“También nosotros debemos dar la vida por los hermanos, por los enfermos”

mons enrique episcopeo-01La Jornada Mundial del Enfermo que celebramos este día 11 de febrero, memoria de Nuestra Señora de Lourdes, es una invitación a reconocer en los enfermos una presencia especial de Cristo que sufre. Él lleva el peso de nuestro sufrimiento. Especialmente en la cruz se revela el misterio del amor de Dios por nosotros y esto nos infunde esperanza y valor. El Hijo de Dios hecho hombre  ha transformado la enfermedad y el sufrimiento, porque en unión con Él, las experiencias negativas, pueden llegar a ser positivas.

Jesús es el camino para todos y podemos ser sus discípulos. Para nosotros la fe en Cristo Crucificado se convierte en fuerza para amar hasta el final y hasta a los enemigos. La prueba de la fe auténtica en Cristo es el don de sí, el difundirse del amor por el prójimo, especialmente por el que no lo merece, por el que sufre, por el que está marginado.

Estamos llamados a configurarnos con Cristo, el Buen Samaritano de todos los que sufren. “En esto hemos conocido lo que es el amor: en que él dio su vida por nosotros. También nosotros debemos dar la vida por los hermanos” (1 Jn 3,16).

En la parábola del Buen Samaritano (Lc 10,25-37) Jesús nos enseña el amor profundo de Dios por todo ser humano, especialmente cuando experimenta la enfermedad y el dolor.  Frente al prójimo se trata por tanto de extraer del amor infinito de Dios la fuerza para vivir cada día como  Buen Samaritano, con una atención concreta hacia quien está herido en el cuerpo y el espíritu, hacia quien pide ayuda, aunque sea un desconocido y no tenga recursos. Esto vale para todos, también para el mismo enfermo, que puede vivir su propia condición en una perspectiva de fe: “Lo que cura al hombre no es esquivar el sufrimiento y huir ante el dolor, sino la capacidad de aceptar la tribulación, madurar en ella y encontrar en ella un sentido mediante la unión con Cristo, que ha sufrido con amor infinito” (Jornada Mundial del Enfermo 2013).

Para crecer en la ternura, en la caridad respetuosa y delicada, tenemos un modelo cristiano: es la Madre de Jesús y Madre nuestra, atenta a la voz de Dios y a las necesidades y dificultades de sus hijos. María, animada por la divina misericordia, se olvida de sí misma y se encamina rápidamente de Galilea a Judá para encontrar y ayudar a su prima Isabel; intercede ante su Hijo en las bodas de Caná cuando ve que falta el vino para la fiesta; a lo largo de su vida, lleva en su corazón las palabras del anciano Simeón anunciando que una espada atravesará su alma, y permanece con fortaleza a los pies de la cruz de Jesús. Ella sabe muy bien cómo se sigue este camino y por eso es la Madre de todos los enfermos y de todos los que sufren. Podemos recurrir confiados a ella con filial devoción, seguros de que nos asistirá, nos sostendrá y no nos abandonará.

San Juan, el discípulo que estaba con María a los pies de la Cruz, hace que nos remontemos a las fuentes de la fe y de la caridad, al corazón de Dios que “es amor” (1 Jn 4,8.16), nos recuerda que no podemos amar a Dios si no amamos a los hermanos. El que está bajo la cruz con María, aprende a amar como Jesús.

Cuando nos acercamos con ternura a los que necesitan atención; cuando llevamos la esperanza y la sonrisa de Dios en medio de las contradicciones del mundo; cuando nos entregamos generosamente a los demás, damos espacio al Corazón de Cristo y el nuestro se inflama, ofreciendo así nuestra aportación a la llegada del Reino de Dios.

Durango, Dgo., 9 de Febrero del 2014                                 + Mons. Enrique Sánchez Martínez

                                                                                                    Obispo Auxiliar de Durango

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Un nuevo impulso Arquidiocesano por el camino de una conversión pastoral y misionera

mons enrique episcopeo-01Celebramos nuestra VIII Asamblea Arquidiocesana de Pastoral el objetivo  que nos propusimos lo hemos abordado conducidos por nuestro pastor el Sr. Arz. Héctor González; primero “el que”, analizando los retos y desafíos ante el “cambio de época”: en el contexto global y en el contexto mexicano; después “el cómo”, mediante el impulso de la Nueva Evangelización y a la luz de la “Alegría del Evangelio”; y concluimos con el “para que”, llamados a ser “discípulos y misioneros de nuestro tiempo”, con el compromiso de todos los sectores (obispos, sacerdotes, religiosos, religiosas y laicos), de buscar una renovación pastoral de nuestra Arquidiócesis, dándole continuidad a proceso de la Iniciación cristiana.

La Arquidiócesis necesita iniciar y avanzar en el camino de una conversión pastoral y misionera, que no puede dejar las cosas como están. Ya no nos sirve una “simple administración”.  Una pastoral en clave de misión debe abandonar el cómodo criterio pastoral del “siempre se ha hecho así”. Todos debemos ser audaces y creativos en esta tarea de repensar los objetivos, las estructuras, el estilo y los métodos evangelizadores de las propias comunidades. Un compromiso de no caminar solos sino contar siempre con los hermanos y especialmente con la guía de nuestro Arzobispo en un sabio y realista discernimiento pastoral.

Desde hace tiempo, la Iglesia nos ha orientado en esta línea de renovación: el Papa Pablo VI interpelaba a todos: “La Iglesia debe profundizar en la conciencia de sí misma, debe meditar sobre el misterio que le es propio… De esta iluminada y operante conciencia brota un espontáneo deseo de comparar la imagen ideal de la Iglesia (tal como Cristo la vio, la quiso y la amó como Esposa suya santa e inmaculada (Ef 5,27)) y el rostro real que hoy la Iglesia presenta… Brota, por lo tanto, un anhelo generoso y casi impaciente de renovación, es decir, de enmienda de los defectos que denuncia y refleja la conciencia, a modo de examen interior, frente al espejo del modelo que Cristo nos dejó de sí”.

