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Homilía Domingo de la Familia, 30 diciembre 2012

La familia humana y cristiana

           La humanidad contemporánea y la Iglesia se interrogan hoy, más que antes, acerca del diseño de Dios sobre la familia.

Las características de la familia descrita en los textos bíblicos del AT.,  eran: la paz, la abundancia en bienes materiales, la concordia y la descendencia numerosa como signos de la bendición de Yahvé-Dios; la ley fundamental era la obediencia moderada por el amor; esta obediencia no era sólo signo y garantía de bendición y prosperidad para los hijos, sino también un modo para honrar a Dios en los padres.

La primera lectura de hoy, señala: “el Señor quiere que el Padre sea honrado en los hijos”; este texto trata de explicar a los hijos adultos dos aspectos del mandamiento. Primero,  “honra a tu padre y a tu madre, para que se prolonguen los días de tu vida en el país que te dio el Señor, tu Dios”; ampliando la explicación del tema, primero se subraya que honrar y reverenciar a los padres, socorrerlos y compadecerse de su vejez, tenerles respeto y devoción es cumplir el querer de Dios, es obediencia a Dios. Y segundo, desarrolla y espiritualiza el texto: la observancia del mandamiento de Dios no sólo promete larga vida, sino que es también expiación de los pecados, seguridad de ser escuchado en la plegaria, gozarse en los propios hijos y no ser olvidado de Dios. Leer más

Homilía Domingo IV de Adviento; 23-XII-2012

Jesús, hijo de María

             Hoy, narra S. Lucas en su Evangelio, que “entrando María en la casa de Zacarías saludó a Isabel, Y apenas Isabel escuchó el saludo de María, el niño se sobresaltó en su seno. Isabel quedó llena del Espíritu Santo y exclamó: bendita tú entre las mujeres , y bendito el fruto de tu vientre… y bienaventurada la que ha creído en el cumplimiento de la palabra del Señor. María dijo: mi alma glorifica al Señor y mi espíritu exulta en Dios mi salvador, porque ha mirado la humildad de su esclava”.

             La escena de S. Lucas une las anunciaciones a María y a Isabel y los nacimientos de Juan Bautista y de Jesús; y en medio de los dos acontecimientos, María, definida aquí como la madre del Señor; para quien es la primera bienaventuranza evangélica: “bienaventurada tú que has creído en el cumplimiento de la palabra del Señor”. Por la fe de Abraham inició la obra de la salvación; por la fe de María inició la etapa definitiva de la salvación. A través de María, Jesús aparece como el Mesías, porque su presencia difunde el Espíritu y con ello el gozo.

            El Hijo del Dios Altísimo, haciéndose hijo de María, ama hacerse preceder y anunciar de los pobres y de los humildes: quiere rodearse de sencillez y verdad. Belén, la más pequeña entre las ciudades de Judá tendrá el honor de dar nacimiento al Mesías prometido por los profetas, a aquel que extenderá su reino de paz hasta los últimos confines de la tierra. Humildes y pastoriles son también los orígenes de David; el futuro Mesías es presentado como descendiente de David, pastor de Belén. Humildes y pobres son los primeros portadores de la esperanza y de la salvación. Así es María en relación a Isabel; por la misma humildad y pobreza Isabel, iluminada del Espíritu Santo, reconoce en María la madre del Salvador y proclama el misterio que se ha obrado en ella.

             María, morada viviente de Dios entre nosotros, prorrumpiendo en al canto del Magnificat, por los  grandes misterios obrados en ella y por la gracia concedida a su prima, dice “el Señor ha mirado la humildad de su sierva”. La salvación prometida a Israel es ya iniciada con la encarnación del Mesías. Ello, con admirable atención y respeto a los protagonistas. Signo de este inicio, es la distribución de bienes mesiánicos y espirituales hecha a los humildes, a aquellos que se reconocen necesitados de salvación. En este momento, María es la morada viviente de Dios en medio de los hombres, es la portadora de la presencia divina que salva.

