Homilía Domingo XXIV ordinario; 6-IX-2012

El Mesías sufriente, Mc 8, 27-35

             Jesús empezó a enseñar a sus discípulos “que el Hijo del hombre debía sufrir mucho, ser rechazado por los ancianos, los sumos sacerdotes y los escribas; que le matarían, pero al tercer día resucitaría”. Luego, “convocando a la gente, junto con los discípulos, les dice: si alguno quiere venir conmigo, niéguese a sí mismo, tome su cruz y sígame”.               

             Los discípulos, reflexionando sobre la manifestación de Jesús y superada la ceguera del propio corazón,  pueden lograr creer y aceptar que Jesús es el Mesías; pero, no pueden anunciarlo, antes que se les revele el sentido que Jesús da a su mesianidad y antes de demostrarse dispuestos a adherirse con la propia vida. El Mesías, según la clara revelación de Jesús debe ser sufriente. Así lo exigen las circunstancias históricas: pues Israel lo ha rechazado y Jesús ha abandonado a Israel. No queda para Él y los suyos sino el camino de la cruz.

 El título del siervo sufriente, explicita claramente la necesidad para el Salvador de  pasar por el sufrimiento y la muerte para realizar su diseño de salvación. Pero, tengamos claras la libertad y la voluntad de Jesús: esto es, muere no arrastrado a la fuerza, sino entregándose libremente; dice en otra ocasión: “nadie me quita la vida; yo la entrego cuando quiera y la vuelvo a tomar cuando quiera” (…).

            Sin embargo, este concepto del Mesías sufriente es lejano y escandaloso para la mentalidad y las expectativas de los hebreos. Al respecto, es significativa  la reacción de Pedro: “llevó a Jesús a un lado y se puso a contradecirle…; pero Él, dando la vuelta y mirando a sus discípulos, reclamó a Pedro y le dijo: apártate de mí Zatanás; porque tú no piensas según Dios, sino según los hombres”.

             Adelantemos una conclusión: si para confesar la mesianidad de Jesús, cuando S, Pedro profesó “Tú eres el Mesías, el Hijo del Dios vivo” (Mt. 16, 16),  fue necesaria la inspiración y la revelación del Padre Celestial, como lo explicó Jesús a Pedro: “esto no te lo ha revelado la carne ni la sangre, sino mi Padre que está en los cielos” (Mt 16,17). Más difícil y fatigoso es el camino de la fe que incluye el escandalo de la cruz. Hay un modo de razonar según Dios y un modo de razonar según los hombres. El criterio para distinguir entre uno y otro es la cruz, sobre la cual cada día se debe morir un poco a sí mismos.

Por ello el reclamo a Pedro va seguido de una invitación a seguir a Jesús como verdaderos discípulos; y el verdadero discípulo debe tomar su cruz; es necesario perder la propia vida para reencontrarla. De aquí se sigue otra conclusión: una de las características predominantes del Nuevo Testamento es: la conexión entre la afirmación  indicativa “Cristo es el Mesías sufriente” y el imperativo para el creyente: “tú debes seguirlo por el camino de la cruz”. El creyente no es el que cree en Dios a pesar de los sufrimientos, sino más bien el creyente católico es el que sigue a Cristo por el camino de la cruz.

            La cruz de Cristo, aún hoy, sigue siendo para muchos una locura, un escandalo. Estamos dispuestos a aceptar a Jesús como el Cristo, como el Hijo de Dios, como el enviado del Padre  al estilo de S. Pedro; pero el Cristo del calvario nos viene grande, nos queda como un misterio.

             Y sin embargo, en todo esto hay una lógica, una lógica del Espíritu y no de la carne: el Padre no necesitaba de los sufrimientos de Cristo como castigo sustitutivo en lugar nuestro. Dios necesitaba su vida como amor sustitutivo en nuestro nombre. Así, ni Cristo ni el Padre Celestial nos han dado las espaldas; por tanto, quien quiera amar en este mundo, se encuentra con un gran misterio: que el Reino de Dios prosigue su camino aunque hemos dado muerte al Hijo de Dios. Con la muerte de Cristo hemos sido liberados. Por tanto, la muerte o el fracaso no son la última palabra, no son un oscuro y fatal destino  En el pecado más grande, ha brillado el más grande amor; Dios ha demostrado poder sacar de ahí la vida.

 

0 comentarios

Dejar un comentario

¿Quieres unirte a la conversación?
Siéntete libre de contribuir!

Deja una respuesta

Tu dirección de correo electrónico no será publicada. Los campos obligatorios están marcados con *