Jesús guía en el camino de la vida
Con el Miércoles de Ceniza, abrimos un nuevo caminar hacia la Pascua. E inmediatamente, la Palabra de Dios nos presenta a Jesús, enseñándonos cómo luchar en el camino de la vida cristiana. “Jesús, lleno del Espíritu Santo, regresó del Jordán y conducido por el mismo Espíritu, se internó en el desierto, donde permaneció donde permaneció por cuarenta días y fue tentado por el diablo”. Los Evangelios sinópticos hacen de las tentaciones un paradigma de toda la vida de Jesús, pero S. Lucas sólo lo limita a los cuarenta días y a la última tentación en Jerusalén, añadiendo que el diablo se alejó de Él para regresar al tiempo fijado. Esto dice que los cuarenta días sólo fueron un primer intento y que el encuentro final será en Jerusalén durante la pasión.
También es propio de S. Lucas el contexto de las tentaciones, no después del Bautismo como en Marcos y Mateo, sino luego de la genealogía de Jesús, que en forma ascendente: se remonta hasta el comienzo de la humanidad: Jesús, el nuevo Adán, es tentado como todo hombre, en la primera tentación en la concupiscencia de la carne, respondiendo “está escrito no sólo de pan vive el hombre”; en la segunda tentación en la concupiscencia de la vista, respondiendo “está escrito: adorarás al Señor tu Dios y a Él sólo servirás”; en la tercera tentación, tentado en la soberbia de la vida, respondiendo: “también está escrito: “no tentarás al Señor tu Dios”: Jesús sale victorioso por su adhesión a la Palabra de Dios.
La Cuaresma nos propone el empeño de escuchar la Palabra de Dios, de la conversión, de la oración, de la caridad fraterna, porque, en un continuo pasar hacia la vida nueva, la Iglesia descubre el sentido de su propia vocación y de su pertenencia al Señor. Todo momento está marcado por este empeño; pero el tiempo cuaresmal tiene una eficacia particular porque en las señales de la comunidad que se convierte, es memoria viva y actual del camino pascual de Cristo y de su “sí” a la voluntad del Padre celestial.
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