Homilía Domingo ordinario V; 10-II-2013
Iglesia, Comunidad de enviados
“El profeta Isaías vio al Señor, sentado en un trono alto y elevado; …mientras el templo se llenaba de humo, Isaías dijo: hay de mí, estoy perdido, porque soy un hombre de labios impuros y habito en medio de un pueblo de labios impuros y mis ojos han visto al rey, Señor de los ejércitos; uno de los serafines voló hacia mí, tenía en sus manos un carbón encendido…, me tocó la boca y me dijo: esto ha tocado tus labios y tu pecado ha sido expiado…. Luego oí la voz del Señor diciendo: ¿a quién enviaré o quien irá por nosotros? Yo respondí: heme aquí, envíame”. Este trozo bíblico en una teofanía describe la vocación de Isaías. Los términos usados quieren inculcar la grandeza o trascendencia divina: trono alto y elevado, el Trisagio santo, santo, santo es el Señor de los ejércitos y el excelso poder del Dios de los ejércitos. Pero el uso del término “gloria” y el hecho de que Dios aparece en el templo, insinúan la cercanía de Dios con su pueblo. Al final, el hombre está frente a Dios y tiene necesidad de ser purificado y de convertirse, para hacerse capaz de recibir una encomienda divina.
En el Evangelio, S. Lucas narra que estupefacto por la admirable pesca milagrosa, “Simón Pedro se arrojó a los pies de Jesús, diciendo: Señor aléjate de mí que soy un pecador…; pero Jesús le dijo: no temas: de ahora en adelante serás pescador de hombres. Y dejando las barcas en tierra, (él, Santiago y Juan) dejaron todo y lo siguieron”. Lucas presenta el llamado vocacional después de una demostración del poder de Jesús. Este obrar de Jesús, hace tomar al hombre conciencia de su propia debilidad y de su indignidad, que son superadas por la fe en la palabra de Jesús. Esto indica la disposición al llamado que se concretiza en dejar todo. En ese contexto S. Lucas muestra a su manera el primado de Pedro: Jesús predica desde la barca de Pedro, Santiago y Juan son pescadores compañeros de Pedro, y lo siguen.
Para anunciar a Dios es necesario haberlo conocido; pero, para conocer a Dios es necesario que Él mismo se dé a conocer. Pues, a Dios no podemos alcanzarlo con nuestros argumentos o encerrarlo en nuestros razonamientos. La revelación de Dios es un acto suyo soberanamente libre, es una iniciativa totalmente gratuita: el hombre no tiene poder sobre Dios. Por ello, el profeta no anuncia una doctrina abstracta, puramente humana, sino al Dios viviente; se es profeta únicamente si Dios se le revela, lo llama y lo envía; puesto que, revelación, vocación y misión están estrechamente entrelazadas.
Volviendo sobre revelación y vocación para una misión, las tres lecturas de este domingo tienen un mismo concepto de vocación: Isaías vio la gloria de Dios antes de ser enviado a predicar; los apóstoles debieron ver el cuerpo de Cristo Resucitado antes de recorrer el mundo. Pedro, Santiago y Juan, impresionados por la pesca milagrosa, abandonaron las redes para convertirse en pescadores de hombres.
La vocación de Isaías es verdaderamente típica. Dios se revela como el santo, esto es como el totalmente diverso o distinto. Delante de Él, el hombre toma conciencia de ser pecador. Por ello, Pedro, ante la revelación de Jesús en la pesca milagrosa, dice a Cristo: “aléjate de mí, que son un pecador”. Al mismo tiempo, siente el llamado a anunciar a todos los hombres la santidad de Dios y su gloria universal. Esto equivale a predicarles la conversión para conformarse a la santidad de Dios y a su designio salvífico universal.
Dios se revela, llama y envía en Cristo. Pero este llamado divino toma cuerpo en los repetidos llamados que Jesús de Nazaret dirige a los hombres durante su vida terrena y después como resucitado. En boca de Jesús el llamado toma su verdadero significado. Jesús llama a su seguimiento. Él es el iniciador del Reino. En Él los hombres tienen acceso a la condición filial y son liberados del pecado. Es en Él que los hombres colaboran con Dios al cumplimiento de la salvación de todos los hombres.
Héctor González Martínez
Arz. de Durango
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