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Peregrinación de la Arquidiócesis de Durango a la Basílica de Guadalupe

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HOMILÍA

        1.- Amados hijos Presbíteros, Religiosas, Seminaristas, Danzantes y Feligreses todos, durangueños y zacatecanos que peregrinan desde la Arquidiócesis o que residen en esta Ciudad.

          2.- Estamos postrados a los pies de la Fundadora y primera Evangelizadora de nuestra Nación mexicana. Su mirada y su porte compasivos nos inspiran confianza y afecto. Pero, sobre todo nos atraen hacia el Evangelio que Ella nos entregó como fruto de su vientre virginal. Ante todo, pues, vayamos a las Lecturas que ya hemos escuchado hoy.

             3.- La segunda Carta de S. Pablo a los Corintios amonesta: “la confianza que tenemos delante de Dios por medio de Cristo, viene de Dios, que nos ha hecho ministros de una Nueva Alianza, no de la letra sino del Espíritu; porque la letra mata y el Espíritu da vida” (3,4-11).

 4.- Esta lectura está construida sobre la contradicción entre el ministerio de la Antigua Alianza y el de la Nueva, es decir: la de Moisés y la de Pablo. La primera, está esencialmente cualificada como Alianza de la letra escrita en piedras, esta Alianza, aunque gloriosa llevaba a la muerte; la segunda, está esencialmente caracterizada como Alianza del Espíritu, es decir, fundamentada sobre el nuevo dinamismo creado por el Espíritu Santo en el nuevo Pueblo de Dios, esta Alianza lleva a la vida.

5.- Los cristianos tienen confianza en este nuevo dinamismo, deben tenerla, porque la capacidad de hacer el bien viene de Dios, comunicada por Cristo en su Espíritu. La ley mosaica y cualquier ley meramente humana, no da la fuerza para hacer el bien; sólo puede denunciar o rechazar sus violaciones. En cambio, el Espíritu da la fuerza para obrar el bien, a quien estimula su creatividad personal.

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Homilía Domingo X ordinario; 9-VI-2013

Cristo es la Salvación, venciendo la muerte

             En la primera lectura, “el hijo de la viuda de Zarepta, enfermó gravemente hasta quedar sin respiración. Ella dijo a Elías: ¿qué hay entre mí y ti, oh hombre de Dios?; ¿has venido a mí, a recordarme mi iniquidad y matar a mi hijo? Elías le dijo: dame a tu hijo,… lo llevó al piso superior, donde habitaba,… y tres veces invocó a Dios: Señor, Dios mío, que el alma de este niño vuelva a su cuerpo. El Señor escuchó el clamor de Elías;… el niño volvió a vivir. Él tomó al niño y lo entregó a la madre…La mujer dijo a Elías: ahora sé que eres hombre de Dios y que la verdadera palabra del Señor está en tu boca”. La mujer de Zarepta sabe de haber hospedado a Elías, hombre de Dios; y, al morir su hijo piensa que Dios ha entrado en su casa, para castigarla de sus iniquidades. No sabía que Dios no es dios de muerte, pero  pronto se le revela como Dios de vida (Sab, 13).

             En el Evangelio, “cuando Jesús estuvo cerca de la ciudad de Naím, llevaban al sepulcro a un muerto, hijo único de una madre viuda… Jesús, viéndola, tuvo compasión y le dijo, no llores. Acercándose, tocó el ataúd… luego dijo: joven, yo te digo: levántate; el muerto se enderezó, se sentó y comenzó a hablar. Él, lo entregó a su madre: todos se llenaron de temor y glorificaban a Dios, diciendo: Un gran profeta ha surgido entre nosotros y Dios ha visitado a su pueblo”. A veces, la salvación es de quien tiene fe; aquí, la salvación es presentada como un don de Dios: el culmen de la narración es el verso que dice: “Dios ha visitado a su pueblo”; expresión que hace referencia a los versos proféticos de Zacarías, padre de Juan Bautista, quien lleno del Espíritu Santo recitó los versos proféticos del Benedictus (Lc 1,68-79) : “Bendito sea el Señor, Dios de Israel, porque ha visitado y redimido a su pueblo”, explicando el concepto de visita en el verso 78 como “recibir el perdón de los pecados, obra de la misericordia de nuestro Dios, cuando venga de lo alto para visitarnos cual sol naciente”.