            El Concilio de Calcedonia proclamó en el año 451 que Cristo es hombre perfecto, en la unidad de la naturaleza divina y de la naturaleza humana, subrayando la verdadera naturaleza humana de Cristo, contra quienes subrayando la divinidad atribuían a Cristo solo apariencias humanas. En el correr de los siglos, la Iglesia ha reafirmado que  Jesús es hombre, contra todas las tendencias que minimizaban la humanidad del Salvador.  El Concilio Vaticano II afirma: el Verbo Encarnado “trabajó con manos de hombre, pensó con mente humana, obró con voluntad humana, amó con corazón de hombre” (GS22). Estrechó amistades, lloró la muerte de Lázaro, se compadeció de las multitudes, estuvo lleno de gozo ante las realizaciones del amor del Padre.  Se acercó a los hombres con una autoridad sobrecogedora. Parece extraño, pero aún actualmente “muchos cristianos no han entendido que “el hijo de María” es verdaderamente hombre, nacido en Belén, que fue niño, que tuvo hambre y sed, que se cansaba, que tenía compasión de los pecadores y de los enfermos; y que los que sufren encuentran comprensión en Él: jamás, nadie ha sido hombre como Él.

             Cristo, hijo de María e hijo de Dios, entró en nuestra historia, en los destinos humanos llenos de luchas, pruebas, esperanzas, y que aquí permanece: Él es Dios con nosotros.

Héctor González Martínez

                                                                                                                   Arz. de Durango

Homilía Domingo III de Adviento; 16-XII-2012

 Alégrense, el Señor está cerca

En la primera lectura, el profeta Sofonías entona un himno de gozo con dos aspectos de la salvación: primero negativamente, como perdón de los pecados, liberación del mal y revocación de la condena; y luego, positivamente, como reconciliación y comunión con Dios. El gozo que resulta no es una vana ilusión, sino una realidad profunda que procede de estar en paz con Dios. Exhorta pues el profeta: alégrate hija de Sión, exulta Israel y alégrate hija de Jerusalén. Mientras el país está en la máxima miseria moral, Sofonías proclama su mensaje y predica al pueblo dramas dolorosos de los que escapará sólo un pequeño resto fiel. Es Dios que se manifiesta y preserva al pueblo de la guerra; es Él, que, con su amor permite a la alianza retomar nuevo vigor. También S. Pablo en la segunda lectura confirma esta realidad y exhorta a saber descubrir la presencia de Dios aún en los acontecimientos difíciles de comprender. Estando prisionero, S. Pablo recibió la ayuda de Dios y de los cristianos de Filipos, y hasta una promesa de liberación. Que el Señor está cerca, anuncia la presencia de Dios en la vida cristiana de cada día. Viviendo en esta cercanía, el cristiano vive sereno, en paz, en oración y en el gozo. En el Evangelio preguntan los oyentes a Juan Bautista: Qué debemos hacer ante la cercanía de Dios?. La cercanía de Dios hace al cristiano abierto y solidario con todo lo que hacen de bueno y de sincero sus hermanos, los hombres. El cristiano no se encierra en una moral toda suya, sabe hacer suyas las virtudes propias de su generación, sabe hacer propios los valores inscritos en los modos de pensar de los demás. Ver y apreciar todo aquello que hay de bueno en los demás con una mirada y un juicio positivos, es otro aspecto del optimismo que viene de la certeza de vivir con Dios. Sepamos pues, que la apertura a los demás depende siempre de la comunión gozosa y personal con Dios. Si el Señor está entre nosotros, cabe preguntarnos: ¿nosotros qué debemos hacer? Ante diversas categorías de personas como la muchedumbre, los publicanos y los soldados: Juan bautista impone un comportamiento preciso en señal de conversión: no hacer del egoísmo nuestro personal modo de actuar, no aprovecharnos del oficio o de la profesión para enriquecerse injustamente. Estos signos de conversión son elementales, aún antes de pensar en las bienaventuranzas. Pero, el no hacer del egoísmo la razón de ser de la propia vida es ya un signo inicial de conversión al Reino. Es más: el hecho de tener en el cielo un Padre común que nos ama y al que podemos encontrar, ha de ser una fuente de gozo para los cristianos; un gozo que es comunicado y reservado para los hermanos. Aunque, muchos van viviendo el Cristianismo entre vaciladas y otros bostezando aguantan la asamblea eucarística. Nuestra era, excesivamente problemática ha deteriorado el gusto de la festividad y de la fantasía; sí se aceptan las fiestas, pero sin brío y sin emoción. Hasta las fiestas más tradicionales, algo tienen de vacío y de exaltación; bajo las apariencias advertimos falta de autenticidad. En cambio la Madre Teresa de Calcuta, que consumió su vida al servicio de los más pobres del mundo, dijo: “la alegría es plegaria, es fortaleza, es amor, es una red de amor con las cuales podemos llegar a las almas. Dios ama al que da con alegría. Da más quien da con alegría, El mejor camino para mostrar nuestra gratitud a Dios y a la gente es aceptar todas las cosas con alegría y gozo. Un corazón contento es el resultado normal de un corazón que arde en amor. No dejen entrar en ustedes nada triste que pueda hacerles olvidar la alegría de Cristo Resucitado”.

