Episcopeo «Asistencialismo: depredador de la participación social y de la democracia»
El escenario de la educación en México presenta otro aspecto importante: “El pueblo de México requiere ser educado para construir su futuro a partir de las raíces de su comunidad, respondiendo a su cultura y necesidades, contando desde luego con el apoyo subsidiario y solidario de otras dimensiones de la vida social y del Estado, superando cualquier esquema paternalista” (“Educar para una nueva sociedad” pp. 37-41). No son suficientes los programas sociales asistencialistas y tampoco las acciones de gobierno que se concentran en dar respuesta a situaciones de emergencia o meramente circunstanciales. El asistencialismo es depredador de la participación social y, por ende, de la democracia.
La emergencia educativa nos exige ayudar a que el pueblo de México redescubra su capacidad de participación, de representación y de compromiso ciudadano. Tenemos un gran desafío educativo, pues nuestra herencia de centralismo, no ha impulsado la formación de un pueblo libre, creativo, protagonista y comprometido con el cambio de sus circunstancias más allá de intereses de poder. Claro que no todo es negativo, existen numerosas organizaciones (sobre todo de inspiración cristiana) que promueven la dignidad de la persona en el ámbito empresarial, campesino e indígena; en el ámbito de la promoción de las mujeres, los maestros, y el compromiso cívico-político; en la defensa de derechos humanos en general, del derecho a la vida en particular, del medio ambiente y de nuestras tradiciones y culturas.
Los invito a profundizar en los principios, valores y directrices básicos en los cuales debemos fundamentar la educación de los mexicanos. Les propongo que reflexionemos en la subsidiariedad que nos propone la Doctrina Social de la Iglesia y que se aplica perfectamente en la educación y en otros campos de la vida social.
Subsidiariedad. “Es imposible promover la dignidad de la persona si no se cuidan la familia, los grupos, las asociaciones, las realidades territoriales locales, en definitiva, aquellas expresiones agregativas de tipo económico, social, cultural, deportivo, recreativo, profesional, político, a las que las personas dan vida espontáneamente y que hacen posible su efectivo crecimiento social. Es éste el ámbito de la sociedad civil, entendida como el conjunto de las relaciones entre individuos y entre sociedades intermedias, que se realizan en forma originaria y gracias a la subjetividad creativa del ciudadano. La red de estas relaciones forma el tejido social y constituye la base de una verdadera comunidad de personas, haciendo posible el reconocimiento de formas más elevadas de sociabilidad” (Compendio de la Doctrina Social de la Iglesia n. 188).
Es un principio de la filosofía social: “Como no se puede quitar a los individuos y darlo a la comunidad lo que ellos pueden realizar con su propio esfuerzo e industria, así tampoco es justo, constituyendo un grave perjuicio y perturbación del recto orden, quitar a las comunidades menores e inferiores lo que ellas pueden hacer y proporcionar y dárselo a una sociedad mayor y más elevada, ya que toda acción de la sociedad, por su propia fuerza y naturaleza, debe prestar ayuda a los miembros del cuerpo social, pero no destruirlos y absorberlos” (Ibid).
Conforme a este principio, todas las sociedades de orden superior deben ponerse en una actitud de ayuda, como “subsidium” (de apoyo, promoción, desarrollo) respecto a las menores. Los cuerpos sociales intermedios pueden desarrollar adecuadamente las funciones que les competen, sin deber cederlas injustamente a otras agregaciones sociales de nivel superior, de las que terminarían por ser absorbidos y sustituidos, ya que les es negada su dignidad propia y su espacio vital.
La subsidiaridad (como ayuda económica, institucional, legislativa, ofrecida a las entidades sociales más pequeñas) le impone al Estado abstenerse de cuanto restringiría el espacio vital de las células menores y esenciales de la sociedad. Su iniciativa, libertad y responsabilidad, no deben ser suplantadas. El principio de subsidiaridad protege a las personas de los abusos de las instancias sociales superiores e insta a estas últimas a ayudar a los particulares y a los cuerpos intermedios a desarrollar sus tareas.
La subsidiaridad es ante todo una ayuda a la persona, a través de la autonomía de los cuerpos intermedios. Dicha ayuda se ofrece cuando la persona y los sujetos sociales no son capaces de valerse por sí mismos, implicando siempre una finalidad emancipadora, porque favorece la libertad y la participación a la hora de asumir responsabilidades. La subsidiaridad respeta la dignidad de la persona, en la que ve un sujeto siempre capaz de dar algo a los otros. La subsidiaridad, al reconocer que la reciprocidad forma parte de la constitución íntima del ser humano, es el antídoto más eficaz contra cualquier forma de asistencialismo paternalista.
El principio de subsidiaridad debe mantenerse íntimamente unido al principio de la solidaridad y viceversa, porque así como la subsidiaridad sin la solidaridad desemboca en el particularismo social, también es cierto que la solidaridad sin la subsidiaridad acabaría en el asistencialismo que humilla al necesitado. Las ayudas…por encima de las intenciones de los donantes, pueden mantener a veces a un pueblo en un estado de dependencia, e incluso favorecer situaciones de dominio local y de explotación…Las ayudas económicas, para que lo sean de verdad, no deben perseguir otros fines” (Benedicto XVI, Caritas in Veritate n. 57-58)
Una deformación de la subsidiaridad y de la asistencia social es el Asistencialismo, que es una presencia injustificada y excesiva del Estado y del aparato público: al intervenir directamente y quitar responsabilidad a la sociedad, el Estado asistencial provoca la pérdida de energías humanas y el aumento exagerado de los aparatos públicos, dominados por las lógicas burocráticas más que por la preocupación de servir a los usuarios, con enorme crecimiento de los gastos.
El asistencialismo crea una clara situación de dependencia del individuo o grupos que lo reciben, ya que no promueve la dignidad, el desarrollo de proyectos, etc. La persona, dicho en términos simples, se “aburguesaría” en una comodidad alienante. La imagen clásica es que hay que enseñar al asistido a manejar “la caña”, a pescar (o sea, a desarrollar sus propias potencialidades), y no brindarle el pescado ya preparado.
Durango, Dgo., 11 de Noviembre del 2012 + Mons. Enrique Sánchez Martínez
Obispo Auxiliar de Durango
Email: episcopeo@hotmail.com
Bienaventuranzas de los políticos (Cardenal Nguyen Van Thuan) «Bienaventurado el político que es consciente y tiene conciencia de su propio papel; Bienaventurado el político del que se respeta la honorabilidad; Bienaventurado el político que trabaja siempre (subsidiariamente) por el bien común y no por su propio bien; Bienaventurado el político que es fielmente coherente y respeta las promesas electorales; Bienaventurado el político que realiza la unidad y, haciendo de Jesús el eje, la defiende; Bienaventurado el político que sabe escuchar al pueblo antes y después de las elecciones; Bienaventurado el político que no tiene miedo, en primer lugar, de la verdad; Bienaventurado el político que no tiene miedo de los medios de comunicación (y los corrompe), porque en el momento del juicio, deberá dar cuenta sólo a Dios».
Saludos P. Enrique.