EPISCOPEO: «La ayuda material es caridad cuando es fruto del amor de Cristo recibido y compartido»

En estos momentos tan importantes que vivimos como Iglesia Católica, debemos profundizar en nuestro ser de cristianos. El Año de la Fe, que la Iglesia celebra en estos momentos, nos invita a una auténtica conversión a nuestro Señor Jesucristo, único Salvador del mundo. Acogiendo por medio de la fe la revelación del amor salvífico de Dios en nuestra vida, toda nuestra existencia está llamada a modelarse sobre la novedad radical introducida en el mundo por la resurrección de Cristo.

La fe es una realidad viva que es necesario descubrir y profundizar sin cesar, para que pueda crecer. Es ella la que debe orientar la mirada y la acción del cristiano. Porque ella es un nuevo criterio de inteligencia y acción que cambia toda la vida del hombre.

El Año de la Fe es una ocasión propicia para intensificar el testimonio de la caridad: “La fe sin la caridad no da fruto, y la caridad sin fe sería un sentimiento constantemente a merced de la duda. La fe y el amor se necesitan mutuamente, de modo que una permite a la otra seguir su camino. Leer más

Episcopeo: «Jesús se inclina, lleno de misericordia, sobre el abismo del sufrimiento humano, para derramar el aceite del consuelo y el vino de la esperanza»

El lunes 11 de febrero de 2013, memoria litúrgica de la Bienaventurada Virgen María de Lourdes, se celebrará la XXI Jornada Mundial del Enfermo. El Papa Benedicto XVI, en su Mensaje para esta ocasión, como cada año, nos invita a todos, enfermos, agentes sanitarios, fieles cristianos y para todas la personas de buena voluntad, a vivir esta jornada como “un momento fuerte de oración, participación y ofrecimiento del sufrimiento para el bien de la Iglesia, así como de invitación a todos para que reconozcan en el rostro del hermano enfermo el santo rostro de Cristo que, sufriendo, muriendo y resucitando, realizó la salvación de la humanidad”.

Meditamos la figura del Buen Samaritano (Lc 10,25-37). Esta parábola forma parte de una serie de imágenes y narraciones extraídas de la vida cotidiana, con las que Jesús nos enseña el amor profundo de Dios por todo ser humano, especialmente cuando experimenta la enfermedad y el dolor. Pero además, con las palabras finales de la parábola del Buen Samaritano, “Anda y haz tú lo mismo” (Lc 10,37), el Señor nos señala cuál es la actitud que todo discípulo suyo ha de tener hacia los demás, especialmente hacia los que están necesitados de atención. Leer más

Episcopeo «En México la obesidad es un problema grave de salud pública»

En México en los últimos años, la obesidad ha adquirido un problema grave de salud pública. El sobrepeso que padecen los mexicanos es reflejo de un fenómeno global que comenzó en el siglo XVIII, cuando la talla y el peso de los humanos comenzaron a aumentar de forma constante, a la par que el ingreso, la educación y las condiciones de vida. Antes, subir de peso era señal de buena salud, pero un número alarmante de personas han cruzado la línea más allá de la cual la ganancia de peso es peligrosa.

México es el segundo país con más obesidad o con sobrepeso de una lista que incluye a 40 naciones, según los datos arrojados por la más reciente actualización del informe Obesidad y la economía de la prevención del 2010. Tres de cada siete mexicanos tienen una cintura más grande de lo que deberían, según datos dados a conocer por la Organización para la Cooperación y el Desarrollo Económico (OCDE). La principal causa de la obesidad son los malos hábitos en la alimentación. La experiencia demuestra que una correcta alimentación previene los problemas de sobrepeso y obesidad.

La obesidad tiene implicaciones económicas para las personas y los países: las personas con obesidad ganan en promedio 18% menos, piden más incapacidades, tienden a ser menos productivos y gastan 25% más en su salud. En México, costaría 12 dólares por persona poner en marcha programas que ayudaran a mejorar la alimentación de la población, a fomentar la actividad física, y a convencer a los mexicanos de que comer bien y hacer ejercicio son opciones atractivas. Leer más

Episcopeo «El sacerdote llamado y enviado a predicar la Buena Nueva del Reino»

Al inicio de este año 2013 hemos celebrado la Ordenación Sacerdotal de un hermano nuestro que viene a colaborar con su obispo y demás hermanos sacerdotes de la Arquidiócesis de Durango, como pastor del Pueblo de Dios. Este viernes 10 de Enero en el Templo de la comunidad de Amado Nervo de la parroquia de San José de la Parrilla, celebramos este gran acontecimiento, ante la presencia del Seminario, de un buen grupo de sacerdotes de nuestro presbiterio, de las comunidades vecinas y de familiares y amigos del nuevo sacerdote.

