado muchas cosas: el recuerdo de su personalidad, su testimonio de fe, su capacidad de comunicación con todos, pero especialmente sus mensajes.
En la Arquidiócesis de Durango, tuvo un encuentro con empresarios de todo el país a quienes animó a conocer y profundizar en la Doctrina Social de la Iglesia, donde podrán encontrar “principios suficientes que tendrían que ser llevados a la práctica por una economía justa”; fue al Centro de Readaptación Social y animó a los presos “Dios quiera que mi visita pastoral a México os haga sentir de modo más vivo que sois parte integrante de vuestra grande patria mexicana y cristiana. Que este tiempo de privación de libertad no debilite los lazos que os unen con vuestras familias y con vuestros conciudadanos, sino que estimule en vosotros el deseo de contribuir más eficazmente en la construcción de un país más laborioso, justo y fraterno”; en una celebración de la Eucaristía realizó Ordenaciones sacerdotales, a ellos les dijo: “¡Vosotros sois los sacerdotes de la última década del segundo milenio! ¡Vosotros sois los sacerdotes de una nueva etapa de esperanza para México! Sed siempre testigos de la verdad, de la justicia, del amor, especialmente hacia los más necesitados”.
Volvamos al Mensaje a los empresarios. Se encuadra en los acontecimientos que habían sucedido a finales de 1989, a los cuales hace alusión el Santo Padre. En la Encíclica que publicó en 1991 “Centesimus annus”, para conmemorar el centenario de la Encíclica “Rerum novarum”, dedica todo un capítulo para hablar sobre esos acontecimientos: las causas y las consecuencias de la caída de regímenes dictatoriales y opresores en Europa, en América Latina, en África. En Europa del este se verifica la caída del socialismo marxista en Polonia, en Hungría, la caída del Muro de Berlín, en Checoslovaquia. En varias ocasiones, en homilías, mensajes, el Papa ya preparaba este balance que hace del fracaso del socialismo marxista.
En Durango, en mayo de 1990 habla de ello: “Los acontecimientos de la historia reciente… han sido interpretados, a veces de modo superficial, como el triunfo o el fracaso de un sistema sobre otro; en definitiva, como el triunfo del sistema capitalista liberal. Determinados intereses quisieran llevar el análisis al extremo de presentar el sistema que consideran vencedor como el único camino para nuestro mundo, basándose en la experiencia de los reveses que ha sufrido el socialismo real, y rehuyendo el juicio crítico necesario sobre los efectos que el capitalismo liberal ha producido, por lo menos hasta el presente, en los países llamados del Tercer Mundo”. Ante el fracaso del socialismo real, el capitalismo liberal no es el único camino que queda, al contrario, siendo críticos, el capitalismo liberal es tan nocivo como el socialismo marxista, solo hay que mirar a los países del tercer mundo. No se trataba de un “triunfo del capitalismo”, al menos el Papa no se dejó impresionar por ello, al contrario hizo ver las insuficiencias del capitalismo, como también sus consecuencias sociales negativas.
La doctrina social de la Iglesia no condena una teoría económica así nada más, por lo tanto el análisis que hace del socialismo marxista como el capitalismo liberal, lo realiza en base a los principios de la ética cristiana. Solo “da un juicio sobre los efectos de su aplicación histórica, cuando de alguna forma es violada o puesta en peligro la dignidad de la persona”. La Iglesia, de acuerdo a su misión profética “alienta la reflexión crítica sobre los procesos sociales”, teniendo siempre como punto de mira la superación de situaciones no plenamente conformes con las metas trazadas por el Señor de la creación. No hace una simple crítica social. Corresponde a sus miembros (los laicos), en especial a los empresarios católicos, los expertos en los diversos campos del saber, “continuar la búsqueda de soluciones válidas y duraderas que orienten los procesos humanos hacia los ideales propuestos por la Palabra revelada”.

Durango, Dgo., 20 de Marzo del 2011.

+ Mons. Enrique Sánchez Martínez
Obispo Auxiliar de Durango

email:episcopeo@hotmail.com

La justicia y el bien común, criterios indispensables para el desarrollo integral auténtico

El amor en la verdad, es un principio fundamental para la vida social ya que proporciona criterios orientadores para la acción moral (Benedicto XVI “Caritas in veritate”, nums. 6-9). Dos de ellos son importantes, porque son indispensables en una sociedad que busca su desarrollo integral: la justicia y el bien común. Es importante que todos (empresarios, comerciantes, servidores públicos, políticos, sociedad civil, la sociedad entera), tengamos en cuenta estos criterios para tomar las decisiones en favor de la unidad y de la paz que tanto necesitamos y que además es lo único que nos conducirá a un desarrollo integral auténtico; sin estos criterios jamás lo podremos alcanzar.
La justicia (Compendio de la Doctrina Social de la Iglesia, nums. 201-203). Toda sociedad tiene un sistema propio de justicia, pero éste debe estar impregnado del amor. La caridad (el amor) va más allá de la justicia, porque amar es dar, ofrecer de lo “mío” al otro; además del amor, la justicia, nos llevará a dar al otro lo que es “suyo”, lo que le corresponde en virtud de su ser y de su obrar. No puedo “dar” al otro de lo mío sin haberle dado en primer lugar lo que en justicia le corresponde. Quien ama con caridad a los demás, es ante todo justo con ellos.
La justicia es inseparable de la caridad, es propio de ella. La justicia es el primer camino que nos conduce a la caridad, ya que es parte integrante de ese amor “Hijitos míos, no amemos con la lengua y de palabra, sino con obras y de verdad” (1 Jn 3,18). La caridad exige la justicia, es decir, el reconocimiento y el respeto de los legítimos derechos de las personas. Se ocupa de la construcción de la “ciudad del hombre”, (la “pólis”) según el derecho y la justicia. La caridad supera la justicia y la completa. Esta “ciudad del hombre” no se promueve sólo con relaciones de derechos y deberes sino, sobretodo, con relaciones de gratuidad, de misericordia y de comunión.
El bien común (Compendio, nums. 164-170). Amar a alguien es querer su bien y trabajar eficazmente por él. Junto al bien individual, hay un bien relacionado con el vivir social de las personas: el bien común. Es el bien de ese “todos nosotros”, formado por individuos, familias y grupos intermedios que se unen en comunidad social. No es un bien que se busca por sí mismo, sino para las personas que forman parte de la comunidad social, y que sólo en ella pueden conseguir su bien realmente y de modo más eficaz.
El bien común exige a todos: un compromiso por la paz, una correcta organización de los poderes del Estado, un sólido ordenamiento jurídico, salvaguardar el ambiente, la prestación de los servicios esenciales para las personas, algunos de los cuales son, al mismo tiempo, derechos del hombre: alimentación, habitación, trabajo, educación y acceso a la cultura, transporte, salud, libre circulación de las informaciones y tutela de la libertad religiosa.
La responsabilidad de edificar el bien común compete también al Estado, porque “el bien común es la razón de ser de la autoridad política. El Estado, en efecto, debe garantizar cohesión, unidad y organización a la sociedad civil de la que es expresión, de modo que se pueda lograr el bien común con la contribución de todos los ciudadanos. La persona concreta, la familia, los cuerpos intermedios no están en condiciones de alcanzar por sí mismos su pleno desarrollo; de ahí deriva la necesidad de las instituciones políticas, cuya finalidad es hacer accesibles a las personas los bienes necesarios (materiales, culturales, morales, espirituales) para gozar de una vida auténticamente humana”.
Trabajar por el bien común es cuidar y utilizar ese conjunto de instituciones que estructuran jurídica, civil, política y culturalmente la vida social. Se ama al prójimo cuanto más se trabaja por un bien común que responda también a sus necesidades reales. Todo cristiano está llamado a esta caridad, según su vocación y sus posibilidades de incidir en la vida social. El compromiso por el bien común, cuando está inspirado por la caridad, tiene un significado superior al compromiso meramente político o económico.
El amor en la verdad es un gran desafío para la Iglesia y para todos, en una sociedad que tiende a la globalización y que busca su desarrollo integral. El riesgo es que en la búsqueda de tal desarrollo no se tenga en cuenta la ética de la conciencia y el intelecto. Sólo con la caridad, iluminada por la luz de la razón y de la fe, es posible conseguir objetivos de desarrollo con un carácter más humano y humanizador. Los bienes y recursos necesarios para el desarrollo integral de la sociedad, no se aseguran sólo con el progreso técnico y con meras relaciones de conveniencia, se necesita la fuerza del amor que vence al mal con el bien (Rm 12,21) y abre la conciencia del ser humano a relaciones recíprocas de libertad y de responsabilidad.
La Iglesia no tiene soluciones técnicas que ofrecer y no pretende “de ninguna manera mezclarse en la política de los Estados”. No obstante, tiene una misión que cumplir en todo tiempo y circunstancia en favor de una sociedad cuyo centro es el hombre, su dignidad y su vocación: anunciar la verdad. La fidelidad al hombre exige la fidelidad a la verdad, que es la única garantía de libertad (Jn 8,32) y de la posibilidad de un desarrollo humano integral. Por eso la Iglesia la busca, la anuncia incansablemente y la reconoce allí donde se manifieste. Para la Iglesia, esta misión de verdad es irrenunciable. Su Doctrina Social es una dimensión de este anuncio: está al servicio de la verdad que libera; la acoge, recompone en unidad los fragmentos en que a veces se encuentra, y la lleva a la vida concreta de la sociedad, de los hombres y los pueblos.

