Homilía Domingo III de Adviento; 16-XII-2012
Alégrense, el Señor está cerca
En la primera lectura, el profeta Sofonías entona un himno de gozo con dos aspectos de la salvación: primero negativamente, como perdón de los pecados, liberación del mal y revocación de la condena; y luego, positivamente, como reconciliación y comunión con Dios. El gozo que resulta no es una vana ilusión, sino una realidad profunda que procede de estar en paz con Dios. Exhorta pues el profeta: alégrate hija de Sión, exulta Israel y alégrate hija de Jerusalén. Mientras el país está en la máxima miseria moral, Sofonías proclama su mensaje y predica al pueblo dramas dolorosos de los que escapará sólo un pequeño resto fiel. Es Dios que se manifiesta y preserva al pueblo de la guerra; es Él, que, con su amor permite a la alianza retomar nuevo vigor. También S. Pablo en la segunda lectura confirma esta realidad y exhorta a saber descubrir la presencia de Dios aún en los acontecimientos difíciles de comprender. Estando prisionero, S. Pablo recibió la ayuda de Dios y de los cristianos de Filipos, y hasta una promesa de liberación. Que el Señor está cerca, anuncia la presencia de Dios en la vida cristiana de cada día. Viviendo en esta cercanía, el cristiano vive sereno, en paz, en oración y en el gozo. En el Evangelio preguntan los oyentes a Juan Bautista: Qué debemos hacer ante la cercanía de Dios?. La cercanía de Dios hace al cristiano abierto y solidario con todo lo que hacen de bueno y de sincero sus hermanos, los hombres. El cristiano no se encierra en una moral toda suya, sabe hacer suyas las virtudes propias de su generación, sabe hacer propios los valores inscritos en los modos de pensar de los demás. Ver y apreciar todo aquello que hay de bueno en los demás con una mirada y un juicio positivos, es otro aspecto del optimismo que viene de la certeza de vivir con Dios. Sepamos pues, que la apertura a los demás depende siempre de la comunión gozosa y personal con Dios. Si el Señor está entre nosotros, cabe preguntarnos: ¿nosotros qué debemos hacer? Ante diversas categorías de personas como la muchedumbre, los publicanos y los soldados: Juan bautista impone un comportamiento preciso en señal de conversión: no hacer del egoísmo nuestro personal modo de actuar, no aprovecharnos del oficio o de la profesión para enriquecerse injustamente. Estos signos de conversión son elementales, aún antes de pensar en las bienaventuranzas. Pero, el no hacer del egoísmo la razón de ser de la propia vida es ya un signo inicial de conversión al Reino. Es más: el hecho de tener en el cielo un Padre común que nos ama y al que podemos encontrar, ha de ser una fuente de gozo para los cristianos; un gozo que es comunicado y reservado para los hermanos. Aunque, muchos van viviendo el Cristianismo entre vaciladas y otros bostezando aguantan la asamblea eucarística. Nuestra era, excesivamente problemática ha deteriorado el gusto de la festividad y de la fantasía; sí se aceptan las fiestas, pero sin brío y sin emoción. Hasta las fiestas más tradicionales, algo tienen de vacío y de exaltación; bajo las apariencias advertimos falta de autenticidad. En cambio la Madre Teresa de Calcuta, que consumió su vida al servicio de los más pobres del mundo, dijo: “la alegría es plegaria, es fortaleza, es amor, es una red de amor con las cuales podemos llegar a las almas. Dios ama al que da con alegría. Da más quien da con alegría, El mejor camino para mostrar nuestra gratitud a Dios y a la gente es aceptar todas las cosas con alegría y gozo. Un corazón contento es el resultado normal de un corazón que arde en amor. No dejen entrar en ustedes nada triste que pueda hacerles olvidar la alegría de Cristo Resucitado”.
Héctor González Martínez
Arz. de Durango