… pero ¿qué es esto para tanta gente? (Jn 6,7)

La semejanza de este texto evangélico con la primera lectura es evidente. El autor del relato nos dice que la palabra divina, a través del profeta, hace que la insuficiencia se transforme en superabundancia.

Prescindiendo de la fuerza simbólica del hecho milagroso del texto evangélico, vemos que hay varias personas involucradas en el hecho: la multitud hambrienta, los apóstoles, el joven que tiene cinco panes de cebada y unos peces y el mismo Jesús. Cada uno tiene su misión. Jesús se da cuenta de que tiene delante una multitud hambrienta, pregunta a los apóstoles, para probar su fe, qué se puede hacer para saciar el hambre de tantas bocas, –alrededor de cinco mil personas según S. Lucas (Lc 9,17)–. Los apóstoles se han olvidado de los muchos milagros que ha hecho Jesús y ante su pregunta, no encuentran salida. Allí está también un muchacho que tiene cinco panes y dos pescados, pero, ¿qué es esto para tanta gente? (v.10). Jesús pide a los discípulos que les manden sentar. A continuación tomó los panes, dio gracias, y los distribuyó a los que estaban sentados (v.11). Y lo mismo hizo con los pescados (v.11). Este versículo nos recuerda las mismas palabras de la institución de la Eucaristía. Luego los dio a los discípulos para que ellos a su vez los repartieran entre la multitud, Jesús no permite que los discípulos se queden de mirones, sino que los hace participes. Esto les exigía obediencia en medio de una situación aparentemente absurda. ¿Qué podían repartir, si ni siquiera había un pez y un poco de pan para cada uno de ellos? A pesar de todo, los discípulos obedecieron nuevamente al Señor y comenzaron a repartir los panes y los peces entre la multitud. Fue entonces cuando vieron que aquellos pocos panes y peces se multiplicaban milagrosamente, hasta que comió toda la multitud y aún sobraron doce canastas. Todos quedaron saciados y con lo que sobró recogieron doce canastas (v.13). La obediencia de los apóstoles, fruto de su fe, fue lo que permitió que el Señor obrara el milagro. Fe y obediencia trabajan juntas, unidas en nosotros nos permitirán ver grandes cosas del Señor.

Es curioso que la gente, después de la multiplicación de los panes y los peces, quiere hacer rey a Jesús, pero éste se opone. El pan, que Dios reparte es mucho más profundo y duradero que lo que pude ofrecer cualquier rey o programa político. Solamente los verdaderamente hambrientos pueden beneficiarse de este milagro; la Palabra de Dios la reciben y entienden los que la ansían.

La lección fue clara: tenían que aprender, tenemos que aprender que la manera de aumentar los pocos recursos que tenemos, es ponerlos en las manos del Señor; incluso los infinitos recursos que el Señor pone en nuestras manos, tenemos que administrarlos y cuidarlos: El Señor mandó que los panes sobrantes se recogieran para que no se perdiera nada. Si leemos detenidamente la Biblia vemos cómo este es el patrón que usa el Señor, se sirve de las cosas pequeñas y de poca importancia para hacer cosas grandes. Y este debiera ser nuestro patrón. Baste recordar ejemplos y ejemplos de las muchas personas que ponen lo poco que tienen en manos de Dios para atender a tantos necesitados, como la M. Teresa de Jesús y tantos religiosos y religiosas que se dedican al cuidado de los enfermos y personas necesitadas. Estas comunidades son un testimonio vivo de que este milagro se hace realidad diariamente en sus vidas.

También hoy el pueblo tiene hambre, hambre de pan material, pero hambre también de la verdad. Ante tantas ofertas o movimientos filosóficos, orientales, espirituales de distintas tendencias, ¿quién o qué podrá calmar esta hambre? ¿Qué es lo que les ofrecemos? Cristo es el nuevo pan que se ofrece a los hombres (Jn. 6). Solamente su mensaje auténtico, y no nuestras opiniones, podrá calmar el hambre de estos hermanos que anhelan el milagro de la superabundancia. La fe ve cómo Dios interviene en la historia de su pueblo en socorro de sus auténticas necesidades. La obra de Dios, decía Jesús, es creer en aquel que ha enviado, el único que puede dar la vida eterna. Por eso cuando Jesús, imitando hasta en algunos detalles este milagro de Eliseo, hizo repartir cinco panes de cebada entre cinco mil hombres e hizo recoger las sobras, venía a decir que él realizaba de verdad aquello que ya significaba el milagro de Eliseo: el Padre nos da en Jesús el único pan que puede dar la vida al mundo.

Acerquémonos a la Eucaristía, verdadero pan del cielo, con hambre, conscientes de que solamente el Señor podrá saciarnos las necesidades profundas que cada uno de nosotros tenemos.

Héctor González Martínez

Arzobispo Emérito de Durango

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