LA CARIDAD EN LA VERDAD XVI

Derechos, deberes, crecimiento demográfico, vida y familia

La solidaridad universal como derecho y beneficio para todos es también un deber. Actualmente muchos pretenden que no deben nada a nadie, si no es a sí mismos; que solo son titulares de derechos y no maduran en su responsabilidad por el desarrollo integral propio y ajeno. Es importante urgir una nueva reflexión sobre los deberes que los derechos presuponen. De manera contradictoria, unos reivindican derechos de manera arbitraria y exigen a las estructuras públicas que los reconozcan y promuevan; en otros lugares hay derechos elementales que se ignoran y violan en gran parte de la humanidad, sobre todo en las sociedades opulentas, como carencia de comida agua potable, instrucción básica, cuidados sanitarios elementales, en el mundo subdesarrollado y las periferias de las ciudades. Esto sucede por que al reivindicarse los derechos individuales desvinculados de los deberes, se desquician y se exigen de manera ilimitada y carente de sentido. La exacerbación de los derechos conduce al olvido de los deberes. Los deberes delimitan los derechos porque remiten a un marco antropológico y ético. Así los deberes refuerzan los derechos y reclaman que los defienda y promuevan. Si los derechos del hombre se fundamentan solo en las deliberaciones de una asamblea de ciudadanos, fácilmente podrán ser cambiados y esto conlleva a un relajamiento de la conciencia común del deber de respetarlos. Los derechos y deberes, exigen que la comunidad internacional asuma como un deber ayudar a los países en desarrollo a “ser artífices de su destino”, es decir que asuman a su vez deberes.
Los conceptos de derechos y deberes respecto al desarrollo, deben tener en cuenta los problemas relacionados con el crecimiento demográfico. Aspecto importante para el desarrollo porque afecta los valores irrenunciables de la vida y de la familia. No es correcto considerar el aumento de la población como la primera causa del subdesarrollo, aún desde el punto de vista económico. En los países económicamente desarrollados hay signos de crisis en una disminución preocupante de la natalidad; lo mismo por la disminución de la mortalidad infantil y el aumento de la edad media de vida. Es cierto que se ha de prestar la debida atención a una procreación responsable. La Iglesia que se interesa por el verdadero desarrollo del hombre, exhorta a que se respeten los valores humanos en el ejercicio de la sexualidad, que no puede quedar reducida a un mero hecho hedonista y lúdico; la educación sexual no se puede limitar a una instrucción técnica, con la única finalidad de protegerse del riesgo de procrear. Esto empobrece y descuida el significado profundo de la sexualidad. Frente a estos derechos y deberes, se debe resaltar la competencia primordial que tienen las familias respecto al Estado y sus políticas restrictivas, así como una adecuada educación de los padres.
La apertura moralmente responsable a la vida es una riqueza social y económica. Grandes naciones han podido salir de la miseria gracias al gran número y a la capacidad de sus habitantes. También, naciones en un tiempo florecientes, ahora pasan por una fase de incertidumbre, de decadencia a causa del bajo índice de la natalidad. La disminución de los nacimientos, a veces por debajo del “índice de reemplazo generacional”, pone en crisis incluso a los sistemas de asistencia social, aumenta los costes, merma la reserva del ahorro, reduce la disponibilidad de trabajadores cualificados y disminuye la reserva de “cerebros”. Además las familias pequeñas, o muy pequeñas a veces, corren el riesgo de empobrecer las relaciones sociales y de no asegurar formas eficaces de solidaridad. Estas situaciones son síntomas de escaza confianza en el futuro y de fatiga moral. Es una necesidad social y económica, seguir proponiendo a las nuevas generaciones la hermosura de la familia y del matrimonio, su sintonía con las exigencias más profundas del corazón y de la dignidad de la persona. De esta forma, los Estados están llamados a establecer políticas que promuevan la centralidad y la integridad de la familia, fundada en el matrimonio entre un hombre y una mujer, célula primordial y vital de la sociedad.

Durango, Dgo. 1 de noviembre del 2009.

+ Héctor González Martínez
Arz. de Durango

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