Los doce Franciscanos

Sr.-Arzobispo-288x300Los reales cimientos del Cristianismo en México, lo pusieron los Doce Franciscanos, que, enviados por el Papa Adriano VI, desembarcaron en S. Juan de Ulúa, Ver. El 13 de mayo de 1524. Ellos eran Francisco de Soto, Martín de la Coruña, Toribio de Benavente (llamado Motolinía), Luis de Fuensalida, Antonio de Ciudad Rodrigo, Juan Suárez, García de Cisneros, Francisco Jiménez, Juan de Rivas, Juan de Palos, Andrés Córdoba; y como cabeza del grupo, Fray Martín de Valencia, hombre bien formado en la vida espiritual y en la espiritualidad franciscana.

Hernán Cortés y otras autoridades, salieron hasta Veracruz a recibir a los Doce, al saludar a cada fraile, se descubrían la cabeza, se ponían de rodillas y le besaban la mano y el cordón franciscano. Llegados a Tenochtitlán, fueron instalados al pie de la gran Pirámide del templo de la Ciudad de Tenochtitlán.

Los frailes hicieron un Retiro Espiritual, para prepararse al trabajo. A mediados de 1524, celebraron la primera Junta Administrativa de lo espiritual en presencia de Cortés. En los Acuerdos de esa Junta, se dividieron en cuatro grupos: Tenochtitlán, Texcoco, Tlaxcala y Huejotzingo; tomaron consenso de: administrar los bautismos solemnes a los neófitos ya catequizados los domingos por la mañana y los martes por la tarde; los enfermos habituales podrían confesarse dos veces al año; para los sanos, el cumplimiento anual, empezaría tres domingos antes de Cuaresma; que nadie contrajera Matrimonio, sin examen sobre la doctrina cristiana y confesión; parece que, al principio, la Comunión se negó a los neófitos; después se dejó a criterio de los confesores; al principio, la Unción de enfermos no se administraba a los indígenas.

En 1525 llegaron otros franciscanos, que compartieron la tarea de la primera evangelización y los méritos de sus frutos. A unos y otros pertenece como mérito propio, la primera evangelización y sus frutos.

Como parece que los misioneros no esperaron a aprender las lenguas, para emprender la predicación: en silencio y a señas, señalando el cielo, y diciendo estar ahí el solo Dios, a Quién habían de creer, y volviendo los ojos a la tierra, señalaban el infierno, para el tormento de los condenados. Al principio, así predicaban, sin saber decir más que esto, por plazas y lugares donde había congregación de gentes.

Podemos juzgar, que esta enseñanza era de muy poco fruto, pues, ni los indígenas  entendían lo que se les decía, ni los frailes sabían de las idolatrías ni podían reprenderlas. Preocupados, no sabían qué hacer: queriendo aprender las lenguas, no había quién se las enseñara; para aprenderlas, se les ocurrió hacerse niños con los niños jugando con ellos a ratos, apuntar lo que les oían; al estar solos,  compartían y corregían entre ellos,  y así aprender las lenguas para predicar y procurar la conversión de las gentes; componían luego vocabularios, gramáticas, cantos religiosos, catecismos y sermones. Más adelante, establecieron escuelas, aprendieron varias lenguas, elaboraron gramáticas y otros subsidios.

Héctor González Martínez

Arzobispo Emérito de Durango

La primera oleada de misioneros

Sr.-Arzobispo-288x300La Reina Isabel la Católica expresó en su testamento su: “absoluto deseo de…realizar todos los esfuerzos posibles para impulsar a los pueblos de aquellos nuevos países a convertirse a nuestra santa religión, enviarles sacerdotes, religiosos, prelados y otras personalidades instruidas y creyentes en Dios, para educarlos en las verdades de la Fe y mostrarles las maneras y costumbres de la vida cristiana”.

  En septiembre de 1522, Carlos V empezó a cumplir la voluntad de su abuela Isabel la Católica, saliendo de su convento de Gante, Bélgica, los tres primeros franciscanos: Juan Tecto, Juan de Aora y Pedro de Gante. En tres meses cruzaron el Atlántico y en diez días llegaron de Veracruz a Tenochtitlán. Fueron hospedados en Texcoco, donde a la sombra del primer convento franciscano, levantaron la primera escuela del nuevo mundo, de la cual, aún podemos admirar sus viejas paredes.

Los dos primeros, duraron poco en Texcoco; luego acompañaron a Cortés en sus expediciones, en las que murieron por el trabajo y las malpasadas.

