Episcopeo domingo 5 de julio del 2012

            El dia 4 de agosto celebramos a San Juan María Vianney, modelo y ejemplo de los sacerdotes y del párroco. Este domingo pedimos a los fieles de nuestra Arquidiócesis una Colecta a favor de nuestros sacerdotes ancianos y enfermos. Esta es nuestra realidad, también nosotros tenemos las mismas necesidades de cualquier otra persona, también nos enfermamos y envejecemos.

Hemos visto sacerdotes que han afrontado los sufrimientos y enfermedades típicas de la tercera edad con gran valentía y estado de ánimo; otros han luchado antes de resignarse y aceptar su condición. Los sacerdotes padecen el mismo trauma como los demás enfermos, pero con matices que son propios de nuestra condición.

La enfermedad y el aumento de los años comportan siempre algunas formas de pérdidas: La pérdida de una parte de sí a nivel físico; también una pérdida de sí a nivel de identidad. Nuestras capacidades disminuyen y nuestra debilidad aumenta, llevando a un constante estado de cansancio.

La pérdida de sí a nivel relacional. Muchos son abandonados por los amigos, por los miembros de su comunidad e incluso por sus parientes. La pérdida de sí a nivel existencial. Esto acontece cuando no se logra dar mayor significado a lo que se hace, cuando parece que nuestros valores ya no nos ayudan, cuando nos preguntamos: “por qué a mí” ? Una pérdida de espacio, ya que pasamos de una situación en la que todo el mundo era nuestra casa, a estar confinados en un área estrecha para movernos; una pérdida de movilidad si dependemos, por ejemplo, de la silla de ruedas o estamos obligados a ser ayudados por alguien para hacer incluso las cosas más simples, como ir al baño; una pérdida del control sobre lo que invade nuestros espacios limitados.

Una pérdida del control sobre el tiempo ya que los medicamentos se suministran en horarios que son más adecuados a los demás y no a mí; una pérdida del control sobre lo que se hace a mi cuerpo, ya que para las personas que están en buena salud la piel es una especie de barrera, y en cambio ahora la agujas, los tubos y los líquidos que se introducen son considerados como intrusos indeseados; una pérdida de contacto con los amigos, ya que no es posible ir a visitarlos y ellos puedan venir a visitarte.

Se pierde la propia independencia: como dijo una vez un sacerdote anciano, “cuando te quitan los pantalones te das cuenta que ya no puedes ir a ninguna parte”. Esta pérdida de independencia comporta una experiencia de separación de las estructuras de la vida, del trabajo, y del tiempo libre, lo que hace  que el enfermo se convierta en “la persona más triste del mundo”; una experiencia de fragmentación, ya que no se puede cumplir más con el propio papel de sacerdote, pastor, maestro, administrador; una experiencia que los hace sentir desvalorados, pues ahora sólo se puede recibir y ya no se puede brindar el propio aporte a la sociedad.

La gran mayoría de laicos se jubilan alrededor de los sesenta y cinco/setenta años. Los sacerdotes realmente nunca se jubilan, pues nos ordenamos para toda la vida. Un sacerdote, dado que es sacerdote para siempre, no se adapta fácilmente al “ser” como concepto diferente del “hacer”. Por esto, cuando son ancianos, los sacerdotes pueden vivir una gran soledad, allí donde habían puesto una escasa atención durante su vida a desarrollar una verdadera comunidad, y como resultado de esto tienden a identificarse con el trabajo.

Durante la formación inicial (Seminario) se pone gran énfasis en la formación intelectual y pastoral, y en un “trabajo” que de todos modos es de tipo mental, y no se pone la atención suficiente en el desarrollo de una verdadera vida espiritual. Se tienen en gran consideración las prácticas devocionales externas, y la oración discursiva, con una orientación poco atenta sobre cuestiones referentes a la vida interior. Al final de la vida el sacerdote anciano y enfermo experimenta una gran dificultad para dejar el ministerio cuando los años avanzan. Por eso se debe iniciar a aceptar la enfermedad y la ancianidad desde los primeros años del sacerdote.

La asistencia a los sacerdotes ancianos no es una preocupación sólo de su obispo, también de sus hermanos sacerdotes jóvenes y de la comunidad/es a las que ha servido el sacerdote durante años, ellos deben tener un papel en esta asistencia. A menudo el sacerdote ha permanecido en una parroquia por largo tiempo y está más cercano a los parroquianos y no a los sacerdotes.

