“Todos sabemos que no existe la familia perfecta, ni el marido ni la mujer perfectos”

mons enrique episcopeo-01El Papa Francisco en un encuentro que tuvo el 14 de febrero con 20 mil parejas de novios, respondió a preguntas relacionadas en tres temas:

Sobre el miedo al sí “para siempre”. Es importante preguntarse si es posible amarse “para siempre”. Hoy en día muchas personas tienen miedo de tomar decisiones definitivas, para toda la vida, porque parece imposible, y esta mentalidad lleva a muchos que se preparan para el matrimonio a decir: “Estamos juntos hasta que nos dure el amor”. Pero, ¿qué entendemos por ‘amor’? ¿Sólo un sentimiento, una condición psicofísica? Si es así, no se puede construir sobre ello nada sólido.

Pero si el amor es una relación, entonces es una realidad que crece y también podemos decir, a modo de ejemplo, que se construye como una casa. Y la casa se edifica en compañía, ¡no solos! No querrán construirla sobre la arena de los sentimientos que van y vienen, sino sobre la roca del amor verdadero, el amor que viene de Dios. La familia nace de este proyecto de amor que quiere crecer como se construye una casa: que sea lugar de afecto, de ayuda, de esperanza.

Así como el amor de Dios es estable y para siempre, queremos que el amor en que se asienta la familia también lo sea. No debemos dejarnos vencer por la ‘cultura de lo provisional’. Así que el miedo del “para siempre” se cura día tras día, confiando en el Señor Jesús en una vida que se convierte en un viaje espiritual diario, hecho de pasos, de crecimiento común. Porque el “para siempre” no es solo cuestión de duración. Un matrimonio no se realiza sólo si dura, es importante su calidad. Estar juntos y saberse amar para siempre es el desafío de los esposos cristianos. En el Padrenuestro decimos “Danos hoy nuestro pan de cada día”, los esposos pueden rezar así: “Señor, danos hoy nuestro amor de todos los días…. enséñanos a querernos”.

Sobre la vida en común: la convivencia es un arte, un camino paciente, hermoso y fascinante y tiene unas reglas que se pueden resumir en tres palabras: ¿Puedo? Gracias. Perdona.

¿Puedo? Es la petición amable de entrar en la vida de algún otro con respeto y atención. El verdadero amor no se impone con dureza y agresividad. San Francisco decía: “La cortesía es la hermana de la caridad, que apaga el odio y mantiene el amor” Y hoy, en nuestras familias, en nuestro mundo, a menudo violento y arrogante, hace falta mucha cortesía.

Gracias. La gratitud es un sentimiento importante ¿Sabemos dar las gracias? En su  relación ahora y en su futura vida matrimonial, es importante mantener viva la conciencia de que la otra persona es un don de Dios, y a los dones de Dios se dice “gracias”. No es una palabra amable para usar con los extraños, para ser educados. Hay que saber decirse gracias para caminar juntos.

Perdona. En la vida cometemos muchos errores, muchas veces nos equivocamos. Todos. De ahí la necesidad de utilizar esta palabra tan sencilla “perdona”. En general, cada uno de nosotros está dispuesto a acusar al otro para justificarse. Es un instinto que está en el origen de muchos desastres. Aprendamos a reconocer nuestros errores y a pedir disculpas. También así crece una familia cristiana. Todos sabemos que no existe la familia perfecta, ni el marido o la mujer perfectos. Existimos nosotros, los pecadores. Jesús, que nos conoce bien, nos enseña un secreto: que un día no termine nunca sin pedir perdón, sin que la paz vuelva a casa. Si aprendemos a pedir perdón y perdonar a los demás, el matrimonio durará, saldrá adelante.

Sobre la celebración del matrimonio. Debe ser una fiesta, pero una fiesta cristiana y no mundana. Lo que sucedió en las bodas de Caná hace dos mil años, sucede en realidad en cada fiesta nupcial. Lo que hará pleno y profundamente verdadero su matrimonio será la presencia del Señor que se revela y nos otorga su gracia.

Es bueno que su matrimonio sea sobrio y destaque lo que es realmente importante. Algunos están muy preocupados por los signos externos: el banquete, los trajes. Estas cosas son importantes en una fiesta, pero sólo si indican el verdadero motivo de su alegría: la bendición de Dios sobre su amor. Hagan que como el vino de Caná, los signos externos de su ceremonia revelen la presencia del Señor y recuerden a ustedes y a todos los presentes el origen y la razón de su alegría.

Durango, Dgo., 23 de Febrero del 2014                               + Mons. Enrique Sánchez Martínez

                                                                                                    Obispo Auxiliar de Durango

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Nueva Evangelización y compromiso social

mons enrique episcopeo-01El anuncio del Evangelio (kerygma) tiene un contenido ineludiblemente social: en el corazón mismo del Evangelio está la vida comunitaria y el compromiso con los otros y el centro es la caridad. Existe una íntima conexión entre evangelización y promoción humana, que necesariamente debe expresarse y desarrollarse en toda acción evangelizadora. La aceptación del primer anuncio, que invita a dejarse amar por Dios y a amarlo con el amor que Él mismo nos comunica, provoca en la vida de la persona y en sus acciones una primera y fundamental reacción: desear, buscar y cuidar el bien de los demás.