Durango, Dgo., 13 de Marzo del 2011.

+ Mons. Enrique Sánchez Martínez
Obispo Auxiliar de Durango

email:episcopeo@hotmail.com

Día de la familia

La familia es el ámbito de vida social y eclesial en donde repercute con mayor crudeza el cambio de época que estamos viviendo. Es el espacio vital más sensible, no solo porque allí nacen y crecen las nuevas generaciones, sino también porque allí se inician los procesos más importantes y decisivos en la vida de las personas y por lo tanto de la sociedad. En ella se acumulan sombras que amenazan la unidad y su naturaleza. Dice el Papa Benedicto XVI, “la familia sufre situaciones adversas provocadas por el secularismo y el relativismo ético, por los diversos flujos migratorios internos y externos, por la pobreza, por la inestabilidad social y por legislaciones civiles contrarias al matrimonio que, al favorecer los anticonceptivos y el aborto, amenazan el futuro de los pueblos”.
La Iglesia proclama con alegría el valor de la familia. La familia: “patrimonio de la humanidad, constituye uno de los tesoros más importantes de los pueblos latinoamericanos y caribeños. Ella ha sido y es escuela de la fe, palestra de valores humanos y cívicos, hogar en que la vida humana nace y se acoge generosa y responsablemente… La familia es insustituible para la serenidad personal y para la educación de sus hijos” (Discurso Inaugural. Aparecida, num. 5)
Cristo nos revela que Dios es amor y vive en sí mismo un misterio personal de amor, y, optando por vivir en familia en medio de nosotros, la eleva a la dignidad de “Iglesia doméstica”. Dios creó al ser humano varón y mujer, aunque hoy se quiera confundir esta verdad: “Creó Dios a los seres humanos a su imagen; a imagen de Dios los creó, varón y mujer los creó” (Gn 1,27). Pertenece a la naturaleza humana el que el varón y la mujer busquen el uno en el otro su reciprocidad y complementariedad.
El amor humano encuentra su plenitud cuando participa del amor divino, del amor de Jesús que se entrega solidariamente por nosotros en su amor pleno hasta el fin. El amor conyugal es la donación recíproca entre un varón y una mujer, los esposos: es fiel y exclusivo hasta la muerte y fecundo, abierto a la vida y a la educación de los hijos, asemejándose al amor fecundo de la Santísima Trinidad. El amor conyugal es asumido en el sacramento del Matrimonio para significar la unión de Cristo con su Iglesia, por eso, en la gracia de Jesucristo, encuentra su purificación, alimento y plenitud (Ef 5, 25-33).
En el seno de una familia, la persona descubre los motivos y el camino para pertenecer a la familia de Dios. De ella recibimos la vida, la primera experiencia del amor y de la fe. El gran tesoro de la educación de los hijos en la fe consiste en la experiencia de una vida familiar que recibe la fe, la conserva, la celebra, la transmite y testimonia. Los padres deben tomar nueva conciencia de su gozosa e irrenunciable responsabilidad en la formación integral de sus hijos.
Oremos por la paz y tranquilidad de nuestras familias:
Señor Mío te pido por la Paz y la Tranquilidad de Nuestras Familias, por nuestros Niños que les está tocando vivir cosas que nosotros nunca imaginamos vivir. También Señor te pido con todo mi corazón por estas personas que han escogido su vida fácil y que han hecho de la Violencia un estilo de vida, Tocas su Corazón para que recapaciten Señor, ya que ellos también tienen Familia, Hijos Inocentes como nosotros que tienen todo el derecho de vivir una vida tranquila. En memoria de cualquiera que conozcas y por los que no conocemos, y que en estos momentos están padeciendo alguna forma de violencia, que no están cerca de su familia y están enfrentando una lucha por su vida. Dales Señor Mío Fortaleza a ellos como a sus Familias. ¡Acompáñanos Señor!

Durango, Dgo., 6 de Marzo del 2011.

+ Mons. Enrique Sánchez Martínez
Obispo Auxiliar de Durango

email:episcopeo@hotmail.com

“La Caridad (amor) y la Verdad, claves en la búsqueda de un auténtico desarrollo humano”

