Domingo XVII, ordinario; 28-VII-2013 El discípulo de Jesús, ora como Jesús

Domingo XVII, ordinario; 28-VII-2013

El discípulo de Jesús, ora como Jesús

 La oración se define como diálogo con Dios. Pero, poner al hombre en diálogo con Dios, puede ser un riesgo: el hombre en la oración puede desnaturalizarse a sí mismo y a Dios; puede reducir a Dios a un bien de consumo o a un fácil remedio de las propias insuficiencias y perezas. Y puede reducirse uno  mismo, en un ser que descarga las propias responsabilidades en otro.

 En el capítulo 18 del Génesis, dice el Señor Dios: “el grito contra Sodoma y Gomorra, es demasiado grande y su pecado es muy grave. Quiero bajar a ver si han hecho todo el mal cuyo grito llegó hasta mí”. Entonces, Abraham se le acercó y le dijo: “de veras exterminarás al justo con el impío?… lejos de Ti, hacer morir al justo con el impío, de modo que el justo sea tratado como impío; lejos de Ti. Acaso, el juez de toda la tierra no practicará la justicia?”. Y, Abraham empezó un insistente  regateo: “Si se encuentran cincuenta justos, perdonarás la ciudad?,  “por cuarenta y cinco?, ¿por cuarenta?, ¿por treinta?, ¿por veinte?, ¿por diez? No la destruiré por diez.

Abraham no se atrevió a bajar de diez justos. Pero en Jeremías (5,1) y en Ezequiel (22,30) Dios se declara dispuesto a perdonar a Jerusalén aún si se encontrara un solo justo. En Isaías, aparece que un solo justo salva al pueblo: “le daré un puesto de honor entre los grandes, y con los poderosos participará del triunfo, por haberse entregado a la muerte y haber compartido la surte de los pecadores. Pues Él cargó con los pecador de muchos e intercedió por los pecadores” (Is 53, 12); a este sentido fundamental del texto se puede añadir con facilidad el sentido del Evangelio: una plegaria insistente y perseverante alcanza su objetivo.

            Solo la fe perseverante de Abraham salva la verdad de la oración. En Israel que vive en un régimen de fe, está salvada la verdad de la relación hombre-Dios, la verdad de la oración. Porque, en Israel, la oración está ligada esencialmente a la fe. La oración viene a ser una respuesta libre al Dios que se revela; una acción de gracias por los grandes eventos que Dios cumple en su pueblo; así, la oración llega a ser primero respuesta del hombre a Dios antes que petición a Dios.

            El hombre vivo y verdadero, encuentra al Dios vivo y verdadero. Los salmos son el mayor testimonio de oración de Israel, en que el hombre permanece él mismo y Dios permanece Dios en un auténtico diálogo de amor, un diálogo en que entra la vida, la historia. Moisés, es la figura por excelencia del que ora, y es el hombre de la liberación de un pueblo, una figura histórica: la acción, la política son las constantes de su existencia. Su misma oración la más contemplativa, la que hace antes de ver la gloria de Dios, es una oración encarnada en que entran con fuerza la espera y la esperanza del pueblo.         Moisés lleva ante Dios, la situación política del pueblo, no como observador, sino como realizador.

            Jesús cumple la oración de Israel. Él ruega, utiliza las formulas tradicionales de su pueblo y crea libremente otras. Pero, Jesús no sólo ruega, sino que Él es la plegaria, el contenido de la oración; en su persona se realiza el diálogo del hombre con Dios, en la verdad de los dos términos. El vértice de esta plegaria es la muerte de Jesús, que vista desde los aspectos meramente históricos, representa sólo un suceso profano, esto es la ejecución de un hombre condenado como delincuente político.

Sin embargo, es el único acto litúrgico de la historia. Por ello, el culto cristiano, se concretiza en la absoluta dedicación del amor, como podía manifestarse únicamente en Aquel en que el amor mismo de Dios se hizo amor humano.

Héctor González Martínez

Arz. de Durango

 

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