Homilía III domingo de Pascua; 22-IV-2012
Jesús resucitado sigue presente en la Eucaristía
En la primera lectura de hoy, S. Pedro predica: hombres de Israel, a Cristo crucificado, muerto y sepultado, “Dios lo resucitó, librándolo de las ataduras de la muerte, porque no era posible que la muerte lo retuviera en su poder… Porque Dios no podía permitir que su Santo experimentara la corrupción… Ya Jesucristo había prometido; “tendrán la fuerza del Espíritu Santo que descenderá sobre ustedes y serán mis testigos”.
Estas predicaciones de S. Pedro en los Hechos de los Apóstoles, son un recuerdo kerygmático fresco centrado en la Pasión, Muerte y Resurrección de Jesucristo, por la fuerza del Espíritu Santo; esta predicación kerygmática alimentó y cimentó la fe de las primeras comunidades cristianas; y así deberían seguir siendo actualmente nuestra predicación, nuestra vivencia y nuestro testimonio.
Porque actualmente nos falta esta experiencia fresca y vivencial, nuestra palabra no conmueve, no levanta los ánimos y a la postre nuestra pastoral y toda nuestra experiencia cristiana, se va volviendo tibia, costumbrista o rutinaria. Por ello, la Iniciación Cristiana que venimos preparando, iniciará con unos meses de predicación kerygmática; y este tiempo litúrgico de la cincuentena pascual nos pone en la coyuntura de volver la atención a los misterios iniciales del ser cristiano. En la primera Etapa de nuestra Misión Diocesana dedicamos un año a la predicación kerymática; pero en aquel tiempo, se dieron reacciones, discusiones e indiferencias sobre el Kerygma; sólo Dios sabe quienes y cuantos habrán asumido aquella etapa misionera en nuestra Iglesia diocesana. Ahora, con renovados bríos volveremos a los comienzos de la predicación apostólica.
En el Evangelio de hoy, S. Lucas, con su pedagogía catequística, describe el encuentro de Jesús con los discípulos de Emaús, indicando a la comunidad cristiana de todos los tiempos, el camino para un encuentro real con Jesucristo. Resaltan dos elementos: escuchar las Escrituras y partir el pan de la Eucaristía: Jesucristo, se añade al caminar de los dos discípulos y explicándoles las Escrituras, les va mostrando su cumplimiento en su vida, pasión, muerte y resurrección.
Cuando los desconsolados discípulos de Emaús, le piden quedarse con ellos, condesciende y al sentarse para la cena, Jesucristo repite los signos de la última Cena en la que se les abrieron los ojos y lo reconocieron, pero él se les desapareció.
El Concilio Vaticano II dice que “la Eucaristía es la fuente y el culmen de toda la vida cristiana”. La comunidad cristiana pues, no es un grupo reunido en torno a un interés humanitario, a un ideal filantrópico o a un código moral. Se reúne en torno a la persona de Cristo muerto y resucitado, fuerza unificadora e impulsora de la comunidad.
Aplicando, la Eucaristía también tiene un enfoque profundamente social. El Pan eucarístico es un reclamo preciso a compartir con el otro el pan como justicia, solidaridad y defensa de quienes ven atropellados su dignidad y sus derechos. Compartir el Pan eucarístico nos compromete por coherencia, a una distribución más equitativa de los bienes, luchando contra toda especulación económica, para que no falte a nadie el pan cotidiano. Y esto, a niveles de clases, naciones o continentes. Si no aprendemos a multiplicar y compartir el pan, quedará comprometida nuestra credibilidad cristiana.
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