EPISCOPEO «Agua: don de Dios, imprescindible para la supervivencia y un derecho de todos»


            La realidad de la sequía que vivimos en nuestra Arquidiócesis, nos debe hacer conciencia del cuidado que debemos tener por el agua. Todos nos damos cuenta de los estragos que ha ocasionado la sequía, que no solo ha sido en la agricultura y ganadería, sino que ha afectado a las familias: ya no es suficiente el agua para el consumo humano. Desde hace tiempo, la Iglesia católica ha hecho llamados constantes en vistas a un mejor cuidado de la creación.

            Una vez más escuchamos el llamado de nuestros pastores. “En especial quiero referirme al compromiso de todos por administrar razonablemente el consumo del agua. Pues es de todos sabido que las reservas del agua son limitadas, y según cálculos especializados, desde hace años, vienen advirtiendo a la población mundial que tales reservas alcanzan para unos cincuenta años aproximadamente. Y, nosotros como cristianos hemos de tener sentido social y aprender a usar razonablemente el vital líquido”.

            El Compendio de Doctrina Social de la Iglesia dedica todo un capítulo para reflexionar en la relación entre el hombre y el medio ambiente: “Una correcta concepción del medio ambiente, si por una parte no puede reducir utilitariamente la naturaleza a un mero objeto de manipulación y explotación, por otra parte, tampoco debe absolutizarla y colocarla, en dignidad, por encima de la misma persona humana…La tutela del medio ambiente constituye un desafío para la entera humanidad: se trata del deber, común y universal, de respetar un bien colectivo, destinado a todos… Es una responsabilidad que debe crecer, teniendo en cuenta la globalidad de la actual crisis ecológica y la consiguiente necesidad de afrontarla globalmente, ya que todos los seres dependen unos de otros en el orden universal establecido por el Creador”.

El agua es considerada en la Sagrada Escritura símbolo de purificación (Sal 51,4; Jn 13,8) y de vida (Jn 3,5; Ga 3,27): Como don de Dios, el agua es instrumento vital, imprescindible para la supervivencia y, por tanto, un derecho de todos. La utilización del agua y de los servicios a ella vinculados debe estar orientada a satisfacer las necesidades de todos y sobre todo de las personas que viven en la pobreza. El acceso limitado al agua potable repercute sobre el bienestar de un número enorme de personas y es con frecuencia causa de enfermedades, sufrimientos, conflictos, pobreza e incluso de muerte; para resolver adecuadamente esta cuestión, se debe enfocar de forma que se establezcan criterios morales basados precisamente en el valor de la vida y en el respeto de los derechos humanos y de la dignidad de todos los seres humanos.

El agua, por su misma naturaleza, no puede ser tratada como una simple mercancía más entre las otras, y su uso debe ser racional y solidario. Su distribución forma parte, tradicionalmente, de las responsabilidades de los entes públicos (autoridades, gobierno), porque el agua ha sido considerada siempre como un bien público, una característica que debe mantenerse, aun cuando la gestión fuese confiada al sector privado. El derecho al agua, como todos los derechos del hombre, se basa en la dignidad humana y no en valoraciones de tipo meramente cuantitativo, que consideran el agua sólo como un bien económico. Sin agua, la vida está amenazada. Por tanto, el derecho al agua es un derecho universal e inalienable.

            El documento de Aparecida (Conferencia del Episcopado Latinoamericano y del Caribe), en el apartado sobre el cuidado del medio ambiente, ofrece algunas propuestas y orientaciones: Evangelizar para descubrir el don de la creación, para contemplarla y cuidarla como casa de todos los seres vivos;  Una adecuada presencia pastoral en las comunidades más frágiles y amenazadas por el desarrollo depredatorio, y apoyarlas en sus esfuerzos para lograr una equitativa distribución de la tierra, del agua y de los espacios urbanos. Buscar un modelo de desarrollo alternativo integral y solidario, basado en una ética que incluya la responsabilidad por una auténtica ecología natural y humana, que se fundamenta en el evangelio de la justicia, la solidaridad y el destino universal de los bienes. Empeñar nuestros esfuerzos en la promulgación de políticas públicas y participaciones ciudadanas que garanticen la protección, conservación y restauración de la naturaleza. Determinar medidas de monitoreo y control social sobre la aplicación en los países de los estándares ambientales internacionales.

            El Papa Benedicto XVI en “Caritas in Veritate” relaciona la falta de agua y la falta de alimento en muchos países pobres, «El derecho a la alimentación y al agua tiene un papel importante para conseguir otros derechos, comenzando ante todo por el derecho primario a la vida. Por tanto, es necesario que madure una conciencia solidaria que considere la alimentación y el acceso al agua como derechos universales de todos los seres humanos, sin distinciones ni discriminaciones»(27).

Es claro que el cuidado de la creación nos compromete, a quienes por el bautismo hemos sido revestidos de una creatura nueva, somos llamados a fomentar en nuestra sociedad una nueva conciencia y mentalidad ante los bienes de la naturaleza y difundir valores de respeto y cuidado del agua. Debemos empeñarnos en divulgar y llevar a la práctica métodos para la conservación del agua y buscar su racional aprovechamiento.

Debemos iniciar con esta cultura sobre el cuidado del agua fundamentalmente en la familia, pero también están involucrados las Escuelas, Universidades, Industrias, Comercios, Hoteles y Restaurantes, Oficinas de gobierno, también nuestras parroquias.

 

Durango, Dgo., 6 Mayo del 2012                              + Mons. Enrique Sánchez Martínez

Obispo Auxiliar de Durango

Email: episcopeo@hotmail.com

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