“También nosotros debemos dar la vida por los hermanos, por los enfermos”
La Jornada Mundial del Enfermo que celebramos este día 11 de febrero, memoria de Nuestra Señora de Lourdes, es una invitación a reconocer en los enfermos una presencia especial de Cristo que sufre. Él lleva el peso de nuestro sufrimiento. Especialmente en la cruz se revela el misterio del amor de Dios por nosotros y esto nos infunde esperanza y valor. El Hijo de Dios hecho hombre ha transformado la enfermedad y el sufrimiento, porque en unión con Él, las experiencias negativas, pueden llegar a ser positivas.
Jesús es el camino para todos y podemos ser sus discípulos. Para nosotros la fe en Cristo Crucificado se convierte en fuerza para amar hasta el final y hasta a los enemigos. La prueba de la fe auténtica en Cristo es el don de sí, el difundirse del amor por el prójimo, especialmente por el que no lo merece, por el que sufre, por el que está marginado.
Estamos llamados a configurarnos con Cristo, el Buen Samaritano de todos los que sufren. “En esto hemos conocido lo que es el amor: en que él dio su vida por nosotros. También nosotros debemos dar la vida por los hermanos” (1 Jn 3,16).
En la parábola del Buen Samaritano (Lc 10,25-37) Jesús nos enseña el amor profundo de Dios por todo ser humano, especialmente cuando experimenta la enfermedad y el dolor. Frente al prójimo se trata por tanto de extraer del amor infinito de Dios la fuerza para vivir cada día como Buen Samaritano, con una atención concreta hacia quien está herido en el cuerpo y el espíritu, hacia quien pide ayuda, aunque sea un desconocido y no tenga recursos. Esto vale para todos, también para el mismo enfermo, que puede vivir su propia condición en una perspectiva de fe: “Lo que cura al hombre no es esquivar el sufrimiento y huir ante el dolor, sino la capacidad de aceptar la tribulación, madurar en ella y encontrar en ella un sentido mediante la unión con Cristo, que ha sufrido con amor infinito” (Jornada Mundial del Enfermo 2013).
Para crecer en la ternura, en la caridad respetuosa y delicada, tenemos un modelo cristiano: es la Madre de Jesús y Madre nuestra, atenta a la voz de Dios y a las necesidades y dificultades de sus hijos. María, animada por la divina misericordia, se olvida de sí misma y se encamina rápidamente de Galilea a Judá para encontrar y ayudar a su prima Isabel; intercede ante su Hijo en las bodas de Caná cuando ve que falta el vino para la fiesta; a lo largo de su vida, lleva en su corazón las palabras del anciano Simeón anunciando que una espada atravesará su alma, y permanece con fortaleza a los pies de la cruz de Jesús. Ella sabe muy bien cómo se sigue este camino y por eso es la Madre de todos los enfermos y de todos los que sufren. Podemos recurrir confiados a ella con filial devoción, seguros de que nos asistirá, nos sostendrá y no nos abandonará.
San Juan, el discípulo que estaba con María a los pies de la Cruz, hace que nos remontemos a las fuentes de la fe y de la caridad, al corazón de Dios que “es amor” (1 Jn 4,8.16), nos recuerda que no podemos amar a Dios si no amamos a los hermanos. El que está bajo la cruz con María, aprende a amar como Jesús.
Cuando nos acercamos con ternura a los que necesitan atención; cuando llevamos la esperanza y la sonrisa de Dios en medio de las contradicciones del mundo; cuando nos entregamos generosamente a los demás, damos espacio al Corazón de Cristo y el nuestro se inflama, ofreciendo así nuestra aportación a la llegada del Reino de Dios.
Durango, Dgo., 9 de Febrero del 2014 + Mons. Enrique Sánchez Martínez
Obispo Auxiliar de Durango
Email: episcopeo@hotmail.com