Un gran acontecimiento que nos llena de esperanza, porque el Señor, nuestro Sumo Sacerdote, Jesucristo, eligió a uno de entre nosotros para que en la Iglesia desempeñara en nombre suyo, el oficio sacerdotal para el bien de los hombres.

El sacerdote es enviado por Jesús “El Buen Pastor”, para continuar su obra de Maestro, Sacerdote y Pastor. Es colaborador del obispo en esta tarea sacerdotal y de servicio para el Pueblo de Dios. El sacerdote es enviado para desempeñar las siguientes funciones: enseñar, santificar, y de conducir al Pueblo de Dios como Pastor.

El sacerdote debe enseñar en nombre de Cristo, el Maestro. Debe transmitir la Palabra de Dios, el Evangelio a sus hermanos. Su enseñanza debe ser alimento para el pueblo de Dios, su vida debe ser un estímulo para los demás creyentes, para que con su palabra y ejemplo, se vaya construyendo la iglesia de Dios.

El sacerdote tiene la función de Santificar en nombre de Cristo. Por medio de sus manos se ofrece el sacrificio de Cristo sobre el altar. El sacerdote introduce a los nuevos cristianos en el Pueblo de Dios por el Bautismo; perdona los pecados en nombre de Cristo y de la Iglesia por el Sacramento de la Penitencia;  da a los enfermos el alivio del óleo santo; celebra los ritos sagrados y ofrece la alabanza, la acción de gracias y la súplica, por el mundo entero.

El sacerdote tiene la función de Cristo, Cabeza y Pastor, unido al Obispo y bajo su dirección. Esta llamado a promover la unidad de los fieles en una sola familia, bajo la acción del Espíritu Santo.

La 5° Etapa de la Misión Arquidiocesana “La Iniciación Cristiana”, requiere especialmente de nuestros sacerdotes un nuevo ardor misionero, para llevar a cabo la Nueva Evangelización: “aunque insertado en una Iglesia particular, el presbítero, en virtud de su ordenación, ha recibido un don espiritual que lo prepara a una misión universal, hasta los confines de la tierra, porque cualquier ministerio sacerdotal participa de la misma amplitud universal de la misión confiada por Cristo a los Apóstoles. Por eso, la vida espiritual del sacerdote se ha de caracterizar por el fervor y el dinamismo misionero; los sacerdotes deben formar la comunidad que les ha sido confiada, para convertirla en una comunidad auténticamente misionera.  La función de pastor exige que el fervor misionero se viva y comunique, porque toda la Iglesia es esencialmente misionera. De esta dimensión de la Iglesia proviene, de forma decisiva, la identidad misionera del presbítero.

Quiero dar gracias a Dios por este don del sacerdocio que participa a sus hijos y los consagra al servicio de su pueblo. Gracias a Dios por tantos sacerdotes que viven su vocación con amor y alegría. A esta Arquidiócesis de Durango, en tierra duranguense y zacatecana, Dios la ha bendecido, a lo largo de sus ya casi 400 años de fundación, con la vida y con el testimonio de tantos sacerdotes que han dado la vida por sus hermanos. Prueba fehaciente de ellos son nuestros mártires de Chalchihuites.

Quiero reconocer a mis hermanos sacerdotes que actualmente desempeñan su ministerio en situaciones difíciles. Ellos están al pie del cañón, No se han ido, ahí están junto con sus fieles y comunidades viviendo y sufriendo igual que ellos.

 

Durango, Dgo., 13 de Enero del 2013                      + Mons. Enrique Sánchez Martínez

                                                                                         Obispo Auxiliar de Durango

                                                                                      Email: episcopeo@hotmail.com

Episcopeo «La paz es fruto de una pedagogía del perdón: el mal se vence con el bien»

La familia sigue teniendo un papel decisivo como célula base de la sociedad desde el punto de vista demográfico, ético, pedagógico, económico y político. Ésta tiene como vocación natural promover la vida: acompaña a las personas en su crecimiento; además, con el cuidado recíproco que se promueve en el seno de la familia, ésta se desarrolla plenamente. La familia cristiana lleva consigo el germen del proyecto de educación de las personas según la medida del amor divino, del proyecto de Dios para la familia.