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Homilía Domingo IX ordinario; 2-VI-2013

Cristo único mediador que salva

             El primer libro de los Reyes, nos presenta hoy, a Salomón orando así: “aunque el extranjero no pertenezca a Israel tu pueblo, si viene de un país lejano, porque habrá escuchado hablar de tu gran nombre y se haya arrepentido… si viene a orar a tu templo, Tú, Oh Señor… escúchalo desde el cielo y satisface sus peticiones, para que todos los pueblos de la tierra conozcan tu nombre… y sepan que este templo, que yo he construido, ha sido dedicado a tu nombre”.

 Este párrafo, repetido en el libro de las Crónicas, fue añadido a la plegaria de Salomón, adquiriendo así dimensión de universalidad y sentido de universalidad cósmica, como dice el tercer Isaías: “a los extranjeros que deciden unirse y servir al Señor, que se entregan a su amor y a su servicio, que observan el sábado sin profanarlo y son fieles a mi alianza, los llevaré a mi monte santo, y haré que se alegren en mi casa de oración” (Is 56,7). La única condición para acceder al culto, es creer en el nombre de Dios, mediante una fe que se funda en su obrar salvífico en la historia, con mano poderosa y brazo extendido. Así, hoy, el salmo responsorial nos enseña a reconocer: “Te adorarán Señor, todos los pueblos de la tierra. Alaben al Señor, pueblos todos, ustedes, naciones todas, denle gloria. Fuerte es su amor por nosotros, y la fidelidad del Señor dura por siempre” (Salmo 116).

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Homilía Santísima Trinidad; 26-V-2013

Dios siempre se da a conocer a los hombres

Meditando hoy en la Palabra revelada, alcanzaremos a percibir como Dios nos va revelando gradualmente su misterio trinitario, misterio fundamental del Cristianismo. La primera lectura de hoy, tomada del libro de los Proverbios, asocia y hasta identifica a Yavé, el Dios del Antiguo Testamento, con la sabiduría ya existente antes que la tierra existiera. En los libros de Job (c.28) y del profeta Baruc (3,9-4,4) la sabiduría aparece como un bien deseable a Dios y a los hombres; pero en el libro de los Proverbios la sabiduría es presentada como una persona: “la sabiduría grita por las calles, levanta su voz en las plazas, en las encrucijadas, pronuncia su mensaje en las puertas de la ciudad” (Prov. 1.20,33; 3,16-19: 8-9). Hoy, en la lectura de Proverbios, la Sabiduría revela su origen, su participación en la obra de la creación y la tarea que tiene para con los hombres, esto es conducirlos a Dios: “Yavé me creó, fue el inicio de su obra; antes de todas las creaturas, desde siempre. Antes de los siglos fui formada, desde el comienzo, mucho antes que la tierra”. En el Nuevo Testamento, esta doctrina será aplicada a Cristo. Leer más

Homilía Domingo de Pentecostés; 19-V-2013

La Iglesia vive en el Espíritu de Cristo

             Dijo Jesús a sus discípulos: “Yo rogaré al Padre, y Él les dará otro consolador, que permanezca siempre con ustedes… El Consolador, el Espíritu Santo que el Padre enviará en mi Nombre, Él le enseñará

Toda cosa y les recordará todo lo que yo les he dicho” (Jn 16 y 26).

 Estas palabras de Jesús, forman parte del largo discurso de despedida o de consolación que Él dirigió a sus discípulos, antes de encaminarse hacia Getsemaní, para la Pasión. Él ofrece a los que lo aman, nuevos motivos de confianza: les promete el Espíritu, llamado Espíritu de verdad, pues será para ellos el Revelador. Promete además, que Él mismo vendrá con el Padre a habitar entre los discípulos. Se realiza así la verdadera presencia de Dios entre los hombres. Es una comunión, que también hace posible la comunión entre los hermanos por la observancia de su Palabra o de sus mandamientos; es una comunión que nace del hecho que Jesús mediante su muerte voluntaria subió al Padre y envió el Espíritu.