Así como la Iglesia es misionera por naturaleza, también brota ineludiblemente de esa naturaleza la caridad efectiva con el prójimo, la compasión que comprende, asiste y promueve.

La propuesta de Jesús no es sólo la de una relación personal con Dios. Nuestra respuesta de amor tampoco debería entenderse como una mera suma de pequeños gestos personales dirigidos a algunos individuos necesitados, lo cual podría constituir una “caridad a la carta”, una serie de acciones tendientes sólo a tranquilizar la propia conciencia. La propuesta es el Reino de Dios (Lc 4,43); se trata de amar a Dios que reina en el mundo. En la medida en que Él logre reinar entre nosotros, la vida social será ámbito de fraternidad, de justicia, de paz, de dignidad para todos. Tanto el anuncio como la experiencia cristiana tienden a provocar consecuencias sociales. Buscamos su Reino: “Buscad ante todo el Reino de Dios y su justicia, y todo lo demás vendrá por añadidura” (Mt 6,33).

Acerca de la enseñanza de la Iglesia sobre la vida social, los Pastores, acogiendo los aportes de las distintas ciencias, tienen derecho a emitir opiniones sobre todo aquello que afecte a la vida de las personas, ya que la tarea evangelizadora implica y exige una promoción integral de cada ser humano. Ya no se puede decir que la religión debe recluirse en el ámbito privado y que está sólo para preparar las almas para el cielo. Sabemos que Dios quiere la felicidad de sus hijos también en esta tierra, aunque estén llamados a la plenitud eterna, porque Él creó todas las cosas para que todos puedan disfrutarlas.

Nadie puede exigirnos que releguemos la religión a la intimidad secreta de las personas, sin influencia alguna en la vida social y nacional, sin preocuparnos por la salud de las instituciones de la sociedad civil, sin opinar sobre los acontecimientos que afectan a los ciudadanos. ¿Quién pretendería encerrar en un templo y acallar el mensaje de san Francisco de Asís y de la beata Teresa de Calcuta?

Una auténtica fe (que nunca es cómoda e individualista) siempre implica un profundo deseo de cambiar el mundo, de transmitir valores, de dejar algo mejor detrás de nuestro paso por la tierra. Amamos este magnífico planeta donde Dios nos ha puesto, y amamos a la humanidad que lo habita, con todos sus dramas y cansancios, con sus anhelos y esperanzas, con sus valores y fragilidades. La tierra es nuestra casa común y todos somos hermanos. Si bien “el orden justo de la sociedad y del Estado es una tarea principal de la política”, la Iglesia no puede ni debe quedarse al margen en la lucha por la justicia.

Todos los cristianos, también los Pastores (obispos, sacerdotes), están llamados a preocuparse por la construcción de un mundo mejor. De eso se trata, porque el pensamiento social de la Iglesia es ante todo positivo y propositivo, orienta una acción transformadora, y en ese sentido no deja de ser un signo de esperanza que brota del corazón amante de Jesucristo.

Incumbe a nuestras comunidades cristianas (Diócesis, parroquias, familias, grupos, movimientos), proponer un Evangelio esperanzador, analizar con objetividad las situaciones y buscar soluciones concretas a nuestra situación.

Durango, Dgo., 16 de Febrero del 2014                               + Mons. Enrique Sánchez Martínez

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“También nosotros debemos dar la vida por los hermanos, por los enfermos”

mons enrique episcopeo-01La Jornada Mundial del Enfermo que celebramos este día 11 de febrero, memoria de Nuestra Señora de Lourdes, es una invitación a reconocer en los enfermos una presencia especial de Cristo que sufre. Él lleva el peso de nuestro sufrimiento. Especialmente en la cruz se revela el misterio del amor de Dios por nosotros y esto nos infunde esperanza y valor. El Hijo de Dios hecho hombre  ha transformado la enfermedad y el sufrimiento, porque en unión con Él, las experiencias negativas, pueden llegar a ser positivas.

Jesús es el camino para todos y podemos ser sus discípulos. Para nosotros la fe en Cristo Crucificado se convierte en fuerza para amar hasta el final y hasta a los enemigos. La prueba de la fe auténtica en Cristo es el don de sí, el difundirse del amor por el prójimo, especialmente por el que no lo merece, por el que sufre, por el que está marginado.

Estamos llamados a configurarnos con Cristo, el Buen Samaritano de todos los que sufren. “En esto hemos conocido lo que es el amor: en que él dio su vida por nosotros. También nosotros debemos dar la vida por los hermanos” (1 Jn 3,16).

