La Santísima Trinidad; 15-VI-2014 Dios es Comunidad de Amor

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            Por orden de Yahvé, “Moisés talló dos tablas de piedra, se levantó temprano y subió al monte Sinaí,… El Señor descendió en una nube y se quedó ahí junto a él… y Moisés proclamó el Señor es un Dios clemente, compasivo, paciente, lleno de amor y fiel; que mantiene su amor eternamente…; inmediatamente, Moisés se postró en tierra y le dijo: “mi Señor, si cuento con tu protección, venga mi Señor entre nosotros, aunque éste sea un pueblo terco. Perdona nuestra iniquidad y nuestro pecado, y tómanos como herencia. El Señor respondió; mira, voy a establecer una Alianza” (Ex. 34, 4-10).

            Hoy, la lectura del Éxodo entra en el contexto natural del pecado del becerro de oro y en la promesa de Dios de mostrar su gloria a Moisés, pues, queriendo Moisés recomponer la Alianza entre el pueblo y Dios, sube a la montaña con dos nuevas tablas de piedra, para que Dios restablezca la ley. El Señor, haciéndose presente le revela sus atributos divinos y de modo particular su misericordia. Moisés entonces le ruega demostrar su misericordia perdonando al pueblo y que habite en medio de él.

            Hoy, S. Pablo en trozo final de su segunda Carta a los Corintios, recomienda “estén alegres, trabajen por su perfección, anímense mutuamente, vivan en paz y armonía… La gracia de nuestro Señor Jesucristo, el amor del Padre y la comunión del Espíritu Santo estén siempre con ustedes”. La contradicción “debilidad-fortaleza”, ocupa el centro de la reflexión paulina. Que nadie se engañe: ser discípulo y apóstol de Cristo significa participar con Él en su pasión y muerte; pero significa también participar en la vida y en el poder del Resucitado. La fórmula trinitaria final es única y constituye una impresionante confesión de fe en el Dios trino del Nuevo Testamento.

            Hoy, el Evangelio de S. Juan nos presenta el objeto de la fe cristiana que nos da vida: la pasión de Cristo simbolizada en la serpiente de bronce y el amor de Dios que en su Hijo busca nuestra salvación. “Dios amó tanto al mundo que le entregó a su Hijo Unigénito, para que quien crea en Él, no muera, sino que tenga vida eterna; Dios no ha mandado el Hijo al mundo para juzgar al mundo, sino para que el mundo se salve por medio de él”. Este actuar divino en la historia provoca una crisis, porque frente a la revelación del amor de Dios los hombres se dividen, por el tema de la luz. En la primera fase del Evangelio, Nicodemo reconoce la autoridad de Jesús, basada en los signos que hace, pero no es suficiente. La segunda fase pone de relieve, que lo esencial es aceptar a Jesús, el enviado y revelador del Padre, procedente de arriba; por ello es necesario nacer de lo alto: este nuevo nacimiento es obra del Espíritu y se realiza en el Bautismo: sin ello no hay salvación, ni vida, ni posibilidad de entrar en el Reino. La tercera fase, describe como ha acontecido la Salvación: la iniciativa procede de Dios, se realiza por medio del Hijo, que vino de su parte y regresa a Él por medio de la exhaltación en la cruz, y el hombre la hace propia mediante la fe o la rechaza por incredulidad en el enviado.

            Cuando el hombre mira dentro de sí mismo, considerando su propia experiencia religiosa, tiene la sensación de una profundidad infinita. Este fondo inalcanzable dentro de nosotros tiene relación con la palabra “Dios”. ¿Por qué?: porque Dios representa la profundidad última de nuestra vida, la fuente y la meta de todo nuestro ser. Este fondo último de nuestra persona se manifiesta en la apertura de nuestro “yo”, hacia un “tu” y en la seriedad de esta inclinación.

Así alcanzamos a percibir impresa en nosotros la realidad profunda y exultante de Dios: la Trinidad, como misterio de la comunión, que mana para nosotros desde el misterio de Dios que es Padre, hijo y Espíritu Santo; Dios-Comunidad, el misterio de Comunión de Vida, Comunión del Padre, del Hijo y del Espíritu Santo; y, al mismo tiempo Comunión con Dios, como fin último del hombre.

Héctor González Martínez

Arz. de Durango

La Iglesia vive en el Espíritu de Cristo

En esta solemnidad de Pentecostés, la primera lectura y el Evangelio de Juan, narrando el mismo acontecimiento, con procedimientos literarios y perspectiva teológica distintos, presentan la nueva realidad de la Iglesia, fruto de la Resurrección y del Don del Espíritu.

            Las imágenes usadas por S. Lucas, narrando el suceso de Pentecostés, permiten establecer un paralelo entre el Pentecostés del Sinaí y el Pentecostés de Jerusalén:

En el Sinaí, todo el pueblo había sido convocado en asamblea; fuego y viento impetuoso manifestaron la presencia de Dios sobre el monte; ahí Dios dio a Moisés la ley de la Alianza. En Jerusalén, “están reunidos todos los Apóstoles, en un mismo lugar” ( Hch 2,1): en la casa donde se reunieron se manifestaron los mismos fenómenos del Sinaí (v. 2.3): ahí, Dios regala el Espíritu de la nueva Alianza (v.4).