El Concilio Vaticano II presentó la conversión eclesial como la apertura a una permanente reforma de sí por fidelidad a Jesucristo: “Toda la renovación de la Iglesia consiste esencialmente en el aumento de la fidelidad a su vocación… Cristo llama a la Iglesia peregrinante hacia una perenne reforma, de la que la Iglesia misma, en cuanto institución humana y terrena, tiene siempre necesidad”.

            Cómo podrá entenderse y realizarse tal renovación?  La reforma de estructuras que exige la conversión pastoral y debe entenderse así: procurar que todas ellas se vuelvan más misioneras, que la pastoral ordinaria en todas sus instancias sea más expansiva y abierta, que coloque a los agentes pastorales en constante actitud de salida y favorezca así la respuesta positiva de todos aquellos a quienes Jesús convoca a su amistad.

Esta renovación abarca todo y a todos: la Arquidiócesis, las parroquias, los grupos y movimientos, los obispos, los sacerdotes, las religiosas y religiosos, los laicos y todos los que formamos la Iglesia.

La Iglesia particular, o Diócesis, que es una porción de la Iglesia católica bajo la guía de su obispo, también está llamada a la conversión misionera. Ella es el sujeto primario de la evangelización, ya que es la manifestación concreta de la única Iglesia en un lugar del mundo, y en ella “verdaderamente está y obra la Iglesia de Cristo, que es Una, Santa, Católica y Apostólica”. Es la Iglesia encarnada en un espacio determinado, provista de todos los medios de salvación dados por Cristo, pero con un rostro local. Su alegría de comunicar a Jesucristo se expresa tanto en su preocupación por anunciarlo en otros lugares más necesitados como en una salida constante hacia las periferias de su propio territorio o hacia los nuevos ámbitos socioculturales. Procura estar siempre allí donde hace más falta la luz y la vida del Resucitado.

La parroquia no es una estructura caduca, para renovarse requiere la docilidad y la creatividad misionera del Pastor y de la comunidad. Es  “la misma Iglesia que vive entre las casas de sus hijos y de sus hijas”. Ella está realmente en contacto con los hogares y con la vida del pueblo, y no debe ser estructura separada de la gente o en un grupo de selectos que se miran a sí mismos. La parroquia es presencia eclesial en el territorio, ámbito de la escucha de la Palabra, del crecimiento de la vida cristiana, del diálogo, del anuncio, de la caridad generosa, de la adoración y la celebración. A través de todas sus actividades, la parroquia alienta y forma a sus miembros para que sean agentes de evangelización. Es comunidad de comunidades, santuario donde los sedientos van a beber para seguir caminando, y centro de constante envío misionero.

Durango, Dgo., 2 de Febrero del 2014                                 + Mons. Enrique Sánchez Martínez

                                                                                                    Obispo Auxiliar de Durango

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Asamblea Diocesana de Pastoral: la alegría de la Nueva Evangelización

mons enrique episcopeo-01Celebramos esta próxima semana el Plenario Sacerdotal de la Arquidiócesis de Durango. Como cada año nos reunimos el presbiterio de Durango convocados por nuestro Pastor Don Héctor González M., con el objetivo de: “reflexionar y discernir, desde la Palabra de Dios y del Magisterio de la Iglesia, en los desafíos, tentaciones y perspectivas que implican la Nueva Evangelización, en orden a una renovación personal y pastoral del presbiterio, que se traduzca en un estado de Misión permanente en nuestra Arquidiócesis”.

            Unos días de convivencia fraternal y presbiteral, encuentro con los amigos, los compañeros. Nos reunimos para orar, estudiar, conocernos más, compartir experiencias, pro sobre todo para renovar la alegría de nuestra vocación sacerdotal.

            También celebramos la VIII Asamblea Diocesana de Pastoral. Ha sido convocada por el Sr. Arz. Don Héctor González Martínez para los días 30 de enero al 1 de febrero, y se realizará en el Centro Cultural y de Convenciones Bicentenario. El objetivo es “Que los fieles de la Arquidiócesis de Durango, desde el encuentro con Jesucristo vivo respondan a los retos y desafíos del mundo de hoy, mediante el impulso de la Nueva Evangelización para, que sean discípulos y misioneros de nuestro tiempo”.

Para nuestra iglesia de Durango es de suma importancia seguir avanzando en la institucionalización de la Iniciación Cristiana “para formar y hacer cristianos”. El documento de Aparecida del CELAM, dice: “La iniciación cristiana, que incluye el Kerygma, es la manera práctica de poner en contacto con Jesucristo e iniciar en el discipulado. Nos da la oportunidad de fortalecer la unidad de los tres sacramentos de la iniciación y profundizar en la unidad de los tres sacramentos”.

En Evangelii Gaudium el Papa Francisco dice: “El envío misionero del Señor incluye el llamado al crecimiento de la fe cuando indica: enseñándoles a observar todo lo que os he mandado (Mt 28,20). Así queda claro que el primer anuncio debe provocar también un camino de formación y maduración. La Evangelización también busca el crecimiento, que implica tomarse muy en serio a cada persona y el proyecto que Dios tiene sobre ella” (160).

Participarán los agentes evangelizadores, catequistas, colaboradores de todas las parroquias, sacerdotes, religiosos y religiosas, así como todos los movimientos laicales de nuestra Iglesia Local.

Es una asamblea motivacional y formativa para impulsar a los laicos a profundizar en su vocación y misión dentro de la Iglesia, además de renovar el compromiso discípulos misioneros dentro de su Arquidiócesis y colaborar comprometidamente en sus comunidades parroquiales, grupos y movimientos. Se ofrecerán conferencias, impartida por el Dr. Rodrigo Guerra, quien es miembro del Pontificio Consejo para los Laicos en la Santa Sede.