En la parábola del Buen Samaritano (Lc 10,25-37) Jesús nos enseña el amor profundo de Dios por todo ser humano, especialmente cuando experimenta la enfermedad y el dolor.  Frente al prójimo se trata por tanto de extraer del amor infinito de Dios la fuerza para vivir cada día como  Buen Samaritano, con una atención concreta hacia quien está herido en el cuerpo y el espíritu, hacia quien pide ayuda, aunque sea un desconocido y no tenga recursos. Esto vale para todos, también para el mismo enfermo, que puede vivir su propia condición en una perspectiva de fe: “Lo que cura al hombre no es esquivar el sufrimiento y huir ante el dolor, sino la capacidad de aceptar la tribulación, madurar en ella y encontrar en ella un sentido mediante la unión con Cristo, que ha sufrido con amor infinito” (Jornada Mundial del Enfermo 2013).

Para crecer en la ternura, en la caridad respetuosa y delicada, tenemos un modelo cristiano: es la Madre de Jesús y Madre nuestra, atenta a la voz de Dios y a las necesidades y dificultades de sus hijos. María, animada por la divina misericordia, se olvida de sí misma y se encamina rápidamente de Galilea a Judá para encontrar y ayudar a su prima Isabel; intercede ante su Hijo en las bodas de Caná cuando ve que falta el vino para la fiesta; a lo largo de su vida, lleva en su corazón las palabras del anciano Simeón anunciando que una espada atravesará su alma, y permanece con fortaleza a los pies de la cruz de Jesús. Ella sabe muy bien cómo se sigue este camino y por eso es la Madre de todos los enfermos y de todos los que sufren. Podemos recurrir confiados a ella con filial devoción, seguros de que nos asistirá, nos sostendrá y no nos abandonará.

San Juan, el discípulo que estaba con María a los pies de la Cruz, hace que nos remontemos a las fuentes de la fe y de la caridad, al corazón de Dios que “es amor” (1 Jn 4,8.16), nos recuerda que no podemos amar a Dios si no amamos a los hermanos. El que está bajo la cruz con María, aprende a amar como Jesús.

Cuando nos acercamos con ternura a los que necesitan atención; cuando llevamos la esperanza y la sonrisa de Dios en medio de las contradicciones del mundo; cuando nos entregamos generosamente a los demás, damos espacio al Corazón de Cristo y el nuestro se inflama, ofreciendo así nuestra aportación a la llegada del Reino de Dios.

Durango, Dgo., 9 de Febrero del 2014                                 + Mons. Enrique Sánchez Martínez

                                                                                                    Obispo Auxiliar de Durango

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Un nuevo impulso Arquidiocesano por el camino de una conversión pastoral y misionera

mons enrique episcopeo-01Celebramos nuestra VIII Asamblea Arquidiocesana de Pastoral el objetivo  que nos propusimos lo hemos abordado conducidos por nuestro pastor el Sr. Arz. Héctor González; primero “el que”, analizando los retos y desafíos ante el “cambio de época”: en el contexto global y en el contexto mexicano; después “el cómo”, mediante el impulso de la Nueva Evangelización y a la luz de la “Alegría del Evangelio”; y concluimos con el “para que”, llamados a ser “discípulos y misioneros de nuestro tiempo”, con el compromiso de todos los sectores (obispos, sacerdotes, religiosos, religiosas y laicos), de buscar una renovación pastoral de nuestra Arquidiócesis, dándole continuidad a proceso de la Iniciación cristiana.

La Arquidiócesis necesita iniciar y avanzar en el camino de una conversión pastoral y misionera, que no puede dejar las cosas como están. Ya no nos sirve una “simple administración”.  Una pastoral en clave de misión debe abandonar el cómodo criterio pastoral del “siempre se ha hecho así”. Todos debemos ser audaces y creativos en esta tarea de repensar los objetivos, las estructuras, el estilo y los métodos evangelizadores de las propias comunidades. Un compromiso de no caminar solos sino contar siempre con los hermanos y especialmente con la guía de nuestro Arzobispo en un sabio y realista discernimiento pastoral.

Desde hace tiempo, la Iglesia nos ha orientado en esta línea de renovación: el Papa Pablo VI interpelaba a todos: “La Iglesia debe profundizar en la conciencia de sí misma, debe meditar sobre el misterio que le es propio… De esta iluminada y operante conciencia brota un espontáneo deseo de comparar la imagen ideal de la Iglesia (tal como Cristo la vio, la quiso y la amó como Esposa suya santa e inmaculada (Ef 5,27)) y el rostro real que hoy la Iglesia presenta… Brota, por lo tanto, un anhelo generoso y casi impaciente de renovación, es decir, de enmienda de los defectos que denuncia y refleja la conciencia, a modo de examen interior, frente al espejo del modelo que Cristo nos dejó de sí”.