            Esta es la novedad del Pentecostés cristiano: La Alianza nueva y definitiva, se funda no sobre una ley escrita en tablas de piedra, como con Moisés en el Sinaí, sino sobre la acción del Espíritu de Dios. Se comprende entonces, como, “sin el Espíritu Santo, Dios está lejano, Cristo queda en el pasado, el Evangelio pasa a ser letra muerta, la Iglesia una simple organización, la autoridad un poder, la misión una propaganda, el culto un arcaísmo, y el actuar moral un actuar de esclavos”.

            Pero, “en el Espíritu Santo, como enseña Atenagoras, el cosmos es ennoblecido para generar el Reino, el Cristo resucitado se hace presente, el Evangelio es poder y vida, la Iglesia realiza la comunión trinitaria, la autoridad se transforma en servicio, la liturgia es memorial y anticipación, el obrar humano viene deificado”.

En nuestro tiempo y en nuestra realidad eclesial, hemos de resaltar que el Espíritu estructura y anima a la Iglesia para la misión; cosa que mucho necesitamos para los renglones pastorales que acometemos. La acción del Espíritu Santo nos hace comprender el misterio de Cristo, Mesías, Señor e Hijo de Dios; nos hace comprender la Resurrección como el cumplimiento del proyecto de Salvación de Dios, para toda la humanidad; nos impulsa a anunciarlo en todas las lenguas y en toda circunstancia, sin temer persecuciones ni la muerte. Así ha sucedido en los cristianos que escucharon la voz del Espíritu de Cristo y han sido testimonio de lo que vieron y transmitieron en su existencia.

Toda comunidad cristiana está llamada a colaborar con el Espíritu para renovar el mundo por medio del anuncio y el testimonio de la Salvación, en la actividad cotidiana o en las vocaciones extraordinarias. Por ello, la Iglesia se estructura y toma forma por medio de los dones, las competencias y los servicios que tienen todos como única fuente, al Espíritu del Padre y del Hijo.

Pentecostés pues, no ha terminado, continúa en la Iglesia; continúa en las situaciones en que vive la Iglesia: toda la vida de los bautizados se desarrolla bajo el signo del Espíritu. Cada uno vive bajo el influjo del Espíritu de su Bautismo y de su Confirmación; es siempre el Espíritu Santo el que confirma nuestra fe y nuestra unidad en la Eucaristía y en unidad de la Iglesia.

Se impone pues, que cada día y especialmente hoy, con seriedad y empeño invoquemos al Espíritu Santo, como sabemos cantar: “Divino Espíritu baja, Divino Espíritu baja; y en llamas de amor, de amor a todos abrazad, y en llamas de amor, de amor a todos abrazad. Así como en Pentecostés, así como en Pentecostés, derrama Señor, aquí tu Espíritu de amor; derrama Señor, aquí tu Espíritu de amor”.

Héctor González Martínez

Arz. de Durango

«Vayan y hagan discípulos», dice el Señor

            La Primera Lectura de este Domingo relata la Ascensión del Señor desde diferentes perspectivas. Una es la del narrador, quien ofrece a Teófilo una síntesis de lo que ha sucedido hasta ahora: «escribí de todo lo que Jesús fue haciendo y enseñando hasta el día en que dio instrucciones a los apóstoles, que había escogido, movido por el Espíritu Santo, y ascendió al cielo». Otra es la perspectiva de Jesús, quien en una ocasión, mientras comían, recomendó a los apóstoles que no se alejaran de Jerusalén hasta que recibieran la promesa del Padre, es decir, el Espíritu Santo. Los apóstoles, por su parte, tienen otro punto de vista: «Señor, ¿es ahora cuando vas a restaurar el reino de Israel?». Jesús habla de la promesa del Espíritu Santo y los apóstoles esperan la restauración del reino de Israel. Jesús entonces amplía su perspectiva y los sitúa de nuevo en lo más importante: «No les toca conocer los tiempos y las fechas que el Padre ha establecido con su autoridad. Cuando el Espíritu Santo descienda sobre ustedes, recibirán fuerza para ser mis testigos en Jerusalén, en toda Judea, en Samaria y hasta los confines del mundo». Jesús insiste en el don del Espíritu Santo como lo único que deben esperar los apóstoles. En realidad, es el Espíritu Santo quien unifica todas las perspectivas: Jesús, movido por el Espíritu Santo había elegido a los apóstoles  y ahora también, en el momento de la Ascensión, este mismo Espíritu les da la fuerza para convertirse en testigos.