Durango, Dgo., 26 de Enero del 2014                                  + Mons. Enrique Sánchez Martínez

                                                                                                    Obispo Auxiliar de Durango

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La alegría del Evangelio que llena la vida de los discípulos, es una alegría misionera

mons enrique episcopeo-01Con la celebración del Bautismo del Señor se inaugura una verdadera “escuela de discipulado”, y tiene como objetivo ayudarnos a descubrir poco a poco, y durante todo el año litúrgico , la riqueza inmensa de Jesucristo. A pesar de las desdichas o de los triunfos de todos los días, la fe nos pide estar atentos a ese Cristo que se revelado a través de la Palabra. Pero creer en Jesús no es solo contemplarlo de lejos, sino “disponerse a imitarlo”: en verdad que en Él se nos descubre lo que Dios quiere de cada uno de nosotros como Iglesia, pues a los hombres no nos ha sido dado otro bajo el cielo por el cual podamos ser salvos (Hech 4,4,12).

            Cada domingo somos invitados a decidirnos a vivir la escucha y meditación de la vida de Cristo presentado como Señor y Maestro, vivo y presente en la comunidad, uno a quien debemos lo que somos y con quien tenemos el compromiso urgente de transformar todo ambiente, situación, sentimiento, tiempo, de ordinario y común en una extraordinaria oportunidad de vida y salvación, pues Él, es el elegido de Dios.

            La presentación de la vida pública del Señor se inicia con su “aparición en la historia” a orillas del Jordán. Señalado por Juan el Bautista como “Cordero de Dios” ocurre el seguimiento de los primeros discípulos, es decir la formación de la primera comunidad de creyentes.

            El Papa Francisco en Evangelii Gaudium nos invita, como discípulos del Señor “a renovar ahora mismo su encuentro personal con Jesucristo o, al menos, a tomar la decisión de dejarse encontrar por Él, de intentarlo cada día sin descanso. No hay razón para que alguien piense que esta invitación no es para él, porque «nadie queda excluido de la alegría reportada por el Señor”.

Todos somos invitados a recibir “un anuncio renovado, una nueva alegría en la fe y una fecundidad evangelizadora” y el centro y esencia de ese anuncio es siempre el mismo: el Dios que manifestó su amor inmenso en Cristo muerto y resucitado. Él hace a sus fieles siempre nuevos; aunque sean ancianos, “les renovará el vigor, subirán con alas como de águila, correrán sin fatigarse y andarán sin cansarse” (Is 40,31). Cristo es el “Evangelio eterno” (Ap 14,6), y es “el mismo ayer y hoy y para siempre” (Hb 13,8), pero su riqueza y su hermosura son inagotables. Él es siempre joven y fuente constante de novedad.

Cuando Jesús comienza su ministerio, Juan exclama: “Ésta es mi alegría, que ha llegado a su plenitud” (Jn 3,29). Jesús mismo “se llenó de alegría en el Espíritu Santo” (Lc 10,21). Su mensaje es fuente de gozo: “Os he dicho estas cosas para que mi alegría esté en vosotros, y vuestra alegría sea plena” (Jn 15,11).

Nuestra alegría cristiana bebe de la fuente de su corazón rebosante. Él promete a los discípulos: “Estaréis tristes, pero vuestra tristeza se convertirá en alegría” (Jn 16,20). E insiste: “«Volveré a veros y se alegrará vuestro corazón, y nadie os podrá quitar vuestra alegría” (Jn 16,22). Después ellos, al verlo resucitado, “se alegraron” (Jn 20,20).

El libro de los Hechos de los Apóstoles cuenta que en la primera comunidad “tomaban el alimento con alegría” (2,46). Por donde los discípulos pasaban, había «una gran alegría» (8,8), y ellos, en medio de la persecución, “se llenaban de gozo” (13,52). Un eunuco, apenas bautizado, “siguió gozoso su camino” (8,39), y el carcelero “se alegró con toda su familia por haber creído en Dios” (16,34). ¿Por qué no entrar también nosotros en ese río de alegría?

Durango, Dgo., 19 de Enero del 2014                                  + Mons. Enrique Sánchez Martínez

                                                                                                    Obispo Auxiliar de Durango

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La fraternidad, fundamento y camino para la paz y premisa para vencer la pobreza

mons enrique episcopeo-01EPISCOPEO

La doctrina social de la Iglesia nos ayuda en la reflexión sobre la paz: en la Encíclica Populorum Progressio, el Papa Pablo VI nos dice que el desarrollo integral de los pueblos es el nuevo nombre de la paz. No sólo entre las personas, sino también entre las naciones debe reinar un espíritu de fraternidad. “En esta comprensión y amistad mutuas, en esta comunión sagrada, debemos actuar a una para edificar el porvenir común de la humanidad”. Este deber concierne en primer lugar a los más favorecidos. Sus obligaciones hunden sus raíces en la fraternidad humana y sobrenatural, y se presentan bajo un triple aspecto: el deber de solidaridad, que exige que las naciones ricas ayuden a los países menos desarrollados; el deber de justicia social, que requiere el cumplimiento en términos más correctos de las relaciones defectuosas entre pueblos fuertes y pueblos débiles; el deber de caridad universal, que implica la promoción de un mundo más humano para todos, en donde todos tengan algo que dar y recibir.

En la Encíclica Sollicitudo Rei Socialis de Juan Pablo II, se habla de la paz como opus solidaritatis (fruto de la solidaridad), por esto mismo no se debe dudar que la fraternidad sea su principal fundamento. La paz es un bien indivisible. O es de todos o no es de nadie. Sólo es posible alcanzarla realmente y gozar de ella, como mejor calidad de vida y como desarrollo más humano y sostenible, si se asume en la práctica por parte de todos, debe ser una “determinación firme y perseverante de empeñarse por el bien común”. Esto implica no dejarse llevar por el “afán de ganancia” o por la “sed de poder”. Es necesario estar dispuestos a “perderse” por el otro en lugar de explotarlo, y a “servirlo” en lugar de oprimirlo para el propio provecho. El “otro”(persona, pueblo o nación) no puede ser considerado como un instrumento cualquiera para explotar a bajo coste su capacidad de trabajo y resistencia física, abandonándolo cuando ya no sirve, sino como un “semejante” nuestro, una “ayuda”.