Ante la necesidad de respuestas, de soluciones a lo que constantemente nos aqueja: la pobreza, la crisis económica, la desintegración de la familia, la crisis del tejido social, la violencia y la inseguridad, el aumento del consumo de drogas, la corrupción en todos los niveles, la impunidad, porque la ley no se aplica, se pasa sobre ella; debemos volver nuestra mirada, nuestros ojos al Evangelio y pedir a la Iglesia como Madre y Maestra, que nos oriente.
Ante la incapacidad de dar respuestas a la comunidad por parte de los gobernantes (federales, estatales, municipales), dentro de la población y los sectores de la vida social (empresarios, médicos, abogados, campesinos, etc.), surgen brotes de hacer justicia por propia mano, hay desesperación, temor, no se ve una salida, y exigen respuestas y nos las hay; pero todo tiene un límite. Dice el dicho: “no hay mal que dure cien años, ni enfermo (ni cuerpo? Ni pueblo?) que lo resista”. No es suficiente preocuparse por lo económico. Es cierto que hay pobreza y faltan empleos, y que hay que traer las mejores inversiones al Estado, pero eso no podrá ser la solución a los problemas más importantes. Se podrá lograr la mayor inversión económica de todos los tiempos, pero no va a funcionar, como ya ha sucedido en el pasado. Se necesita realizar proyectos que nos haga mejores personas, mejores ciudadanos, que nos una a todos en el bien común, y necesitamos comprometernos todos. Estamos dispuestos para actuar en unidad y con un solo objetivo? O esperaremos hasta que llegue el límite?
Cual es la fuerza impulsora del auténtico desarrollo de cada persona y de la humanidad? Es la Caridad en la Verdad. Jesucristo nos ha dado testimonio de ello y nos ha enseñado con su vida el camino a seguir (Benedicto XVI “Caritas in veritate” Introducción 1-5).
Que es el amor (caritas)? Que es la verdad? Es una “fuerza extraordinaria que mueve a las personas a comprometerse con valentía y generosidad en el campo de la justicia y de la paz”. Esta fuerza tiene su origen en Dios, que es Amor eterno y Verdad Absoluta. Dios mismo, “siendo tres personas, no es una verdad estática, sino una interacción, una comunión que es el modelo de lo que debería ser la vida de cada católico y de la Iglesia como un todo”. Dios tiene un proyecto sobre cada ser humano, quien está llamado a aceptarlo; en el proyecto divino, cada hombre y mujer encontrarán su propia verdad. Todos los hombres perciben el impulso interior de amar de manera auténtica; amor y verdad nunca los abandonan completamente, porque son la vocación que Dios ha puesto en el corazón y en la mente de cada ser humano.
Jesucristo nos ha revelado plenamente ese proyecto de amor y de vida verdadera que Dios ha preparado para nosotros, al mismo tiempo nos purifica y libera de nuestras limitaciones humanas en la búsqueda del amor y la verdad. Cristo mismo es la caridad en la verdad, en Él recibimos la vocación de amar a nuestros hermanos en la verdad de su proyecto. Él mismo es la Verdad (Jn 14,6)
La Caridad es el camino de la Iglesia. Según Jesús y su enseñanza, la Caridad es la síntesis de toda la Ley, por lo tanto, todo proviene de ella. La caridad “da verdadera sustancia a la relación personal con Dios y con el prójimo”; es el “principio de las micro-relaciones” (la amistad, en la familia, el pequeño grupo); también el “principio de las macro-relaciones” (sociales, políticas y económicas). Para la Iglesia, la Caridad es todo porque “Dios es caridad. Todo proviene de la caridad de Dios, todo adquiere forma de ella y a ella tiende todo. La caridad es el don más grande que Dios ha dado a los hombres, es su promesa y nuestra esperanza”.
En estos tiempos es importante de “unir no solo la caridad con la verdad, en el sentido señalado por San Pablo de la “veritas in caritate” (Ef 4,15), sino también en el sentido, inverso y complementario, de “caritas in veritate”. Se ha de buscar, encontrar y expresar la verdad en la caridad, pero, a su vez, se ha de entender, valorar y practicar la caridad a la luz de la verdad”. Esto ayudará a una correcta valoración de la caridad y a evitar que sea mal entendida.
Solo unida con la verdad se puede reconocer a la caridad como expresión auténtica de humanidad y como elemento de importancia fundamental en las relaciones humanas y sociales. “Sólo en la verdad resplandece la caridad y puede ser vivida auténticamente. La verdad es luz que da sentido y valor a la caridad. Esta luz es simultáneamente la de la razón y la de la fe, por medio de la cual la inteligencia llega a la verdad natural y sobrenatural de la caridad”. Sin verdad, la caridad cae en mero sentimentalismo. El amor se convierte en un envoltorio vacío que se rellena arbitrariamente, como a cada quien se le antoje. Éste es el riesgo fatal del amor en una cultura sin verdad. Es presa fácil de las emociones.
En el contexto social y cultural actual, vivir la caridad en la verdad, lleva a comprender que la adhesión a los valores del cristianismo es indispensable para la construcción de una buena sociedad y un verdadero desarrollo humano integral. Un cristianismo de caridad sin verdad se puede confundir fácilmente con una reserva de buenos sentimientos, provechosos para la convivencia social, pero marginales. De este modo, en el mundo no habría un verdadero y propio lugar para Dios.
La caridad es amor recibido y ofrecido. Es “gracia” (cháris). Su origen es el amor que brota del Padre por el Hijo, en el Espíritu Santo. Es amor que desde el Hijo desciende sobre nosotros. Es amor creador, por el que nosotros somos; es amor redentor, por el cual somos recreados. Es el Amor revelado, puesto en práctica por Cristo (cf. Jn 13,1) y “derramado en nuestros corazones por el Espíritu Santo” (Rm 5,5). Los hombres, destinatarios del amor de Dios, se convierten en sujetos de caridad, llamados a hacerse ellos mismos instrumentos de la gracia para difundir la caridad de Dios y para tejer redes de caridad.
La Doctrina Social de la Iglesia responde a esta dinámica de caridad recibida y ofrecida. Es “caritas in veritate in re social”, anuncio de la verdad del amor de Cristo en la sociedad. Es servicio de la caridad, pero en la verdad. Es al mismo tiempo verdad de la fe y de la razón. El desarrollo, el bienestar social, las soluciones propuestas ante los graves problemas que nos afligen, necesitan esta verdad. Más aún, necesitan que se estime y se dé testimonio de esta verdad. Sin verdad, sin confianza y amor por lo verdadero, no hay conciencia y responsabilidad social, y la actuación social se deja a merced de intereses privados y de lógicas de poder, con efectos disgregadores y fatales sobre la sociedad.

Durango, Dgo., 27 de Febrero del 2011.

+ Enrique Sánchez Martínez
Obispo Auxiliar de Durango

email:episcopeo@hotmail.com

Los sacerdotes hacen presente la acción transformadora de la Iglesia en la vida social