Después de las palabras de Jesús, acontece la Ascensión: «Dicho esto, lo vieron levantarse, hasta que una nube se lo quitó de la vista». Nuevamente una nube como la del Éxodo, protectora y reveladora de la presencia de Dios, hace su aparición. La nube simboliza el ámbito de Dios y Jesús entra de una vez y para siempre en este espacio a la manera de un santuario celestial. La carta a los Hebreos lo describe atinadamente: «En efecto, Cristo no entró en un santuario hecho por manos humanas, simple copia del verdadero santuario, sino en el cielo mismo, para presentarse ahora ante Dios en favor nuestro» (Heb 9,24). Papa Francisco comenta: « ¡Qué lindo escuchar esto! Cuando uno ha sido convocado por el juez o tiene un juicio, lo primero que hace es buscar a un abogado para que lo defienda. Nosotros tenemos uno que nos defiende siempre, nos defiende de las insidias del diablo, nos defiende de nosotros mismos, de nuestros pecados. Queridísimo hermanos y hermanas, tenemos a este abogado, no tengamos miedo de acudir a él para pedir perdón, pedir la bendición, pedir misericordia. Él nos perdona siempre, es nuestro abogado, nos defiende siempre ¡No olviden esto! (cf. 2:1-2). La Ascensión de Jesús al Cielo nos da a conocer esta realidad tan reconfortante para nuestro camino: en Cristo, verdadero Dios y verdadero hombre, nuestra humanidad ha sido llevada a Dios; Él nos ha abierto el paso; es como un guía en la escalada a una montaña, que llegado a la cima, tira de nosotros y nos lleva a Dios. Si confiamos a Él nuestra vida, si nos dejamos guiar por Él, estamos seguros de estar en buenas manos, en las manos de nuestro Salvador».

Los apóstoles se quedaron mirando el cielo. San León Magno en uno de sus sermones, explica lo que ellos veían tan fijamente: «Se aprovecharon tanto los apóstoles de la Ascensión del Señor que todo lo que antes les causaba miedo, después se convirtió en gozo. Desde aquel momento elevaron toda la contemplación de su alma a la divinidad sentada a la diestra del padre, y ya no les era obstáculo la vista de su cuerpo para que la inteligencia, iluminada por la fe, creyera que Cristo, ni descendiendo se había apartado del Padre, ni con su Ascensión se había apartado de sus discípulos» (San León Magno, Sermón 74)». Habiendo contemplado al Señor en su gloria, llegaba el tiempo de poner manos a la obra. Ya Jesús no estaría más físicamente con los apóstoles. Su presencia, a partir de este momento, sería distinta. Un día volverá el Señor, pero mientras tanto es tiempo de trabajar y evangelizar: «Vayan y hagan discípulos a todos los pueblos». Jesús insiste en hacer discípulos, a veces tarea sencilla, a veces labor nada fácil. Hay quien sigue al Señor con facilidad, entregándose totalmente a él y viviendo la vida cristiana con alegría, pero hay quien se resiste, me atrevería a decir incluso que, aunque somos bautizados, muchas veces no somos discípulos, porque nos olvidamos de seguir al Señor. Que la fiesta de la Ascensión sea una oportunidad para recordar que lo más importante es ser discípulos, es esto es lo que manda Jesús en primer lugar: «Vayan y hagan discípulos», después vendrán el bautismo y las enseñanzas, primero es necesario seguir los pasos del Señor.

Pbro. Dr. Pedro Astorga Guerra

«Quien me ama, guardará mis mandamientos», dice el Señor

En este VI Domingo de Pascua se continúa narrando el proceso de evangelización de la primera comunidad cristiana. En este caso es Felipe quien en Samaria predica el Evangelio y genera mucha alegría en la ciudad. Esto es muy interesante, escuchar que el Evangelio provoca alegría es siempre una prueba de la riqueza contenida en su mensaje. ¿Cuántas cosas nos provocan alegría? Podríamos enumerar algunas, quizá una llamada telefónica de la persona amada, una visita inesperada, o incluso un aumento de sueldo. Pero, ¿por qué el Evangelio provoca alegría? Es una buena pregunta, y entre las respuestas estaría seguramente que provoca alegría porque da vida. Cuando alguien es salvado de la muerte, entonces viene la alegría. Nace un niño o una niña y hay alegría, porque se manifiesta la vida, celebra alguien un cumpleaños y hay alegría, porque se hace presente la vida. Muere alguien y hay también alegría cristiana, porque pasa a participar de la vida eterna. En el Antiguo Testamento hubo otra ciudad que experimentó gran alegría, más o menos como la que tenía Samaria con la predicación de Felipe. Nos referimos a la ciudad de Susa. En el libro de Ester se narra que los judíos fueron perseguidos por el rey Asuero, pero gracias a la intercesión de la reina Ester y del reconocimiento de la justicia de Mardoqueo, los papeles se invirtieron y los judíos fueron dejados con vida. «Mardoqueo salió de la presencia del rey vistiendo ropas reales de azul y blanco, una gran corona de oro y un manto de lino fino color púrpura. La ciudad de Susa estalló en gritos de alegría.  Para los judíos, aquél fue un tiempo de luz y de alegría, júbilo y honor.  En cada provincia y ciudad donde llegaban el edicto y la orden del rey, había alegría y regocijo entre los judíos, con banquetes y festejos» (Est 8,15-17). La ciudad de Susa estaba muy alegre porque los judíos habían salvado su vida, y Samaria estaba llena de alegría por haber escuchado y visto lo que hacía Felipe (Hch 8,7).