El Concilio Vaticano II presentó la conversión eclesial como la apertura a una permanente reforma de sí por fidelidad a Jesucristo: “Toda la renovación de la Iglesia consiste esencialmente en el aumento de la fidelidad a su vocación… Cristo llama a la Iglesia peregrinante hacia una perenne reforma, de la que la Iglesia misma, en cuanto institución humana y terrena, tiene siempre necesidad”.

            Cómo podrá entenderse y realizarse tal renovación?  La reforma de estructuras que exige la conversión pastoral y debe entenderse así: procurar que todas ellas se vuelvan más misioneras, que la pastoral ordinaria en todas sus instancias sea más expansiva y abierta, que coloque a los agentes pastorales en constante actitud de salida y favorezca así la respuesta positiva de todos aquellos a quienes Jesús convoca a su amistad.

Esta renovación abarca todo y a todos: la Arquidiócesis, las parroquias, los grupos y movimientos, los obispos, los sacerdotes, las religiosas y religiosos, los laicos y todos los que formamos la Iglesia.

La Iglesia particular, o Diócesis, que es una porción de la Iglesia católica bajo la guía de su obispo, también está llamada a la conversión misionera. Ella es el sujeto primario de la evangelización, ya que es la manifestación concreta de la única Iglesia en un lugar del mundo, y en ella “verdaderamente está y obra la Iglesia de Cristo, que es Una, Santa, Católica y Apostólica”. Es la Iglesia encarnada en un espacio determinado, provista de todos los medios de salvación dados por Cristo, pero con un rostro local. Su alegría de comunicar a Jesucristo se expresa tanto en su preocupación por anunciarlo en otros lugares más necesitados como en una salida constante hacia las periferias de su propio territorio o hacia los nuevos ámbitos socioculturales. Procura estar siempre allí donde hace más falta la luz y la vida del Resucitado.

La parroquia no es una estructura caduca, para renovarse requiere la docilidad y la creatividad misionera del Pastor y de la comunidad. Es  “la misma Iglesia que vive entre las casas de sus hijos y de sus hijas”. Ella está realmente en contacto con los hogares y con la vida del pueblo, y no debe ser estructura separada de la gente o en un grupo de selectos que se miran a sí mismos. La parroquia es presencia eclesial en el territorio, ámbito de la escucha de la Palabra, del crecimiento de la vida cristiana, del diálogo, del anuncio, de la caridad generosa, de la adoración y la celebración. A través de todas sus actividades, la parroquia alienta y forma a sus miembros para que sean agentes de evangelización. Es comunidad de comunidades, santuario donde los sedientos van a beber para seguir caminando, y centro de constante envío misionero.

Durango, Dgo., 2 de Febrero del 2014                                 + Mons. Enrique Sánchez Martínez

                                                                                                    Obispo Auxiliar de Durango

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Asamblea Diocesana de Pastoral: la alegría de la Nueva Evangelización

mons enrique episcopeo-01Celebramos esta próxima semana el Plenario Sacerdotal de la Arquidiócesis de Durango. Como cada año nos reunimos el presbiterio de Durango convocados por nuestro Pastor Don Héctor González M., con el objetivo de: “reflexionar y discernir, desde la Palabra de Dios y del Magisterio de la Iglesia, en los desafíos, tentaciones y perspectivas que implican la Nueva Evangelización, en orden a una renovación personal y pastoral del presbiterio, que se traduzca en un estado de Misión permanente en nuestra Arquidiócesis”.

            Unos días de convivencia fraternal y presbiteral, encuentro con los amigos, los compañeros. Nos reunimos para orar, estudiar, conocernos más, compartir experiencias, pro sobre todo para renovar la alegría de nuestra vocación sacerdotal.

            También celebramos la VIII Asamblea Diocesana de Pastoral. Ha sido convocada por el Sr. Arz. Don Héctor González Martínez para los días 30 de enero al 1 de febrero, y se realizará en el Centro Cultural y de Convenciones Bicentenario. El objetivo es “Que los fieles de la Arquidiócesis de Durango, desde el encuentro con Jesucristo vivo respondan a los retos y desafíos del mundo de hoy, mediante el impulso de la Nueva Evangelización para, que sean discípulos y misioneros de nuestro tiempo”.

Para nuestra iglesia de Durango es de suma importancia seguir avanzando en la institucionalización de la Iniciación Cristiana “para formar y hacer cristianos”. El documento de Aparecida del CELAM, dice: “La iniciación cristiana, que incluye el Kerygma, es la manera práctica de poner en contacto con Jesucristo e iniciar en el discipulado. Nos da la oportunidad de fortalecer la unidad de los tres sacramentos de la iniciación y profundizar en la unidad de los tres sacramentos”.

En Evangelii Gaudium el Papa Francisco dice: “El envío misionero del Señor incluye el llamado al crecimiento de la fe cuando indica: enseñándoles a observar todo lo que os he mandado (Mt 28,20). Así queda claro que el primer anuncio debe provocar también un camino de formación y maduración. La Evangelización también busca el crecimiento, que implica tomarse muy en serio a cada persona y el proyecto que Dios tiene sobre ella” (160).