La solidaridad cristiana entraña que el prójimo sea amado no sólo como “un ser humano con sus derechos y su igualdad fundamental con todos”, sino como “la imagen viva de Dios Padre, rescatada por la sangre de Jesucristo y puesta bajo la acción permanente del Espíritu Santo”, como un hermano. Entonces la conciencia de la paternidad común de Dios, de la hermandad de todos los hombres en Cristo, “hijos en el Hijo”, de la presencia y acción vivificadora del Espíritu Santo, conferirá a nuestra mirada sobre el mundo un nuevo criterio para interpretarlo, para transformarlo.

En la Encíclica Caritas in veritate, el Papa Benedicto XVI recordaba al mundo entero que la falta de fraternidad entre los pueblos y entre los hombres es una causa importante de la pobreza. En muchas sociedades experimentamos una profunda pobreza relacional debida a la carencia de sólidas relaciones familiares y comunitarias. Asistimos con preocupación al crecimiento de distintos tipos de descontento, de marginación, de soledad y a variadas formas de dependencia patológica. Una pobreza como ésta sólo puede ser superada, redescubriendo y valorando las relaciones fraternas en el seno de las familias y de las comunidades, compartiendo las alegrías y los sufrimientos, las dificultades y los logros que forman parte de la vida de las personas.

Además, si por una parte se da una reducción de la pobreza absoluta, por otra parte no podemos dejar de reconocer un grave aumento de la pobreza relativa, es decir, de las desigualdades entre personas y grupos que conviven en una determinada región o en un determinado contexto histórico-cultural. En este sentido, se necesitan también políticas eficaces que promuevan el principio de la fraternidad, asegurando a las personas (iguales en su dignidad y en sus derechos fundamentales) el acceso a los capitales, a los servicios, a los recursos educativos, sanitarios, tecnológicos, de modo que todos tengan la oportunidad de expresar y realizar su proyecto de vida, y puedan desarrollarse plenamente como personas.

También se necesitan políticas dirigidas a atenuar una excesiva desigualdad de la renta. No podemos olvidar la enseñanza de la Iglesia sobre la llamada hipoteca social, según la cual, aunque es lícito, como dice Santo Tomás de Aquino, e incluso necesario, “que el hombre posea cosas propias”, en cuanto al uso, no las tiene “como exclusivamente suyas, sino también como comunes, en el sentido de que no le aprovechen a él solamente, sino también a los demás”.

Existe otra forma más de promover la fraternidad (y así vencer la pobreza) que debe estar en el fondo de todas las demás. Es el desprendimiento de quien elige vivir estilos de vida, sobrios y esenciales, compartiendo las propias riquezas, para conseguir experimentar la comunión fraterna con los otros. Esto es fundamental para seguir a Jesucristo y ser auténticamente cristianos. No se trata sólo de personas consagradas que hacen profesión del voto de pobreza, sino también de muchas familias y ciudadanos responsables, que creen firmemente que la relación fraterna con el prójimo constituye el bien más preciado.

 

Durango, Dgo., 12 de Enero del 2014                                  + Mons. Enrique Sánchez Martínez

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EPISCOPEO: La cruz es el “lugar” definitivo donde se funda la fraternidad, que los hombres no son capaces de generar por sí mismos

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La cruz es el “lugar” definitivo donde se funda la fraternidad, que los hombres no son capaces de generar por sí mismos

En el Mensaje para la Jornada Mundial de la Paz, “La fraternidad, fundamento y camino para la paz”, el Papa Francisco nos invita a profundizar sobre un anhelo indeleble de fraternidad que alberga todo hombre en su interior, y que lo lleva a encontrarse no con enemigos o contrincantes, sino con hermanos a los que hay que acoger y querer.

La fraternidad se empieza a aprender en el seno de la familia, sobre todo gracias a las responsabilidades complementarias de cada uno de sus miembros, en particular del padre y de la madre. La familia es la fuente de toda fraternidad, y por eso es también el fundamento y el camino primordial para la paz, pues, por vocación, debería contagiar al mundo con su amor.

            El avance del mundo por las comunicaciones y la interdependencia que existe entre las naciones hacen más palpable la conciencia de que todas las naciones de la tierra forman una unidad y comparten un destino común. Existe en la humanidad una vocación de formar una comunidad compuesta de hermanos que se acogen recíprocamente y se preocupan los unos de los otros.

Pero los hechos actuales nos muestran una “globalización de la indiferencia”, que nos “habitúa” al sufrimiento del otro, cerrándonos en nosotros mismos, que contradicen y desmienten esa vocación a la fraternidad.  Se lesionan gravemente los derechos humanos fundamentales, sobre todo el derecho a la vida y a la libertad religiosa. Un ejemplo de ello es el trágico fenómeno de la trata de seres humanos, con cuya vida y desesperación especulan personas sin escrúpulos. A las guerras hechas de enfrentamientos armados se suman otras guerras menos visibles, pero no menos crueles, que se combaten en el campo económico y financiero con medios igualmente destructivos de vidas, de familias, de empresas. La globalización nos acerca a los demás, pero no nos hace hermanos. Además, las numerosas situaciones de desigualdad, de pobreza y de injusticia revelan no sólo una profunda falta de fraternidad, sino también la ausencia de una cultura de la solidaridad.