Fray Pedro de Gante, pariente del Emperador, describe su actividad en Texcoco: “quedé yo sólo y permanecí en estas regiones con otros frailes venidos de España… Estamos repartidos en nueve conventos…, separados unos de otros siete, diez o cincuenta leguas… Mi oficio es predicar y enseñar día y noche. En el  día enseño a leer, escribir y cantar; en la noche leo doctrina cristiana y predico… Por ser la tierra grandísima, poblada de infinita gente, y los frailes que predican pocos,… recogimos en nuestras casas a los hijos de los señores principales para instruirlos en la Fe católica, y que después enseñen a sus padres. Aprendieron estos muchachos a leer y a escribir, cantar y predicar, y celebrar el oficio divino a uso de la Iglesia. De ellos tengo a mi cargo en esta ciudad de México al pié de quinientos o más, porque es cabeza de la tierra. He escogido unos cincuenta de los más avisados, y cada semana les enseño aparte lo que toca hacer o predicar el domingo siguiente, lo cual no me es corto trabajo, atento día y noche a este negocio, para componerles y concordarles sus sermones. Los domingos salen estos muchachos a predicar por la ciudad y toda la comarca, a cuatro, ocho, diez o veinte leguas, anunciando la Fe Católica, y preparando con su doctrina a la gente para recibir el Bautismo. Nosotros con ellos vamos a la redonda destruyendo ídolos y templos por una parte, mientras ellos hacen lo mismo en otra, y levantamos iglesias al verdadero Dios…..”.

El franciscano Fray Pedro de Gante, pariente cercano del Emperador Carlos V y enviado por él a México, a donde llegó a fines de 1522 y en donde murió en el año de 1572, nos dejó un gran ejemplo de misionero, edificante, atractivo y desafiante  para nosotros, aún en la actualidad y después de Aparecida, ante el desafío de la Nueva Evangelización.

De él decía Fray Juan de Zumarraga, primer Arzobispo de México: “no soy yo el que gobierna, sino Fray Pedro de Gante”.

Héctor González Martínez

Arzobispo Emérito de Durango

 

Primeros ensayos misioneros

Sr.-Arzobispo-288x300Fue notable y trascendente la participación de las Misiones Católicas en la conformación del Nuevo Mundo a partir del 12 de octubre de 1492. Los misioneros católicos, mercedarios, franciscanos, dominìcos, jesuitas, agustinos, etc. estuvieron pendientes de los acontecimientos y dieron respuesta oportuna haciendo presente el Evangelio de Nuestro Señor Jesucristo, con su palabra y con la entrega de su vida hasta el derramamiento de la sangre.

La ocupación de México o Nueva España, por los españoles, duró de 1519 a 1770, con tonos de conquista bélica, por protección a pueblos débiles, a invitación de pueblos independientes o por simple ocupación de regiones no dominadas políticamente. Según las Bulas Romanus Pontifex de Nicolás V del 8 de enero del 1454 e Inter caetera Divinae   de Alejandro VI, del 4 de mayo de 1493, es reconocida dicha ocupación a Portugal y a España, bajo el deber de las autoridades, de misionar y evangelizar a los habitantes.

Tres expediciones precedieron a Hernán Cortés: la de Vicente Yañez Pinzón y Juan Díaz de Solís en 1497-1500, divizando Yucatán y desembarcando en Tampico; la de Fco Hernández de Córdoba en 1517, acompañados por el clérigo secular Alonso González,  tocando  Catoche, Campeche y Champotón; y la de Juan de Grijalva, en 1518, descubriendo Cozumel, celebrando el P. Juan Díaz la primera Eucaristía en territorio mexicano, y recorriendo la costa desde Champotón hasta Nautla, Ver.

Hernán Cortés, personaje importante en nuestra historia política, militar y eclesiàstica, nació en Medellín (extremadura) España en 1485; frecuentó la Universidad de Salamanca en 1499 y 1500. En 1504 se embarcò para la Isla Española (Haití-Santo Domingo). El 18 de febrero de 1519   levó anclas en el puerto de La Habana, Cuba, con once navíos, ciento nueve marinos y quinientos ocho soldados, hacia Yucatán y Tabasco, desembarcando en Cempoala de la costa veracruzana, el Viernes Santo 22 de abril de 1519. Se instaló un altar, se celebró la Eucaristía y se dejó una Cruz. En su proclama de 1524, expresó sus intenciones a sus acompañantes: “exhorto y ruego… que su principal motivo e intención sea apartar y desarraigar de las idolatrías a todos los naturales de estas partes.… y reducirlos al conoocimiento de Dios y de su santa fe católica”. Pero, a pesar de sus pecados personales y de sus excesos, Hernán Cortés, pronto derrumbó altares paganos y prohibió los sacrificios humanos.