Participarán los agentes evangelizadores, catequistas, colaboradores de todas las parroquias, sacerdotes, religiosos y religiosas, así como todos los movimientos laicales de nuestra Iglesia Local.

Es una asamblea motivacional y formativa para impulsar a los laicos a profundizar en su vocación y misión dentro de la Iglesia, además de renovar el compromiso discípulos misioneros dentro de su Arquidiócesis y colaborar comprometidamente en sus comunidades parroquiales, grupos y movimientos. Se ofrecerán conferencias, impartida por el Dr. Rodrigo Guerra, quien es miembro del Pontificio Consejo para los Laicos en la Santa Sede.

Durango, Dgo., 26 de Enero del 2014                                  + Mons. Enrique Sánchez Martínez

                                                                                                    Obispo Auxiliar de Durango

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La alegría del Evangelio que llena la vida de los discípulos, es una alegría misionera

mons enrique episcopeo-01Con la celebración del Bautismo del Señor se inaugura una verdadera “escuela de discipulado”, y tiene como objetivo ayudarnos a descubrir poco a poco, y durante todo el año litúrgico , la riqueza inmensa de Jesucristo. A pesar de las desdichas o de los triunfos de todos los días, la fe nos pide estar atentos a ese Cristo que se revelado a través de la Palabra. Pero creer en Jesús no es solo contemplarlo de lejos, sino “disponerse a imitarlo”: en verdad que en Él se nos descubre lo que Dios quiere de cada uno de nosotros como Iglesia, pues a los hombres no nos ha sido dado otro bajo el cielo por el cual podamos ser salvos (Hech 4,4,12).

            Cada domingo somos invitados a decidirnos a vivir la escucha y meditación de la vida de Cristo presentado como Señor y Maestro, vivo y presente en la comunidad, uno a quien debemos lo que somos y con quien tenemos el compromiso urgente de transformar todo ambiente, situación, sentimiento, tiempo, de ordinario y común en una extraordinaria oportunidad de vida y salvación, pues Él, es el elegido de Dios.

            La presentación de la vida pública del Señor se inicia con su “aparición en la historia” a orillas del Jordán. Señalado por Juan el Bautista como “Cordero de Dios” ocurre el seguimiento de los primeros discípulos, es decir la formación de la primera comunidad de creyentes.

            El Papa Francisco en Evangelii Gaudium nos invita, como discípulos del Señor “a renovar ahora mismo su encuentro personal con Jesucristo o, al menos, a tomar la decisión de dejarse encontrar por Él, de intentarlo cada día sin descanso. No hay razón para que alguien piense que esta invitación no es para él, porque «nadie queda excluido de la alegría reportada por el Señor”.

Todos somos invitados a recibir “un anuncio renovado, una nueva alegría en la fe y una fecundidad evangelizadora” y el centro y esencia de ese anuncio es siempre el mismo: el Dios que manifestó su amor inmenso en Cristo muerto y resucitado. Él hace a sus fieles siempre nuevos; aunque sean ancianos, “les renovará el vigor, subirán con alas como de águila, correrán sin fatigarse y andarán sin cansarse” (Is 40,31). Cristo es el “Evangelio eterno” (Ap 14,6), y es “el mismo ayer y hoy y para siempre” (Hb 13,8), pero su riqueza y su hermosura son inagotables. Él es siempre joven y fuente constante de novedad.

Cuando Jesús comienza su ministerio, Juan exclama: “Ésta es mi alegría, que ha llegado a su plenitud” (Jn 3,29). Jesús mismo “se llenó de alegría en el Espíritu Santo” (Lc 10,21). Su mensaje es fuente de gozo: “Os he dicho estas cosas para que mi alegría esté en vosotros, y vuestra alegría sea plena” (Jn 15,11).

Nuestra alegría cristiana bebe de la fuente de su corazón rebosante. Él promete a los discípulos: “Estaréis tristes, pero vuestra tristeza se convertirá en alegría” (Jn 16,20). E insiste: “«Volveré a veros y se alegrará vuestro corazón, y nadie os podrá quitar vuestra alegría” (Jn 16,22). Después ellos, al verlo resucitado, “se alegraron” (Jn 20,20).

El libro de los Hechos de los Apóstoles cuenta que en la primera comunidad “tomaban el alimento con alegría” (2,46). Por donde los discípulos pasaban, había «una gran alegría» (8,8), y ellos, en medio de la persecución, “se llenaban de gozo” (13,52). Un eunuco, apenas bautizado, “siguió gozoso su camino” (8,39), y el carcelero “se alegró con toda su familia por haber creído en Dios” (16,34). ¿Por qué no entrar también nosotros en ese río de alegría?