En esta Quinta Etapa de la Misión Diocesana “La Iniciación Cristiana”, es necesario reflexionar constantemente sobre el papel de los sacerdotes, especialmente sobre su identidad misionera, ya que de ellos depende, en gran parte, que se pueda llevar a cabo esta renovación de nuestra pastoral por el camino de la “Iniciación cristiana”.
“La Iglesia peregrinante es, por su naturaleza, misionera puesto que toma su origen de la misión del Hijo y de la misión del Espíritu Santo, según el designio de Dios Padre” (Ad Gentes, 2, Concilio Vaticano II). La misión de la Iglesia “la ha recibido de Jesucristo con el don del Espíritu Santo. Es única y ha sido confiada a todos los miembros del pueblo de Dios, que han sido hechos partícipes del sacerdocio de Cristo mediante los sacramentos de la iniciación, con el fin de ofrecer a Dios un sacrificio espiritual y testimoniar a Cristo ante los hombres. Esta misión se extiende a todos los hombres, a todas las culturas, a todos los lugares y a todos los tiempos” (Congregación para el Clero, “La identidad misionera del presbítero en la Iglesia”).
En esta misión, los presbíteros, como los colaboradores más inmediatos de los Obispos, conservan ciertamente un papel central y absolutamente insustituible, que les ha sido confiado por la providencia de Dios. Por su naturaleza, la Iglesia está llamada a anunciar la persona de Jesucristo muerto y resucitado, a dirigirse a toda la humanidad, según el mandato recibido del mismo Señor: “Id por todo el mundo y proclamad la Buena Nueva a toda la creación” (Mc 16,15).
Para realizar esta misión, la Iglesia recibe el Espíritu Santo, enviado por el Padre y por el Hijo en Pentecostés. El Espíritu confirma y manifiesta la comunión de los discípulos como nueva creación, como comunidad de salvación escatológica y los envía en misión: “Seréis mis testigos… hasta los confines de la tierra” (Hech. 1,8). El Espíritu Santo impulsa la Iglesia naciente a la misión en todo el mundo, demostrando de esta forma que Él ha sido derramado sobre todos.
Ante las situaciones que vivimos en el mundo, en México, en nuestra Arquidiócesis de Durango, urge que renovemos este aspecto misionero de la Iglesia, esto nos debe llevar a una renovación de la practica pastoral en nuestra Arquidiócesis, de buscar caminos nuevos, “nuevos modos de llevar el Evangelio al mundo actual”, una nueva manera de organizar el proceso de la Iniciación Cristiana. Es insustituible el papel de los sacerdotes en la actividad misionera, sobre todo cuando hay que evangelizar a los bautizados “que se han alejado” y a todos aquellos que, en las parroquias y en las diócesis, poco o nada conocen de Jesucristo.
En virtud del sacramento del Orden, los presbíteros son consagrados, es decir, segregados “del mundo” y entregados “al Dios viviente”, tomados “como su propiedad, para que, partiendo de Él, puedan realizar el servicio sacerdotal por el mundo”, para predicar el Evangelio, ser pastores de los fieles y celebrar el culto divino, como verdaderos sacerdotes del Nuevo Testamento (cf. Hb 5,1). El decreto Presbyterorum Ordinis (4-6), sobre el ministerio y la vida sacerdotal, se refiere a los presbíteros como ministros de la palabra de Dios, ministros de la santificación con los sacramentos y la eucaristía, y guías y educadores del pueblo de Dios.
Este triple ministerio ejercido por los sacerdotes, no se puede concebir sin su esencial relación con la persona de Cristo y con el don del Espíritu. El presbítero está configurado a Cristo mediante el don del Espíritu recibido en la ordenación. El presbítero está en relación con la persona de Cristo, y no solamente con sus funciones, que brotan y reciben pleno sentido de la persona misma del Señor. Esto significa que el sacerdote encuentra la especificidad de la propia vida y de su vocación viviendo la propia configuración personal con Cristo; siempre es un alter Christus.
En nuestra Arquidiócesis, en la vida cotidiana de nuestras comunidades, en la ciudad, en el campo, en la sierra, en el llano, en las comunidades más lejanas, la presencia de los sacerdotes es fundamental y necesaria ya que su ministerio, su persona, hacen presente la acción transformadora de la Iglesia en la vida de la sociedad. Allí, ellos predican la Palabra de Dios, evangelizan, catequizan, exponiendo íntegra y fielmente la sagrada doctrina; ayudan a los fieles a leer y a comprender la Biblia; reúnen al Pueblo de Dios para celebrar la Eucaristía y los demás sacramentos; promueven otras formas de oración comunitaria y devocional; reciben a quien busca apoyo, consuelo, luz, fe, reconciliación y acercamiento a Dios; convocan y presiden encuentros de la comunidad para estudiar, elaborar y poner en práctica los planes pastorales; orientan y estimulan a la comunidad en el ejercicio de la caridad hacia los pobres en el espíritu y en las condiciones económicas; promueven la justicia social, los derechos humanos, la igual dignidad de todos los hombres, la auténtica libertad, la colaboración fraterna y la paz, según los principios de la doctrina social de la Iglesia. Son ellos quienes, como colaboradores de los Obispos, tienen la responsabilidad pastoral inmediata.
Le damos gracias a Dios por la presencia de los sacerdotes en nuestras comunidades, la mayoría de ellos, son entregados, sinceros, trabajadores, fieles en el ministerio que les ha sido confiado.

Durango, Dgo., 20 de Febrero del 2011.

+ Enrique Sánchez Martínez
Obispo Auxiliar de Durango

email:episcopeo@hotmail.com

A nuestros hermanos enfermos: “Por sus llagas habéis sido curados” (1Pe 2,24)