Para 1521 ya habían llegado a México cerca de once clérigos y sacerdotes. Acompañaban a Cortés dos eclesiásticos; el primero y más autorizado, prudente y apostólico era el mercedario Fray Bartolomé de Olmedo: buen consejero en asuntos graves; aunque no siempre atendido, por ejemplo cuando aconsejaba la espera y la paciencia, antes que derribar e imponer. No sólo Fray Bartolomé de Olmedo, se oponía a los atropellos, la prisa y la imposición. Tanto en España como en América, resonaron voces autorizadas discutien los criterios y las pràcticas de la ocupación y de la evangelización.

                                                                                                                                                                                                        Héctor González Martínez

                                                                                                                                                                                                                       Arz. Emèrito de Durango

Cosas de los tiempos

         Sr.-Arzobispo-288x300   Según la mentalidad de la edad media, se aceptaba la intervención de los Papas en el ejercicio de la “plenitud del poder apostólico”, reconociendo o confirmando los derechos de las naciones o de los príncipes sobre descubrimientos, conquistas, posesiones de tierras y mares, personas y comercio.

            Un ejemplo: ante la caída de Constantinopla en 1453, el Papado se mantuvo neutral, sobre las campañas y conquistas de Portugal en las costas occidentales del norte de África, hasta que el rey de Portugal, Alfonso V, respondió al Papa Nicolás V, aceptando participar en una “Cruzada” contra los turcos.

            Contemporáneamente, los reyes de Castilla instauraron su poder sobre las Islas Canarias, abriendo una larga disputa entre Castellanos y Portugueses, acerca de las tierras africanas poco a poco descubiertas y acerca del comercio con dichas regiones.

            En enero de 1454, con la extensa Bula “Romanus Pontifex”, promulgada por el Papa Nicolás V, le fueron reconocidos a Portugal los territorios descubiertos en África, y al mismo tiempo fue fortalecida la fama del Príncipe Enrique de Portugal como el Navegante. Abreviando seleccionando, decía la Bula: “decretamos que… los territorios ya ocupados y lo que eventualmente lo sean en el futuro…, sean propiedad y pertenezcan por siempre, por derecho, al mismo rey Alfonso, a sus sucesores y al Infante…, y a ningún otro”.

            Cuando en marzo de 1493, Cristóbal Colón, regresó de su primer viaje a América, fue obligado a desembarcar en Portugal y el rey Juan II le reprimió severamente, por lo que consideraba como una interferencia en los derechos conferidos a Portugal por la Bula Romanus Pontifex: Según Juan II, las tierras descubiertas por Colón, entraban en el monopolio de las nuevas tierras garantizadas por la Bula. Los reyes de España. Fernando e Isabel, inmediatamente informaron detalladamente

El Papa Alejandro VI, de origen español y amigo del Papa, el 3-4 de mayo de 1493, emitió tres Bulas, acogiendo los reclamos de España. La segunda, firmada el 4 de mayo, es la más importante, arbitrando por le plenitud del Poder Apostólico del Papa, señalando una línea imaginaria de un polo al otro, pasando a cien leguas al occidente y al sur de las Islas Azores y de Cabo Verde. Las tierras al occidente de esta línea pertenecerían a España y las tierras situadas al este de esta línea, quedarían para Portugal.

            La decisión incluía los mares adyacentes y la obligación “en virtud de santa obediencia, de enviar allá. …, personas honestas y temerosas de Dios, instruidos, hábiles y experimentados, para que instruyan a los nativos y a los habitantes en la fe cristiana y les inculquen buenos principios”. Por ello, desde el principio, llegaron al Continente personas como Juan de Tecto, Juan de Aora y Pedro de Gante; luego doce Franciscanos con Fr. Martín de Valencia al frente del grupo; y después muchos más, hasta la Nueva Vizcaya.

Héctor González Martínez

                                                                                                                                                                                           Arz. Emérito de Durango

Descubrimiento del Continente Americano

Sr.-Arzobispo-288x300El 12 de octubre de 1492, con el descubrimiento del Continente Americano, marca para los europeos, un horizonte geográfico, antropológico y evangelizador que abrió  horizontes de todo tipo para la inteligencia, la investigación,  el compromiso, la ambición y la envidia, etc. Poco a poco, los europeos fueron saliendo de la sorpresa a la reflexión y a las aplicaciones que despertaban las noticias que iban recibiendo sobre lo hasta ahora desconocido y que hasta entonces ni siquiera sospechaban.