Durango, Dgo., 19 de Enero del 2014                                  + Mons. Enrique Sánchez Martínez

                                                                                                    Obispo Auxiliar de Durango

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La fraternidad, fundamento y camino para la paz y premisa para vencer la pobreza

mons enrique episcopeo-01EPISCOPEO

La doctrina social de la Iglesia nos ayuda en la reflexión sobre la paz: en la Encíclica Populorum Progressio, el Papa Pablo VI nos dice que el desarrollo integral de los pueblos es el nuevo nombre de la paz. No sólo entre las personas, sino también entre las naciones debe reinar un espíritu de fraternidad. “En esta comprensión y amistad mutuas, en esta comunión sagrada, debemos actuar a una para edificar el porvenir común de la humanidad”. Este deber concierne en primer lugar a los más favorecidos. Sus obligaciones hunden sus raíces en la fraternidad humana y sobrenatural, y se presentan bajo un triple aspecto: el deber de solidaridad, que exige que las naciones ricas ayuden a los países menos desarrollados; el deber de justicia social, que requiere el cumplimiento en términos más correctos de las relaciones defectuosas entre pueblos fuertes y pueblos débiles; el deber de caridad universal, que implica la promoción de un mundo más humano para todos, en donde todos tengan algo que dar y recibir.

En la Encíclica Sollicitudo Rei Socialis de Juan Pablo II, se habla de la paz como opus solidaritatis (fruto de la solidaridad), por esto mismo no se debe dudar que la fraternidad sea su principal fundamento. La paz es un bien indivisible. O es de todos o no es de nadie. Sólo es posible alcanzarla realmente y gozar de ella, como mejor calidad de vida y como desarrollo más humano y sostenible, si se asume en la práctica por parte de todos, debe ser una “determinación firme y perseverante de empeñarse por el bien común”. Esto implica no dejarse llevar por el “afán de ganancia” o por la “sed de poder”. Es necesario estar dispuestos a “perderse” por el otro en lugar de explotarlo, y a “servirlo” en lugar de oprimirlo para el propio provecho. El “otro”(persona, pueblo o nación) no puede ser considerado como un instrumento cualquiera para explotar a bajo coste su capacidad de trabajo y resistencia física, abandonándolo cuando ya no sirve, sino como un “semejante” nuestro, una “ayuda”.

La solidaridad cristiana entraña que el prójimo sea amado no sólo como “un ser humano con sus derechos y su igualdad fundamental con todos”, sino como “la imagen viva de Dios Padre, rescatada por la sangre de Jesucristo y puesta bajo la acción permanente del Espíritu Santo”, como un hermano. Entonces la conciencia de la paternidad común de Dios, de la hermandad de todos los hombres en Cristo, “hijos en el Hijo”, de la presencia y acción vivificadora del Espíritu Santo, conferirá a nuestra mirada sobre el mundo un nuevo criterio para interpretarlo, para transformarlo.

En la Encíclica Caritas in veritate, el Papa Benedicto XVI recordaba al mundo entero que la falta de fraternidad entre los pueblos y entre los hombres es una causa importante de la pobreza. En muchas sociedades experimentamos una profunda pobreza relacional debida a la carencia de sólidas relaciones familiares y comunitarias. Asistimos con preocupación al crecimiento de distintos tipos de descontento, de marginación, de soledad y a variadas formas de dependencia patológica. Una pobreza como ésta sólo puede ser superada, redescubriendo y valorando las relaciones fraternas en el seno de las familias y de las comunidades, compartiendo las alegrías y los sufrimientos, las dificultades y los logros que forman parte de la vida de las personas.

Además, si por una parte se da una reducción de la pobreza absoluta, por otra parte no podemos dejar de reconocer un grave aumento de la pobreza relativa, es decir, de las desigualdades entre personas y grupos que conviven en una determinada región o en un determinado contexto histórico-cultural. En este sentido, se necesitan también políticas eficaces que promuevan el principio de la fraternidad, asegurando a las personas (iguales en su dignidad y en sus derechos fundamentales) el acceso a los capitales, a los servicios, a los recursos educativos, sanitarios, tecnológicos, de modo que todos tengan la oportunidad de expresar y realizar su proyecto de vida, y puedan desarrollarse plenamente como personas.

También se necesitan políticas dirigidas a atenuar una excesiva desigualdad de la renta. No podemos olvidar la enseñanza de la Iglesia sobre la llamada hipoteca social, según la cual, aunque es lícito, como dice Santo Tomás de Aquino, e incluso necesario, “que el hombre posea cosas propias”, en cuanto al uso, no las tiene “como exclusivamente suyas, sino también como comunes, en el sentido de que no le aprovechen a él solamente, sino también a los demás”.