Qué nos dice la Sagrada Escritura? En la historia de la primera familia leemos la génesis de la sociedad, la evolución de las relaciones entre las personas y los pueblos. Según el relato de los orígenes, todos los hombres proceden de unos padres comunes, de Adán y Eva, pareja creada por Dios a su imagen y semejanza (Gn 1,26), de los cuales nacen Caín y Abel. Abel es pastor, Caín es labrador. Su identidad profunda y su vocación, es ser hermanos, en la diversidad de su actividad y cultura, en su modo de relacionarse con Dios y con la creación. Pero el asesinato de Abel por parte de Caín revela trágicamente del rechazo radical de la vocación a ser hermanos.

Esta historia pone en evidencia la dificultad de la tarea a la que están llamados todos los hombres, vivir unidos, preocupándose los unos de los otros. Caín, al no aceptar la predilección de Dios por Abel, que le ofrecía lo mejor de su rebaño, mata a Abel por envidia. De esta manera, se niega a reconocerlo como hermano, a relacionarse positivamente con él, a vivir ante Dios asumiendo sus responsabilidades de cuidar y proteger al otro.

Hemos de preguntarnos por los motivos profundos que han llevado a Caín a dejar de lado el vínculo de fraternidad y, junto con él, el vínculo de reciprocidad y de comunión que lo unía a su hermano Abel. Caín no lucha contra el mal y decide igualmente alzar la mano “contra su hermano Abel” (Gn 4,8), rechazando el proyecto de Dios. Frustra así su vocación originaria de ser hijo de Dios y a vivir la fraternidad.

El relato de Caín y Abel nos enseña que la humanidad lleva inscrita en sí una vocación a la fraternidad, pero también la dramática posibilidad de su traición. Prueba de ello es el egoísmo cotidiano, que está en el fondo de tantas guerras e injusticias: muchos hombres y mujeres mueren a manos de hermanos y hermanas que no saben reconocerse como seres hechos para la reciprocidad, para la comunión y para el don.

La respuesta de Jesús: ya que hay un solo Padre, que es Dios, todos ustedes son hermanos (Mt 23,8-9). La fraternidad está enraizada en la paternidad de Dios. No se trata de una paternidad genérica, indiferenciada e históricamente ineficaz, sino de un amor personal, puntual y extraordinariamente concreto de Dios por cada ser humano (Mt 6,25-30).

Sobre todo, la fraternidad humana ha sido regenerada en y por Jesucristo con su muerte y resurrección. La cruz es el “lugar” definitivo donde se funda la fraternidad, que los hombres no son capaces de generar por sí mismos. Jesucristo, que ha asumido la naturaleza humana para redimirla, amando al Padre hasta la muerte, y una muerte de cruz (Flp 2,8), mediante su resurrección nos constituye en humanidad nueva, en total comunión con la voluntad de Dios, con su proyecto, que comprende la plena realización de la vocación a la fraternidad.

Quien acepta la vida de Cristo y vive en Él reconoce a Dios como Padre y se entrega totalmente a Él, amándolo sobre todas las cosas. El hombre reconciliado ve en Dios al Padre de todos y, en consecuencia, siente el llamado a vivir una fraternidad abierta a todos. En Cristo, el otro es aceptado y amado como hijo o hija de Dios, como hermano o hermana, no como un extraño, y menos aún como un contrincante o un enemigo. En la familia de Dios, donde todos son hijos de un mismo Padre, y todos están injertados en Cristo, hijos en el Hijo, no hay “vidas descartables”. Todos gozan de igual e intangible dignidad. Todos son amados por Dios, todos han sido rescatados por la sangre de Cristo, muerto en cruz y resucitado por cada uno. Ésta es la razón por la que no podemos quedarnos indiferentes ante la suerte de los hermanos.

Durango, Dgo., 5 de Enero del 2014                                    + Mons. Enrique Sánchez Martínez

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Episcopeo: «Jesús, José y María modelo de amor familiar»

mons enrique episcopeo-01Episcopeo: «Jesús, José y María modelo de amor familiar»

El Papa Juan Pablo II nos recuerda que: «la familia es patrimonio de la humanidad, porque a través de ella, de acuerdo con el designio de Dios, se debe prolongar la presencia del hombre en el mundo». La familia es el lugar donde, por voluntad de Dios y por naturaleza, se asegura la continuidad de una humanidad que no puede permitir su anquilosamiento vital. Cada ser humano significa un nuevo enriquecimiento y una irrepetible aportación al patrimonio de la humanidad.

La familia no sólo cumple la trascendental misión de transmitir la vida y prolongar así la humanidad, es también motor de humanidad: «lejos de ser un obstáculo para el desarrollo y crecimiento de la persona, la familia es el ámbito privilegiado para hacer crecer todas las potencialidades personales y sociales que el ser humano lleva inscritas en su ser». Es el ambiente donde cada uno de los hijos descubre e inicia la andadura de su vocación humana y cristiana.

También para los esposos, la familia que ellos constituyen es ámbito de su propia realización personal, firme arquitectura y provocadora plataforma sobre la que afirmar y realizar el proyecto compartido de su vocación humana y cristiana. A través de los esposos llega a este mundo parte del caudal de creatividad amorosa con que Dios plenifica y santifica a la humanidad. La experiencia de comunión y participación que caracteriza la vida diaria de la familia, representa su primera y fundamental aportación a la humanización y socialización de la persona.

La familia es primera e insustituible escuela creadora de humanidad, ejemplo y estímulo para las relaciones comunitarias más amplias, mediante la transmisión de virtudes y valores. En una sociedad que corre el peligro de ser cada vez más despersonalizada y masificada, y, por tanto, inhumana y deshumanizadora, la familia posee y comunica todavía hoy energías formidables capaces de sacar al hombre del anonimato, de mantenerlo consciente de su dignidad personal, de enriquecerlo con profunda humanidad y de injertarlo activamente en el tejido de la sociedad.