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Homilía Domingo VII de Pascua; 12-V-2013

Ven, Señor Jesús

             Hoy, el Evangelio de S. Juan inicia con una oración de Jesús a su Padre Celestial: “Padre, como Tu estás en Mí y Yo en Ti, que también ellos sean uno en nosotros, para que el mundo crea que Tú me  enviaste”. Así ora Jesús por todos los cristianos, y el objeto primero de su oración es la unidad, testimonio indispensable para anunciar al mundo que Él, el Cristo, es el enviado del Padre; el objeto segundo es obtener que los suyos estén algún día con Él.

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Homilía Domingo VI de Pascua; 5 de mayo 2013

No habrá más templo alguno

             La segunda lectura de hoy, tomada del Apocalipsis, en abundancia de detalles, describe la nueva Ciudad de Jerusalén: “el ángel me mostró la ciudad santa”, “Jerusalén que descendía del cielo, resplandeciente con la gloria de Dios”; “su esplendor es como de una piedra preciosísima”; “la ciudad está rodeada por un muro alto con cuatro puertas por cada lado, sobre ellas doce ángeles y los nombres de la doce tribus de Israel”; “los muros de la ciudad se apoyan en doce basamentos sobre los cuales están los nombres de los doce apóstoles del Cordero”. “No vi en la Ciudad templo alguno, porque el Señor, Dios Omnipotente y el Cordero, son su templo”. “La Ciudad no necesita luz del sol o de la luna, porque la gloria de Dios la ilumina y su lámpara es el Cordero”.

             Los muchos detalles de la narración, indican simbólicamente la perfección de un futuro lejano.

No es presentado el plano de la ciudad, sino el nuevo Israel, es decir la Iglesia, cuyos anhelos sostenidos durante el Antiguo Testamento por la presencia de Dios en el templo de Jerusalén, ahora son madurados y  presentados aún a futuro lejano por la presencia y la mediación del Hijo de Dios crucificado y resucitado que empapa toda cosa. La luz inaccesible que es Dios, se vuelve accesible a los hombres, aunque su plena manifestación será hasta el final de los tiempos. La Ciudad santa que desciende del cielo es la Iglesia y en ella cada uno puede entrar en comunión con el Cordero.

            La afirmación de la segunda lectura “Ciudad santa que desciende del cielo” nos da el sentido de la Iglesia que se construye en el tiempo: ella prepara la Ciudad santa, la Iglesia de los salvados, lugar de encuentro de todos los hombres y de plena comunión con Dios. No es necesario ver en esta Ciudad santa o nueva Jerusalén, ni la Iglesia del presente ni la Iglesia futura como perfecta realización de la actual. Se trata de comprender que, a través de un dinamismo de progresiva espiritualización se prepara en el tiempo y en la historia una realidad completamente nueva: el “Reino resplandeciente de la gloria de Dios” (v.10): donde quiera que se verifique un impulso o una convergencia de las fuerzas vivas de la Iglesia y de la humanidad hacia una mayor libertad de los espíritus y de las conciencias para la edificación de un mundo más digno del hombre; donde quiera que esto suceda, ahí  está la obra del Espíritu de Dios, ahí está en gestación el Reino de Cristo.

             Hoy, el Evangelio de S. Juan anuncia: “el Consolador, el Espíritu Santo que el Padre enviará en mi Nombre, Él les enseñará cada cosa y les recordará todo lo que yo les he dicho”. Los cristianos deben penetrar con su mirada más lejos de lo que alcanza la mirada común; leer los acontecimientos a la luz de Dios, y bajo esta luz, reconocer ya la topografía de la ciudad santa que desciende Dios.

            Bajo esta perspectiva, la novedad radical es que no existe más el templo visible y material porque la presencia del Señor es plena y definitivamente descubierta. Se ha terminado el sistema simbólico; rige sólo el régimen de la comunión: Dios es plenitud de toda cosa y reclama la relatividad de lo sensible para el encuentro con Dios; signos sensibles que siguen siendo necesarios en la condición de Iglesia peregrina. Y como tales, perduran en el tiempo, aunque estén destinados a desaparecer.