Existe otra forma más de promover la fraternidad (y así vencer la pobreza) que debe estar en el fondo de todas las demás. Es el desprendimiento de quien elige vivir estilos de vida, sobrios y esenciales, compartiendo las propias riquezas, para conseguir experimentar la comunión fraterna con los otros. Esto es fundamental para seguir a Jesucristo y ser auténticamente cristianos. No se trata sólo de personas consagradas que hacen profesión del voto de pobreza, sino también de muchas familias y ciudadanos responsables, que creen firmemente que la relación fraterna con el prójimo constituye el bien más preciado.

 

Durango, Dgo., 12 de Enero del 2014                                  + Mons. Enrique Sánchez Martínez

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Episcopeo: «Jesús, José y María modelo de amor familiar»

mons enrique episcopeo-01Episcopeo: «Jesús, José y María modelo de amor familiar»

El Papa Juan Pablo II nos recuerda que: «la familia es patrimonio de la humanidad, porque a través de ella, de acuerdo con el designio de Dios, se debe prolongar la presencia del hombre en el mundo». La familia es el lugar donde, por voluntad de Dios y por naturaleza, se asegura la continuidad de una humanidad que no puede permitir su anquilosamiento vital. Cada ser humano significa un nuevo enriquecimiento y una irrepetible aportación al patrimonio de la humanidad.

La familia no sólo cumple la trascendental misión de transmitir la vida y prolongar así la humanidad, es también motor de humanidad: «lejos de ser un obstáculo para el desarrollo y crecimiento de la persona, la familia es el ámbito privilegiado para hacer crecer todas las potencialidades personales y sociales que el ser humano lleva inscritas en su ser». Es el ambiente donde cada uno de los hijos descubre e inicia la andadura de su vocación humana y cristiana.

También para los esposos, la familia que ellos constituyen es ámbito de su propia realización personal, firme arquitectura y provocadora plataforma sobre la que afirmar y realizar el proyecto compartido de su vocación humana y cristiana. A través de los esposos llega a este mundo parte del caudal de creatividad amorosa con que Dios plenifica y santifica a la humanidad. La experiencia de comunión y participación que caracteriza la vida diaria de la familia, representa su primera y fundamental aportación a la humanización y socialización de la persona.

La familia es primera e insustituible escuela creadora de humanidad, ejemplo y estímulo para las relaciones comunitarias más amplias, mediante la transmisión de virtudes y valores. En una sociedad que corre el peligro de ser cada vez más despersonalizada y masificada, y, por tanto, inhumana y deshumanizadora, la familia posee y comunica todavía hoy energías formidables capaces de sacar al hombre del anonimato, de mantenerlo consciente de su dignidad personal, de enriquecerlo con profunda humanidad y de injertarlo activamente en el tejido de la sociedad.

La fe cristiana nos presenta la familia como el primer lugar y la primera experiencia de la vocación que todos los seres humanos tenemos: a construir e integrarnos en la gran familia humana, es decir, la gran familia de los hijos de Dios. A través de las relaciones que se viven en el seno de la familia, se despierta la experiencia de la paternidad de Dios y de la fraternidad de Cristo. Todo ser humano, en especial el pobre y el necesitado (Mt 25, 31-40), se nos desvela hermano en Cristo, miembro indispensable de esa gran familia que, bajo la paternidad de Dios, es la humanidad entera. La familia es capaz de provocar la más temprana vivencia y manifestación de esa familiaridad que brota de nuestra identidad de hijos de un mismo Padre y que abarca a toda la familia humana.

La Fiesta de Navidad nos recuerda que Cristo, el Hijo de Dios, eligió una familia para hacer presente su Encarnación y su Buena Noticia en medio de la familia humana. En las vicisitudes y al amparo de una vida familiar, su personalidad humana se fue forjando en una vida familiar, en el ambiente vital y humanizante de la Sagrada Familia. Compartió la experiencia familiar para, desde ella, sacar adelante su misión específica. También para Él una familia fue el espacio físico y humano donde asentar y desarrollar su humanidad. Cristo nos manifiesta la plenitud de lo humano, y lo hace empezando por la familia en que eligió nacer y crecer. El misterio de la Encarnación del Hijo de Dios está vitalmente asociado con la vida de una familia concreta, y desde ella con todas las familias que con su entrega y testimonio enriquecen la humanidad. Por eso, la Iglesia, fiel seguidora de Cristo que vino al mundo para servir (Mt 20, 28) considera el servicio a la familia y a la familia humana (GS 3) entre sus principales y más queridas tareas.