La familia es uno de los sujetos sociales indispensables en la realización de una cultura de la paz. Es necesario tutelar el derecho de los padres y su papel primario en la educación de los hijos, sobre todo en lo moral y religioso. En la familia nacen y crecen los que trabajan por la paz, los futuros promotores de una cultura de la vida y del amor. Leer más

Episcopeo «Quien quiere la paz no puede tolerar atentados y delitos contra la vida»

El Mensaje de la Jornada Mundial de este 1° Enero del 2013, del Papa Benedicto XVI, quiere animarnos a todos a sentirnos responsables respecto de la construcción de la paz. Invita a una reflexión seria del concepto de paz a partir del ser humano: la paz interior y la paz exterior.  Partiendo del respeto de la vida humana: desde su concepción hasta su fin natural; y en todas su dimensiones: personal, comunitaria y transcendente.

Este es un tema de vital importancia que debemos profundizar este inicio de año. En este momento éste es un tema crucial en nuestro México. Quienes proponen la liberación del aborto, no aprecian suficientemente el valor de la vida humana y no se dan cuenta que proponen la búsqueda de una paz ilusoria. Es muy fácil pensar que la muerte de un ser inerme e inocente, nunca podrá traer paz y felicidad Leer más

Episcopeo “Una criatura nos ha nacido, un hijo se nos ha dado, se llamará Príncipe de Paz”

Uno de los aspectos que resalta en estas celebraciones de la Navidad, es la reflexión sobre la paz, pero además es un deseo, algo que necesitamos para vivir mejor. Por eso la Iglesia en su tradicional Mensaje para la Paz del Año Nuevo nos invita a una seria reflexión sobre nuestro compromiso en la construcción de la paz. Al observar el mundo, nuestro país, nuestro ambiente, detectamos que existen serias a amenazas para la paz. En el mundo: amenazas de guerra; conflictos sangrientos en curso; diversas formas de terrorismo y delincuencia; fundamentalismos y fanatismos religiosos. Contraponiéndose a ellos existen numerosas iniciativas de paz que nos alientan. En México y en nuestro Estado, celebramos la navidad con el temor constante de la violencia, de los enfrentamientos violentos entre grupos y de éstos con las fuerzas armadas del Estado que nos afectan. La violencia no ha disminuido. Leer más

Episcopeo: «Adviento: la fe nos llama a ser Pueblo de Dios a ser Iglesia»

La fe es un don, porque es Dios quien toma la iniciativa y viene a nuestro encuentro. La fe es una respuesta con la que lo recibimos. Es un don que transforma nuestras vidas, ya que nos hace entrar en la misma visión de Jesús.

El acto de fe es un acto eminentemente personal, que tiene lugar en lo más profundo es un cambio de dirección, una conversión personal: es mi vida que da un giro, una nueva orientación.

Creer no es el resultado de mi reflexión solitaria, no es el producto de mi pensamiento, sino que es el resultado de una relación, de un diálogo en el que hay un escuchar, un recibir, y un responder; es el comunicarse con Jesús, que me hace salir de mi «yo», encerrado en mí mismo, para abrirme al amor de Dios Padre. Me descubro unido no solo a Jesús, sino también a todos aquellos que han caminado y caminan por el mismo camino.

No puedo construir mi fe personal en un diálogo privado con Jesús, porque la fe me ha sido dada por Dios a través de una comunidad de creyentes que es la Iglesia, y por lo tanto me inserta en la multitud de creyentes, en una comunidad que no solo es sociológica, sino que está enraizada en el amor eterno de Dios, que en Sí mismo es comunión del Padre, del Hijo y del Espíritu Santo, que es Amor trinitario. Nuestra fe es verdaderamente personal, solo si es a la vez comunitaria: puede ser “mi fe”, solo si vive y se mueve en el “nosotros” de la Iglesia, solo si es nuestra fe, nuestra fe común en la única Iglesia.