             Uno se esos signos es la misma Asamblea eucarística que anuncia y en cierto modo, anticipa la nueva realidad  o Ciudad santa que viene del cielo. La misma Asamblea eucarística, es el lugar de la presencia de Dios, templo viviente de la alabanza y de la comunión, aunque aún imperfecta y pasajera. Y los bautizados que la componen, son a la vez, singularmente y en conjunto,  la verdadera Jerusalén espiritual, animada por el espíritu de libertad y de amor, por Jesucristo el Cordero viene para rendir culto perfecto al Padre.

   Héctor González Martínez

                                                                                                                                             Arz. de Durango 

Homilía Domingo IV de Pascua; 21-IV-2013

Jesús, Pastor-Cordero, guía la Iglesia hacia la gloria

             Jesús, Pastor-cordero, es el que, habiendo dado su vida por las ovejas, puede darles la vida eterna y confiarlas a la mano amorosa del Padre. El don de la vida eterna es el elemento unificador de las tres lecturas de la Misa y que inspira el canto de júbilo de la antífona de entrada:    “Alabemos al Señor llenos de gozo, porque la tierra está llena de su amor y su Palabra hizo los cielos. Aleluya”.  

             Hoy en el Evangelio de S. Juan, Jesús dice: “mis ovejas escuchan mi voz, yo las conozco y ellas me siguen… Mi Padre que me las ha dado es más grande de todos y ninguno puede robarlas de la mano de mi Padre. El Padre y yo somos una misma cosa”.  La lectura busca mostrar el fin del obrar amoroso de Cristo hacia sus discípulos de proveniencia universal, aquí definidos como los que escuchan. Las palabras de Jesús, infunden la seguridad de que, en cuanto depende de Él, ciertamente sus discípulos alcanzarán la salvación: nadie podrá robarlos. Jesús, Pastor-cordero, es aquel que habiendo dado su vida por las ovejas tiene el poder de darles vida eterna y de confiarlas a la mano amorosa del Padre.

             Hoy, cada quien puede sentirse lleno de gozo pascual, más allá de las situaciones tristes y desconcertantes de existencia terrena, sabe que la bondad de Dios se orienta personalmente a cada uno y a todos, sin distinción y sin límites. Y, cuanto se anuncia en la narración de los Hechos de los Apóstoles, porque la comunidad se muestra cerrada e incapaz de acoger la novedad del Evangelio , la Palabra de vida se difunde por otros caminos, superando barreras raciales  y nacionalistas; los paganos lo aceptan y resultan así participes de la vida eterna. Han escuchado la voz del Pastor y la han seguido, por ello, están llenos de gozo y del Espíritu Santo.

             En la gloria delante del Cordero. La visión del Apocalipsis nos presenta el éxito final del proyecto de Dios para toda la humanidad. La “multitud inmensa”, testimonia la universalidad de la salvación que el amor del Padre ofrece en Cristo-Cordero, a todos los hombres. Es la realización de cuanto se anuncia en la primera lectura: “Yo te he puesto como luz de las gentes, para que tú lleves la salvación hasta los extremos de la tierra”. Aquí, la imagen del Cordero se convierte en la del Pastor, guía de una humanidad completamente renovada en su modo de ser ante Dios: una humanidad triunfal y gloriosa, en un mundo nuevo en el que desaparecen sufrimiento y lágrimas. ¿Utopía?, ¿Ilusión?: es la Iglesia vista en su realización final, que está frente a nosotros como punto de llegada, pero también como proyecto al que debe conformarse y configurarse toda comunidad cristiana en su camino hacia la plenitud, en su continua dialéctica entre el ya y el todavía no.

             Cristo resucitado es nuestra cabeza, pastor y guía; Él nos ha precedido en el camino que conduce al Padre y en Él todo su cuerpo que es la Iglesia ha alcanzado ya la plenitud de la vida eterna y divina. De esta realidad es anticipo la Asamblea Eucarística: como la multitud inmensa, nos reunimos en torno al Cordero; por su sangre somos salvados y purificados; participando en la Acción Litúrgica, somos el verdadero santuario donde se celebra la alabanza eterna a Dios, y, al mismo tiempo le presentamos nuestro servicio sacerdotal.