Oremos con el Papa Francisco a la Sagrada Familia: Jesús, María y José, a vosotros, Santa Familia de Nazaret, dirigimos hoy la mirada con admiración y confianza; en vosotros contemplamos la belleza de la comunión en el verdadero amor; a vosotros os encomendamos todas nuestras familias, para que se renueven en ellas las maravillas de la gracia. Santa Familia de Nazaret, escuela atrayente del santo evangelio: enséñanos a imitar tus virtudes con una sabia disciplina espiritual, dónanos la mirada límpida en la que se reconoce la obra de la Providencia en las realidades cotidianas de la vida. Santa Familia de Nazaret, custodios fieles del misterio de la salvación: haced renacer en nosotros la estima por el silencio, que nuestras familias vuelvan a ser cenáculos de oración, transformadas en pequeñas Iglesias domésticas. Renueva el deseo de la santidad, sostén la noble fatiga del trabajo, de la educación, de la escucha, de la comprensión recíproca y del perdón. Santa Familia de Nazaret, devuelve a nuestra sociedad la conciencia del carácter sagrado e inviolable de la familia, bien inestimable e insustituible. Qué cada familia sea morada acogedora de bondad y de paz para los niños y para los ancianos, para quien está enfermo y solo, para quien es pobre y necesitado. Jesús, María y José os rezamos con confianza, y nos ponemos con alegría bajo vuestra protección.

Adviento: cumplimiento de la promesa mesiánica, alegría y esperanza para la Iglesia

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Adviento: cumplimiento de la promesa mesiánica, alegría y esperanza para la Iglesia

El Adviento es la preparación de la solemnidad de la Navidad donde se conmemora la primera venida del Hijo de Dios a los hombres, y es a la vez el tiempo en que por este recuerdo se dirigen las mentes y corazones hacia la espera de la segunda venida de Cristo al final de los tiempos. En el Adviento de este año el Evangelio de San Mateo nos orienta y nos invita a:

Esperar vigilantes y alegres: a Aquel que viene a llenar nuestros deseos y superar nuestras esperanzas. La actitud propia de la comunidad de los discípulos de Cristo es aquella que se expresa en un grito ajeno al temor, más bien lleno de júbilo de la Iglesia, comunidad esposa de Cristo: Ven Señor Jesús (Ap 22,20)

Alimentar la esperanza cristiana: aún en medio de una realidad marcada por estructuras de pecado, por sombras que parecen adueñarse del dominio de la historia, pero cuyo destino está ya determinado por la victoria de Dios sobre todo mal y por un futuro de renovación total de personas, historia y mundo: Vi un cielo nuevo y una tierra nueva porque el primer cielo y la primera tierra desaparecieron, y el mar no existe ya (Ap 21,1ss).

Convertirse, volver al Señor: en cuanto que solo Él puede dar al hombre aquella plenitud de vida que el pecado le ha arrancado, haciéndole Humanidad Nueva a través del misterio de su Encarnación, pues “se ha hecho niño, humano” como nosotros: revístanse del hombre nuevo, creado según Dios en la justicia y santidad de la verdad (Ef 4,24).

Acoger la Palabra hecha carne: que está presente en Jesucristo y el Misterio de su Encarnación (Jn 1,14). Un tema especialmente querido para San mateo: la comunidad discipular goza de la presencia del Señor que ha llegado a nosotros a través de la historia humana con sus debilidades y obstáculos, como lo demuestra la amplia genealogía de Jesús (Mt 1,17).

Estas orientaciones vienen acompañadas y desarrolladas a través de voces y actitudes que en Adviento, pero también en Navidad, van revelando el significado de la acción de gracias sobre la comunidad cristiana en este tiempo:

La voz profética desde al Antiguo Testamento: se trata del más grande teólogo de la acción de Dios en Israel: Isaías, que está presente en todo el Adviento, invitando a acoger la obra redentora de Dios en Sión (figura de la humanidad); identificando al que viene como ungido del Espíritu Santo; confortando la esperanza al identificar al Esperado como promotor de la vida disminuida y amenazada; presentando la venida del Mesías como presencia de Dios con nosotros.

La voz precursora de Juan: vigilante intento que exhorta a la conversión concreta de actitudes personales y sociales ante el próximo paso de Dios, que en su silencio es instruido por el mismo Jesús sobre la obra del Salvador.

El silencio acogedor y contemplativo de María: figura de especial importancia en todo el adviento. María es imagen y enseñanza viva de cómo se ha de preparar el paso de Dios: su actitud fundamental que se encierra en aquel: he aquí la esclava del Señor. Hágase en mi según tu Palabra (Lc 1,38), pero también en un silencio que acoge el nada fácil plan de Dios en su vida: María estaba desposada con José y antes de estar juntos ellos, se encontró encinta por obra del Espíritu Santo (Mt 1,18): ella es modelo de acogida, de reflexión, disponibilidad al cambio y esperanza activa que supone el adviento.

La acción confiada y fiel de José: símbolo complementario de la enseñanza mariana. José simboliza que Dios sigue necesitando la cooperación humana para encontrar un lugar en la vida y proyectos del hombre. Por tanto es también modelo para los discípulos que son cooperadores al plan de salvación: despertando José del sueño, hizo como el ángel del Señor le había mandado (Mt 1,24)

Durango, Dgo., 15 de Diciembre del 2013                           + Mons. Enrique Sánchez Martínez

                                                                                                    Obispo Auxiliar de Durango

                                                                                                  Email: episcopeo@hotmail.com