El domingo en la misa, rezando el “Credo”, nos expresamos en primera persona, pero confesamos comunitariamente la única fe de la Iglesia. Ese “creo” pronunciado individualmente, se une al de un inmenso coro en el tiempo y en el espacio, en el que todos contribuyen, por así decirlo, a una polifonía armoniosa de la fe. “Creer» es un acto eclesial. La fe de la Iglesia precede, engendra, conduce y alimenta nuestra fe. La Iglesia es la Madre de todos los creyentes. «Nadie puede tener a Dios por Padre si no tiene a la Iglesia por Madre» (San Cipriano). La fe nace en la Iglesia, conduce a ella y vive en ella.

El camino de la Iglesia inicia en Pentecostés: el Espíritu Santo desciende con poder sobre los discípulos, (Hch. 2,1-13), y la Iglesia primitiva recibe la fuerza para llevar a cabo la misión que le ha confiado el Señor Resucitado: difundir por todos los rincones de la tierra el Evangelio, la buena noticia del Reino de Dios, y guiar así a cada hombre al encuentro con Él, a la fe que salva. Los Apóstoles superan todos los miedos en la proclamación de lo que habían oído, visto, experimentado en persona con Jesús. Por el poder del Espíritu Santo, comienzan a hablar en nuevas lenguas, anunciando abiertamente el misterio del que fueron testigos. Pedro en su gran discurso que pronuncia en el día de Pentecostés, refiriéndose a Jesús, y proclamando el núcleo central de la fe cristiana dice: Aquel que había sido acreditado ante ustedes por Dios con milagros y grandes señales, fue clavado y muerto en la cruz, pero Dios lo resucitó de entre los muertos, constituyéndolo Señor y Cristo. Con él entramos en la salvación final anunciada por los profetas, y quien invoque su nombre será salvo (Hch. 2,17-24). Al oír estas palabras de Pedro, muchos se sienten desafiados personalmente, interpelados, se arrepienten de sus pecados y se hacen bautizar recibiendo el don del Espíritu Santo (cf. Hch. 2, 37-41).

La Iglesia, desde el principio, es el lugar de la fe, el lugar de transmisión de la fe, el lugar en el que, mediante el Bautismo, estamos inmersos en el Misterio Pascual de la Muerte y Resurrección de Cristo, que nos libera de la esclavitud del pecado, nos da la libertad de hijos y nos introduce a la comunión con el Dios Trino. Al mismo tiempo, estamos inmersos en comunión con los demás hermanos y hermanas en la fe, con todo el Cuerpo de Cristo, sacándonos fuera de nuestro aislamiento.

Hay una cadena ininterrumpida de la vida de la Iglesia, de la proclamación de la Palabra de Dios, de la celebración de los sacramentos, que llega hasta nosotros y que llamamos Tradición. Esta nos da la seguridad de que lo que creemos es el mensaje original de Cristo, predicado por los Apóstoles. El núcleo del anuncio primordial es el acontecimiento de la Muerte y Resurrección del Señor, de donde brota toda la herencia de la fe.

La Biblia contiene la Palabra de Dios y la Tradición de la Iglesia la conserva y la transmite fielmente, para que las personas de todos los tiempos puedan acceder a sus inmensos recursos y enriquecerse con sus tesoros de gracia. Por eso la Iglesia, “en su doctrina, en su vida y en su culto transmite a todas las generaciones todo lo que ella es, todo lo que ella cree”.

Es en la comunidad eclesial donde la fe personal crece y madura. En ella todos son invitados a ser “santos”. Hoy es igual: un cristiano que se deja guiar y formar poco a poco por la fe de la Iglesia, a pesar de sus debilidades, sus limitaciones y sus dificultades, se vuelve como una ventana abierta a la luz del Dios vivo, que recibe esta luz y la transmite al mundo. Juan Pablo II afirmó que “la misión renueva la Iglesia, refuerza la fe y la identidad cristiana, da nuevo entusiasmo y nuevas motivaciones. ¡La fe se fortalece dándola!”.

Tenemos necesidad de la Iglesia para confirmar nuestra fe y para experimentar los dones de Dios: su Palabra, los sacramentos, el sostenimiento de la gracia y el testimonio del amor.

 En un mundo donde el individualismo parece regular las relaciones entre las personas, haciéndolas más frágiles, la fe nos llama a ser Pueblo de Dios, a ser Iglesia, portadores del amor y de la comunión de Dios para toda la humanidad.