Héctor González Martínez

Arz. de Durango

Homilía Domingo II de Adviento; 9-XII-2012

Todo hombre encontrará al Dios que salva

Conforme al uso corriente de su tiempos, S. Lucas asienta los datos siguientes para darnos una cronología precisa de lo que va a narrar: “En el año decimoquinto del imperio de Tiberio Cesar, mientras Poncio Pilatos era gobernador de Judea, Herodes Tetrarca de Galilea y Filipo su hermano Tetrarca de Ituréa y de Traconitides, Lisanias Tetrarca de Abilene, bajo los sumos sacerdotes Anás y Caifás”. Así, S. Lucas sitúa históricamente la fecha de lo que narra en seguida. Citando a Isaías informa: “La Palabra de Dios descendió sobre Juan, hijo de Zacarías en el desierto. Él recorrió toda la región del rio Jordán, predicando un bautismo de conversión para el perdón de los pecados, como está escrito en el libro de los oráculos de Isaías: voz que grita en el desierto: preparen el camino del Señor, enderecen sus senderos; todo valle será rellenado; toda montaña y colina, rebajada; lo tortuoso se hará derecho; los caminos ásperos serán allanados y todos los hombres verán la salvación de Dios”. Juan Bautista recorrió toda la región del Jordán predicando; la frase tomada del profeta Isaías “todo hombre verá la salvación de Dios”, aparece también en los Hechos de los Apóstoles y su explicación bajo el aspecto de universalidad da al Evangelio de S. Lucas un toque de salvación y de espiritualidad universal. El hombre moderno no está muy atento al tema de la conversión a Dios. Ante los graves desafíos que lo confrontan (como el hambre, la ignorancia, la guerra, la injusticia), moviliza todas sus energías, abandona la comodidad y se impone una conversión cuando mucho humanista. Pero, la conversión a Dios como disponibilidad radical y renuncia total lo deja insensible o indiferente, porque tal conversión lo remite a su debilidad y parece distraerlo de sus tareas reales. Pero, el cristiano, es consciente de deber contribuir al diseño de Dios que ha confiado a las hábiles manos trabajadoras del hombre la solución de los problemas del mundo, colaborando a la obra de la creación con lo mejor de sí mismo. Y, en todo ello se da la conversión a Dios: pues, si los cristianos pierden el sentido de esta conversión y si el Cristianismo presenta solamente el rostro de un humanismo sin dimensión religiosa se priva al mundo de un don divino. Con Juan Bautista, el precursor, el Reino de Dios está cerca. La voz severa que grita en el desierto nos prepara para el juicio de Dios, no con actos externos y rituales, sino con la conversión del corazón. Jesús continuará en esta línea de conversión: la opción por el Reino significará despego de sí, renuncia a toda forma de orgullo, disponibilidad y obediencia a los impulsos del Espíritu. El hombre que quiera seguir a Jesús, el hombre que quiera ver la salvación de Dios, será llamado a hacer el vacío en sí, y en cierto modo a perderse. Una conversión religiosa así, es accesible a todo hombre, de cualquier condición social o espiritual; no está ligada concretamente a ninguna práctica penitencial, aunque sí tiende a expresarse en acciones significativas y es propuesta a todos los hombres, porque todos somos pecadores, y Jesús mismo declara haber venido por los pecadores. Esta conversión religiosa, es un cambio radical de la mentalidad y de las actitudes profundas, que se manifiesta en una vida nueva y en acciones nuevas; es una disponibilidad total al servicio del amor a Dios y a los hombres. Por esto, S. Pablo pide a los filipenses en la segunda lectura de hoy: “que su amor siga creciendo más y más y se traduzca en un mayor conocimiento y sensibilidad espiritual. Así podrán escoger siempre lo mejor y llegarán limpios e irreprochables al día de la venida de Cristo, llenos de los frutos de la justicia, que nos viene de Cristo Jesús, para gloria y alabanza de Dios”. Héctor González Martínez Arz. de Durango