Cada año el 11 de febrero, la Iglesia propone la Jornada Mundial del Enfermo. El Papa Benedicto XVI nos ha ofrecido mensaje, que debemos leer, meditar y poner en práctica en nuestra vida y en la actividad de la Iglesia. A que nos invita?
Esta jornada es una ocasión propicia para reflexionar sobre el misterio del sufrimiento y, sobre todo, para hacer a nuestras comunidades y a la sociedad civil, más sensibles hacia los hermanos y las hermanas enfermos. De todos los hermanos el débil, el sufriente y el necesitado de cuidados, son a quienes debemos atender para que ninguno de ellos se sienta olvidado o marginado. “La medida de la humanidad se determina esencialmente en la relación con el sufrimiento y con el que sufre. Esto vale tanto para el individuo como para la sociedad. Una sociedad que no consigue aceptar a los que sufren y que no es capaz de contribuir mediante la compasión a hacer que el sufrimiento sea compartido y llevada también interiormente es una sociedad cruel e inhumana” (Spe salvi, 38).
El rostro sufriente de Cristo, plasmado en la Sagrada Síndone (el lienzo que envolvió el cuerpo de Cristo crucificado; La Sabana Santa), nos invita a meditar sobre “Aquel que llevó sobre sí la pasión del hombre de todo tiempo y de todo lugar, y también nuestros sufrimientos, nuestras dificultades, nuestros pecados”. Este lienzo sagrado y lo que está plasmado en él, ¡corresponde en todo a lo que los Evangelios nos transmiten sobre la pasión y muerte de Jesús! Contemplarlo es una invitación a reflexionar sobre lo que escribe san Pedro: “Por sus llagas habéis sido curados” (1Pe 2,24). El Hijo de Dios sufrió, murió, pero ha resucitado, y precisamente por esto esas llagas se convierten en el signo de nuestra redención, del perdón y de la reconciliación con el Padre. El sufrimiento permanece siempre lleno de misterio, difícil de aceptar y de llevar. Los dos discípulos de Emaús caminan tristes por los acontecimientos sucedidos aquellos días en Jerusalén, y sólo cuando el Resucitado recorre el camino con ellos, se abren a una visión nueva (Lc 24,13-31). También al apóstol Tomás le cuesta creer en la vía de la pasión redentora: “Si no veo la marca de los clavos en sus manos, si no pongo el dedo en el lugar de los clavos y la mano en su costado, no lo creeré” (Jn 20,25). Pero frente a Cristo que muestra sus llagas, su respuesta se transforma en una conmovedora profesión de fe: “¡Señor mío y Dios mío!” (Jn 20,28). Lo que antes era un obstáculo insuperable, porque era signo del aparente fracaso de Jesús, se convierte, en el encuentro con el Resucitado, en la prueba de un amor victorioso: “Sólo un Dios que nos ama hasta tomar sobre sí nuestras heridas y nuestro dolor, sobre todo el inocente, es digno de fe”.
Queridos enfermos y sufrientes, es precisamente a través de las llagas de Cristo como nosotros podemos ver, con ojos de esperanza, todos los males que afligen a la humanidad. Resucitando, el Señor no ha quitado el sufrimiento ni el mal del mundo, sino que los ha vencido de raíz. A la prepotencia del mal ha opuesto la omnipotencia de su Amor. Nos indicó, así, que el camino de la paz y de la alegría es el Amor: “Así como yo os he amado, amaos también vosotros los unos a los otros” (Jn 13,34). Cristo, vencedor de la muerte, está vivo en medio de nosotros. Sigamos a nuestro Maestro en la disponibilidad de dar la vida por nuestros hermanos (1 Jn 3,16), siendo así mensajeros de una alegría que no teme el dolor, la alegría de la Resurrección.
San Bernardo afirma: “Dios no puede padecer, pero puede compadecer”. Dios, la Verdad y el Amor en persona, quiso sufrir por nosotros y con nosotros; se hizo hombre para poder compadecer con el hombre, de modo real, en carne y sangre. En cada sufrimiento humano, ha entrado Uno que comparte el sufrimiento y la soportación; en cada sufrimiento se difunde la consolatio, la consolación del amor partícipe de Dios para hacer surgir la estrella de la esperanza (Spe salvi, 39). A ustedes hermanos y hermanas repito este mensaje, para que sean testigos de ello a través de su sufrimiento, de su vida y de su fe.
Un pensamiento particular a los jóvenes, especialmente a aquellos que viven la experiencia de la enfermedad. A veces la Pasión y la Cruz de Jesús dan miedo, porque parecen ser la negación de la vida. ¡En realidad, es exactamente al contrario! La Cruz es el “sí” de Dios al hombre, la expresión más alta y más intensa de su amor y la fuente de la que brota la vida eterna. Del corazón atravesado de Jesús ha brotado esta vida divina. Solo Él es capaz de liberar el mundo del mal y de hacer crecer su Reino de justicia, de paz y de amor al que todos aspiramos. Jóvenes, aprendan a “ver” y a “encontrar” a Jesús en la Eucaristía, donde está presente de modo real por nosotros, hasta el punto de hacerse alimento para el camino, pero también reconózcanlo y sírvanlo en los pobres, en los enfermos, en los hermanos sufrientes y en dificultad, que necesitan su ayuda. A todos ustedes jóvenes, enfermos y sanos, los invito a crear puentes de amor y de solidaridad, para que nadie se sienta solo, sino cercano a Dios y parte de la gran familia de sus hijos.
Contemplando las llagas de Jesús, nuestra mirada se dirige a su Corazón sacratísimo, donde se manifiesta en sumo grado el amor de Dios. El Sagrado Corazón es Cristo crucificado, con el costado abierto por la lanza del que brotan sangre y agua (Jn 19,34), “símbolo de los sacramentos de la Iglesia, para que todos los hombres, atraídos al Corazón del Salvador, beban con alegría de la fuente perenne de la salvación”. Especialmente ustedes, queridos enfermos, sientan la cercanía de este Corazón lleno de amor y beban con fe y alegría de esta fuente, rezando: “Agua del costado de Cristo, lávame. Pasión de Cristo, fortifícame. Oh buen Jesús, escúchame. En tus llagas, escóndeme”.
Expreso mi afecto a todos y a cada uno de ustedes hermanos enfermos, sintiéndome partícipe de los sufrimientos y de las esperanzas que viven cotidianamente en unión con Cristo crucificado y resucitado, para que les de la paz y la curación del corazón. Junto a ustedes está la Virgen María, a la que invocamos con confianza a María, Salud de los enfermos y Consoladora de los afligidos. A los pies de la Cruz se realiza para ella la profecía de Simeón: su corazón de Madre está atravesado (Lc 2,35). Desde el abismo de su dolor, participación en el del Hijo, María ha sido hecha capaz de acoger la nueva misión: ser la Madre de Cristo en sus miembros. En la hora de la Cruz, Jesús le presenta a cada uno de sus discípulos diciéndole: “He ahí a tu hijo” (Jn 19,26-27). La compasión maternal hacia el Hijo se convierte en compasión maternal hacia cada uno de nosotros en nuestros sufrimientos cotidianos.
Invito también a las Autoridades para que inviertan cada vez más energías en estructuras sanitarias que sean de ayuda y de apoyo a los que sufren, sobre todo a los más pobres y necesitados. Envío un afectuoso saludo a los obispos, a los sacerdotes, a las personas consagradas, a los seminaristas, a los agentes sanitarios, a los voluntarios y a todos aquellos que se dedican con amor a curar y aliviar las llagas de cada hermano o hermana enfermos, en los hospitales o residencias, en las familias: que en el rostro de los enfermos sepan ver siempre el Rostro de los rostros: el de Cristo.

Durango, Dgo., 6 de Febrero del 2011.