En la tercera edad, los sacerdotes tienen el temor de no haber practicado plenamente la vida espiritual, en su ministerio siempre habían exhortado para que lo hicieran los demás. Un famoso teólogo lloraba cuando recibió el sacramento de los enfermos, decía: “He administrado el sacramento de los enfermos muchas veces, siempre reservando una meticulosa atención al ritual, pero sin orar realmente por la situación o por la persona que estaba delante de mí”.

¡Oremos por nuestros sacerdotes! ¡Oremos por nuestros sacerdotes enfermos! ¡Oremos por nuestros sacerdotes ancianos!

Durango, Dgo., 05 de Agosto del 2012                    + Mons. Enrique Sánchez Martínez

                                                                                         Obispo Auxiliar de Durango

                                                                                      Email: episcopeo@hotmail.com

EPISCOPEO 29 DE JULIO DEL 2012

Discriminación de la mujer: cómo afrontarlo

La discriminación sigue la lógica del «todos pierden». Pierde la mujer, pierde la sociedad que se ve privada de todo el potencial de riqueza que la mujer puede aportar y pierden los hombres. En este tema seguimos la “Guía para la enseñanza de la Doctrina Social de la Iglesia en la Universidad”, del CELAM (Consejo Episcopal Latinoamericano).

La violencia sobre la mujer produce la quiebra del respeto y de la reciprocidad relacional, la disminución de la autoestima, una insana  relación de dependencia con el maltratador, la pérdida de confianza en sí misma y otros muchos traumas. Algo frecuente es que la mujer se considera culpable del maltrato que sufre, considerándolo la justa respuesta a su culpa y asumiéndolo como parte del castigo «merecido», a veces es incapaz de recuperar su autonomía y siempre está esperando que el maltratador cambie, que sea la última vez…

En el otro extremo se dan actitudes revanchistas que dan lugar a interpretaciones que se conviertan en una reversión del fenómeno desde un feminismo radical. Puede tener como consecuencia el anhelo de una «falsa igualdad que negaría las distinciones establecidas por el mismo Creador» (Octogésima Adveniens 14). En esa dirección errada irían concepciones de derechos de sentido propietarista y mecanicista como la de la disponibilidad sobre propio cuerpo o la llamada salud reproductiva.

Como cristianos católicos como debemos afrontar esta realidad? Debemos tener claros algunos principios y criteriosa) Hombre y mujer son imagen y semejanza de Dios (Gn 1,26-27). Jesús no solo no discri­mina sino que se hace acompañar por «otras muchas» (Lc 8,3) y hace a María Magda­lena testigo privilegiado de la resurrección. Cristo es auténtico promotor de la dignidad de la mujer (Mulieris Dignitatem 12-16). Pablo se acompañó de muchas mujeres en el apostolado (cfr. 1 Cor, 15,7) y algunas acogieron y animaron la fe de las iglesias locales, como Febe (Rom 16,1) o Prisca (Rom 16,5).

b) La dignidad de la mujer y su igualdad con el varón. En Christifideles laici 37 leemos: «redescubrir y hacer redescubrir la dignidad inviolable de cada ser humano constituye la tarea central y unificante que la Iglesia presta a la familia humana». Mulieris digni­tatem 10, señala que los problemas brotan de la perdida de la estabilidad de aquella igualdad fundamental que, en la unidad de los dos, poseen el hombre y la mujer. La dignidad de toda persona ante Dios es el fundamento de la dignidad del ser humano ante los demás (Cfr. Gaudium et Spes 29): este es el fundamento de la radical igualdad y fraternidad entre los hombres, independientemente de su raza, nación, sexo, origen, cultura y clase.

c) Igualdad y diferencia. La Trinidad invita a vivir una comunidad de iguales en la diferencia (Gal 3,28). En una época de marcado machismo, la práctica de Jesús fue decisiva para significar la dignidad de la mujer y su valor indiscutible. Igualdad y diferencia son queridas por Dios (Catecismo 369-373).

 d) No discriminación y auténtica igualdad de derechos a participar en la vida económica social, cultural y política (Octogesima Adveniens 13). La sociedad debe, sin embargo, estructurarse de manera tal que las esposas y madres no se vean obligadas a trabajar fuera del hogar. En esta línea algo que se debe tener en cuenta es el de la participación de la mujer y su visibili­zación social y eclesial: “Constituye uno de los rasgos característicos de la actitud no discriminadora y signo de los tiempos».