El genovés Cristobal Colón, en su carta a la Corte española, anunciando el descubrimiento, pinta un escenario paradisíaco: hombres desnudos, sin malicia, sin intereses materiales, que viven en armonía con la naturaleza, “son la mejor gente y más mansa del mundo”, viviendo en un sinfín de riquezas.  El florentino Américo Vespucio, en cartas dirigidas a personajes de la Toscana, pinta las tierras paradisíacas que conoció; en una de ellas fechada en 1523, declara: “es justo llamar a estas tierras Nuevo Mundo… el aire es más templado y tibio que en cualquier región conocida”.

También Fray Bartolomé de las Casas idealizó expresando: “todas estas universas e infinitas gentes crió Dios las más simples, sin maldades ni dobleces. Obedientes, fidelísimas a sus señores naturales y a los cristianos a los que sirven. Son sumisos, pacientes y virtuosos. No son pendencieros, rencorosos o vengativos… estas gentes serían las más bienaventuradas del mundo si sólo conocieran al verdadero Dios”.

Utopía, que en griego significa “no lugar” (lugar que no existe), se aplica a algún proyecto social irrealizable: Platón escribió “La República” y Campanella “La Ciudad del Sol”. En 1516, Sto. Tomás Moro en su “Utopía”, presenta una sociedad ideal, caracterizada por la búsqueda de la felicidad y el desarrollo de la libertad, con una comunidad de bienes en la base del sistema económico y una fuerte institución familiar como factor de cohesión social; Tomás Moro, pensaba  en el continente recién descubierto. En el siglo  XIX, destacan los socialistas utópicos Owen, Saint-Simón, Fourier y Huxley.

 En 1956, A. Uslar Pietri, ensayista venezolano comentó: “América puso a Europa a cavilar y a soñar: Le ofreció un mundo nuevo para medirse y compararse. Le brindó a los europeos nuevos temas y nuevos motivos para expresar la insatisfacción que experimentaban por el orden en que vivían”. Tal idealización, dice el ensayista venezolano se basa: “más que en el conocimiento, en un vago sentimiento de la novedad y la bondad americanas”, que no mucho después encontró su desencanto.

 Los utópicos no conocieron los sacrificios humanos en la gran Tenochtitlán, las guerras para sacrificar prisioneros, las prácticas antropófagas y los martirios de misioneros en el norte de nuestro país, el frío en La Rosilla y en Santa Bárbara,  los muertos de Tlatlaya y Ayotzinapa, las distintas clases de marginados, los habitantes en casas de cartón, el calvario de agricultores y ganaderos. Estas y otras especies,  son indicios de que también en América nos enferma el pecado original.

Héctor González Martínez

Arzobispo Emérito de Durango

 

 

Retomando

           Sr.-Arzobispo-288x300 Esta columna “Episcopeo”, la inicié siendo Obispo de Campeche y la seguí en

Oaxaca; al llegar a Durango, la continué hasta que mi salud se vio mermada, como fue de todos conocido. Entonces le pedí al Sr. Ob. Aux, D. Enrique Sánchez Martínez, que me apoyara con ella. Agradezco a Mons. Enrique que la haya continuado con la capacidad y competencia que conocemos, hasta que sus ocupaciones se lo han permitido. Ahora, que él anunció que ya no la escribirá y de hecho ya no sale, hablando con él, yo la retomo para darle continuidad, la ofrezco a los Medios para su público, hasta donde Dios me dé licencia.

Retomo la columna, para hacer del conocimiento de los lectores, algunos aspectos del pasado histórico, a los que he tenido la oportunidad y la suerte de asomarme y a algunos aspectos que nos ofrezcan los signos de los tiempos.

Por lo pronto, hoy doy a conocer que en años recientes, entre los Presbíteros y los laicos de toda la Arquidiócesis, en un terreno propiedad del Seminario Mayor, construimos una Casa-Hogar-Sacerdotal, separada del Seminario por una barda, para acoger y atender a Sacerdotes ancianos o enfermos. Desde que yo estaba aquí en la Arquidiócesis, como miembro del Presbiterio, se dialogó mucho y se intentó esta construcción. A Dios gracias, ahora se han logrado los inicios de esta obra material-fraternal, aunque la obra no está terminada; nos queda camino por delante. Aquí vivo, en medio de varios Presbíteros, en esta Casa-Hogar-Sacerdotal, calle Estroncio s/n, Col. Industrial; Cel. 618 840.10.44.