La fe cristiana nos presenta la familia como el primer lugar y la primera experiencia de la vocación que todos los seres humanos tenemos: a construir e integrarnos en la gran familia humana, es decir, la gran familia de los hijos de Dios. A través de las relaciones que se viven en el seno de la familia, se despierta la experiencia de la paternidad de Dios y de la fraternidad de Cristo. Todo ser humano, en especial el pobre y el necesitado (Mt 25, 31-40), se nos desvela hermano en Cristo, miembro indispensable de esa gran familia que, bajo la paternidad de Dios, es la humanidad entera. La familia es capaz de provocar la más temprana vivencia y manifestación de esa familiaridad que brota de nuestra identidad de hijos de un mismo Padre y que abarca a toda la familia humana.

La Fiesta de Navidad nos recuerda que Cristo, el Hijo de Dios, eligió una familia para hacer presente su Encarnación y su Buena Noticia en medio de la familia humana. En las vicisitudes y al amparo de una vida familiar, su personalidad humana se fue forjando en una vida familiar, en el ambiente vital y humanizante de la Sagrada Familia. Compartió la experiencia familiar para, desde ella, sacar adelante su misión específica. También para Él una familia fue el espacio físico y humano donde asentar y desarrollar su humanidad. Cristo nos manifiesta la plenitud de lo humano, y lo hace empezando por la familia en que eligió nacer y crecer. El misterio de la Encarnación del Hijo de Dios está vitalmente asociado con la vida de una familia concreta, y desde ella con todas las familias que con su entrega y testimonio enriquecen la humanidad. Por eso, la Iglesia, fiel seguidora de Cristo que vino al mundo para servir (Mt 20, 28) considera el servicio a la familia y a la familia humana (GS 3) entre sus principales y más queridas tareas.

Oremos con el Papa Francisco a la Sagrada Familia: Jesús, María y José, a vosotros, Santa Familia de Nazaret, dirigimos hoy la mirada con admiración y confianza; en vosotros contemplamos la belleza de la comunión en el verdadero amor; a vosotros os encomendamos todas nuestras familias, para que se renueven en ellas las maravillas de la gracia. Santa Familia de Nazaret, escuela atrayente del santo evangelio: enséñanos a imitar tus virtudes con una sabia disciplina espiritual, dónanos la mirada límpida en la que se reconoce la obra de la Providencia en las realidades cotidianas de la vida. Santa Familia de Nazaret, custodios fieles del misterio de la salvación: haced renacer en nosotros la estima por el silencio, que nuestras familias vuelvan a ser cenáculos de oración, transformadas en pequeñas Iglesias domésticas. Renueva el deseo de la santidad, sostén la noble fatiga del trabajo, de la educación, de la escucha, de la comprensión recíproca y del perdón. Santa Familia de Nazaret, devuelve a nuestra sociedad la conciencia del carácter sagrado e inviolable de la familia, bien inestimable e insustituible. Qué cada familia sea morada acogedora de bondad y de paz para los niños y para los ancianos, para quien está enfermo y solo, para quien es pobre y necesitado. Jesús, María y José os rezamos con confianza, y nos ponemos con alegría bajo vuestra protección.

Adviento: cumplimiento de la promesa mesiánica, alegría y esperanza para la Iglesia

mons enrique episcopeo-01E P I S C O P E O

Adviento: cumplimiento de la promesa mesiánica, alegría y esperanza para la Iglesia

El Adviento es la preparación de la solemnidad de la Navidad donde se conmemora la primera venida del Hijo de Dios a los hombres, y es a la vez el tiempo en que por este recuerdo se dirigen las mentes y corazones hacia la espera de la segunda venida de Cristo al final de los tiempos. En el Adviento de este año el Evangelio de San Mateo nos orienta y nos invita a:

Esperar vigilantes y alegres: a Aquel que viene a llenar nuestros deseos y superar nuestras esperanzas. La actitud propia de la comunidad de los discípulos de Cristo es aquella que se expresa en un grito ajeno al temor, más bien lleno de júbilo de la Iglesia, comunidad esposa de Cristo: Ven Señor Jesús (Ap 22,20)

Alimentar la esperanza cristiana: aún en medio de una realidad marcada por estructuras de pecado, por sombras que parecen adueñarse del dominio de la historia, pero cuyo destino está ya determinado por la victoria de Dios sobre todo mal y por un futuro de renovación total de personas, historia y mundo: Vi un cielo nuevo y una tierra nueva porque el primer cielo y la primera tierra desaparecieron, y el mar no existe ya (Ap 21,1ss).

Convertirse, volver al Señor: en cuanto que solo Él puede dar al hombre aquella plenitud de vida que el pecado le ha arrancado, haciéndole Humanidad Nueva a través del misterio de su Encarnación, pues “se ha hecho niño, humano” como nosotros: revístanse del hombre nuevo, creado según Dios en la justicia y santidad de la verdad (Ef 4,24).

Acoger la Palabra hecha carne: que está presente en Jesucristo y el Misterio de su Encarnación (Jn 1,14). Un tema especialmente querido para San mateo: la comunidad discipular goza de la presencia del Señor que ha llegado a nosotros a través de la historia humana con sus debilidades y obstáculos, como lo demuestra la amplia genealogía de Jesús (Mt 1,17).

Estas orientaciones vienen acompañadas y desarrolladas a través de voces y actitudes que en Adviento, pero también en Navidad, van revelando el significado de la acción de gracias sobre la comunidad cristiana en este tiempo:

La voz profética desde al Antiguo Testamento: se trata del más grande teólogo de la acción de Dios en Israel: Isaías, que está presente en todo el Adviento, invitando a acoger la obra redentora de Dios en Sión (figura de la humanidad); identificando al que viene como ungido del Espíritu Santo; confortando la esperanza al identificar al Esperado como promotor de la vida disminuida y amenazada; presentando la venida del Mesías como presencia de Dios con nosotros.

La voz precursora de Juan: vigilante intento que exhorta a la conversión concreta de actitudes personales y sociales ante el próximo paso de Dios, que en su silencio es instruido por el mismo Jesús sobre la obra del Salvador.