+ Enrique Sánchez Martínez
Obispo Auxiliar de Durango

email:episcopeo@hotmail.com

El político católico frente al laicismo

Un laicismo sano, como lo reconoce la doctrina de la Iglesia católica, se entiende como la separación entre el Estado y la Iglesia o confesión religiosa. Por esto, el Estado no debe inmiscuirse en la organización ni en la doctrina de las confesiones religiosas, y debe garantizar el derecho de los ciudadanos a tener sus propias creencias y manifestarlas en público y en privado, y a dar culto a Dios según sus propias convicciones. También debe garantizar el derecho a la objeción de conciencia, por el cual los ciudadanos no podrán ser obligados a actuar en contra de sus propias convicciones o creencias. De acuerdo con este concepto de laicismo, el Estado y la Iglesia o confesión religiosa mantendrán relaciones de colaboración en los asuntos que son de interés común. En este sentido el Papa Benedicto XVI nos ha orientado hacia una reflexión y profundización de este laicismo sano en pro de la Libertad Religiosa (Jornada Mundial para la Paz, “La Libertad Religiosa, camino para la paz”, 1 enero 2011). Pero el laicismo también es entendido por otros como una ausencia de relaciones. En virtud de este falso concepto, el Estado debe ignorar a todas las confesiones religiosas; se debe prohibir que el Estado mantenga relaciones con la Iglesia u otra confesión religiosa.
La Declaración Universal de los Derechos Humanos, promulgada por la Organización de las Naciones Unidas en 1948, garantiza (Art. 18) a todas las personas la “libertad de manifestar su religión o creencia, individual y colectivamente, tanto en público como en privado”. Los poderes públicos deben garantizar el derecho de los creyentes a manifestar sus convicciones religiosas en público. Ellos tienen el derecho a organizar procesiones, colocar cruces en lugares a la vista del público, etc. No sería razonable que se pudieran organizar manifestaciones políticas en las ciudades o que se pudieran colocar emblemas de partidos políticos o de sindicatos en la calle, y que se negaran los mismos derechos a los creyentes porque son símbolos religiosos.
Por otro lado, los ciudadanos tienen derecho a formar su opinión sobre los asuntos de interés político. Para ello, pueden considerar las fuentes de opinión que estimen conveniente. Sin duda entre las fuentes se encuentra la doctrina de la Iglesia Católica o de su propia confesión religiosa, o el pronunciamiento de un Obispo. Si un ciudadano (o un diputado, o senador en el Congreso, o regidor en el Ayuntamiento) vota en conciencia de acuerdo con sus creencias, lo hace porque ha escuchado los argumentos de su confesión religiosa y le han convencido. Sería una grave discriminación que se pidiera a los ciudadanos que actuaran en contra de su conciencia y de sus convicciones en el momento de emitir su voto.
Para el político católico este concepto de laicismo es un valor adquirido que hay que defender. El cristianismo ha contribuido mucho en la fundación del laicismo auténtico. “De hecho – lo afirma Mons. Crepaldi – el cristianismo no es una religión fundamentalista. El texto sagrado en el que se inspira no se toma al pie de la letra, sino que se interpreta; la autoridad universal del Papa libera a los cristianos de las excesivas sujeciones políticas nacionales, Dios confió la construcción del mundo a la libre y responsable participación del hombre. Esto no significa que la sociedad y la política sean totalmente ajenas a la religión cristiana, que no tengan nada que ver con ella”. La sociedad necesita a la religión para mantener un nivel de laicismo sano. El cristianismo ayuda a la sociedad en este fin, ya que no le impide ser legítimamente autónoma y al mismo tiempo la sostiene y la ilumina con su propio mensaje religioso. Se podría decir que el cristianismo la empuja a ser ella misma en cuanto que hace aparecer su plena vocación y le pide que exprima al máximo sus capacidades, sin encerrarse en sí misma.
Hoy se tiende a considerar el laicismo como neutralidad del espacio público respecto de los absolutos religiosos. Estos Principios Absolutos o Religiosos son: dignidad de la persona humana y sus derechos, el bien común, el destino universal de los bienes, la subsidiariedad, la participación, la solidaridad, la caridad; además los valores fundamentales de la vida social: la libertad, la justicia, la verdad, la paz. Se afirma que en estos espacios lo religioso no debe intervenir, primero porque en una democracia no habría sitio para principios; y segundo, porque los absolutos religiosos son irracionales, y en el espacio público solo admite un discurso racional. Pero entonces este espacio permanecería vacío, así se deja lugar para crear nuevos absolutos enemigos del hombre, para nuevos dioses (sobre este tema ver Mons. Giampaolo Crepaldi, “El político católico, laicismo y cristianismo”).
¿La democracia es incompatible con los principios absolutos? No es así, al contrario, los necesita. Se puede afirmar que la falta de éstos en una sociedad, genera una lucha de todos contra todos donde tiene razón quien es más fuerte. También la democracia se arriesga a reducirse a la fuerza de la mayoría. Por ésto existe la necesidad de que los ciudadanos crean en principios absolutos. Lo sustancial, lo fundamental de la democracia es la dignidad de la persona que se debería considerar un Principio Absoluto. ¿Y cómo se puede considerar un valor absoluto si no se fundamenta en Dios?
¿La religión es irracional? No hay duda de que existen formas de religión irracionales total o parcialmente. Pero el cristianismo no lo es. El cristianismo es razonable, no contradice ninguna verdad racional, sino que incluso se vincula a ellas complementándolas sin exigir al hombre, para ser cristiano, la renuncia de todo aquello que lo hace verdaderamente hombre. No es aceptable la idea de que la religión, sea cual sea, es, por su naturaleza, irracional.
Muchos entienden el laicismo como neutralidad, como una expulsión de la religión del espacio público. Mons. Fisichella dice al respecto: “…la secularización y después el laicismo agresivo tienden a excluir al cristianismo del ámbito público, y al hacerlo niegan la relación estructural de la razón con la fe, de la naturaleza con la gracia” (Rino Fisichella, “El valor salvífico del Evangelio también en la tierra”). La idea de quitar festividades religiosas, como la navidad, de impedir que se expongan símbolos religiosos en espacios públicos, de ejercer como misioneros, de hacer pública a otros la propia fe, porque sería un atentado a la libertad de religión, son algunas expresiones de esta idea de laicismo como espacio neutro. Una pared sin un crucifijo no es un espacio neutro, es una pared sin crucifijo. Un espacio público sin Dios no es neutro, sino que no tiene a Dios. El Estado que impide a toda religión manifestarse en público, quizás con la excusa de defender la libertad de religión, no es neutro en cuanto que se posiciona de parte del laicismo o del ateísmo y se toma la responsabilidad de relegar a la religión al ámbito privado. En muchos casos nace la religión del estado, la religión de la antirreligión.
Entre la presencia o la ausencia de Dios en el espacio público no hay término medio, no existen posiciones neutrales. Eliminar a Dios del espacio público significa construir un mundo sin Dios. Un mundo sin Dios es un mundo contra Dios. Excluir a Dios, aunque no se le combata, significa construir un mundo sin referencias a Él.
Por este motivo, el político católico no puede admitir ni colaborar con el laicismo entendido como neutralidad, porque desarrollará una nueva razón del Estado que, perjudicando la religión, se hará daño también a sí mismo. El político católico se opondrá para impedir, sea por razones religiosas, de las que no se puede separar, sea por razones políticas, que nazca una nueva religión del Estado perjudicial para la libertad de las personas.

Durango, Dgo., 13 de Febrero del 2011.

+ Enrique Sánchez Martínez
Obispo Auxiliar de Durango

email:episcopeo@hotmail.com

El nuevo Sistema de Justicia Penal en Durango se debe reformar?