El Salmo Responsorial, en esta misma tónica, proclama la alegría que surge al contemplar las obras del Señor: «Que se postre ante ti la tierra entera, que toquen en tu honor, que toquen para tu nombre. Vengan a ver las obras de Dios, sus temibles proezas en favor de los hombres. Transformó el mar en tierra firme, a pie atravesaron el río. Alegrémonos con Dios, que con su poder gobierna eternamente» (Sal 65). Los Salmos son poesía y oración, canto y alabanza al Dios creador. Quién ora y canta está alegre y mucho más alegre estará quien canta y ora las grandezas del Señor. Este Domingo sería una buena oportunidad para recordar las obras que el Señor ha realizado en nuestras vidas. Estoy seguro que habrá bastantes, el Señor nos ha bendecido y hay motivos para cantar y darle gracias.

Esta alegría que nace del agradecimiento al Señor por todos los dones concedidos es la que necesitamos para proclamar el Evangelio y llevar a delante todos los procesos de iniciación cristiana que se están realizando en nuestra Arquidiócesis. El apóstol Pedro en la Segunda Lectura hace una atenta invitación a los creyentes a dar testimonio de la fe: «Glorifiquen en sus corazones a Cristo Señor y estén siempre prontos para dar razón de su esperanza a todo el que la pida; pero con mansedumbre y respeto y en buena conciencia» (1 Pe 3,15). Gracias a Dios siempre hay personas que tienen preguntas, que tienen inquietud, que quisieran conocer más la fe cristiana. Pido a Dios que haya siempre lugares y personas que puedan dar razón de la esperanza cristiana. Felicito a todos los sacerdotes, religiosos, religiosas, y laicos que estudian y comparten sus enseñanzas con los demás. La fe es razonable. Muchos piensan que el cristianismo es un engaño, una mentira, hay muchas críticas contra la Iglesia y también muchos malos testimonios, lo cual dificulta todavía más las cosas. Pero no podemos dejar de dar razón de nuestra fe. Contamos con los hechos y palabras de Jesús de Nazaret, tenemos a nuestras espaldas siglos de evangelización y de promoción de la persona humana. Y sobre todo, nos han presidido y sigue habiendo grandes santos y santas que hacen creíble el Evangelio. Me faltaría tiempo para mencionar aquellos que buscan el bien, que son honrados en sus trabajos, que promueven a los más débiles, que ayudan sin esperar nada a cambio, que leen y se preparan para ofrecer una buena catequesis y que oran sin descanso por la santificación de la Iglesia. Todos ellos hacen realidad lo que dice el Evangelio: «Si me aman, guardarán mis mandamientos» (Jn 14,15). Y todos ellos recibirán todavía más, ser amados por el Padre y ser amados por el Hijo. No hay mejor cosa que se pueda pedir para esta vida.

Pbro. Dr. Pedro Astorga Guerra

Jesús Resucitado se manifiesta en la Eucaristía

      arzo-01      Durante la celebración pascual, desde antiguo y hasta el presente, se repiten a diario en la Celebración Eucarística, las siguientes palabras: “Jesús, cuando iba a ser entregado a su Pasión, voluntariamente aceptada, tomó pan, dándote gracias, lo partió y lo dio a sus discípulos diciendo: “tomen y coman todos de él, porque este es mi Cuerpo, que será entregado por ustedes”.

El gesto de “partir el pan” era tan rico y denso de significado para las primeras generaciones cristianas, que la Eucaristía fue llamada por mucho tiempo “la Fracción del Pan”. Es el mismo gesto que

Jesús cumple hoy por nosotros, invitándonos a reflexionar sobre la Eucaristía.

            En todas las religiones ancestrales, la comida sagrada, era siempre un rito para comunicarse con el divino. Para los hebreos, el signo de la alianza con Dios, era “la cena pascual”. El alimento que conmemoraba la salida de Egipto, incluía como elemento esencial, la inmolación y la consumación del cordero, cuya sangre vino a ser signo de salvación y de liberación. Una liberación no tanto de la esclavitud, sino sobre todo del mal y del pecado; de todos los nuevos “Egiptos” que pueden surgir en el fondo de cada corazón. Por ello, quien participaba en la cena pascual, sabía y creía, que la intervención de liberación y de salvación, por parte de Dios, se renovaba para él.

            El Señor Jesús se ha valido de elementos propios de un rito ya familiar a los discípulos, de un signo aparentemente banal: un alimento común. Y cenando con ellos, instituyó el banquete de la nueva y eterna alianza. La gran novedad es: que ya no hay más una víctima sustitutiva; el verdadero cordero es Jesús mismo, que se da en alimento a los suyos. Con gestos extremadamente sencillos, bendice el pan, lo parte y lo distribuye: “tomen y coman, esto es mi cuerpo”; luego ofrece el cáliz diciendo: “este cáliz es la nueva alianza que Dios establece por medio de mi sangre.

Estos gestos y signos, en su esencialidad e intensidad de significado, quedaron tan grabados en la memoria y en el corazón de los asistentes a la cena pascual, que los discípulos de Emaús, incapaces de reconocer al peregrino que se les acercó en el camino, fueron como iluminados en el momento en que Él parte el pan: sus ojos se abrieron y reconocieron a Jesús, el Señor, el Resucitado.