e) Los fundamentos antropológicos de la condición masculina y femenina. Precisar la identidad personal propia de la mujer en su relación de diversidad y de recíproca complementariedad con el hombre, no solo en sus roles y las funciones a desempeñar, sino, más profundamente, por lo que se refiere a su estructura y a su significado personal.

f) Los cambios culturales han modificado los roles tradicionales de varones y mujeres. Hoy se busca desarrollar nueva actitudes y estilos de sus respectivas identidades, potenciando todas sus dimensiones humanas en la convivencia cotidiana, en la familia y en la sociedad, a veces por vías equivocadas. En ese sentido, debe someter a discernimiento la ideología de género, según la cual cada cual puede escoger orientación sexual, sin tomar en cuenta las diferencias dadas por la naturaleza humana. Esto ha provocado modificaciones legales que hieren gravemente la dignidad del matrimonio, el respeto del derecho a la vida y la identidad de la familia. Se trata de un «empoderamiento» de la mujer desde presupuestos falsos.

g) Es contrario a la dignidad de la mujer (fin en sí misma) ser tratada «como cosa, como objeto de compraventa». Esto revela el desprecio hacia la mujer, la esclavitud, la opresión de los débiles, la pornografía, la prostitución y todas las discriminaciones que se encuentran en el ámbito de la educación, de la retribución del trabajo, etc.

h) Respeto a lo propio y específico de la condición femenina: evitando tanto la imitación del carácter masculino, como las actitudes revanchistas o la homogeneización cultural de la feminidad. Se debe promover un «nuevo feminismo», evitando seguir modelos «machistas», reconociendo el verdadero espíritu femenino en todas las manifestaciones de la convivencia ciudadana y trabajando por la superación de toda forma de discriminación, de violencia y de explotación.

i) «La maternidad conlleva una comunión especial con el misterio de la vida. La mujer percibe y enseña que las relaciones humanas son auténticas si se abren a la acogida de la otra persona, reconocida y amada por el mero hecho de ser persona y no por la utilidad, fuerza, inteligencia, belleza o salud que tenga. Esta es la aportación fun­damental de las mujeres y la premisa para un auténtico cambio cultural». El Catecismo (ClC 239) señala que «la ternura paternal de Dios puede ser expresada también mediante la imagen de la maternidad que indica mas expresivamente la intimidad entre Dios y su criatura».

 

Durango, Dgo., 29 de Julio del 2012                                    + Mons. Enrique Sánchez Martínez

Obispo Auxiliar de Durango

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Episcopeo 22 de julio del 2012

La discriminación de la mujer y sus causas

Numerosas investigaciones y estudios, con diferentes enfoques, se han realizado sobre este tema, la Iglesia católica también los ha hecho. Transcribo una presentación que expone la “Guía para la enseñanza de la doctrina social de la Iglesia en la Universidad” del CELAM (Conferencia del Episcopado Latinoamericano), sobre este tema. Leer más

EPISCOPEO 15 DE JULIO DEL 2012

La obra social de la Iglesia Católica: la caridad es amor recibido y ofrecido

            Desde sus inicios la Iglesia católica ha sido una entidad volcada a lo social, desde el aspecto de más necesitados y desde la caridad bien entendida. La historia es el testigo de esta afirmación.

Porque la caridad es parte de la dignidad de las personas, la Iglesia ha institucionalizado la caridad con la creación, por el Papa Pablo VI, del Consejo Pontificio “Cor Unum”, un instrumento ejecutivo del Papa que gestiona las iniciativas humanitarias en caso de calamidad natural o víctimas de conflictos bélicos. El Papa Juan Pablo II creó en 1984 la Fundación que lleva su nombre papal, fundación para el Sahel (desierto) que lucha contra la sequía y la desertización, ayudando a sus afectados. Y también existe la Fundación Populorum Progressio, Esta última financia cada año un gran número de proyectos en Haití. Se han presentado para la evaluación 230 proyectos, pertenecientes a 20 países, orientados a atender necesidades en diversos sectores: producción (agropecuaria, artesanal y microempresarial), infraestructura comunal (agua potable, letrinas, salones comunitarios), educación (capacitación, dotación de escuelas, publicaciones), salud (campañas preventivas, dotación de dispensarios) y construcción (centros educativos y de salud). Leer más

Episcopeo 8 de julio del 2012

Domingo: día del Señor

            Después de las elecciones federales celebradas en todo el país, al término del ciclo escolar y al inicio del tiempo de vacaciones, sobre todo para los niños, adolescentes y jóvenes, es necesario que retomemos la responsabilidad de la vida familiar, del trabajo, y de la oportunidad que significa este tiempo para convivir en familia y del descanso necesario.