En estas últimas semanas se han escuchado algunas voces acerca del nuevo Sistema de Justicia Penal en nuestro Estado de Durango, que se implantó en el 2009 e inició con el primer juicio oral en el 2010. En general la gente no conoce este sistema de justicia penal. Se decía al inicio: “Es un esfuerzo compartido entre los poderes Ejecutivo, Legislativo y Judicial, así como por parte de diversos sectores y organismos de la sociedad civil. Autoridades federales como locales, elogiaron y dieron el respaldo para la implementación de esta Reforma”.
Su objetivo es “eficientizar, abaratar y transparentar el servicio de impartición de justicia a toda la sociedad, tanto para las partes afectadas como para el inculpado”. Beneficios: Soluciones Alternativas o de Justicia Alternativa, en donde podrá existir una solución previa a la consignación frente al Poder Judicial de delitos que afecten solamente intereses de particulares, no al interés público, y que puedan ser resueltos en la Procuraduría General de Justicia, revisados por un juez de ejecución de sentencia. Baja en más del 50% el número de asuntos que llegan al Poder Judicial y que pueden tener un arreglo entre las partes, no se incluyen los delitos graves como homicidios, violación, secuestro, entre otros. La Transparencia, ya que la acusación la realizará el Ministerio Público al juez en audiencia, en donde podrá estar cualquier persona y cualquier medio de comunicación, y de ese asunto no debe de tener conocimiento el juez hasta el día de la audiencia, con la finalidad de evitar cualquier vicio.
Otros beneficios: La Equidad Pública, sólo cuando estén ambas partes podrá iniciar el asunto, para que no exista la percepción de que se arregló con alguno de los involucrados. La Inmediatez, es decir, la presencia obligatoria de que el juez sea quien resuelva frente al acusado o imputado, a su defensor y Ministerio Público, no se podrá delegar a ningún secretario actuaciones judiciales que le corresponden al juez, ya no habrá secretarios. Las videograbaciones no escritas (imágenes y voz), que tendrán candados para que no sean alteradas y estarán bajo el resguardo del Poder Judicial, es el testimonio de las actuaciones de los participantes en un juicio. Se distribuye de una mejor manera el trabajo de los jueces y magistrados, es decir las funciones que no son judiciales las tendrá un administrador y personal de apoyo, que el juez sólo resuelva asuntos judiciales y estará dedicado al 100% en sus funciones de juez. Profesionalismo de todos los participantes en su operación, se requiere invertir recursos para una adecuada administración y procuración de justicia. Hacer realidad la presunción de inocencia: en el momento de que una persona es acusada se le presume inocente, y el Ministerio Público tiene que comprobar su responsabilidad en el delito que le imputa.
A muy poco tiempo hay voces de que el sistema tiene fallas: “Es necesario reformar el nuevo sistema de justicia penal para evitar que los agresores de mujeres queden en libertad… la actual ley deja al agresor regresar con su víctima tan sólo con arrepentirse”. Hay escepticismo respecto a la viabilidad de los juicios orales: “es una buena intención de mejorar las cosas, pero no bastan las buenas intenciones, se requiere dinero para que se tenga una policía científica, eficiente y suficiente, para que investigue y descubra las pruebas de la culpabilidad y para que con esas pruebas se le lleve un juicio a esa persona”.
Hay quejas y señalamientos de parte de los litigantes de “que la impartición de justicia está dominada por serios incumplimientos y la presencia de comportamientos de corrupción que en muchas ocasiones se hacen de manera clara y descarada. No habrá un correcto desempeño del Nuevo Sistema de Justicia Penal si no se cuenta con una actitud vertical y transparente de parte de los servidores públicos”.
Existe preocupación porque “el Nuevo Sistema de Justicia Penal está vinculado de manera clara a un burocratismo abierto, a la dádiva del litigante al funcionario judicial para verse favorecido en sus promociones, y a la facilidad de dar una respuesta judicial sin entender que la responsabilidad de actuar con toda seriedad es uno de los elementos más significativos en la impartición de justicia”. Se reclama un régimen de justicia penal eficiente y que satisfaga a la sociedad para impedir que se enfrente no sólo a la incompetencia de jueces sino también a la compra de voluntades que es otro factor que deforma de manera clara los resultados de la justicia.
Cuando se inició este sistema se tenía la seguridad de su bondad en todos los niveles de gobierno y por eso fue aprobado y se le ha invertido. ¿Serán verdad todas estas voces acerca de las fallas?
Ante esto quiero señalar que los Obispos mexicanos, en la Exhortación “Que en Cristo nuestra paz México tenga vida digna”, (nums. 45-47) ya habíamos advertido que: “Hay disimulo y tolerancia con el delito por parte de algunas autoridades responsables de la procuración, impartición y ejecución de la justicia. Esto tiene como efecto la impunidad, las deficiencias en la administración de justicia (por incapacidad, irresponsabilidad o corrupción). Se ha hecho evi¬dente la infiltración de la delincuencia organizada en instituciones del Esta¬do. Si no hay justicia, se puede delinquir con mayor facilidad. La corrupción es una forma de violencia que, al inocularse en las estructu¬ras de servicio público, se transforma en delincuencia organizada, ya que de manera descarada se impone «la mordida» como condición a los ciuda¬danos para recibir un beneficio o servicio gratuito… El combate a la corrupción es contradictorio, pues las contralorías no son autónomas en su toma de deci¬siones y caen en la complicidad. Esta situación de corrupción instituciona¬lizada hace sentir la necesidad de autonomía en la procuración de justicia… Es urgente superar definitivamente la anti¬cultura del fraude, de los privilegios de unos cuantos y consolidar procesos e instituciones que permitan la representación de toda la sociedad, a través de métodos transparentes y de autoridades legítimamente elegidas a las que la ciudadanía les pueda pedir cuentas de su actuar”.
Ante las fallas de la impartición de justicia, los obispos proponemos y nos comprometemos (núm. 204): Educar para la legalidad porque las leyes legítimas y justas deben cumplirse, y además, es la base y el presupuesto de la convivencia civil. Hacer conciencia sobre la dimensión ética de toda actividad humana, ya que la legalidad tiene su motivación radical en la moralidad de la persona. Proponemos una ética racional, co¬herente con el humanismo del Evangelio y orientada a alcanzar la paz. Impulsar la formación cívica y política básicas, fundada en las gran¬des afirmaciones de las ciencias y la ética políticas. Reconocer que vivir en un Estado de Derecho nos exige actuar dentro del marco de la ley. El respeto de las nor¬mas y de la autoridad legítima nos garantizará paz, orden y progreso. Reformular, por la vía democrática, las leyes que nos lle¬ven a la consolidación de una sociedad más humana y jus¬ta en la que haya condiciones para que todos tengan una vida digna. Educar en el sentido de la legalidad éste no se improvisa, exige un proce¬so educativo.
Pero la legalidad y la justicia es tarea de todos, particularmen¬te de la familia, de la escuela, los espacios de animación juvenil, de los medios de comunicación, de las instituciones públicas y de la sociedad civil, de los partidos políticos.

Durango, Dgo., 30 Enero del 2011.
+Enrique Sánchez Martínez
Obispo Auxiliar de Durango

email:episcopeo@hotmail.com

Unidos en la enseñanza de los apóstoles, la comunión fraterna, la Eucaristía y la oración

