Episcopeo “Una criatura nos ha nacido, un hijo se nos ha dado, se llamará Príncipe de Paz”

Uno de los aspectos que resalta en estas celebraciones de la Navidad, es la reflexión sobre la paz, pero además es un deseo, algo que necesitamos para vivir mejor. Por eso la Iglesia en su tradicional Mensaje para la Paz del Año Nuevo nos invita a una seria reflexión sobre nuestro compromiso en la construcción de la paz. Al observar el mundo, nuestro país, nuestro ambiente, detectamos que existen serias a amenazas para la paz. En el mundo: amenazas de guerra; conflictos sangrientos en curso; diversas formas de terrorismo y delincuencia; fundamentalismos y fanatismos religiosos. Contraponiéndose a ellos existen numerosas iniciativas de paz que nos alientan. En México y en nuestro Estado, celebramos la navidad con el temor constante de la violencia, de los enfrentamientos violentos entre grupos y de éstos con las fuerzas armadas del Estado que nos afectan. La violencia no ha disminuido.

El deseo de paz es una aspiración esencial de cada hombre, y coincide en cierto modo con el deseo de una vida humana plena y feliz. El deseo de paz se corresponde con un principio moral fundamental, a saber, con el derecho y el deber a un desarrollo integral, social, comunitario, que forma parte del diseño de Dios sobre el hombre. El hombre está hecho para la paz, que es un don de Dios.

Las bienaventuranzas proclamadas por Jesús (Mt 5,3-12; Lc 6,20-23) son promesas, no son meras recomendaciones morales. La bienaventuranza consiste en el cumplimiento de una promesa dirigida a todos los que se dejan guiar por las exigencias de la verdad, la justicia y el amor. Quienes se encomiendan a Dios y a sus promesas son considerados frecuentemente por el mundo como ingenuos o alejados de la realidad. Sin embargo, Jesús les declara que, no sólo en la otra vida sino ya en ésta, descubrirán que son hijos de Dios, y que, desde siempre y para siempre, Dios es totalmente solidario con ellos. Comprenderán que no están solos, porque él está a favor de los que se comprometen con la verdad, la justicia y el amor.

La bienaventuranza de Jesús dice que la paz es al mismo tiempo un don mesiánico y una obra humana. La paz concierne a la persona humana en su integridad e implica la participación de todo el hombre. Se trata de paz con Dios viviendo según su voluntad. Paz interior con uno mismo, y paz exterior con el prójimo y con toda la creación.

Para llegar a ser un auténtico trabajador por la paz, es indispensable cuidar la dimensión trascendente y el diálogo constante con Dios, Padre misericordioso. Así podrá el hombre vencer ese germen de oscuridad y de negación de la paz que es el pecado en todas sus formas: el egoísmo y la violencia, la codicia y el deseo de poder y dominación, la intolerancia, el odio y las estructuras injustas.

La realización de la paz depende en gran medida del reconocimiento de que, en Dios, somos una sola familia humana. La paz no es un sueño, no es una utopía: la paz es posible. Podemos descubrir que todo hombre ha sido creado a imagen de Dios y llamado a crecer, contribuyendo a la construcción de un mundo nuevo.  La Iglesia está convencida de la urgencia de un nuevo anuncio de Jesucristo, el primer y principal factor del desarrollo integral de los pueblos, y también de la paz. Jesús es nuestra paz, nuestra justicia, nuestra reconciliación (Ef 2,14; 2Co 5,18). El que trabaja por la paz, según la bienaventuranza de Jesús, es aquel que busca el bien del otro, el bien total del alma y el cuerpo, hoy y mañana.

Toda persona y toda comunidad (religiosa, civil, educativa y cultural) está llamada a trabajar por la paz. Ésta es principalmente la realización del bien común de las diversas sociedades, primarias e intermedias, nacionales e internacionales. Precisamente por esta razón se puede afirmar que las vías para construir el bien común son también las vías a seguir para obtener la paz.

Los que trabajan por la paz son quienes aman, defienden y promueven la vida en su integridad. El camino para la realización del bien común y de la paz pasa ante todo por el respeto de la vida humana, considerada en sus múltiples aspectos, desde su concepción, en su desarrollo y hasta su fin natural. Auténticos trabajadores por la paz son, entonces, los que aman, defienden y promueven la vida humana en todas sus dimensiones: personal, comunitaria y transcendente. La vida en plenitud es el culmen de la paz. Quien quiere la paz no puede tolerar atentados y delitos contra la vida.

Que todos seamos verdaderos trabajadores y constructores de paz, de modo que la ciudad del hombre crezca en fraterna concordia, en prosperidad y paz.

Durango, Dgo., 23 de Diciembre del 2012               + Mons. Enrique Sánchez Martínez

Obispo Auxiliar de Durango

Email: episcopeo@hotmail.com

 

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