            La celebración del domingo “Día del Señor”, tiene que seguir siendo el día dedicado a la escucha del Maestro, y a la participación del Banquete Eucarístico.

Hemos de encontrar tiempo para que el domingo sea, realmente, un día de plenitud, de amor, de familia, de solidaridad, dedicado al Señor. En el día del Señor una verdad profunda acompaña la vida de todo creyente: venimos de Dios, vamos a Dios. El domingo agradece el don de la existencia, el amor de un Dios que nos creó y que nos permite disfrutar del sol, de la luna, del viento, de la sonrisa de los niños, de la vida. El domingo nos susurra que Dios nos ama, que somos sus hijos, que es un Padre que nos espera con cariño.

Todo esto se vive de modo especial cuando la Iglesia celebra los sacramentos. Es la liturgia “el ámbito privilegiado en el que Dios nos habla en nuestra vida, habla hoy a su pueblo, que escucha y responde”. Dios viene a nuestro encuentro, nos habla a través de su Palabra, nos invita al diálogo con Él, “nos introduce a cada uno en el coloquio con el Señor: Dios que habla nos enseña cómo podemos hablar en Él”.

Y es en la celebración de la Eucaristía donde el Señor se encuentra con sus discípulos a través de su Palabra. “La Eucaristía nos ayuda a entender la Sagrada Escritura, así como la Sagrada Escritura, a su vez ilumina y explica el misterio eucarístico”.

El domingo es un día muy especial. Nos lo recordó el Papa Juan Pablo II, nos decía: “Por medio del descanso dominical, las preocupaciones y las tareas diarias pueden encontrar su justa dimensión: las cosas materiales por las cuales nos inquietamos dejan paso a los valores del espíritu; las personas con las que convivimos recuperan, en el encuentro y en el diálogo más sereno, su verdadero rostro”.

El Papa Benedicto XVI nos dice: “Ese día, llamado después “domingo”, “Día del Señor” es el día de la asamblea, de la comunidad cristiana que se reúne para su propio culto, que es la Eucaristía, culto nuevo y distinto desde el principio, de aquel judío del sábado. De hecho, la celebración del Día del Señor es una evidencia muy fuerte de la Resurrección de Cristo, porque sólo un evento extraordinario e inquietante podría inducir a los primeros cristianos a iniciar un culto diferente al sábado judío.

La liturgia, “el culto cristiano no es sólo una conmemoración de los acontecimientos pasados, ni una experiencia mística en particular, interior, sino fundamentalmente un encuentro con el Señor resucitado, que vive en la dimensión de Dios, más allá del tiempo y del espacio, y sin embargo, está realmente presente en medio de la comunidad, nos habla en las sagradas escrituras, y parte para nosotros el pan de vida eterna”.

El domingo debe ser, de modo especial, un momento para la familia. Conocemos o hemos formado parte de una familia que pasa casi todo el domingo unidos y en paz, con un proyecto común. Juntos se va a misa, se prepara la comida, se juega un rato o se va de paseo, o visitan a los abuelitos. Juntos se ve la televisión o se hacen los deberes para la escuela. Juntos se distribuyen las tareas (siempre hay mil cosas que arreglar) y la limpieza de la ropa, de la cocina, de la casa. Juntos se va al parque, o al cine. Son familias que pueden hacerlo todo unidos porque, de verdad, se quieren a fondo, y saben unos ceder un poco para la felicidad de otros. Y eso es muy fácil si el amor es lo más importante de la casa.

            Especialmente este tiempo de vacaciones, de distracciones, de celebraciones festivas de la fundación de nuestra ciudad, nos urge revivir a fondo el domingo, hacer de cada domingo, de verdad, el día del Señor y nuestro día favorito.

 Durango, Dgo., 8 de Julio del 2012                          + Mons. Enrique Sánchez Martínez

Obispo Auxiliar de Durango

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Episcopeo «Elecciones 1 julio 2012: gran fiesta cívica de esperanza y de reconciliación»

Ha llegado el día en que vayamos a las urnas a elegir a nuestros gobernantes. Los motivo a recibir la invitación de los obispos mexicanos para esta jornada electoral: “La Democracia en México ha de consolidarse en la Paz, el desarrollo, la participación y la solidaridad”. Los Obispos de México ante el inminente proceso electoral, animamos a los fieles cristianos a participar de una manera informada, consciente y responsable de la gran fiesta democrática..

