Bautismo de Jesús

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Epifanía; 12-I-2014

Bautismo de Jesús

            “Jesús llegó de Galilea al río Jordán y pidió a Juan que lo bautizara… al salir Jesús bautizado del agua, se le abrieron los cielos y vio al Espíritu de Dios , que descendía sobre Él en forma de paloma, y se oyó una voz que decía desde el cielo: Este es mi Hijo muy amado, en quien tengo mis complacencias”.

La predicación del Bautista anunciaba al Mesías como juez; pero, Jesús se presenta en humildad y en la determinación de obrar en todo con justicia, sometiéndose a la voluntad salvífica de Dios. Por ello, se hace solidario en el Bautismo con todos los hombres pecadores. Así, S. Mateo, valiéndose del doble significado de la palabra griega de Isaías “país”, que significa siervo o hijo, hace notar la relación filial, entre Jesús-Mesías y el Padre. También es evidente un sentido moralizador del trozo: Jesús es el ejemplo de todo el que, practicando la justicia, quiere llegar a ser hijo de Dios.

            A las orillas del Jordán, Juan Bautista predica la conversión de los pecados, para acoger el Reino de Dios que está cerca. Jesús baja con la gente al agua para hacerse bautizar. Para los judíos, el Bautismo era un rito penitencial; por ello se acercaban reconociendo los propios pecados. Pero, el Bautismo que Jesús recibe, no es sólo un Bautismo de penitencia: las palabras del Padre “este es mi Hijo muy amado en quien me complazco” y la bajada del Espíritu Santo en forma de paloma, le dan un significado preciso, que lo reviste de la misión de profeta para anunciar el mensaje de salvación, para la misión sacerdotal, para el único sacrificio agradable al Padre y para la misión de rey-Mesías esperado como salvador.

            El Bautismo de Cristo es nuestro Bautismo. La redacción de los evangelistas, tiende a presentar el Bautismo de Jesús como el Bautismo del nuevo pueblo de Dios que es la Iglesia.

            En el libro del Éxodo, Israel es el hijo primogénito, liberado de Egipto para servir a Dios y ofrecerle el sacrificio (Ex 4,22). Es el pueblo que pasa entre las murallas de agua del Mar Rojo y por el sendero seco a través del Río Jordán. Cristo es el “hijo predilecto” que ofrece el único sacrificio aceptable al Padre. Cristo, que sale del agua, es el nuevo pueblo que es definitivamente liberado: el Espíritu no sólo desciende sobre Cristo, sino que permanece sobre Él “para que los hombres reconozcan en Él al Mesías, enviado a traer a los pobres la alegre noticia de la salvación. El Espíritu que ya no tenía morada permanente entre los hombres (Jn 6,3), ahora, por Cristo permanece siempre en la Iglesia.

            La misión de Cristo es prefigurada en aquella del Siervo sufriente del profeta Isaías: “el Siervo de Yahvé”, es aquel que carga sobre Sí los pecados del pueblo. En Cristo, que se somete a un acto público de penitencia, vemos la solidaridad del Padre, del Hijo y del Espíritu Santo con la nueva historia. Jesús no se distancia de la humanidad pecadora. Al contrario, se identifica, para manifestar mejor el misterio del nuevo bautismo y los consiguientes empeños de acción apostólica  que se derivan para el discípulo.

            Nacidos y viviendo en la fe de la Iglesia, los cristianos tienen necesidad de descubrir la grandeza y las exigencias de la vocación bautismal. Es paradójico, que el Bautismo, que hace del hombre un miembro vivo del Cuerpo de Cristo, no tenga mucho lugar en la conciencia explícita del cristiano y que la mayor parte de los fieles no experimenten la entrada a la Iglesia por el Bautismo, como un momento decisivo de    su vida. El Bautismo que hemos recibido en el nombre de Cristo, es manifestación del amor del Padre, participación del misterio pascual del Hijo y comunicación de una nueva vida en el Espíritu Santo; que nos pone en comunión con Dios, nos integra a su Familia, es un paso de la solidaridad del pecado a la solidaridad del amor.

            Para nosotros, hoy, el Espíritu Santo ha suscitado en la Iglesia una nueva sensibilidad por el Bautismo, que se manifiesta sobre todo en los adultos. Hoy, más que antes, en las comunidades cristianas, se presenta la vida cristiana como “vivir el propio Bautismo”; y se manifiesta la necesidad de recorrer las etapas del propio Bautismo a través de un camino catecumenal, hecho de profunda vida de fe, vivida comunitariamente y ligada a un serio conocimiento de la Sagrada Escritura.