El silencio acogedor y contemplativo de María: figura de especial importancia en todo el adviento. María es imagen y enseñanza viva de cómo se ha de preparar el paso de Dios: su actitud fundamental que se encierra en aquel: he aquí la esclava del Señor. Hágase en mi según tu Palabra (Lc 1,38), pero también en un silencio que acoge el nada fácil plan de Dios en su vida: María estaba desposada con José y antes de estar juntos ellos, se encontró encinta por obra del Espíritu Santo (Mt 1,18): ella es modelo de acogida, de reflexión, disponibilidad al cambio y esperanza activa que supone el adviento.

La acción confiada y fiel de José: símbolo complementario de la enseñanza mariana. José simboliza que Dios sigue necesitando la cooperación humana para encontrar un lugar en la vida y proyectos del hombre. Por tanto es también modelo para los discípulos que son cooperadores al plan de salvación: despertando José del sueño, hizo como el ángel del Señor le había mandado (Mt 1,24)

Durango, Dgo., 15 de Diciembre del 2013                           + Mons. Enrique Sánchez Martínez

                                                                                                    Obispo Auxiliar de Durango

                                                                                                  Email: episcopeo@hotmail.com

E P I S C O P E O Gracias por todas las mujeres y por cada una, tal como salieron del corazón de Dios

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Gracias por todas las mujeres y por cada una, tal como salieron del corazón de Dios

Al celebrar en estos días el Día Internacional de Erradicación de la Violencia contra la Mujer, debemos concientizarnos sobre este hecho en nuestro país y en el ambiente en que vivimos. Los obispos de México hemos señalado que la violencia contra las mujeres representa un desafío social y cultural. Esta conducta es aprendida y tolerada socialmente; se relaciona con la compren­sión que los hombres y mujeres tienen de su masculinidad y femineidad. Si bien la condición económica, el alcoholismo y la adicción a las drogas no son la causa directa de este tipo de violencia, sí la exacerban; pero la raíz última de la violencia es el ejercicio desigual de poder en la vida familiar y social.

Uno de los factores que ha contribuido a la violencia, que hemos identificado y en el que debemos intervenir, es la violencia intrafamiliar. Ésta origina todo la violencia contra la mujer. Las relaciones familiares también explican la predisposición a una perso­nalidad violenta. Las familias que influyen para ello son las que tienen una comunicación deficiente; en las que predominan actitudes defensivas y sus miembros no se apoyan entre sí; en las que no hay actividades familiares que propicien la participación; en las que las relaciones de los padres suelen ser conflictivas y violentas, y en las que las relaciones paterno-filiales se caracterizan por actitudes hostiles. La violencia intrafamiliar es escuela de resentimiento y odio en las relaciones humanas básicas.

Llama la atención que frente a la violencia que sufren las mujeres hay quie­nes las señalan a ellas mismas como responsables de las agresiones que sufren; quienes piensan así, no toman en cuenta el hecho de que una per­sona que es agredida constantemente, experimenta intensos sentimientos de vergüenza y miedo que la inhabilitan para huir o pedir ayuda, y que en muchas ocasiones son las condiciones sociales, económicas o culturales las que disuaden a una mujer maltratada de romper el vínculo con el agresor. Es lamentable que además de la violencia intrafamiliar muchas mujeres mexicanas sufran violencia en distintos contextos sociales, entre ellos, es importante destacar algunos ambientes de trabajo, en los que no existen condiciones laborales adecuadas a la situación femenina (Conferencia del Episcopado Mexicano. Que en Cristo nuestra paz México tenga vida digna, 69-70).

La realidad de la violencia contra la mujer es alarmante: El Instituto Nacional de Mujeres ha denunciado que, de las 120.000 violaciones que se registran al año en México, unas 116.000 quedan impunes. Además, de las 14.000 denuncias que llegan a juicio, cerca de 4.000 obtienen condenas inferiores a los 14 años de prisión. En México, desde 1985 a 2010 se han registrado al menos unas 36.606 violaciones, de las cuales un 5,6% se cometieron contra niñas menores de 5 años,

Cada día 6.5 mujeres son asesinadas, lanzadas a cementerios o basureros públicos. En el país el problema de la violencia es grave; siete de cada 10 mujeres han sido víctimas de la agresión alguna vez, las más comunes son control de dinero, encierro, maltrato verbal, acoso en el transporte y golpes. En el municipio de Durango, al menos seis de cada 10 mujeres han sufrido algún tipo de violencia en las colonias y poblados de los alrededores, siendo la violencia psicológica y luego la física, las más recurrentes.

Las cifras y las estadísticas nos muestran un problema de fondo. Uno de los factores más importantes es la familia. Para nuestra Iglesia Católica, el ámbito de la Familia, es una de las prioridades en nuestros planes de pastoral. Entre otras cosas nos hemos comprometido a potenciar el papel de la familia en la construcción de la paz. La familia, como comunidad educadora, fundamental e insustituible, es vehículo pri­vilegiado para la transmisión de aquellos valores religiosos y culturales que ayudan a la persona a adquirir su propia identidad. La identidad de los hombres y mujeres, promotores de la paz y la justicia en la sociedad, se forja en la familia.

En lo que se refiere a la mujer debemos promover en el seno de la comunidad eclesial el trato digno y respetuoso que los discípulos de Jesús debemos tener hacia todas las mujeres, acompañándolas en el servicio generoso que ofrecen para la vida de nuestro pueblo. Nuestra pastoral debe promoverlas, contribuir a su dignificación y a su formación, para que sean promotoras del surgimiento de una nueva nación, de una sociedad libre de la violencia, que sea capaz de encontrar nuevas formas de existencia y convivencia pacífica.