Homilía Domingo I de Adviento

                        Que es el Adviento

             Al iniciar hoy el Adviento, es necesario tener una clara conciencia de que inicia un tiempo distinto a las semanas anteriores. Es importante clarificar cual es el finalidad de estas cuatro semanas, para poder vivirlas como un todo progresivo. El Adviento es fundamentalmente el tiempo de la venida del Señor. Venida contemplada en dos aspectos: la venida escatológica y la venida histórica de Jesús.   

             La venida histórica son los 33 años que Jesús pasó conviviendo con nosotros en nuestra tierra; la venida escatológica será al final de los tiempos presentes, cuando se cumpla  el conjunto de esperanzas del antiguo y del nuevo testamentos; esperanzas que, en parte ya se han cumplido en Cristo y en la Iglesia, pero que en parte habrán de cumplirse en el curso de la historia o al fin del mundo. En la liturgia de Adviento se entremezclan continuamente los acentos de la venida histórica y de la venida escatológica.

             Para sensibilizar en el sentido del Adviento, se ambienta suprimiendo algunos signos festivos como el gloria y el color de los ornamentos; sin embargo, se mantienen otros signos festivos como el Aleluya. Es una manera de expresar que, mientras vivimos peregrinos en este mundo, algo falta para la fiesta completa. Pues sólo cuando el Señor esté de nuevo con su pueblo al final de los tiempos, la Iglesia podrá hacer su fiesta con todo esplendor.

            En este sentido, es importante que en este tiempo pongamos especial atención a las palabras del Padre Nuestro: “venga a nosotros tu reino” y las hagamos una jaculatoria a recitar frecuentemente. Corresponde a Cristo “realizar el plan de Salvación de su Padre en la plenitud de los tiempos; ese es el motivo de su misión. El Señor Jesús comenzó su Iglesia con el anuncio de la Buena Noticia, es decir, de la llegada del Reino de Dios prometido desde hacía milenios en las Escrituras. Para cumplir la voluntad del  Padre, Cristo inauguró el Reino de los cielos en la tierra. La Iglesia es el Reino de Cristo presente ya en misterio” (Catic 763).

             El Reino de Dios que Cristo predicaba no era una forma visible de gobierno temporal;  consistía en la sumisión de los corazones a su ley; para captar el carácter espiritual del reinado de Dios, S. Mateo utiliza la expresión de “Reino de los cielos”.

             En los Evangelios encontramos los consejos evangélicos de pobreza, obediencia y castidad por motivos del Reino. Y ciertamente hay en la Iglesia Universal incontables cristianos y cristianas que se consagran de tiempo completo durante toda la vida para hacer presentes los valores del Reino. Igualmente, son incontables los cristianos, que dedicados a los quehaceres del mundo, se esmeran por  implantar en el, la vida y la verdad, la justicia y la paz, la gracia, la santidad y el amor, como valores del Reino. Así mismo somos incontables los que buscamos vivir en nuestro propio estado de vida el sermón de la montaña: felices los que tienen espíritu de pobre; felices los que lloran, porque recibirán consuelo; felices los pacientes, porque heredarán la tierra; felices los que tienen hambre y sed de justicia, porque serán saciados; felices los compasivos, porque obtendrán misericordia; felices los de corazón limpio, porque verán a Dios; felices los que trabajan por la paz, porque serán reconocidos como hijos de Dios; felices los que son perseguidos por causa del bien, porque de ellos es el Reino de los cielos; felices ustedes, cuando por causa mía, los insulten, los persigan y les levanten toda clase de calumnias; alégrense y muéstrense contentos, porque su recompensa será grande en el Reino de los cielos (Mt 5, 3-12).

