¿Sabes tú que eres templo?

          arzo-01  ¿Saben ustedes que son templos de Dios y que el Espíritu de Dios habita en ustedes?  Si alguno destruye el templo de Dios, Dios lo destruirá a él, porque el templo de Dios es santo, y ese templo son ustedes” (1Cor 3, 16-17).

            El valor y la dignidad de una persona deben medirse sobre todo por su condición de templo de Dios y morada del Espíritu. En el mundo antiguo se respetaba sobremanera la santidad de un templo y se castigaba con rigor su profanación. Así deben respetarse también los cristianos entre sí, valorando su propia condición y no las cualidades que cada uno posee. De este modo evitarán el peligro de divinizar a los que sólo son hombres, olvidando que todos están sometidos a Cristo y en Él a Dios.

            En el curso de los siglos, Israel tomó conciencia de la propia identidad nacional y religiosa. Más aún, la monarquía aparecía como la garantía de fidelidad al Dios de la Alianza. Por ello, en la primera lectura de hoy, David piensa que la construcción de un templo a Dios los haría habitar establemente en medio del pueblo y propiciaría definitivamente sus favores. Pero, el profeta de la corte, es obligado a decirle, que es Dios quien construirá una casa a David, es decir una dinastía que dure para siempre.

                  Dios no rechaza el templo; pero afirma que el futuro del pueblo y de la dinastía, se apoyará sobre la Alianza entre Dios y el hombre, más que sobre el mismo templo. La fidelidad recíproca entre Dios y el hombre, será más importante que los sacrificios del templo.

            Por mucho tiempo y para muchos, el término “Iglesia”, solo ha significado un edificio y para otros un lugar para visitar turísticamente, por deber o por conveniencia. Por ello Nietzsche afirmó: “¿qué cosa más, pueden ser aún estas iglesias, sino tumbas y monumentos sepulcrales de Dios”? Hoy, mucho han cambiado las cosas, pero no ha sido superada del todo la idea de una Iglesia que se atrinchera en poderosas  ciudades de Dios, en vez de abrirse a los hombres y a las relaciones humanas  S. Pablo predicó en Atenas: “el Dios que hizo el mundo y todo lo que hay en él y que es el Señor de cielo y tierra, no habita en templos construidos por mano de hombres; tampoco tiene necesidad de que los hombres lo sirvan, pues Él da a todos la vida, la respiración y todo lo demás. Él creó de un solo hombre toda la humanidad para que habitara en toda la tierra, fijando a cada pueblo dónde y cuándo tenían qué habitar, con el fin de que buscaran a Dios, a ver si, aunque sea a tientas, lo podían encontrar; y es que no está lejos de cada uno de nosotros, ya que en Él vivimos, nos movemos y existimos” (Hch 17, 24).

Dios no pone su morada en edificios, sino en los hombres. ¿“no saben que ustedes son templos de Dios y que el Espíritu de Dios habita en ustedes”? Con todo, el edificio eclesial tiene un sentido: es un espacio en que se reúnen los fieles para encontrar al Señor y encontrarse en el Señor. El templo recapitula y expresa los varios momentos y modos de la presencia de Dios en medio de los hombres. Es el signo visible del único y verdadero templo que es el Cuerpo personal de Cristo y su Cuerpo místico que es la Iglesia. Es pues, un lugar sagrado no porque sean sagradas las piedras materiales que lo componen, sino porque son santos los cristianos que se reúnen en el.

Dios pone su morada entre los hombres; las piedras que lo constituyen, son los del “sí” incondicionado a Dios. María es la primera piedra viva. Luego S. José, cuya disponibilidad al plan de Dios aseguró al Niño que nació de María la descendencia real de la estirpe de David. Por el “sí” de personas tan humildes, pobres, atentas a la voluntad de Dios, Jesús, hijo de David entró en la historia del mundo. Esta es su casa, su templo.

Héctor González Martínez

    Administrador Apostólico

 

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