La Iglesia da gracias por todas las mujeres y por cada una: por las madres, las hermanas, las esposas; por las mujeres consagradas a Dios en la virginidad; por las mujeres dedicadas a tantos y tantos seres humanos que esperan el amor gratuito de otra persona; por las mujeres que velan por el ser humano en la familia; por las mujeres que trabajan profesionalmente, mujeres cargadas a veces con una gran responsabilidad social; por las mujeres «perfectas» y por las mujeres «débiles». Por todas ellas, tal como salieron del corazón de Dios en toda la belleza y riqueza de su femineidad, tal como han sido abrazadas por su amor eterno (Juan Pablo II, Mulieris dignitatem, 31).

Durango, Dgo., 24 de Noviembre del 2013 + Mons. Enrique Sánchez Martínez

Obispo Auxiliar de Durango

Email: episcopeo@hotmail.com

E P I S C O P E O Los jóvenes mexicanos entre los más pesimistas ante el futuro

E P I S C O P E O

Los jóvenes mexicanos entre los más pesimistas ante el futuro

Aunque se ha dicho que en México ha disminuido la violencia y la inseguridad, en términos generales, no es del todo cierto, disminuye en unos Estados y aumenta en otros (como es el caso de Michoacán y Tamaulipas, y otros).

Los mexicanos y especialmente los jóvenes, están entre los cinco países más pesimistas de Iberoamérica. La violencia y la inseguridad son el principal problema que enfrentan los jóvenes, que además tienen el dilema de ser víctimas y victimarios. Otro reto en México es atacar la drogadicción y el alcoholismo. Los obispos señalamos lo siguiente:“El porcentaje de jóvenes que, incluso teniendo estudios, no tiene acceso a empleos estables y remunerados es muy alto. Esto hace que muchos de ellos, ante la falta de alternativas, sean oferta laboral para la demanda de quienes se dedican al narcomenudeo o a la delincuencia organizada. La pre­cariedad del trabajo y el subempleo también están entre los factores que explican la violencia urbana” (Que en Cristo nuestra paz, México tenga vida digna, Conferencia del Episcopado Mexicano)

Una encuesta realizada por la Organización Iberoamericana de Juventud, revela datos que se deben tener en cuenta. La encuesta que se aplicó en 20 países y a alrededor de 20 mil jóvenes de entre 15 y 29 años, evidencia que los jóvenes mexicanos, son los que menos confianza tienen en instituciones como policía, gobierno, justicia, medios de comunicación, universidad, organizaciones sociales y democracia.

En México hay 37.9 millones de jóvenes, y es el segundo país con mayor población juvenil, precedido de Brasil, donde hay 50 millones. Más del 70 por ciento de los encuestados cree que su situación personal será mejor en cinco años, pero cuando se les preguntó sobre el porvenir de sus países, el optimismo se redujo a menos de 60 por ciento. En el índice de Expectativas Juveniles, que mide grado de perspectiva positiva o negativa sobre el futuro, los mexicanos están entre los cinco más pesimistas.

La Organización para la Cooperación y Desarrollo Económicos (OCDE), ha realizado un comparativo de inseguridad y violencia “Cómo es la vida” (“How’s life”) y México se encuentra a la cabeza del comparativo de inseguridad y violencia (eleconomista.com.mx/finanzas-publicas/2013/11/05). En este comparativo entre países de la OCDE y emergentes, se revela que México tiene la mayor proporción de homicidios intencionales y de víctimas.

Según los comparativos en México, con datos del INEGI, al 2010 se presentaron 25 homicidios por cada 100,000 habitantes. En 1995, esta cifra era de 18 asesinatos por cada 100,000 habitantes. Detrás de México, en el segundo lugar del comparativo, se ubica Brasil, con 19 homicidios por cada 100,000 habitantes.

Según informes del gobierno federal el número de homicidios dolosos entre diciembre del año pasado y julio de 2013 fue 13% menor en comparación con el mismo período de año 2012. De estos, los vinculados a delitos federales se redujeron en 20%. La tasa de homicidios de México, sigue siendo una de las más altas de América Latina, entre economías similares. Hasta el cierre de 2012, la tasa de homicidios dolosos y culposos en México fue de 32 por cada 100,000 habitantes (mexico.cnn.com/nacional/2013/09/03).

Ya no se habla de guerra contra el narcotráfico, sino de una estrategia, pero la situación de violencia sigue siendo preocupante en nuestro país. Las Fuerzas Armadas siguen teniendo un papel principal. Pero lo más importante serán las estrategias y las acciones con las que se quiere contrarrestar la violencia e inseguridad, como lo es el dar mayor prioridad a los programas comunitarios de prevención del delito.

Se está dando una tendencia a la baja, pero falta mucho para un país que duplicó en tres años su tasa de homicidios intencionales. La tasa de incidencia más baja en homicidios (dolosos y culposos) reportada en el país durante la última década, fue la del año 2007 cuando hubo 23.8 homicidios por cada 100,000 habitantes, según el gobierno federal.

La inseguridad y la violencia en todos los niveles es responsabilidad de todos: del gobierno, de la sociedad civil, de los empresarios, de la Iglesia, de la familia, de las escuelas, etc.

Los obispos de México nos hemos comprometido a: Acompañar pastoralmente a los adolescentes y jóvenes para que vayan des­plegando sus mejores valores y su espíritu religioso y ayudándoles a descubrir el engaño del recurso a la violencia para solucionar las dificultades de la vida. De igual manera es preciso despertar en ellos la inquietud por encontrar los caminos para una felicidad auténtica y para alcanzar la plenitud de sentido de la existencia. Es un imperativo ayudarles a adquirir aquellas actitudes, virtudes y costumbres que harán estable el hogar que funden, y que los convertirán en constructores solidarios de la paz en el presente y futuro de la sociedad.

Durango, Dgo., 10 de Noviembre del 2013 + Mons. Enrique Sánchez Martínez

Obispo Auxiliar de Durango

Email: episcopeo@hotmail.com