  Los consejos evangélicos, los ingredientes del Reino de Dios y las bienaventuranzas, son lo más fino del Reino de Cristo y nuestro.

|                      Héctor González Martínez

        Arz. de Durango

Homilía Domingo XXXIV ordinario


Jesucristo Rey del Universo

             “Pregunta Pilatos a Jesús: ¿Con que tú eres rey? Jesús respondió: Tú lo has dicho: soy rey. Para esto nací y para esto vine al mundo: para dar testimonio de la verdad. Cualquiera que sea de la verdad, escucha mi voz”. Con este diálogo entre Jesús y Pilatos, el evangelista S. Juan explica el famoso título colocado sobre la cruz: “Jesús nazareno, Rey de los judíos”, frente a los hebreos que se sirven del título para decir a los cristianos que Jesús ha sido condenado por motivos políticos. Pero, como dijo Jesús, se trata de un reino que no es de este mundo y que no constituía una amenaza para el imperio romano. La Iglesia no fue instituida para sustituir a los poderes de este mundo, sino para hacer de fermento para mejorarlo.   Leer más

Homilía Domingo XXIX ordinario; 21-X-2012

DOMUND

Este domingo será el Domingo Mundial de las Misiones. Nos guíe para meditar, sobre todo la lectura del Evangelio de S. Mateo. Después de su Resurrección, Jesús citó a los once Apóstoles a un monte y le dijo: “me ha sido dado todo poder en el cielo y en la tierra. Vayan, pues, y hagan discípulos a todas las gentes bautizándolas en el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo, y enseñándoles a guardar todo lo que yo le he mandado. Y sepan que yo estoy con ustedes todos los días hasta el fin del mundo”. Leer más

Homilía Domingo XXVI; 30-IX-2012

La tentación de monopolizar a Dios

             Narra la primera lectura, que “Moisés reunió setenta ancianos del pueblo y los distribuyó alrededor de la Tienda; el Señor descendió en la nube y habló a Moisés; luego tomó del espíritu que moraba en él y lo distribuyó a los setenta ancianos quienes se pusieron a profetizar”. Eldad y Medad que habían quedado en el campamento también recibieron el espíritu y profetizaban; le avisaron a Moisés y le pedían que se los prohibiera; Moisés respondió: “¡quien me diera que todo el pueblo de Israel profetizara”. Podemos concluir que existe un profetismo ligado a la institución; y puede darse un profetismo no ligado a la institución, e igualmente válido, reconocido por Moisés, pues ninguna institución, aunque de origen divino puede monopolizar el Espíritu.

        En el Evangelio, “el Apóstol Juan dice a Jesús: Maestro, vimos a uno que expulsaba demonios en tu nombre y se lo prohibimos, porque no era de los nuestros. Jesús respondió: no se lo prohíban, porque ninguno que haga un milagro en mi nombre hablará luego mal de mí”. Jesús da normas prácticas y concretas: ser tolerantes con quienes están al margen de la comunidad y estar atentos contra las tentaciones  y la falsa seguridad de sí mismo. Leer más

Homilía Domingo XXIV ordinario; 6-IX-2012

El Mesías sufriente, Mc 8, 27-35

             Jesús empezó a enseñar a sus discípulos “que el Hijo del hombre debía sufrir mucho, ser rechazado por los ancianos, los sumos sacerdotes y los escribas; que le matarían, pero al tercer día resucitaría”. Luego, “convocando a la gente, junto con los discípulos, les dice: si alguno quiere venir conmigo, niéguese a sí mismo, tome su cruz y sígame”.                Leer más

Homilía Domingo XXII ordinario; 2-IX-2012

Conservar o cambiar   

             Algunos fariseos y escribas, viendo que los discípulos de Jesús comían sin lavarse las manos, le preguntan: “¿porqué, tus discípulos no guardan la tradición de los antiguos y comen con manos impuras?”; Jesús explica: “nada que entre en el hombre, puede contaminarlo… son las cosas que salen de dentro las que contaminan al hombre: las males intenciones: fornicaciones, robos, asesinatos, adulterios, avaricias, maldades, fraudes, libertinaje, envidia, injuria, insolencia, insensatez; todas estas cosas malas salen de dentro y contaminan al hombre”.