Me ocupo en la alabanza a Dios con la Liturgia de las Horas, en rezar por las intenciones de quienes me lo piden, en apoyar al naciente Instituto Religioso de Misioneras de S. José y Sta. Ma. de Guadalupe,  en apoyar a algún Sacerdote que me lo pide, en estudiar las Misiones de Franciscanos y Jesuitas en nuestra Arquidiócesis y en visitar a mis familiares. Sobre todo, me espera un estudio muy empeñativo, actualmente apenas inicial, junto con un Equipo de personas, acerca del martirio de misioneros franciscanos y jesuitas en los siglos XVI-XVII. De los Padres jesuitas, la Compañía de Jesús ya tiene avanzado un proceso sobre ocho misioneros jesuitas martirizados en las misiones tepehuanas, alrededor de noviembre de 1616. Pero, la Compañía de Jesús, sólo ha incluido a sus ocho Padres.

            Para introducir una causa de Beatificación o Canonización, el Promotor debe pedir el visto bueno del Ordinario del lugar a que pertenecen los prospectos. Cuando el P. Toni Witwer, Promotor de las Causas de la Compañía de Jesús, me pidió mi parecer, le contesté favorablemente; pero, que me parece desigual. Porque los Padres jesuitas, misionaron en Durango acompañados de laicos ibéricos y mexicanos de otras partes, como catequistas o asistentes; y esos mismos laicos, entre cien y doscientos,  les acompañaron en el martirio; entonces, dije al P. Toni que me parece justo que también los incluyan en el Proceso de Beatificación y de Canonización. Eso mismo dije al Papa Francisco y al Cardenal Amato, encargado de estos Procesos en la Santa Sede, durante la reciente Visita “Ad Limina”; y eso mismo he dicho en otros ambientes. El P. Toni me respondió que le gustaba la propuesta, pero que se necesitan nombres y datos de dichos laicos; y, ese es el reto pendiente.

Héctor González Martínez

Arzobispo Emérito de la Arquidiócesis Durango.

El juicio de Dios sobre su pueblo

arzo-01La alegoría de la Viña, lleva al tema de los desposorios de Yahvé con Israel, tema que aparece frecuentemente en la literatura bíblica. A veces, Israel es designado como con “Viña”, a veces como “esposa amada”, y después como “esposa repudiada” por su infidelidad. Emociona leer y contemplar esta imagen de Isaías.

En la primera lectura de hoy, el profeta se refiere el tema en líneas que se mezclan perfectamente, como una combinación de imágenes, como un canto por su Viña, amorosamente cultivada.  Las atenciones que  rodean la Viña, son las atenciones que Dios prodiga a su esposa; y el juicio que Dios hace sobre ella, se desarrolla en público, como exigía la Antigua Ley en caso de adulterio.

            La imagen de la Viña del Señor, es bien conocida en el Antiguo Testamento. Los trabajos que el Buen Dios se toma por su Viña, pueblo amado, no buscan una recompensa en el aspecto personal, sino en las relaciones sociales: si Dios se preocupa por el pueblo, es para que haya justicia entre los hombres.

En la parábola se compromete la participación de los oyentes como jueces, y se provoca su sentencia, que en este caso es la aprobación implícita de la decisión del dueño de la Viña. Después se realiza la transposición y los jueces se convierten en acusados.

            La parábola de la Viña viene en los tres Evangelios sinópticos. S. Mateo le pone acentos personales: él organiza la narración, provocando explícitamente el juicio de los oyentes contra los viñadores, retorciendo rápidamente el argumento contra ellos. Resaltando que el hijo asesinado fuera de la Viña

ha resultado ser piedra angular, relaciona explícitamente la idea de pueblo, relacionada con el cimiento. Acentúa la idea de los frutos: pues, para Israel, el tiempo de Jesús, debía ser el tiempo de los frutos. O el tiempo del Reino. Pero Israel no lo ha escuchado. Por ello, el Reino, la Viña fue quitada a Israel y dada a otros, a un pueblo, La Iglesia, que la hará fructificar. Una Iglesia inactiva es inconcebible.

            La imagen de la Viña, de la esposa, vienen a ser como un ejemplo de la Historia de la Salvación; del obrar de Dios frente a su Pueblo y del mundo entero. El diálogo de Dios con los hombres se revela en forma dramática; pero al final es siempre el amor que triunfa sobre el rechazo y la infidelidad del hombre.