 

Durango, Dgo., 16 de Diciembre del 2012               + Mons. Enrique Sánchez Martínez

Obispo Auxiliar de Durango

Email: episcopeo@hotmail.com

Episcopeo «El servicio de la Caridad en la Iglesia Católica»

El Santo Padre ha publicado un documento De Caritate Ministranda (el Servicio de la Caridad), con el fin de “proporcionar un marco que sirva mejor para organizar, en sus rasgos generales, las diversas formas eclesiales organizadas en el servicio de la caridad, que está estrechamente vinculada a la naturaleza de la Iglesia y del ministerio episcopal». Parece que el papa ha tratado de poner un poco de orden en las actividades de recaudación de fondos para las muchas obras de caridad, explicando y haciendo hincapié en que cualquier iniciativa debe ser coordinada y aprobada por el obispo que encabeza la diócesis. Señalo algunos aspectos que me parecen importantes.

Está dividido en dos partes: una introducción teológica que afirma la naturaleza y la misión de la Iglesia:  “La naturaleza íntima de la Iglesia se expresa en una triple tarea: anuncio de la Palabra de Dios (kerygma-martyria), celebración de los Sacramentos (leiturgia) y servicio de la caridad (diakonia). Son tareas que se implican mutuamente y no pueden separarse una de otra”.

El servicio de la caridad es también una dimensión constitutiva de la misión de la Iglesia y expresión irrenunciable de su propia esencia; todos los fieles tienen el derecho y el deber de implicarse personalmente para vivir el mandamiento nuevo que Cristo nos dejó (Jn 15, 12), brindando al hombre contemporáneo no sólo sustento material, sino también sosiego y cuidado del alma (Deus caritas est, 28). Asimismo, la Iglesia está llamada a ejercer la diakonia de la caridad en su dimensión comunitaria, desde las pequeñas comunidades locales a las Iglesias particulares, hasta abarcar a la Iglesia universal; por eso, necesita también “una organización, como presupuesto para un servicio comunitario ordenado”, una organización que a su vez se articula mediante expresiones institucionales.

Una segunda parte contiene disposiciones o normas jurídicas, exigibles al interior de las relaciones eclesiales, en dos ejes principales. Primero en lo que se refiere al Obispo y su deber de animación catequética de los fieles basado en el testimonio de la caridad, así como su deber de orientación, coordinación y supervisión de las actividades institucionales.

El Obispo diocesano “ejerce su solicitud pastoral por el servicio de la caridad en la Iglesia particular que tiene encomendada como Pastor, guía y primer responsable de ese servicio… favorece y sostiene iniciativas y obras de servicio al prójimo en su Iglesia particular, y suscita en los fieles el fervor de la caridad laboriosa como expresión de vida cristiana y de participación en la misión de la Iglesia… le corresponde vigilar a fin de que en la actividad y la gestión de estos organismos se observen siempre las normas del derecho universal y particular de la Iglesia, así como las voluntades de los fieles que hayan hecho donaciones o dejado herencias para estas finalidades específicas”.

El segundo eje son las organizaciones caritativas de la Iglesia, o relacionadas con ella. La norma también se aplica a las personas que trabajan en estas organizaciones, su selección y formación, las finanzas, incluida la contribución financiera de terceros, la relación con las iglesias locales.

“Los fieles tienen el derecho de asociarse y de instituir organismos que lleven a cabo servicios específicos de caridad, especialmente en favor de los pobres y los que sufren. En la medida en que estén vinculados al servicio de caridad de los Pastores de la Iglesia y/o por ese motivo quieran valerse de la contribución de los fieles, deben someter sus Estatutos a la aprobación de la autoridad eclesiástica competente y observar las normas que siguen…también es derecho de los fieles constituir fundaciones para financiar iniciativas caritativas concretas…las iniciativas colectivas de caridad deben seguir en su actividad los principios católicos, y no pueden aceptar compromisos que en cierta medida puedan condicionar la observancia de dichos principios”.

Estas disposiciones del Santo Padre Benedicto XVI tienen como finalidad alentarnos a todos y en especial a los obispos a revisar este aspecto de nuestra actividad pastoral, para fortalecer a nuestros sacerdotes y fieles en el espíritu de la Iglesia en la Caridad. Recordemos que el servicio de la Caridad en la Iglesia no es algo periférico de la vida de la Iglesia, el Sínodo ha dicho expresamente que la Fe y la Caridad son los pilares de la Nueva Evangelización. Que esto nos ayude a crear mayor conciencia de la actividad caritativa en nuestras parroquias, en nuestros movimientos y grupos de fieles,

La actividad caritativa de la Iglesia es una expresión del amor trinitario revelado en Jesucristo, como una continuación y extensión de su obra de salvación, como una oportunidad para construir la comunidad cristiana, como una forma de evangelización, como un gran testimonio eclesial de que nuestro Dios ama al hombre, y quiere hacerlo feliz y plenamente logrado tanto en su cuerpo como en su alma.