Para entrar pues, en el misterio de la Celebración Eucarística, el cristiano también debe partir del signo común: del “partir el pan”; que en la comunidad de los fieles resulta el lugar privilegiado de la presencia del Señor Resucitado. La Eucaristía, banquete de la alianza nueva, preanuncia el banquete de la alianza eterna, cuando Cristo beberá con los suyos el vino nuevo del Reino llegado a plenitud.

            El conocimiento de Cristo es profundizado por los cristianos, mediante el recurso a las Escrituras. Así, la pedagogía catequética de Lucas, al describir el encuentro de Cristo con los discípulos de Emaús,   tiene la finalidad de indicar a la comunidad cristiana el camino para un real encuentro con Jesús. Dos momentos son bien evidentes: la escucha de las Escrituras y el partir juntos el pan.

            El Concilio Vaticano II, en la Constitución Dogmática sobre la Divina Revelación (21), subraya bien que estos son los dos modos, para nutrirse del pan de la vida… ya que inspirada por Dios y escrita de una vez para siempre, nos transmite inmutablemente la Palabra del mismo Dios; y en las palabras de los Apóstoles y de los Profetas hace resonar la voz del Espíritu Santo. Por tanto, toda la predicación, como toda la religión cristiana, se ha de alimentar y regir con la Sagrada Escritura…  Y, es tan grande el poder y la fuerza de la Palabra de Dios, que constituye sustento y vigor…fuente límpida y perene de vida espiritual.

Héctor González Martínez

Arz. de Durango

II Domingo de Pascua: Jesucristo resucitado, signo de bondad y misericordia

arzo-01Durante los cincuenta días del tiempo pascual, la liturgia de la Palabra orienta nuestra reflexión hacia la Iglesia comunidad de creyentes, nacida de la Pascua de Cristo. De modo muy concreto, cada domingo de Pascua, pone de relieve aspectos diversos de la vida de los cristianos, como testimonio del Señor resucitado.

            La primera comunidad Apostólica de Jerusalén, no ha dejado de existir, debe reflejarse en nuestras comunidades y en nuestras asambleas dominicales. Cada comunidad ha de ser continuamente recreada y reconstruida gracias a la presencia del Resucitado y por fuerza de sus dones pascuales como: el Espíritu, los Sacramentos, la paz, el gozo. Cada comunidad y cada asamblea dominical, está llamada a ser en el mundo signo y anuncio permanente de la Pascua del Señor, de su invitación a la paz, a la misericordia  y a la reconciliación; lo cual debe resplandecer particularmente hoy Domingo de la Misericordia Divina.

            La  primera Carta de S. Pedro, sostiene que “hemos sido regenerados, para una esperanza viva, mediante la Resurrección de Jesucristo, de entre los muertos”. En los primeros versos subyace un antiguo himno bautismal, que bendice a Dios por la obra de la salvación mediante el Cristo, el cual es para el creyente regeneración y apertura en la esperanza hacia una salvación total. En cambio, también se considera la vida cristiana, surgida de la nueva relación que se instaura entre el hombre y Dios

            En los Hechos de los Apóstoles, S. Lucas atestigua que “los hermanos eran asiduos a la enseñanza de los Apóstoles, en la unión fraterna, en la fracción del pan y en las oraciones… todos los que habían creído, permanecían juntos y poseían todo en común; quienes tenían propiedades y bienes los vendían y compartían a todos, según la necesidad de cada uno”.          “Los Hechos de los Apóstoles”, en su intento de narrar la difusión y el crecimiento de la Iglesia, ofrecen hoy, una descripción de la comunidad primitiva, que tiene su modelo y su inspiración en la pequeña comunidad cristiana, que nosotros no logramos visualizar o  imaginar. Trazo fundamental es ser asiduos y concordes en la oración y al templo. Esta actitud de piedad era también característica de compartir juntos el pan,  gesto típico de las comunidades cristianas para indicar la Eucaristía, signo de su unión amable o koinonía Se note también, en esta sumario la caracterización del discípulo como aquel que “escucha la doctrina de los Apóstoles”.

            En el Evangelio, S. Juan narra dos apariciones del Señor resucitado: la primera, en la misma tarde del día de Pascua: “el primer día después del sábado” (el primero de la semana); la segunda, “ocho días después”. El ritmo semanal de las apariciones de Jesús, presentando los signos gloriosos de su Pasión en medio de los discípulos reunidos, creaban un ambiente fuertemente litúrgico. El día de las apariciones del Señor, pronto fue  indicado por los cristianos con el nombre de “Día del Señor”; y desde los comienzos de la Iglesia fue considerado como “signo semanal de la Pascua que era celebrada por los fieles reunidos en Asamblea para escuchar la Palabra de Dios y participar en la Eucaristía, haciendo así, memoria de la Pasión, de la Resurrección y de la Gloria del Señor Jesús, dando así gracias a Dios que “nos ha regenerado     en la esperanza viva por medio de la Resurrección de Cristo Jesús de entre los muertos” (1 Pe 1,3).