            Así, rápidamente salta a los ojos la diferencia entre la primera lectura y el evangelio. Mientras, según que, según el profeta Isaías, Dios derriba la Viña que no produce frutos; en la parábola de S. Lucas,  la Viña es confiada a otros viñadores que le entregarán a tiempo los frutos; indicando así, la tarea de la Iglesia, después de la muerte de Jesús.

            La Iglesia es el nuevo pueblo que tiene la misión de dar frutos. Por ello, ha tomado el lugar de Israel y lo ha tomado en Pascua, cuando “la piedra descartada por los constructores, llegó a ser “piedra angular”. Esta piedra es Jesús, rechazado y crucificado, y ahora resucitado, resultando fundamento estable en que se ha de apoyar toda construcción. Bajo esta luz, se comprenden mejor las obras que se requieren en la nueva edificación: obras que exigen la negación de sí mismo y la muerte, obras bajo el signo de la aceptación del misterio de Cristo muerto y resucitado.

            El Santo anciano Simeón, había profetizado que Jesús sería “un signo de contradicción” y que estaba puesto “para la ruina y la resurrección de muchos”. El pueblo elegido rechaza a Jesús como Mesías, continuando la tradición de rechazar a los profetas, porque su mensaje no coincide con sus expectativas y sus intereses de poder. Pero, Dios repropone al rechazado como Señor y la Salvación continúa.

Héctor González Martínez

Arz. de Durango

Los publicanos y las prostitutas les precederán en el Reino de Dios

arzo-01Las Parábolas del Evangelio de S. Mateo, sobre el Reino, que serán leídas hoy y en los dos domingos siguientes, se refieren a un tema que ya habíamos insinuado hace ocho días: el rechazo del pueblo hebreo, porque no quiso escuchar a Jesús, y su sustitución por pueblos paganos.

            Jesús, hoy por S. Mateo, partiendo de una anécdota como premisa, puso a los sacerdotes y a los ancianos del pueblo el siguiente caso: “un hombre tenía dos hijos; dirigiéndose al primero le dijo: ve hoy a trabajar en la viña; el hijo respondió: sí, señor; pero no fue. Dirigiéndose al segundo, le dijo lo mismo; el hijo respondió, no tengo ganas; pero, arrepintiéndose luego, fue. Y pregunta Jesús: ¿quién de los dos cumplió la voluntad del Padre? Le respondieron, el último”.

            Jesús explica el trasfondo: “los publicanos y las prostitutas, irán delante de ustedes en el Reino de Dios. Porque, vino Juan el Bautista, por el camino de la justicia, y no le creyeron; en cambio, los publicanos y las prostitutas, sí le creyeron. Ustedes al contrario, aunque han visto estas cosas, no se han arrepentido para creerlas”.

La parábola de los dos hijos, justifica la actitud de Cristo hacia los despreciados y marginados de toda clase, aquella categoría de pobres, que es puede ser también categoría de nuestros tiempos. Jesús dirige la palabra a los grandes, a los sacerdotes y a los ancianos del pueblo; así, reivindica Jesús su preferencia por los    despreciados y marginados. Incluso, Jesús llega a decir que estos pobres están más cerca de la salvación, que los sabios que se consideran justos y amados por Dios, porque cumplen escrupulosamente todos los detalles de la antigua ley.

            Y Jesús no se detiene sólo en las palabras: entra a la casa de Zaqueo, se deja lavar los pies por una prostituta, libra a una adultera del linchamiento de los puros. Estos pobres están más cercanos a la salvación, porque su vida permite a Dios manifestar su misericordia. La Parábola se dirige pues, a los que se cierran a la Buena Nueva del Evangelio, a quienes no quieren reconocer la identidad de Dios en nombre de la propia justicia y se sienten presa de la propia suficiencia.

            La “viña” es imagen del pertenecer al Pueblo elegido. Pero, la fidelidad a Dios y la justicia no se juzgan por decir “si”, o por pertenecer a la viña, como Pueblo elegido, sino por los hechos de vida. Es necesario tener el valor de ensuciarse las manos y arriesgar la cara en la búsqueda de nuevos valores más cercanos a la libertad, al amor y a la felicidad humana. La pertenencia se juzga en base a las opciones operativas: “no todo el que me dice Señor, Señor, entrará en el Reino de los Cielos” (Mt 7,21). Las palabras, las ideologías pueden engañar, pueden ser una ilusión o un rompevientos. En cambio, la verdad del hombre se descubre por las obras. Ellas son inequívocas. Sólo por ellas el hombre muestra lo que es.