Los Obispos estamos convencidos que el sistema democrático es la mejor opción para la construcción y desarrollo de una sociedad equitativa en México. La democracia ofrece la posibilidad de establecer y fortalecer las estructuras adecuadas para generar las condiciones de vida de todo mexicano, acordes a su dignidad como persona, amada por Dios, y lo lleven al compromiso y donación a los demás para la construcción de bien común.

La democracia no existirá, si no va apuntalada con procesos de paz, de desarrollo, de participación ciudadana y de solidaridad.

En esta etapa crucial de la historia de nuestra sociedad mexicana, anhelamos despertar y alentar en todos los ciudadanos, la vital importancia de recuperar juntos la confianza social en las instituciones, en los ámbitos público y privado; para ello, es necesario restablecer con firmeza y responsabilidad conjunta, nuestro modo de proceder, en base a los principios éticos.

El deber inmediato de actuar en favor de un orden justo en la sociedad es más bien propio de los fieles laicos. Como ciudadanos del Estado, están llamados a participar en primera persona en la vida pública. Por tanto, no pueden eximirse de la multiforme y variada acción económica, social, legislativa, administrativa y cultural, destinada a promover orgánica e institucionalmente el bien común. La misión de los fieles laicos es, por tanto, configurar rectamente la vida social, respetando su legítima autonomía y cooperando con los otros ciudadanos según las respectivas competencias y bajo su propia responsabilidad.

Para recuperar la nobleza y significación de la vida política se requiere la participación de los cristianos en la vida pública. El ser ciudadano está relacionado con la pertenencia a la comunidad y los cristianos no pueden eximirse de colaborar en las tareas políticas de su propia comunidad, empezando por participar responsablemente en los procesos electorales pero asumiendo que la participación ciudadana va más allá del sufragio. Se participa cuando se contribuye a la organización de la sociedad civil, alentando el diálogo y la tolerancia.

Exhortamos y animamos al ejercicio de nuestro derecho y deber de votar, ejercicio que nunca irá solo, sino que debe ser indispensablemente acompañado de nuestra participación en las diversas instituciones que a través de la historia de nuestra Patria hemos conseguido. Es la hora propicia para que funcionen de manera adecuada, mediante la vigilancia y nuestra colaboración; no solo las electorales, sino también las familiares, escolares, religiosas, etc. Esto depende de todos nosotros que tenemos el orgullo de llamarnos mexicanos, donde quiera que nos encontremos.

Consideramos que un proceso electoral, llevado con civilidad y con propuestas para resolver nuestros principales problemas, podrá ser una gran fiesta cívica de esperanza, que propiciará la reconciliación, el trabajo en conjunto, el dejar a un lado posiciones e intereses inamovibles, individuales o partidistas, y de sumarnos todos los ciudadanos mexicanos a una causa común. Por tanto, en este tiempo de nuestra historia concreta: ¡llamamos a sumarnos todos al proyecto de Nación que nos hermana, a unir todas nuestras fuerzas y voluntades para que en México se consolide la Democracia!

Encomendamos a la Virgen María de Guadalupe este proceso de nuestra Patria, Ella que fue enaltecida en el primer lábaro patrio, por Miguel Hidalgo en el grito de Independencia, sea quien acompañe de nuevo a nuestro pueblo en el compromiso de elegir las autoridades que conduzcan por el mejor camino a nuestra antigua y querida nación.

Durango, Dgo., 1 de Julio del 2012                          + Mons. Enrique Sánchez Martínez

Obispo Auxiliar de Durango

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Episcopeo 24 de junio del 2012

Juan el Bautista un profeta para nuestro tiempo

Se respira ya aire de fin de curso, del inicio de una nueva estación. Acaba de celebrarse el solsticio de verano. Hemos alcanzado el máximo de luz. A partir de ahora los días irán menguando y las noches crecerán lentamente. En este tiempo de cambio de la naturaleza, también nosotros vivimos un tiempo de cambio constante. Terminamos e iniciamos etapas de nuestra vida, en lo personal, en la familia, en la sociedad, en todos los ámbitos. Pero no avanzamos sin rumbo, desorientados. Jesús se nos propone “Yo soy el Camino, la Verdad y la Vida”, es decir es el faro que debe orientar nuestras vidas. Así también el Bautista nos dijo: “Yo no soy quien pensáis, sino que viene detrás de mí uno a quien no merezco desatarle las sandalias”.