 

Durango, Dgo., 9 de Diciembre del 2012                 + Mons. Enrique Sánchez Martínez

Obispo Auxiliar de Durango

Email: episcopeo@hotmail.com

Episcopeo «La venida del Señor: tiempo de gracia, de gozo y de reconciliación»

            Iniciamos el año litúrgico y también las expectativas del mundo y de nuestro México se manifiestan en la esperanza del inicio de algo nuevo. Un nuevo gobierno en nuestro país, las “profecías mayas” del fin del mundo, el fin de año civil, la crisis económica mundial, el hambre en África, las migraciones, la pobreza, la guerra en el medio oriente y la creciente violencia, nos hacen querer escuchar cosas nuevas, noticias diferentes, de esperanza.

            El Adviento es para la Iglesia, para los discípulos del Señor, el tiempo que actualiza la espera del Señor, especialmente en la “escucha de la Palabra”.  Es la misma Palabra que se hizo carne para la salvación del mundo (Jn 1,14). Es el evento que constituye el comienzo del camino de los discípulos de Cristo. Es la Palabra recogida en las Escrituras Santas, y que instruye al discípulo para discernir cuales son las actitudes correctas para prepararse y recibir la vida abundante, la “gracia y la verdad” que vienen por Jesucristo (Jn 1,17).

            La venida de Cristo al mundo es la visita de Dios mismo anunciada por los profetas antiguos, y que anunciaron al pueblo un tiempo de restauración de todo lo humano que el pecado antes había destruido. Es un momento de salvación, dice Isaías: “Ahí viene el Señor Yahvé con poder, y su brazo lo sojuzga todo. Vean que su salario le acompaña y su paga le precede, como pastor que pastorea su rebaño recoge en brazos los corderitos, en el seno lo lleva” (Is 40, 10-11). La visita del Señor es un tiempo de gracia que remite al ministerio de perdón y reconciliación, especialmente para los perdidos o alejados de Dios.

La llegada de la salvación es gozo y es causa de alegría para todos, así la anunciarán los pastores en la noche de la Natividad. Al mismo tiempo el Adviento del Señor es el tiempo de la actuación de la misericordia del Dios-Amor. María se inspira en “Aquél que ha recordado su misericordia para siempre” (Lc 1,54) y es la clave para entender lo que hará el Mesías que viene: buscar y salvar lo que estaba perdido (Lc 19,10).

Ante esta acción de Dios en la historia humana, cuál es la actitud con la que debemos responder ?  El modelo es la actitud de María: la fe y la esperanza en la fidelidad divina. Es la actitud propia de los pobres de Yahvé, y es la manera humana y creyente de corresponder a Dios en ese encuentro maravilloso entre su riqueza y nuestra pobreza, ante su potencia y nuestra debilidad. Una actitud que lo espera todo de Dios, incluso la transformación de la historia negativa y violenta del mundo.

El inicio de este adviento, como tiempo de gracia es una invitación a vivir una vigilancia llena de esperanza en la venida del Señor. Una vigilancia-esperanza con una tonalidad de gozo responsable. Esperar a uno que se conoce y que se ama, a uno de quien depende lo más importante de la propia existencia. Al que esperamos es “nuestra justicia”. Además el Señor es alguien que se goza en la “santificación de los suyos”. Somos invitados como una comunidad de discípulos a preparar la “lámpara de nuestra fe” para recibir dignamente a Cristo en su segunda venida: para ello debemos estar atentos a los acontecimientos de la Historia que nos rodea y sobre las propias acciones, pero perseverantes en la fe. Somos llamados a imitar la misericordia de Dios hacia los demás.

La venida del Señor implica una evaluación de lo más profundo de la vida personal y comunitaria: una evaluación del corazón, de nuestras decisiones.

 

Durango, Dgo., 2 de Diciembre del 2012                 + Mons. Enrique Sánchez Martínez

                                                                                         Obispo Auxiliar de Durango

                                                                                      Email: episcopeo@hotmail.com