               Solo así, comprendemos el dicho de Jesús, que provoca escándalo a los oídos de los sabios y entendidos: “en verdad les digo, los publicanos y las prostitutas irán delante de ustedes en el Reino de Dios”.

            En un determinado momento de la historia, Dios no ha decidido rechazar a Israel y aceptar a las naciones paganas. Ha sido la actitud o el comportamiento en relación al Mesías, lo que ha hecho perder el rol que ejercía Israel, Pueblo de las Promesas y de la mediación. El modo con que vivían su “sí” a la Ley, los ha llevado a decir “no” a Cristo. Y, es preciso recapacitar en que  eso puede repetirse hoy entre nosotros, miembros ya de la Iglesia, nuevo Pueblo de Dios.

Héctor González Martínez

Arz. de Durango

Los primeros y los últimos

arzo-01Iniciemos hoy con una sencilla introducción al Evangelio sobre los obreros de la primera hora y los obreros de la última hora. El reclamo fundamental que hacen al dueño de la viña, o sea a Dios, es su falta de justicia, reclamo que ya había aparecido, en el reclamo del hijo mayor en la parábola del hijo pródigo: esto es supuesta falta de justicia, como quizá también suceda entre nosotros: el reclamo de los buenos judíos, cuestionando la doctrina de la retribución, según Ezequiel 18, 25-29); reclamo también de Jonás, por el perdón otorgado por Dios, a la pagana ciudad de Nínive (Jon 4,2).

            En cada uno de estos ejemplos, resalta la oposición entre la justicia de Dios entendida al modo de los hombres, y el comportamiento misericordioso de Dios, nuevo para los hombres (Lc 15, 1-2). A esta objeción Cristo responde: con los primeros trabajadores de la viña, Dios es justo al estilo humano, porque les da lo convenido; pero con los últimos trabajadores, también Dios es justo, el estilo divino, porque no estaba comprometido por algún acuerdo con ellos. Se afirma así, el primado de la bondad de Dios: su manera de obrar, no contrasta con la justicia humana, sino que la eleva totalmente por el amor.

            Consecuentemente, el pacto concluido entre el patrón de la viña y sus obreros, se presenta como un modelo de la Alianza entre Dios y los suyos, Alianza que en nada se parece al contrato que los judíos querían descubrir del “doy para que des”, sino que es una acción gratuita de Dios (Dt. 7,7-10; 4,7).

            La Alianza es pues un don del amor gratuito del Padre, fundado en su absoluta libertad y supone nuestra libertad (Gal 3,16-22: 4, 21-31). Aplicando pues la justicia humana a los primeros y aplicando la justicia divina a los segundos, Dios, ante todo, Dios quiere atestiguar su amor por unos y otros, teniendo en cuenta las diversas situaciones en que se encontraba cada uno.

Jesús quiere poner en guardia a sus connacionales, de la actitud orgullosa de quien antepone pretextos ante Dios juzgando su bondad y la elección obrada: Dios es bueno y fiel a su bondad; porque siendo soberana, siempre encuentra nuevos modos de afirmarse, siempre más por el bien de los elegidos. Al mismo tiempo la conclusión de la parábola en que sucede un contraste de valores entre los primeros y los últimos, quiere ser un reclamo de Dios a los judíos, que siendo primeros en ser llamados por Dios,

por la tacañería de su justicia, arriesgan de ser superados por los que son llamados después, porque el Reino es únicamente don y gracia de la bondad del Señor.

            Se impone la lógica del Reino: mis pensamientos no son como vuestros pensamientos; sus caminos no son como mis caminos. La lógica de Dios es diversa de la de los hombres, hasta opuesta e irreconciliable con ella; siendo siempre superior. Frecuentemente lo que para el hombre es ganancia, para Dios es pérdida. Y lo que para el hombre está en primer lugar, para Dios es lo último: el juicio de la Palabra de Dios, comporta un rompimiento radical de valores: los primeros son los últimos: bienaventurados los que lloran; los verdaderamente ricos son los que dejan todo; quien quiera salvar la propia vida la perderá.