El profeta Isaías (49,1-6) presenta el segundo cántico del Siervo. El punto de partida y de llegada del servidor son las “islas”, los “pueblos lejanos” o las “naciones”, esto es, proclama un mensaje universal. Detalla su vocación: el profeta ha sido llamado desde el vientre materno y se relaciona su ministerio con la palabra, aunque puede estar simplemente utilizando diversas imágenes (palabra, flecha) para hablar del carácter de su misión. Pero también habla del fracaso de la misión ante el pueblo. Pero deja hablar a Dios que le dirige unas palabras de consuelo y le encomienda la misión dirigida a Israel y después a todas las naciones.

En Hechos de los Apóstoles 13, 22-26, anuncia el mensaje de salvación que se cumple en la muerte y la resurrección de Jesús, de quien dan testimonio las escrituras y donde se engarza, como un elemento más, Juan Bautista. Se trata de una figura del Antiguo Testamento que testimonia este mensaje de salvación con el bautismo de conversión y también con sus palabras y su vida.

El Evangelio de San Lucas (1, 57-66.80). Una vez que María visita a Isabel y exulta de alegría, encontramos el nacimiento milagroso del Bautista. El ambiente de alegría que rodea las promesas de Dios cumplidas en Zacarías, signo de la llegada de los nuevos tiempos mesiánicos. El nombre de Juan aparece como divinamente inspirado (por el acuerdo entre la madre y el padre) e indica la excepcional personalidad de Juan y su misión, de ahí que el auditorio se sorprenda, puesto que la costumbre era llamar al hijo como al padre y se extrañe aún más al recuperar Zacarías el habla.

Juan y Jesús son los protagonistas de su pueblo. Su vocación y su misión son el plan de salvación de Dios. El profeta Isaías se admira al contemplar la historia de Dios en la vida del Siervo. Comienza ésta cuando aún no ha nacido y crece como si fuera expresión de Dios. A la historia y misión del siervo se añaden nuevos matices cuando nos acercamos al evangelio. La figura del siervo se concreta: Juan Bautista. En torno al prodigio divino de su nacimiento aparecen la alegría y el asombro. A Isabel le llegan muestras de cariño por parte de sus vecinos y parientes dado que se trata de una obra de Dios.

Así se nos lleva hasta la cuestión del nombre, que se convierte en la trama central. Las discrepancias, las faltas de acuerdo, refuerzan el sentido. Y sucede la obra extraordinaria de Dios: Zacarías escribe el nombre del niño y comienza a hablar de nuevo. En el nombre está el designio de Dios y la misión a la que se llama a su siervo. Como entonces, ahora ya no es su nombre Zacarías, sino Juan, porque pertenece a Dios. Hasta el final permanece el temor y el misterio pues la vida del niño crece de acuerdo a los planes divinos. Vive en el desierto donde prepara la nueva tierra de Dios, como ya lo hicieron los antiguos israelitas, y se presenta a su pueblo para dar razón de lo más inesperado: Dios en persona se hace presente en la tierra.

La salvación universal y la luz de las gentes del siervo de Isaías toman carne en Jesús. La historia latente en este nombre desplegará nuevos significados de la presencia del cielo en la tierra con su muerte y su resurrección. Para la vida del creyente, con su propia historia que Dios conoce y sondea, recibe la misión para su pueblo: dar testimonio de la luz.

Durango, Dgo., 24 de Junio del 2012                       + Mons. Enrique Sánchez Martínez

                                                                                         Obispo Auxiliar de Durango

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Episcopeo 17-junio-2012

Acentuaciones para el actual proceso electoral

            Esto que les presento hoy es parte del Mensaje de la Arquidiócesis de Durango “Ante el actual proceso electoral”. Animamos a los fieles cristianos, iluminados por el Evangelio y la Doctrina de la Iglesia, a participar de una manera informada, consciente y responsable de la gran fiesta democrática para elegir el próximo primero de julio a nuestras autoridades federales.

La Democracia. La Iglesia aprecia el sistema de la democracia, en la medida en que asegura la participación de los ciudadanos en las opciones políticas y garantiza a los gobernados la posibilidad de elegir y controlar a sus propios gobernantes, o bien la de sustituirlos oportunamente de manera pacífica. Por esto mismo, no puede favorecer la formación de grupos restringidos que, por intereses particulares o por motivos ideológicos, usurpan el poder del Estado. Una auténtica democracia es posible solamente en un Estado de derecho y sobre la base de una recta concepción de la persona humana. Requiere que se den las condiciones necesarias para la promoción de las personas concretas, mediante la educación y la formación en los verdaderos ideales, así como de la “subjetividad” de la sociedad mediante la creación de estructuras de participación y de corresponsabilidad (Centesimus Annus no. 46).