            Los esfuerzos para afrontar estas necesidades no encuentran respuestas acordes. Se requiere insertar el problema en el conjunto de la pastoral, que tienda a la renovación de la catequesis bautismal y que acompañe el camino catecumenal de toda la familia del bautizando. Lo que cuenta no es fijar la fecha del Bautismo, sino recorrer un camino de fe.

Héctor González Martínez, Arz. de Durango

Te adorarán, Señor todos los pueblos de la tierra

arzo-01Epifanía; 5-I-2014

Te adorarán, Señor todos los pueblos de la tierra  

            S. Pablo en su Carta a los Efesios, dice: “por revelación se me dio a conocer… el misterio revelado ahora por el Espíritu a sus santos apóstoles y profetas: que por el Evangelio, también los paganos son coherederos de la misma herencia, miembros del mismo cuerpo y partícipes de la misma promesa en Jesucristo”. Jesucristo es presentado como el revelador del Padre, más aún como la palabra definitiva de Dios a los hombres. El plan salvífico de Dios, realizado por Cristo en su vida, dado a conocer por el Espíritu a los Apóstoles, Pablo lo describe brevemente a los efesios y aquí lo resumimos en pocas palabras: a la heredad de Cristo son llamados los Hebreos, y también los paganos, que anulada toda barrera, forman con los judíos un solo cuerpo, un solo pueblo, y participan de las promesas hechas a los antiguos padres.

            En el Evangelio de hoy, S. Mateo narra la llegada de Astrólogos orientales a Jerusalén, preguntando: “¿dónde está el rey de los judíos que ha nacido? Consultados los sumos sacerdotes y los escribas del pueblo, Herodes encaminó a los Sabios orientales hacia Belén, con la consigna de regresar a informarle, para ir también a adorarlo. Al partir los Sabios hacia Belén, les precedía la estrella que habían visto en Oriente, hasta detenerse en el lugar donde estaba el recién nacido; entrando en el establo, vieron al Niño con María su madre: se postraron, lo adoraron y le ofrecieron sus dones: oro, incienso y mirra. Advertidos en sueños de no regresar a Herodes, regresaron a su tierra por otro camino.

            S. Mateo describe los acontecimientos de la infancia de Jesús, a la luz de las profecías; pero, a diferencia del capítulo primero, centrado en el marco del pueblo judío, en el capítulo segundo, el horizonte se amplía: también los paganos son atraídos a la luz de Jesús-rey y peregrinan hasta Él; pero la nueva Sión no es Jerusalén sino Belén, en cumplimiento del profeta Miqueas: “en cuanto a ti, Belén-Efrata, que no destacas entre los clanes de Judá, sacaré de ti al que ha de ser soberano de Israel” (5,1-14). Tal regreso a los orígenes, indica que el nuevo pueblo sí es continuación del antiguo, pero al mismo tiempo ruptura con él, en base a la fe. De hecho, el texto es un ejemplo de vocación a la fe: los magos-astrólogos, son llamados por medio de una estrella, único medio a su disposición; Herodes y los sacerdotes, por el testimonio de los magos y de la Escritura; pero se notan reacciones muy diferentes.

            Ahora, la presente generación ha visto  derrumbarse los obstáculos y las distancias que separan a hombres y naciones, gracias a un creciente sentido universalista, a una más clara conciencia de la unidad del género humano  y a la aceptación de una dependencia reciproca con miras a una auténtica solidaridad; y gracias al deseo de entrar en contacto con los hermanos y hermanas, más allá de las divisiones creadas por la geografía o las fronteras nacionales o raciales.   Uno de los elementos más significativos del Concilio Vaticano II, es sin duda, el llamado a la unidad fundamental de la familia humana.

            Avanzando en este III milenio, la humanidad se orienta hacia un universalismo cultural, ideológico y tecnológico jamás antes visto. Pero, ¿de qué medios disponemos para alcanzar este sueño?: se experimentan muchos métodos con más o menos credibilidad y posibilidades, pero, no pocas dificultades. ¿Se debe recurrir a la fuerza?: la experiencia de grandes imperios, basados en la violencia, nos pone en guardia. ¿Podemos fiarnos de la conciencia universal del trabajo y de la técnica?: los principios de derecho y de cultura, para fundamentar la unificación son verdaderamente profundos? Y, la persona?