             La ley del Reino de Dios, parece ser la paradoja, lo inédito, lo inesperado. Dios elige las cosas débiles  y despreciables de este mundo para confundir a los fuertes y a los estimables. No elige al primer, sino al último; no al justo, sino al pecador. No al sano sino al enfermo. Hace más fiesta por la oveja perdida y encontrada, que por las noventa y nueva que se quedan guardadas en lo seguro.          El Dios de los cristianos, nuestro Dios, es el absolutamente otro y distinto, el imprevisible. Ninguna categoría humana lo puede cautivar. Él rebasa toda definición, y revela continuamente nuevos aspectos de su misterio. .

Héctor González Martínez

Arz. de Durango

Más sobre el perdón

arzo-01En el Libro del Levítico, la ley del talión o de la estricta justicia, se aplica por igual al extranjero y al nativo; y decía: “el que hiera a su prójimo, será tratado de la misma manera; fractura por fractura, ojo por ojo, diente por diente; recibirá la misma herida que hizo él” (Lv 24, 19-20).

Pero la Revelación avanza y en el libro del Síracide muestra evolución de la humanidad y de sus relaciones trascendentales: “perdona a tu prójimo la ofensa; así, por tu oración te serán perdonados los pecados… Si alguno conserva la cólera hacia otro hombre: ¿cómo osará pedir al Señor la curación?”. Aquí encontramos una verdadera anticipación sobre la doctrina del Padre Nuestro y de las Bienaventuranzas. Esta doctrina se funda en la convicción de que todos necesitamos ser perdonados.

El judaísmo pues, conocía ya el deber del “perdón de las ofensas”. Pero se trataba de un avance sólo rellenando tarifas precisas: pues, la mezquindad humana siempre busca una medida, una norma que le satisfaga: perdonar, sí; pero ¿cuántas veces? Los rabinos, para subrayar la liberalidad de Dios, decían que Él perdona tres veces; las diversas escuelas judías exigían a sus discípulos perdonar un cierto número de veces a la esposa, a los hijos, a los hermanos, etc. y, este tarifario, variaba de escuela a escuela. Se explica pues, que Pedro pregunte a Jesús, cuál sea su tarifa; “Señor, ¿cuántas veces debo perdonar a mi hermano, si peca contra mí?, ¿hasta siete veces? Jesús le responde: “hasta setenta veces siete”, es decir: es necesario perdonar siempre.

            La parábola de S. Mateo, hoy, da razón de este deber de perdonar sin límites. El fondo de la parábola es que Dios perdona siempre y gratuitamente el pecado a quien le pide perdón, mostrando una benevolencia absolutamente desinteresada. En consecuencia de esta experiencia del perdón de Dios el cristiano debe aprender a perdonar a sus hermanos, sea porque estas ofensas son nada ante la gravedad del pecado, sea porque él primero ya ha gozado del perdón de Dios.

            Este perdón cristiano puede cambiar el rostro de la historia, pues este perdón de las ofensas y el amor hacia los enemigos, constituye una de las características más vistosas y más nuevas de la moral evangélica. Pero, suele suceder, que cuanto más grande es la exigencia y alta es la meta indicada, tanto más mezquina y pobre es la realización en la vida práctica. Debemos preguntarnos: ¿Cuánto ha influido esta doctrina evangélica en la vida y en el comportamiento práctico de los cristianos?

            Hay que decir, que ciertamente, a lo largo de la historia de la Iglesia, muchos cristianos han tomado en serio la palabra de Jesús: la historia de los santos, está llena de ejemplos sublimes de amor y de gestos heroicos de perdón y de reconciliación.    Pero, si hoy se habla cada vez más, de paz, de desarme, de solución pacífica de los conflictos matrimoniales, nacionales o internacionales, más aún de cooperación y ayuda mutua a los pueblos en vías de desarrollo: es necesario reconocer, que muchos cristianos han contribuido a la difusión y a la maduración de estos ideales del Cristianismo. El Evangelio ha mostrado una importancia capital en la educación de los pueblos de Occidente y muchas ideas, instancias y estímulos positivos, nacieron de culturas de matriz cristiana y fuertemente marcada de espíritu evangélico. Pero, también la historia de los pueblos, aún cristianos, está llena de ejemplos negativos: guerras de religión, conquistas coloniales, venganzas, injusticias; y hoy, el imperialismo económico, el aprovechamiento del tercer mundo, la industria de la guerra y de la muerte. Es enorme, la responsabilidad de los cristianos ante el Evangelio, y ante la humanidad, aún no iluminados por la luz de la fe. Los antitestimonios desmienten en los hechos todo esfuerzo de evangelización, y comprometen la misma credibilidad del Evangelio. Así pues, todo esto, nos desafíe y nos estimule como católicos mexicanos.

Héctor González Martínez

Arz. de Durango