            Por ello, “el domingo es la fiesta primordial que debe ser propuesta e inculcada a la piedad de los fieles” (SC 106). Desde ahí, los cristianos somos una Comunidad de paz, bondad y reconciliación”. Por ello: ¡qué bien queda el nombre de “Domingo de la Misericordia” al Domingo de hoy!, en que han sido canonizados los Papas Juan XXIII y Juan Pablo II, edificantes en bondad y misericordia; hecho que nos motiva a ser una comunidad instrumento de paz, de reconciliación y de misericordia: que viva San Juan XXIII; que viva San Juan Pablo II. Así esa.

Héctor González Martínez

Arz. de Durango

Cristo enfrenta la muerte con libertad de Hijo

arzo-01En este sexto domingo de Cuaresma, todo el empeño cuaresmal y de penitencia, se centra en el momento crucial del misterio de Cristo y de la vida cristiana, a saber: la cruz como obediencia al Padre y solidaridad con los hombres: el sufrimiento del Siervo del Señor inseparablemente unido a la gloria. El camino que Jesús emprende por reinar y salvar, contrasta con toda razonable expectativa, porque Él escoge con fuerza y riqueza, pero en debilidad y pobreza

            El resumen de la celebración de hoy, nos viene de la monición introductoria a la procesión de los ramos: “Esta Asamblea litúrgica es preludio o anticipo a la Pascua del Señor: Jesús entra en Jerusalén  para dar cumplimiento al misterio de su muerte y resurrección. Pidamos la gracia de seguirlo hasta la cruz para ser partícipes de su Resurrección”

            Las tres narraciones de los evangelios sinópticos arrancan de una interrogación común: dado que Cristo ha resucitado, ¿qué sentido tienen su pasión y su muerte? Una relectura de las Escrituras nos da la respuesta, haciéndonos entender que tanto la pasión como la resurrección, en todas sus modalidades son parte del Plan Salvífico de Dios.

            No estamos pues, frente a una simple narración de hechos, sino ante una interpretación y anuncio en sentido salvífico, como Evangelio del evento de la cruz. Aunque la interpretación no es uniforme, sino que presenta en cada evangelista particulares acentuaciones.

            En S. Mateo, Cristo no es arrastrado por los acontecimientos, sino que se presenta como Señor; pues tiene el poder de pedir doce legiones de ángeles, pero renuncia al uso de su poder; no opone violencia a violencia; y escoge el camino de la humildad, esto es de las Escrituras, reconociendo en este camino la voluntad del Padre.

            Solo después de haber recorrido el camino de la humildad, aparecerá sobre las nubes del cielo, dotado de todo poder en el cielo y sobre la tierra. En la línea de las Escrituras, aparece también, cómo durante la Pasión, en Getsemaní, el Reino está presente sólo en Jesús. El discípulo y  la Iglesia, deben vivir la misma experiencia de pasión y de muerte, según el sentido del contexto “vigilen conmigo” Mt 26, 38.

            Meditemos un poco en esta onda y estrujante lección de nuestro Redentor.

Héctor González Martínez

Arz. de Durango

 

Resurrección para darnos vida

arzo-01Los temas de los cuatro domingos anteriores desembocan en la síntesis de la celebración de hoy: Conforme al profeta Ezequiel (37, 12-14), “pondré en ustedes mi espíritu y revivirán”, o sea que  Jesús, fuente de agua viva y de la luz, es quien concede la vida a quien cree en Él.

            Las tres lecturas de hoy subrayan la misma realidad, esto es que sólo la fuerza del Espíritu hace florecer la esperanza, rompe los lazos de la muerte y restituye la vida en plenitud; pues, el hombre es radicalmente incapaz ante la fatalidad de la muerte. Es sintomático el lamento de los hebreos exiliados a Babilonia y abandonados al pesimismo: “nuestra esperanza se ha acabado”; “nuestros huesos se han secado”; “hemos sido rechazados”. Para el profeta Ezequiel, se está en un tiempo de esperanza en la poderosa acción de Dios: sí, Dios abrirá de nuevo las tumbas (esto es, el exilio), y conducirá de nuevo a Israel a su tierra y entonces, sucederá como una nueva creación (conceptos de espíritu y vida en el v. 14). Se delinea así, en tensión mesiánica, la idea de una renovación total.  Dios reasegura a su pueblo: el Señor lo reconocerá, esto es, experimentará directamente su poder vivificante.

            El término “vida” es un término clave del Evangelio de S. Juan, “Yo soy la resurrección y la vida; el que cree en Mí, aunque muera, vivirá; quien viva y crea en mí no morirá para siempre” (Jn 11,25-26); es esta una sentencia clave en el Evangelio de S. Juan, al grado de constituir un tema dominante: a saber: Cristo es la vida: y quién acoge su Palabra y se adhiere a su Persona, está en grado de romper el dominio de la muerte corporal y de la muerte espiritual. Jesús lo subraya en la resurrección de Lázaro, signo profético de su propia resurrección.

            Los diversos actores de la escena (Martha, María, los discípulos, los presentes), son llevados a Jesús a realizar el paso de la fe, a reconocer en sus obras la revelación del Dios viviente. El que tenga esta fe posee ya aquella vida que se manifestará plenamente en la resurrección final. En la espera de ser siempre mejor insertos como miembros vivos en Cristo, los fieles invocan al “Dios y Señor de la vida, que con sus sacramentos hace pasar de la muerte a la vida”.

