Homilía Domingo V de Cuaresma; 17-III-2013

Vete y no peques más

             Este estupendo, hermoso y desafiante capítulo del Evangelio de S. Lucas, entró sorpresivamente en el Evangelio de S. Juan. Pero, está siempre inspirado y puede considerarse como una realización práctica de aquello  “quiero misericordia  y no sacrificios” de S. Mateo (12,7); o del “no vine a llamar a los justos, sino a los pecadores” de S. Lucas (5,32); y hasta del mismo profeta Ezequiel “Dios no quiere la muerte del pecador sino que se convierta y viva” (33,11).      Y de veras, la clave para leer la Palabra en este domingo, es la aclamación antes del Evangelio: “no quiero la muerte del pecador, sino que se convierta y viva”.

             Repetidamente Dios se pronuncia por la vida de sus hijos,  aun cuando su insensatez les excluya de toda consideración humana. Un Dios celoso de la vida de sus hijos, a tal punto, de restituirles con su perdón, la dignidad, la honorabilidad y la vida, se vuelve un anuncio liberador y un juicio sobre un mundo frecuentemente despiadado y cruel. La comunidad cristiana debe ser portadora de este mensaje, consciente de haber sido fundada por un gesto de misericordia, que la hace deudora frente a Dios y frente a cada hermano. El perdón se vuelve responsabilidad comunitaria y personal.

             Sobre la mujer adúltera penden graves sanciones de la ley. Jesús es interpelado y requerido de condenación  por parte de los custodios celosos de la tradición, con la mala intención de hacerlo caer en el callejón ciego de una respuesta comprometedora. El dilema se centra en elegir entre la ley mosaica y la misericordia que Jesús va practicando;  Jesús entonces, apela a la conciencia de los acusadores: el pecado de estos está en aprovechar un caso humano para poder formular acusaciones contra Él.

             Pero, el intento de Jesús está claro: salvar a la mujer pecadora del juicio impío y mostrar el sentido de su misión de mensajero de la misericordia divina. Con realismo e ironía, Jesús ilumina la situación del hombre: el hombre, es tanto más pecador cuanto más avanza en edad; no puede apropiarse el derecho de juzgar el error de un hermano.      Jesús inspira confianza a la prostituta que luego muestra una humilde señal de gratitud. Jesús, no condena, lo cual no significa indiferencia moral: su palabra suena como una absolución, pero unida al compromiso aceptado de no pecar más;  pues, el don de la misericordia gratuita e imprevista, se vuelve responsabilidad para una conversión permanente, para una decisión que mira al futuro. A la mujer, perdida por la ley y por los hombres, el Señor le restaura la plena imagen de Dios; desde ese momento, la vida recupera su significado: es quitado el peso de un pasado inquietante; es quitado, y se abre el camino de la esperanza.

             La adultera exalta la obra de Dios ante tantas situaciones que parecen desesperadas. También el pueblo de Israel oprimido en el exilio de babilonia fue tocado por un anuncio sorprendente de salvación: la liberación es inminente: habrá un nuevo Éxodo que empañará el recuerdo del primero: en el desierto de la desesperación humana, Dios es siempre capaz de hacer germinar la esperanza: en la primera lectura de hoy, se nos dice: “no recuerden más las cosas pasadas no piensen más en lo antiguo; he aquí que hago algo nuevo, que ya germina; ¿se dan cuenta?”.            Las realidades viejas y mortificantes que existen en nosotros, son fruto de pecado; en cambio, la obra de Dios es hacer nuevo lo viejo, rasgar las vestiduras de la esclavitud, dar vida a lo que parece muerto. La adultera y el pueblo de Israel son símbolos elocuentes de la obra renovadora de Dios: cantan el milagro de la libertad donada, es el reabrirse de la esperanza.

             Para la Comunidad Cristiana, la Cuaresma es la hora del regreso y de la renovación: el Señor invita a dejar atrás el pasado, a olvidar las obras de muerte que también Él ha olvidado, para que volvamos  a vivir en plenitud la dignidad filial. Toda nuestra vida, en parte cristiana y en parte pagana, está bajo el signo de la misericordia, de la reconciliación y de la acogida divina.

Héctor González Martínez

        Arz. de Durango

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