Esta semana del 18 al 25 de enero, la Iglesia nos invita a unirnos todos los cristianos, primero para orar por la Unidad de los Cristianos y también para trabajar por ella. Para construir la unidad, la oración debe estar en el centro, esto quiere decir que la unidad “no puede ser simplemente un producto de la actividad humana; es ante todo un don de Dios. La unidad no la construimos nosotros, sino Dios, viene de Él, del misterio trinitario».
Hace dos mil años, los primeros discípulos de Cristo reunidos en Jerusalén tuvieron la experiencia de la efusión del Espíritu Santo en Pentecostés y han estado reunidos en la unidad que constituye el cuerpo del Cristo. Los cristianos de siempre y de todo lugar ven en este acontecimiento el origen de su comunidad de fieles, llamados a proclamar juntos a Jesucristo como Señor y Salvador. Aunque esta Iglesia primitiva de Jerusalén ha conocido dificultades, tanto exteriormente como en su seno, sus miembros han perseverado en la fidelidad y en la comunión fraterna, en la fracción del pan y en las oraciones. No es difícil constatar que la situación de los primeros cristianos de la Ciudad Santa se vincula hoy a la Iglesia de Jerusalén. La comunidad actual conoce muchas alegrías y sufrimientos que fueron las de la Iglesia primitiva: sus injusticias y desigualdades, sus divisiones, y también su fiel perseverancia y su consideración de una unidad mayor entre los cristianos.
Hoy debemos luchar por la unidad incluso en las grandes dificultades. Hacer esto, nos muestran que la llamada a la unidad debe ir más allá de las palabras y orientarnos de verdad hacia un futuro que nos haga anticipar la Jerusalén celestial y contribuir en su construcción. Tenemos la responsabilidad de transformar nuestras divisiones, éstas son fruto de nuestros actos. Debemos iniciar por nuestra oración, debemos pedir a Dios transformarnos a nosotros mismos, es posible que nuestra propia soberbia impida la unidad y nosotros seamos el principal obstáculo.
La llamada a la unidad invita a todos los cristianos a redescubrir los valores que constituyen la unidad de la primera comunidad cristiana de Jerusalén (Hechos 2, 42ss) y que son un desafío para nosotros. La experiencia de los orígenes de la primera Iglesia de Jerusalén, nos invita a una vuelta a los fundamentos de la fe; nos invita a recordar los tiempos en que la Iglesia no estaba dividida. Debemos meditar las características más destacadas de la comunidad primitiva cristiana: lo primero que transmitieron los apóstoles fue la Palabra, dice el Papa Benedicto «también hoy, la comunidad de los creyentes reconoce en la referencia a la enseñanza de los Apóstoles la norma de la propia fe: todos los esfuerzos por construir la unidad entre todos los cristianos pasa por tanto a través de la profundización de la fidelidad al ‘depositum fidei’ (depósito de la fe), que nos han transmitido los apóstoles»; la comunión fraterna (Koinonia), es ”la expresión más tangible, sobre todo para el mundo exterior, de la unidad entre los discípulos del Señor. La historia del movimiento ecuménico (iniciativas a favor de la unidad de las confesiones cristianas), está marcada por las dificultades e incertidumbres, pero también es una historia de fraternidad, de cooperación y de compartir humano y espiritual, que ha cambiado de manera significativa las relaciones entre los creyentes en el Señor Jesús: todos estamos comprometidos a continuar por este camino»; celebraban la Eucaristía o fracción del pan, en memoria de la Nueva Alianza que Jesús realizó a través de sus sufrimientos, muerte y resurrección. «La comunión en el sacrificio de Cristo es la culminación de nuestra unión con Dios y por lo tanto también la plenitud de la unidad de los discípulos de Cristo, la comunión plena». El hecho de que los demás cristianos no compartan con nosotros la mesa eucarística, debe llevarnos a los católicos a darle una dimensión penitencial a nuestra oración y nos debe llevar también a comprometernos con mayor generosidad, para que un día, eliminados los obstáculos de la plena comunión, sea posible reunirnos alrededor de la mesa del Señor, partir juntos el pan eucarístico y beber del mismo cáliz; y la ofrenda de la oración continua, dice el Santo Padre “rezar significa abrirse a la fraternidad que deriva del ser hijos del único Padre celestial y estar dispuestos al perdón y a la reconciliación».
Aquellos primeros cristianos de Jerusalén, nos enseñan y nos invitan hoy, en todos los campos de la vida cristiana especialmente en el esfuerzo por la Unidad de los Cristianos, a “ofrecer un testimonio fuerte, fundado espiritualmente y sostenido por la razón, del único Dios que se ha revelado y nos habla en Cristo, para ser portadores de un mensaje que oriente e ilumine el camino del hombre de nuestro tiempo, a menudo sin puntos de referencia claros y válidos… por eso, es importante crecer cada día en el amor mutuo, comprometiéndose a superar aquellas barreras que aún existen entre los cristianos: sentir que hay una verdadera unidad interior entre todos los que siguen al Señor; colaborar todo lo posible, trabajando juntos en las cuestiones aún abiertas: y, sobre todo, ser conscientes de que en este itinerario el Señor debe ayudarnos todavía mucho, porque sin El, sin ‘permanecer en Él’ no podemos hacer nada».

Durango, Dgo., 23 Enero del 2011.

+ Enrique Sánchez Martínez
Obispo Auxiliar de Durango

email:episcopeo@hotmail.com

Comunidades Seguras? Un proyecto que nos involucra a todos

El diagnóstico respecto a la delincuencia y la inseguridad, es que nos encontramos en un “agudo proceso de descomposición social, que se manifiesta en una creciente e incontrolable violencia y una insuficiencia de las instituciones para detenerla”, a esto nos enfrentamos cotidianamente los mexicanos. Esto trastoca de raíz uno de los elementos básicos de lo que es y significa la vida en sociedad, dar seguridad a sus miembros. La preocupación más importante de los mexicanos es su seguridad, esto muestra una profunda insatisfacción con la manera en que la sociedad está organizada, quiere decir que ha dejado de ser funcional para los individuos que la conforman; es urgente un nuevo pacto social para que la sociedad tenga la posibilidad de una reestructuración.
Al hablar de comunidad segura se subraya que es una “propuesta orientadora de acciones que pretenden construir espacios sociales, en donde quienes los ocupan se reconozcan, tanto objetiva como subjetivamente seguros”. Se trata de que mediante la coordinación de todos los niveles de gobierno y de la sociedad civil, se fortalezca la estrategia de seguridad con programas de empleo, de combate a la pobreza, de educación, salud y prevención de adicciones, con la participación activa de la sociedad y gobierno.
El concepto de Comunidades Seguras emerge durante la Primera Conferencia sobre Prevención e Lesiones y Accidentes, en Estocolmo, Suecia, 1989. De esta forma se establece que “Todos los seres humanos tienen un derecho igualitario a la salud y la seguridad”. Este concepto fue retomado por la Organización Mundial de la Salud en su estrategia de Salud para Todos. Una comunidad puede definirse como: un área geográfica delimitada, como grupos con intereses comunes, como asociaciones profesionales o como los individuos quienes proveen servicios específicos en un lugar. Es fundamental que la comunidad pueda establecer un contexto para construir relaciones entre sus miembros, organizar intervenciones comunitarias y obtener resultados.
El término Comunidades Seguras implica que la comunidad aspira lograr la seguridad mediante una aproximación estructurada. Los métodos creativos de educación y cambios ambientales, conjuntamente con la legislación y el control apropiados, son un importante inicio para la seguridad en la comunidad. Ninguna intervención individual, es suficiente para cambiar los comportamientos existentes en las comunidades. Los medios de comunicación pueden ser una herramienta poderosa para incrementar la conciencia pública sobre el problema.
Hace unos días se puso en marcha en Durango un programa de “Comunidades Seguras” y “Policía Estatal Acreditable”, con la idea de trabajar bajo una sola visión, todos los niveles de gobierno (federal, estatal, municipal) y la sociedad civil; “no caben las diferencias políticas o de partidos, es un asunto que exige y merece el esfuerzo, la responsabilidad y la participación de todos, para atender con eficacia la mayor exigencia de las familias y el mayor desafío para el Estado mexicano, se trata de un tema en el que todos somos corresponsables directos. Esta es una lucha de la República, de sus instituciones y de la sociedad entera; y no hay excusa para desatender esta responsabilidad, es la hora de asumir la parte que nos toca, sin reservas y sin pretextos… En Durango y en México se puede recuperar la seguridad, si hay capacidad de transitar de la competencia política, a la cooperación institucional, de la concentración de la riqueza, a la generación de oportunidades para todos y de la exclusión a la inclusión social”.
Los obispos de México, cuando hablan de construcción de la paz nos dicen:”La respuesta a los desafíos de la inseguridad y la violencia no puede ser sólo responsabilidad de la autoridad pública, sino también de los ciudada¬nos que asumen su responsabilidad social y que, de manera individual o asociados, asumen sus compromisos y obligaciones para con los miembros de la sociedad a la que pertenecen constituyendo lo que llamamos la socie¬dad civil responsable… La sociedad civil actúa normalmente en el campo público en función del bien común, no busca el lucro personal, ni el poder político o la ad¬hesión a algún partido. Actualmente se considera que el bien común consiste principalmente en la defensa de los derechos y deberes de la per¬sona humana”.
Seremos capaces como sociedad, de organizarnos para alcanzar juntos el bien común de la paz y la seguridad?

Durango, Dgo., 16 Enero del 2011.

+ Enrique Sánchez Martínez
Obispo Auxiliar de Durango

email:episcopeo@hotmail.com