            En el Catecumenado cuaresmal recorremos de nuevo el itinerario catecumenal, es decir volvemos al inicio de la nueva creación. La Comunidad Cristiana ve en la resurrección de Lázaro el signo profético del misterio que se realiza en el Bautismo. Por ello, en la celebración bautismal la Iglesia se dirige al catecúmeno como hace con el cristiano que cae en pecado: Cristo ordena: “lázaro sal fuera”; luego vuelve a ordenar;  “desátenlo y déjenlo andar”; las ataduras del pecado caen a la voz que ora ante el hombre pecador, y su oración lo vuelve a la vida, regenerándolo en las aguas bautismales.

            La resurrección de Lázaro es aún signo de la realización de la nueva creación y de la nueva Alianza prometida en el profeta Ezequiel. Jesús gime ante la primera creación,  sumergida en el desorden, en la muerte y en la disolución: por obra del Espíritu Santo, su pasión, su muerte y su resurrección lo proclamarán Señor de la muerte y de la vida.

            Los bautizados, asentados en Cristo Vida del mundo, deben hacerse promotores de vida. Con sus elecciones positivas contribuyen en el inmenso taller humano a empujar la historia hacia cielos nuevos y tierras nuevas. Si nuestra civilización parece acelerada hacia la decadencia y la disolución, la esperanza cristiana afirma la posibilidad de un mundo nuevo porque la potencia de Dios se manifestado victoriosa en Cristo. La Eucaristía que es celebración de una Vida hecha don, resulta fuerza de resurrección si el cristiano asimila los contenidos: hacerse como Cristo, pan partido por la vida del mundo.

Héctor González Martínez

Arz. de Durango

Domingo IV de Cuaresma; 30-III-2014 El ciego de nacimiento, fue, se lavó en la piscina de Siloe y regresó viendo

arzo-01Cuando nace un niño, se dice la feliz expresión: “ha nacido a la luz”: este paso permite la continuidad de la vida. Cuando una persona muere, se dice “se ha apagado”. Es significativo que el lenguaje común identifique la vida con la luz y la muerte con la oscuridad: luz y oscuridad expresan simbólicamente la condición humana en sus contradicciones: no sólo vida y muerte; también verdad y mentira; justicia e injusticia; la misma alternancia cósmica del día y de la noche ilustra la fundamental importancia de la relación luz y tiniebla: envuelto en la tiniebla el mundo pierde su consistencia, las cosas no tienen contorno ni colores; el hombre es como ciego, inerte, aferrado a un agudo sentido de soledad, de extravío, de miedo; el primer resplandor despierta la vida, la alegría y la esperanza.

            Luz y tiniebla se enfrentan en el trozo evangélico de hoy. Un hombre, enfermo de irremediable ceguera, marginado de la consideración social y religiosa, es la personificación simbólica de la condición de pecado en que se encuentra el hombre aún no iluminado por Cristo. Sólo el encuentro con Cristo, luz del mundo, luz que ilumina a todo hombre, quita el velo de los ojos, rehabilita al hombre, lo restituye a la plena dignidad, le permite retomar el esplendor de las cosas y el sabor nuevo de la vida.

El ejemplo del nacido ciego siempre ha sido interpretado en perspectiva bautismal. En el culmen del Catecumenado cuaresmal, aparece este trozo evangélico de S. Juan. El tema de fondo es el encuentro entre aquel que es tiniebla con Cristo-luz. Describe el esfuerzo angustioso que el hombre debe afrontar en su paso de una situación puramente humana a una situación de fe. Esto supone el reconocimiento de la propia ceguera y la aceptación de Cristo-luz. Clave de lectura de este trozo evangélico son los términos “ciego” y “ver”, tomados en el doble sentido natural y espiritual.

La parábola del ciego de nacimiento, demuestra que Jesús es la luz del mundo, pues, quien sana a un ciego de nacimiento, demuestra que es luz. Y, esta luz, que ilumina la realidad del hombre, se convierte automáticamente en ocasión de discernimiento; así, el hombre tiene que definirse ante ella: o la acepta o la rechaza. Quienes más decididamente han rechazado a Jesús fueron los dirigentes del pueblo judío, los pastores que abandonaron al rebaño y cerraron los ojos ante los signos realizados por Jesús: no quisieron reconocer que Jesús es el Mesías enviado por Dios; la afirmación de Jesús les pareció blasfema.

Pero, el bautizado, el creyente, el que acepta al enviado, comienza a ver, es iluminado, pasa de la oscuridad a la luz; es un paso que no se realiza de repente ni es claramente perceptible desde fuera, pero que se experimenta profundamente: el ciego sanado decía: “soy yo”.  Los judíos rechazaron abiertamente a Jesús, porque el verdadero signo, que es Jesús mismo, “Yo soy la luz”, sólo se capta mediante la fe; pero,  para la investigación desconfiada de los judíos el conocimiento de Jesús es inaccesible.