Cuando no se observan estos principios, se resiente el fundamento mismo de la convivencia política y toda la vida social se ve progresivamente comprometida, amenazada y abocada a su disolución. Si no existe una verdad última que guíe y oriente la acción política, entonces las ideas y las convicciones humanas pueden ser instrumentalizadas fácilmente para fines de poder. Una democracia sin valores se convierte con facilidad en un totalitarismo visible o encubierto, como demuestra la historia. Así, en cualquier campo de la vida personal, familiar, social y política, la moral ofrece un servicio original, insustituible y de enorme valor no sólo para cada persona y para su crecimiento en el bien, sino también para la sociedad y su verdadero desarrollo (Veritatis Splendor no. 101).

La Participación ciudadana. El deber inmediato de actuar en favor de un orden justo en la sociedad es más bien propio de los fieles laicos. Como ciudadanos del Estado, están llamados a participar en primera persona en la vida pública. Por tanto, no pueden eximirse de la multiforme y variada acción económica, social, legislativa, administrativa y cultural, destinada a promover orgánica e institucionalmente el bien común. La misión de los fieles laicos es, por tanto, configurar rectamente la vida social, respetando su legítima autonomía y cooperando con los otros ciudadanos según las respectivas competencias y bajo su propia responsabilidad.

Es impensable la participación si no se conocen los problemas de la comunidad política, de los datos de hecho y de las varias propuestas de solución. En este sentido estamos obligados a conocer a los candidatos, en particular a conocer sus ideas y su proyecto de nación.

El cristiano tiene la obligación de participar en la búsqueda del modelo político más adecuado en la organización y en la vida política de su comunidad. Apoyando este empeño en un proyecto de sociedad coherente a su concepción del ser humano, que expresen sus convicciones acerca de la naturaleza, origen y fin del hombre y de la sociedad.

Los partidos políticos y candidatos. Los partidos políticos tienen la tarea de favorecer una amplia participación y el acceso de todos a las responsabilidades públicas. Los partidos están llamados a interpretar las aspiraciones de la sociedad civil orientándolas al bien común, ofreciendo a los ciudadanos la posibilidad efectiva de concurrir a la formación de las opciones políticas. De los partidos políticos y de sus candidatos queremos escuchar propuestas de gobierno y de reformas legislativas orientadas a superar nuestros principales problemas, que son muchos.

Fortalecimiento del Estado de Derecho y de las Instituciones. Fortalecer al Estado en base a principios éticos es la mejor plataforma social sobre la cual es realizable el compromiso con una cultura de la no-violencia y de respeto a toda vida, una cultura de la solidaridad y con un orden económico justo.

Apreciamos una real división de poderes en el Estado: es preferible que un poder esté equilibrado por otros poderes y otras esferas de competencia, que lo mantengan en su justo límite. Este el principio del “Estado de Derecho”, en el cual es soberana la ley y no la voluntad arbitraria de los hombres.

Todo lo que atañe a la comunidad de los hombres (situaciones y problemas relacionados con la justicia, la libertad, el desarrollo, las relaciones entre los pueblos, la paz), no es ajeno a la evangelización; ésta no sería completa si no tuviese en cuenta la mutua conexión que se presenta constantemente entre el Evangelio y la vida concreta, personal y social del hombre. Cuando la Iglesia anuncia su doctrina social, anuncia a Dios y su misterio de salvación en Cristo a todo hombre y revela al hombre a sí mismo. Es éste un ministerio que procede, no sólo del anuncio, sino también del testimonio

            Por eso una vez más nos remitimos a los principios y valores de la doctrina de la Iglesia. Para la consolidación democrática se requiere una reflexión profunda sobre la Paz, la cual no podrá conseguirse sin un verdadero Desarrollo y la Participación ciudadana de nuestros pueblos, generando un compromiso fraterno y solidario entre todos los mexicanos.

Durango, Dgo., 17 de Junio del 2012                       + Mons. Enrique Sánchez Martínez

Obispo Auxiliar de Durango

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Episcopeo 10-06-2012


Es un deber elegir responsablemente a nuestros gobernantes

            Estamos a escasos días de la celebración de las elecciones federales (Presidente de la República, Senadores y Diputados) en nuestro país. También en algunos Estados de la República se elegirá Gobernador. México es una democracia reciente y ha sido un largo camino que ya se ha recorrido. Hoy, a pesar de muchos problemas y desencantos, existe la alternancia política. Los partidos ganan y pierden elecciones. Es decir, los ciudadanos elegimos a unos y rechazamos a otros. Hoy nuestro voto cuenta.