            Es este, un desencuentro entre Jesús y los judíos, sobre las tradiciones calificadas por Jesús como inventadas por quienes están lejos de Dios, aunque crean que están cerca. En efecto, una tradición puede ser válida sólo si ayuda  a observar los mandamientos; este es el criterio que ofrece Jesús: las tradiciones inventadas por los hombres, sólo son válidas si sirven para mantener el corazón unido a Dios. Aunque, el objetivo de S. Marcos es resaltar la reacción de los discípulos ante Jesús que se revela; tal intención queda expresada en la frase “su mente estaba embotada” (Mc 6,52); y no entendían que Jesús es el Mesías, bajado como nuevo Moisés para inaugurar un orden nuevo.

             Desde el principio de la vida pública, Jesús afirma su autonomía en relación a la tradición judía de su tiempo. Esto fue uno de los puntos de fricción y de contraste entre Jesús y el judaísmo farisaico. Si, por una parte, Jesús afirma que la Ley y los Profetas no son abolidos, sino llevados a plenitud (Mt 5,17); por otra, entabla una lucha cerrada contra ciertas tradiciones de los antiguos, que son el resultado de preocupaciones puramente humanas y amenazan de anular la Ley.

             Pero, originalmente el fariseísmo era sinónimo de piedad y de perfección, luego en base a la polémica de Jesús contra el fariseísmo rígido se llegó a dar al fariseísmo, originalmente sinónimo de piedad y de perfección, el significado de hipocresía, de observancia exterior y vacía de convicciones. Aunque  esto también llevaba a hacer un extrañamiento a personas que eran sinceras en los orígenes y en sus intenciones. De hecho, Cristo tenía amigos entre los fariseos; S. Pablo es uno de ellos. Severos guardianes de la observancia, en una época de fortísima influencia pagana, ellos fueron los salvadores del alma del pueblo. Para conservar esta alma, los fariseos atenuaron notablemente las expectativas y las esperanzas mesiánicas del pueblo, consideradas políticamente peligrosas; acentuando en cambio, las prácticas cultuales, con preferencia sobre los deberes de la fraternidad humana y de la justicia social.

             La adhesión a la Ley, que hizo grande el judaísmo y que en ocasiones salvó a Israel, incluía graves peligros: como colocar al mismo nivel todos los preceptos religiosos y morales, civiles y culturales abandonándolos a las sutilezas de los casuistas. El culto a la Ley llegaba a imponer un yugo imposible de soportar. De signo de alianza y de libertad, la Ley llegó a ser una cadena de esclavitudes. Otro peligro, aún más grave y radical era el fundar la justicia del hombre ante Dios, no sobre la gracia y sobre la iniciativa divina, sino en la obediencia a los mandamientos y en la práctica de las obras buenas, como si el hombre fuera capaz de salvarse él sólo.

             El fariseísmo y el formulismo no son actitudes sólo del pasado; son una tentación continuamente recurrente, aún entre las personas y las instituciones que empiezan con  intenciones puras y rectas. Se pueden exagerar y absolutizar la legalidad, el precepto, la exterioridad; aún hoy, se puede vivir un Cristianismo legalista, exterior, periférico, más preocupado de obedecer pasivamente normas recibidas, más que de dar una respuesta personal y responsable a la llamada de Dios y a los reclamos de los hermanos. Una mal entendida fidelidad a la tradición, que se manifiesta en oposición a toda forma de renovación, es índice de esterilidad y de infecundidad espiritual. Al contrario, la fidelidad al Espíritu Santo es fidelidad dinámica no pasiva, conquistadora no apologética, misionera no cerrada en sí misma.