El que ha llegado a la luz, es sometido a constantes interrogatorios tanto por parte de la gente como por parte de los dirigentes judíos. Comienza a ser una persona incómoda. Su contundente testimonio es una denuncia que cuestiona sobre todo a los dirigentes judíos porque pone en peligro sus categorías de valores. La presencia de Jesús produce un doble efecto: es luz, para quienes reconocen su oscuridad necesitada de iluminación; es oscuridad para los que creen bastarse a sí mismos: los ciegos comienzan a ver, los que ven, quedan ciegos: En Jesús se cumple la promesa antigua y la esperanza universal que tiene el hombre de ver, de aclarar el misterio de la existencia, de iluminar el sentido de la propia vida. Elegidos por Dios de un modo absolutamente gratuito, los bautizados reciben la consagración del Espíritu, que permea todo el ser y confiere la iluminación de la fe. El cambio de condición implica el deber de hacer visible en la vida la novedad realizada por el Bautismo.

Héctor González Martínez

Arz. de Durango

Tema cuaresmal: Agua, para nuestra sed

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La Iglesia de los primeros siglos se alimentó del Catecumenado como Iniciación Cristiana. Dicha experiencia de evangelización para los que se convertían y abrazaban el Cristianismo, con los siglos se fue diluyendo hasta desaparecer. Ahora, quienes sentimos los tiempos modernos igual o peor que en los primeros siglos, retomamos aquella exitosa experiencia y le vamos dando actualidad para formar cristianos de nuevo cuño y de hueso colorado.

            Para todos, también la Cuaresma es como un breve Catecumenado de seis semanas, que nos ofrece una temática dominical progresiva iniciando, con el ayuno y la imposición de la ceniza con la fórmula “conviértete y cree en el Evangelio”. En el primer domingo de Cuaresma, la victoria de Cristo sobre las tentaciones del demonio en el desierto, con las sentencias “no sólo de pan vive el hombre, sino también de toda palabra que sale de la boca de Dios”; “no tentarás al Señor tu Dios”; y “retírate, Satanás, porque está escrito, “adorarás al Señor tu Dios y a Él sólo servirás”. Hace ocho días, fuimos atraídos a creer en Dios al estilo y en el riesgo de Abraham;  la Transfiguración del Señor en la montaña junto a Moisés y Elías, ante tres de sus Apóstoles, nos presentó a Jesús “como Hijo de Dios”, con la orden precisa “escúchenlo”; escuchar significa acoger la persona de Cristo, obedecer su Palabra, seguirlo, pues la vida cristiana es un empeño o compromiso de seguimiento de Cristo por el camino de la cruz  para llegar a la luz y a la gloria.

            Vivir como cristianos es asimilar progresivamente la experiencia de Cristo sintetizada en los dos primeros domingos de Cuaresma, esto es caminar en la fidelidad al Padre para lograr la meta de la trasfiguración gloriosa. El itinerario irá adelante bajo condición de escuchar la Palabra de Dios, enraizar en ella y  aceptar sus exigencias. La liturgia de este domingo y de los domingos sucesivos hace revivir al cristiano en las grandes etapas, a través de las cuales los catecúmenos eran y son ayudados a descubrir las exigencias profundas de la conversión a Cristo en los signos del agua, de la luz y de la vida.

            El libro del Éxodo narra que cuando el pueblo sufría de sed por falta de agua, el pueblo murmuró contra Moisés y dijo: “¿por qué nos sacaste de Egipto para hacernos morir de sed a nosotros, nuestros hijos y nuestros animales? Entonces, Moisés invocó la ayuda del Señor, diciendo: ¿qué haré por este pueblo? Por poco me apedrean. El Señor dijo a Moisés: toma en tu mano el bastón con que golpeaste el Nilo y ve: Yo  estaré contigo sobre la roca, sobre el monte; tú golpearás la roca, y saldrá agua y el pueblo beberá. Así hizo Moisés a la vista de los ancianos de Israel”.

            El agua resulta símbolo que resume y expresa el encuentro de dos interlocutores: el hombre y Dios: el agua compendia y expresa la necesidad del hombre y la respuesta de Dios. La existencia humana revela aspiraciones ilimitadas: sed de amor, búsqueda de verdad, sed de justicia, de libertad, de comunión, de paz. Son deseos frecuentemente no satisfechos: la aspiración a la totalidad recibe en respuesta sólo pequeños fragmentos; pequeños tragos que dejan insatisfecha la sed. Desde lo profundo de su ser el hombre se mueve hacia un más, un absoluto capaz de aquietar y extinguir su sed de modo definitivo. Pero, dónde encontrar un agua que aplaque toda inquietud y apague todo deseo.

            La respuesta es dada por Jesús, en el encuentro con la samaritana. En la tradición bíblica, Dios mismo es la fuente del agua viva. Alejarse de Él y de su Ley, es caer en la peor sequedad. En el difícil camino hacia la libertad, Israel ardiendo de sed, tienta a Dios, exige su intervención como un derecho y contradice lo obrado por Moisés, que parece el responsable de una aventura sin solución. El pueblo lamenta el pasado y rechaza el futuro, como ilusorio. Quisiera apoderarse de Dios para resolver milagrosamente la situación. Pero, Dios se aparta de este tipo de reclamo; no abandona a su pueblo, le asegura el agua que sacia, para que reconozca en Él el Salvador y aprenda a confiarse en Él.

  Héctor González Martínez, Arzobispo de Durango.