Los Obispos son pastores capaces de reconstruir la unidad, tejer redes, remendar, vencer la fragmentación

mons enrique episcopeo-01El pasado 26 de septiembre, su santidad el Papa Francisco ha nombrado a Mons. José Antonio Fernández Hurtado como IX Arzobispo de nuestra Arquidiócesis de Durango. La reacción del pueblo de Dios ante tal acontecimiento, especialmente en las redes sociales, ha sido de gran alegría porque Dios se ha fijado en nosotros, y de agradecimiento al Sr. Arz. Emérito Héctor González Martínez.

            Debemos prepararnos para recibir a nuestro nuevo pastor. Todos: presbiterio, religiosas/os, seminaristas, fieles laicos,  grupos y movimientos diocesanos. Quiero retomar ideas de un mensaje que recientemente el Papa Francisco dirigió a un grupo de obispos y que pueden ayudarnos a profundizar sobre lo que él quiere de ellos.

El Papa les recuerda, que existe un vínculo inseparable entre la presencia estable del obispo y el crecimiento de su rebaño. Toda reforma auténtica de la Iglesia de Cristo comienza por la presencia, la de Cristo que nunca falta, pero también la del pastor que gobierna en nombre de Cristo. Cuando el pastor está ausente o no se le encuentra, están en juego el cuidado pastoral y la salvación de las almas.

También, recordando su ordenación, les dice que están unidos por un anillo de fidelidad a la Iglesia que se le ha encomendado y que están llamados a servir. No se necesitan obispos felices superficialmente; hay que excavar en profundidad para encontrar lo que el Espíritu continúa inspirando a su Esposa. “No seáis obispos con fecha de caducidad, que necesitan cambiar siempre de dirección, como medicinas que pierden la capacidad de curar, o como los alimentos insípidos que hay que tirar porque han perdido ya su utilidad” (Mt 5, 13).

Para vivir en plenitud en sus Iglesias es necesario vivir siempre en Él y no escapar de Él: vivir en su Palabra, en su Eucaristía, en las “cosas de su Padre” (Lc 2, 49), y sobre todo en su cruz. No detenerse de pasada, sino quedarse largamente, como permanece inextinguible la lámpara encendida del Tabernáculo de sus majestuosas catedrales o humildes capillas, para que así el rebaño no deje de encontrar la llama del Resucitado. Por lo tanto, no obispos apagados o pesimistas, apoyados sólo en sí mismos y rendidos ante la oscuridad del mundo o resignados a la aparente derrota del bien.

Su vocación no es la de ser guardianes de un montón de derrotados, sino custodios del Evangelii Gaudium, y por lo tanto, no pueden probarse de la única riqueza que verdaderamente tenemos para dar y que el mundo no puede darse a sí mismo: la alegría del amor de Dios.

Una tarea importante del obispo está en primer lugar hacia sus sacerdotes. Hay muchos que ya no buscan al Señor, o viven en otras latitudes existenciales, algunos en los bajos fondos. Otros, olvidados de la paternidad episcopal o quizá cansados de buscarla en vano, ahora viven como si ya no fueran padres. Los exhorto a cultivar un tiempo interior en el que se pueda encontrar espacio para sus sacerdotes: recibirles, acogerles, escucharles, guiarles.

Quisiera que fueran obispos fáciles de encontrar no por la cantidad de los medios de comunicación de que disponen, sino por el espacio interior que ofrezcan para acoger a las personas y sus necesidades concretas, dándoles la totalidad y la amplitud de la enseñanza de la Iglesia, y no un catálogo de añoranzas. Y que la acogida sea para todos sin discriminación, ofreciendo la firmeza de la autoridad que hace crecer, y la dulzura de la paternidad que engendra. No caigan en la tentación de sacrificar su libertad rodeándose de séquitos y cortes o coros de aprobación, puesto que en los labios del obispo la Iglesia y el mundo tienen el derecho de encontrar siempre el Evangelio que hace libres.

Otra tarea es hacia el Pueblo de Dios encomendado a ustedes. Este pueblo tiene necesidad de su paciencia para curarlo, para hacerlo crecer. Sé bien lo desierto que se ha hecho nuestro tiempo. Se necesita imitar la paciencia de Moisés para guiar a su gente, sin miedo a morir como exiliados, pero gastando hasta su última energía no por ustedes sino para hacer que Dios entre en quienes ustedes guían. Nada es más importante que introducir a las personas en Dios. Les confío, sobre todo a los jóvenes y a los ancianos. Los primeros porque son nuestras alas, y los segundos porque son nuestras raíces. Alas y raíces sin las cuales no sabemos quiénes somos y ni siquiera adónde tenemos que ir.

Los quiero Obispos centinelas, hombres capaces de cuidar los campos de Dios, pastores que caminan delante, en medio y detrás del rebaño, les deseo fecundidad, paciencia, humildad y mucha oración.

 

                                                                                           Durango, Dgo., 28 Septiembre del 2014

 

+ Mons. Enrique Sánchez Martínez

Obispo Auxiliar de Durango

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