            Y los cristianos, ¿qué decimos y qué aportamos?: el primer hombre que creyó en el universalismo, según las Escrituras, fue Abraham, el padre de las naciones: Dios le prometió que un día, su descendencia reuniría a las naciones: y el patriarca creyó; fue el primer acto de fe hecho por un hombre. Pero,  actualmente, nuestra fe ¿a dónde nos lleva; a qué nos empuja?

Héctor González Martínez

Arz. de Durango

Domingo de la Sgda. Familia: 29-XII-2013 Dichoso el que teme al Señor

arzo-01Domingo de la Sgda. Familia: 29-XII-2013

Dichoso el que teme al Señor

            Meditaremos en la primera lectura tomada del libro del Eclesiástico, libro compuesto por Jesús Ben Sirá, sabio profesor de Jerusalén, que desde joven se aplicó al estudio de la sabiduría, al principio del S. II a.C.; libro compuesto para enseñar, cómo conducirse en la vida y al mismo tiempo en los preceptos de la Ley judía; el libro fue llamado Eclesiástico, por el frecuente uso que de él se hizo en las reuniones litúrgicas durante los primeros siglos de la Iglesia.

Escuchemos a Ben Sirá dirigirse a sus alumnos: “el Señor da más honor al padre que a los hijos y confirma el derecho de la madre sobre ellos. El que honra a su padre alcanza el perdón de sus pecados, el que respeta a su madre amontona tesoros. El que honra a su padre recibirá alegría en sus hijos, y cuando ore será escuchado. El que respeta a su padre tendrá una larga vida, quien obedece al Señor complace a su madre, y sirve al Señor sirviendo a sus padres como amos” (3, 1-7). Todo este libro que nosotros llamamos Eclesiástico, contiene profunda sabiduría que nos puede servir para renovar las familias y nuestra entera vida cristiana. Escuchen unos botones más de muestra: “no pongas la confianza en tus riquezas, ni digas con esto me basta; no dejes que tus instintos y tu fuerza se vayan detrás de las pasiones de tu corazón; no digas: pequé y ¿qué me ha sucedido? Porque el Señor sabe esperar” (5, 1-4).

            Actualmente se comenta mucho sobre el diseño de Dios para la familia. Por una parte resaltamos algunos grandes valores que manifiestan la presencia de Dios, como: el avance de la libertad y de la responsabilidad sobre la paternidad y la educación, la legitima aspiración de la mujer a la igualdad de derechos y deberes con el varón, la apertura al diálogo hacia toda la gran familia humana, la estima de las relaciones auténticamente personales. Por otra parte, se constatan crecientes dificultades, como la degradación de la sexualidad, la visión materialista y hedonista de la vida, la actitud permisiva de los padres, el debilitamiento de los vínculos familiares y de la comunicación entre generaciones.

            El Antiguo Testamento describe la familia como paz, abundancia de bienes materiales, concordia y descendencia numerosa, como signos de la bendición del Señor; la ley fundamental era la obediencia moderada por el amor; esta obediencia no sólo era signo y garantía de bendición y prosperidad para los hijos, sino también un modo para honrar a Dios en los padres. El Cristianismo ha llevado a una superación constante de este tipo de familia con miras al Reino: S. Pablo pide a los esposos y a los hijos cristianos vivir su vida familiar bajo el espejo de la familia trinitaria, en la obediencia de fe como Abraham; S. Juan nos recuerda la filiación divina que el Padre nos ha dado.

            El Evangelio de hoy nos presenta la experiencia de Cristo que entra en el tejido de una familia humana concreta, traza un cuadro realístico de las variadas circunstancias a las que es sujeta la vida de toda familia. En cualquier familia, no todo es miel sobre hojuelas, toda familia pasa por los sufrimientos y las dificultades del exilio, y de la persecución; por las crisis de trabajo, la separación, la emigración, la lejanía  En la Sagrada Familia, como en toda familia, hay gozos y esperanzas, del nacimiento a la infancia, hasta la edad adulta; en ella maduran acontecimientos alegres y tristes para cada uno de sus miembros; después del encuentro de Jesús en el templo de Jerusalén, María y José guardan silencio, no objetan la opción de Jesús, pues intuyen que es una opción que los excluye de la vida del hijo único, una opción regada con lágrimas, pero la aceptan, porque así es la voluntad de Dios. Esto me lleva a terminar reflexionando en las muchas circunstancias que se presentan a los papás, cuando los hijos quieren elegir una profesión que no agrada a los papás, o formar su propio hogar o seguir una vocación sacerdotal o religiosa y los padres se resisten, cuando su papel es  apoyar. El día 1º de este mes cumplí 50 años de sacerdote y mucho recordé que cuando el Sr. Arz. D. José Ma. González y Valencia me dijo “vete al Seminario”, no pedí permiso a mis papás; solo les dije: “me voy al Seminario” y ellos, aun siendo pobres, siempre me apoyaron.

