Homilía Domingo IX ordinario; 2-VI-2013

Cristo único mediador que salva

             El primer libro de los Reyes, nos presenta hoy, a Salomón orando así: “aunque el extranjero no pertenezca a Israel tu pueblo, si viene de un país lejano, porque habrá escuchado hablar de tu gran nombre y se haya arrepentido… si viene a orar a tu templo, Tú, Oh Señor… escúchalo desde el cielo y satisface sus peticiones, para que todos los pueblos de la tierra conozcan tu nombre… y sepan que este templo, que yo he construido, ha sido dedicado a tu nombre”.

 Este párrafo, repetido en el libro de las Crónicas, fue añadido a la plegaria de Salomón, adquiriendo así dimensión de universalidad y sentido de universalidad cósmica, como dice el tercer Isaías: “a los extranjeros que deciden unirse y servir al Señor, que se entregan a su amor y a su servicio, que observan el sábado sin profanarlo y son fieles a mi alianza, los llevaré a mi monte santo, y haré que se alegren en mi casa de oración” (Is 56,7). La única condición para acceder al culto, es creer en el nombre de Dios, mediante una fe que se funda en su obrar salvífico en la historia, con mano poderosa y brazo extendido. Así, hoy, el salmo responsorial nos enseña a reconocer: “Te adorarán Señor, todos los pueblos de la tierra. Alaben al Señor, pueblos todos, ustedes, naciones todas, denle gloria. Fuerte es su amor por nosotros, y la fidelidad del Señor dura por siempre” (Salmo 116).

             También nosotros, sintiéndonos salvados, podemos reconocer y aclamar a Dios, con la aclamación antes del Evangelio: “Alleluya, Alleluya: Dios amó tanto al mundo, que le dio a su Hijo unigénito; para que, el que crea en Él, tenga vida eterna. Alleluya (Jn,3,16).             La comprensión del misterio de Jesús, es progresiva y sucede por obra del Espíritu Santo, al interno de cada persona y de la comunidad. Es la vida concreta de la comunidad cristiana con sus problemas y conflictos, la ocasión para tomar conciencia cada vez más clara de la identidad de Jesús y de la misma Comunidad.

             Ahora, estando en el Año de la Fe, el Santo Padre Francisco, ha convocado a todos los católicos del mundo a unirse en un gesto unánime de Comunión en la  celebración del Corpus Christi, en adoración al Santísimo Sacramento, apoyando la fe de todos. Y hoy, en muchísimas partes del mundo los católicos celebran el misterio del Corpus Christi, que en América Latina nosotros celebramos el jueves pasado. Pero. Tanto el jueves pasado como hoy la Iglesia en el mundo entero ha vibra al unísono con el Santo Padre Francisco, Las intenciones son: por la Iglesia difundida en todo el mundo rogando que el Señor la haga más obediente a la escucha de la Palabra de Dios, para presentarse delante del mundo cada vez más “resplandeciente, sin mancha ni arruga y sin defecto; sino una, santa e inmaculada”. Implorando también, “por los que en cualquier parte del mundo, sufren de nuevas esclavitudes y son víctimas de las guerras, de la trata de personas, del narcotráfico y del trabajo esclavizante. Por los niños y las mujeres que sufren cualquier tipo de violencia. Por los que se encuentran en precariedad económica, sobre todo los desempleados, los ancianos, los migrantes, los sin techo, los presos y todos los que sufren marginación”.

            Y, hemos vibrado, porque no la ley antigua ni las modernas leyes injustas, sino Cristo  es el único y definitivo mediador de salvación para todos. Él es el templo de la Nueva Alianza, entre Dios y el hombre; es el único lugar de encuentro con Dios. S. Lucas, a través del signo de Cristo prepara y justifica la misión a los paganos, que la comunidad judeo-cristiana, aún no estaba dispuesta a aceptar, mostrando que Cristo es salvación para todos incluyendo a los paganos: lo que se requiere es la fe en Cristo.

             En tiempo de Jesús y de S. Pablo, la Ley de Moisés tenía un puesto central en la religión judaica; era norma en todo; el judío pensaba que era el medio, con que Dios quería justificarlo y liberarlo del pecado. Ahora, no es la observancia de la ley, sino Cristo quien salva, por obra de la fe.

Héctor González Martínez

Arz. de Durango

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