  Entonces, el Cordero se convierte en nuestro Pastor y nos conduce a las aguas de la vida que se nos ofrecen en la mesa de la Palabra y del Pan. La Asamblea Litúrgica se vuelve así, signo de la Asamblea gloriosa del cielo y su horizonte se abre a abrazar a todos los hombres llamados al mismo destino de salvación y de gloria. En concreto, el amor fiel e invencible prometido por Jesús-Pastor en el Evangelio, debe ser el mismo amor que circula con espíritu de reciprocidad entre pastores y fieles, promotores y vocacionables,  hoy, en la Jornada Mundial de las Vocaciones.                                                                                                                                                                                                                                                   

Héctor González Martínez

                   Arz. de Durango

 

Domingo III de Pascua; 14 de abril del 2013

            La Eucaristía

            El mismo primer día de la semana, dos discípulos se retiraron de Jerusalén, e iban de camino hacia Emaús, aldea distante siete millas de Jerusalén; iban conversando sobre lo sucedido. Jesús,  se les acercó pero ellos no lo reconocieron, pues sus ojos eran incapaces de reconocerlo. Jesús les preguntó ¿de que hablaban por el camino? Le respondieron: ¿sólo tú eres forastero en Jerusalén, que no sabes lo que ha sucedido en estos días? Les preguntó ¿qué cosa?; le respondieron todo lo que se refiere a Jesús de Nazaret. Él les respondió: necios y tardos de corazón para creer a las palabras de los profetas; ¿no era necesario que Cristo soportara estos sufrimientos para entrar en su gloria? Y comenzando desde Moisés y los profetas, les explicó las Escrituras que se referían a Él. Llegando a la aldea de Emaús, Él, hizo cómo que iba más lejos; ellos le insistieron: quédate con nosotros, porque se hace tarde y oscurece. Él entró y se quedó con ellos: cuando se sentaron a la mesa, tomó el pan, lo bendijo, lo partió y se los dio. Al instante se les abrieron los ojos y lo reconocieron. Pero Él se desapareció de su vista.

             En las pancartas que nosotros colgamos en muchos lugares, como propaganda para una Etapa de nuestra Misión, pusimos lo siguiente: “del encuentro con Jesucristo vivo en su Palabra, para ser y hacer discípulos y misioneros de nuestro tiempo”. Los cristianos profundizan el conocimiento de Cristo, recurriendo a las Escrituras; aunque,  la pedagogía catequética de S. Lucas al describir el encuentro de Cristo con los discípulos de  Emaús, tiene por objeto indicar a la comunidad cristiana el camino para                      Leer más

Homilía Domingo 7 de abril del 2013

Octava de Pascua

             La tarde del mismo día de la Resurrección, estando cerradas las puertas donde se encontraban los discípulos, por miedo a los judíos, vino Jesús, se puso en medio de ellos y les dijo: “la paz esté con ustedes” y es de vastísimo respiro: el poder que el Resucitado ha obtenido con la resurrección es transmitido a los discípulos; la fe es un riesgo: no se trata de ver y tocar, sino de acoger un anuncio que nos es dado de lo alto; el evangelista indica con claridad el fin que se ha propuesto: obtener la fe en Jesús reconociéndolo como Cristo e Hijo de Dios y lograr que por la fe alcancemos la vida eterna.

            Desde hoy, durante los cincuenta días del tiempo pascual, las lecturas de la Palabra en la Eucaristía, hacia la gran realidad: la Iglesia, Comunidad de los creyentes, nacida de la Pascua de Cristo. Más concretamente, cada domingo, pondrá de relieve aspectos diversos de la vida de los cristianos, como testimonio del Señor resucitado. La primitiva comunidad apostólica de Jerusalén sigue existiendo y se refleja en nuestras asambleas dominicales. Cada Comunidad de ellas, es continuamente recreada y se construye, gracias a las presencia del Resucitado y por fuerza de sus dones pascuales como el Espíritu, los Sacramentos, la paz, el gozo; cada Comunidad es llamada a ser en el mundo signo y anuncio permanente de la Pascua del Señor, de su envío a la paz y a la reconciliación. Leer más