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Arz. de Durango

Domingo IV de Adviento; 22-XII-2013 Jesús, hijo de María

arzo-01Domingo IV de Adviento; 22-XII-2013

Jesús, hijo de María  

            Leyendo hoy en la segunda lectura, de la Carta a los Hebreos, Jesús dice: “no has querido sacrificio ni ofrenda, holocausto ni sacrificio por el pecado,  cosas ofrecidas según la Ley; pero me preparaste un cuerpo, entonces dije: he aquí que vengo, para hacer, oh Dios, tu voluntad… con esto anula el primer sacrificio, y establece uno nuevo”. El autor, citando al salmo 39, vv  5-7: “Tú no quieres sacrificios ni ofrendas, pero hiciste que te escuchara; no pides sacrificios ni víctimas”,  subraya que la muerte de la víctima no es agradable a Dios, si no va acompañada del cumplimiento de la voluntad de Dios; ve en la perfección del sacrificio de Cristo la anulación de todos los sacrificios antiguos. La misma validez del sacrificio de Cristo no está en su muerte a manos de los hombres, sino en su voluntad de sellar con su muerte, la decisión tomada al entrar a este mundo, de donde la Navidad toma valor salvífico; “he aquí que vengo, oh Dios, para hacer tu voluntad”, “justamente, hemos sido salvados y justificados, por esta voluntad: por esa ofrenda hecha por Cristo Jesús, una vez para siempre”.

            En el Evangelio de S. Lucas, leemos hoy, que, después de la anunciación del Ángel,   María viajó

a una ciudad de Judá, “y entrando en la casa de Zacarías, saludó a Isabel”, su prima, que también estaba en cinta, de modo admirable. Y narra S. Lucas, que “apenas Isabel escuchó el saludo de María, el niño exultó de gozo en su seno. E Isabel, llena del Espíritu Santo, exclamó con fuerte voz: bendita tú entre las mujeres, y bendito el fruto de tu vientre”. La escena une dos anunciaciones, a María y a Zacarías, y los dos nacimientos, el de Jesús y el de Juan Bautista. En medio está María, que exclamó: “mi alma glorifica al Señor, y mi espíritu se llena de júbilo en Dios mi Salvador; porque ha mirado la humildad de su sierva”.

Este encuentro nos ofrece la primera bienaventuranza evangélica: “bienaventurada tú que creíste en el cumplimiento de las palabras del Señor”: por la fe de Abraham inició la obra de la salvación; por la fe de María inició su cumplimiento definitivo. Por María, Jesús aparece como el Mesías; porque su presencia atrae el Espíritu y con Él, el gozo.

            Jesús, Hijo de María e Hijo del Altísimo, gusta de hacerse preceder y anunciar por los pobres y los humildes; quiere rodearse de sencillez y verdad. Belén, era la más pequeña entre los ciudades de Judá; ella tendrá el honor de dar lugar al nacimiento del Mesías prometido por los profetas, a aquel que extenderá su Reino de paz los últimos confines de la tierra.

            Humildes y pastoriles serán también los orígenes de David. El futuro Mesías fue presentado más como el humilde descendiente del David, pastor de Belén, y no del David glorioso de la ciudad real. Humildes y pobres son los primeros portadores de la esperanza y de la salvación. Así es María al igual que Isabel. Por la misma humildad y pobreza Isabel, iluminada por el Espíritu Santo, reconoce en María a la Madre del Salvador  y proclama el misterio cumplido en Ella.

            Y María, prorrumpiendo en el cántico del Magnificat, por las grandes cosas obradas en Ella, y por la gracia concedida a su pariente, dice: “el Señor ha mirado la humildad de su sierva”. La salvación prometida a Israel, inició con la Encarnación del Mesías, Todo esto, con una admirable atención y respeto a los protagonistas. Signo de este inicio, es la concesión de los bienes mesiánicos y espirituales, hecha aún a los pobres y a los humildes, y a quienes se reconozcan necesitados de salvación. En este punto, María es la morada viviente de Dios en medio de los hombres; es la portadora de la presencia divina que salva.

            El autor de la Carta a los Hebreos, afirma que, en fuerza de su pobreza y de su obediencia, Jesús nos mereció el perdón de los pecados y nos ha salvado. Para el encuentro de los hombres con Dios, para su unidad y paz, en el designio de Dios se requería alguien que fuera plena y totalmente hombre, exceptuando el pecado. Por ello, Jesús quiso ser hijo de María.

Héctor González Martínez

       Arz. de Durango

Alégrense, la liberación está cerca

Domingo III de Adviento; 15-XII-2013

Alégrense, la liberación está cerca

 

En medio de la austeridad del Adviento, hoy, tercarzo-01er domingo se llama domingo de alegarse. Por eso, el título de esta predicación: “alégrense, la liberación está cerca”.

Meditamos esto en base al Evangelio de S. Mateo: Juan Bautista, encarcelado, “oyó hablar de las obras de Cristo y mandó a preguntarle: ¿eres tú el que ha de venir o esperamos a otro? Jesús respondió: vayan a contar a Juan lo que están viendo y oyendo: los ciegos ven, los cojos andan, los leprosos quedan limpios de la lepra, los sordos oyen, los muertos resucitan y a los pobres se les anuncia el Evangelio”. A la luz de este párrafo de S. Mateo, podemos leer los signos que estamos llamados a proyectar para que todos los vean. Sobre todo fijémonos en lo último: “a los pobres se les anuncia el Evangelio”.

 

En el centro de este párrafo, está la pregunta de siempre: saber si Jesús es el Mesías o si hay que esperar a otro: todo depende de qué Mesías se busca. Para Juan Bautista, Jesús realizaba un tipo de Mesías, distinto del que se esperaba. Pero Jesús indica la clave para una respuesta: confrontar las obras con las Escrituras y no escandalizarse del modo humilde de presentarse. Pero, el anuncio del Evangelio permanece siempre válido, porque está proyectado a un tiempo en que será plenamente realizado.

 

Pues Cristo viene como guía de la humanidad descarriada, desconfiada y cansada de regresar a Dios. Él es la cabeza de los redimidos por el camino santo de la obediencia y de la fidelidad. Pero, esta venida de Cristo debe explicitarse en el transcurso de las generaciones: la liberación que se acerca, exige tiempo y fatiga, y el gozo es más bien la lograda meta parcial, que proyecta en esperanza a la meta final.

 

El proceso de liberación humana de sus esclavitudes y condicionamientos internos o externos, arriesga de perder de vista la esperanza última, por la urgencia de acelerar las estructuras deshumanizantes, de concientizar a los hombres y reconducirlos a la dignidad y a la autonomía de personas. Por otra parte, frecuentemente la pereza y el egoísmo de los cristianos oscurece y afecta el anuncio de la liberación de Jesús, cuyos signos son hoy el compromiso por los pobres, los marginados, las minorías, la defensa de los derechos de la conciencia, el compartir la suerte de quien no tiene esperanza.

 

Toda evangelización ha de llevar a una liberación; si no hay liberación no hay auténtica evangelización. El gozoso anuncio del Cristo liberador, resulta creíble si sus mensajeros o agentes saben pagar personalmente, de ser previamente testigos del gozo de ser liberados.

Los cristianos deben saber que anunciar la Buena Nueva de la Salvación, es un mensaje de gozo y de liberación. En un mundo rico en posibilidades, pero al mismo tiempo, envuelto en un juego de contradicciones y hasta juzgado por algunos como absurdo, los cristianos deben comunicar el gozo en que viven: un gozo extraordinariamente realista y que expresa la certeza fundada en Cristo, de que no obstante      las dificultades y las aparentes contradicciones, se está edificando el futuro de la humanidad. Tal y así, es el empeño del cristiano, expresado en una bendición litúrgica: “que el Señor nos haga firmes en la fe, gozosos en la esperanza y activos en la caridad”.

 

Existen muchas satisfacciones humanas, familiares y sociales; pero existe un gozo más profundo, el de quienes se hacen pobres ante Dios y esperan todo de Él y de la fidelidad a su Alianza. Nada, ni la prueba, puede disminuir este gozo. El gozo de Dios es fuerza y poder. La gloria de la Iglesia, en su condición terrestre es el gozo de construir el Reino, la nueva humanidad, el mundo nuevo, la nueva tierra, los nuevos cielos.

Héctor González Martínez

Arz. de Durango