            El próximo 1 de Julio más de 77 millones de mexicanos podrán elegir a sus próximos gobernantes. El entorno social que rodea estas elecciones está cargado de sombras, angustias y tristezas que vive nuestro pueblo (“Mensaje ante el actual proceso Electoral”, Arquidiócesis de Durango). La inseguridad y violencia desencadenada por el crimen organizado; la desconfianza generalizada en las instituciones públicas; la pobreza endémica de la mayor parte de la gente; el abandono del campo agrícola; un sistema de justicia que ha estado siempre en entredicho por la impunidad y la corrupción que existen; No hay libertad de expresión; la crisis educativa que vivimos; la influencia de ideologías como el securalismo, new age, ideología de género, etc.; el paternalismo promovido sobre todo en sectores desprotegidos y vulnerables; los estragos de la sequía en el norte y en nuestro Estado; la migración del campo a la ciudad a causa de la inseguridad y la sequía; el deterioro del medio ambiente; la crisis en los Centros de Readaptación Social, etc.

            Esto ha generado incertidumbre, desconfianza y duda, de por quién votar. ¿Valdrá la pena el ir o no a votar? Los católicos tenemos el deber de participar como ciudadanos y elegir a los representantes de acuerdo con nuestros principios y creencias. La razón principal es porque hemos recibido un Evangelio del Reino, un mensaje de redención y de liberación en Cristo que nos impulsa a fecundar y fermentar la vida social con el Evangelio.

            A estas alturas de las campañas de los candidatos y partidos políticos, parece que las encuestas, promovidas sobre todo por los mismos candidatos y los medios de comunicación, ¡ya nos anuncian quien va a ganar! No solo nos hablan de las preferencias de los encuestados, sino que ya desde ahora nos hablan de una tendencia que ya no se puede detener. ¿Y la Democracia?

La Iglesia nos enseña que es deber de los fieles cristianos participar en todo aquello que hace posible la construcción del bien común en la sociedad. Especialmente en lo que se refiere a la responsabilidad de participar en la construcción de la vida democrática del país, mediante la emisión de su voto responsable en las elecciones. “El cristiano tiene la obligación de participar en la búsqueda del modelo político más adecuado en la organización y en la vida política de su comunidad. Apoyando este empeño en un proyecto de sociedad coherente a su concepción del ser humano, que expresen sus convicciones acerca de la naturaleza, origen y fin del hombre y de la sociedad” (Mensaje ante el actual proceso electoral, p. 8)

La Iglesia aprecia el sistema de la democracia, “en la medida en que asegura la participación de los ciudadanos en las opciones políticas y garantiza a los gobernados la posibilidad de elegir y controlar a sus propios gobernantes, o bien la de sustituirlos oportunamente de manera pacífica. Por esto mismo, no puede favorecer la formación de grupos dirigentes restringidos que, por intereses particulares o por motivos ideológicos, usurpan el poder del Estado” (Ibid p.7).

El voto de los fieles cristianos debe asumir una responsabilidad moral, es decir, tiene que ser consecuente con los dictados de su conciencia y de su fe, de la prudencia y de un claro objetivo por el bien común.

Escuchar nuestra conciencia. Esto es necesario para tomar cualquier decisión moral. Ser fiel a su conciencia nos une con el resto de la humanidad en la búsqueda de la verdad, y la conciencia debe desarrollarse a través de la oración, la reflexión y el diálogo con otros. Primero hay que informarse conociendo la posición de la iglesia en temas importantes (vida, justicia, familia, etc.), y estudiar las posiciones de los candidatos sobre estos temas, sobre todo escuchando sus propuestas. Es importante notar las acciones de los candidatos, saber cómo se han comportado en el pasado sobre los temas que son importantes y que se tienen que asegurar a la población.

La prudencia. Hacer lo correcto requiere de la virtud de la prudencia: es la sabiduría moral que se requiere para aplicar nuestros principios en un mundo imperfecto y en circunstancias imprevistas. Es como un “sentido común moral”. ¿Qué candidato realmente nos puede conducir por el camino del progreso social para el bien común? El Catecismo de la Iglesia Católica explica: “Es la prudencia lo que inmediatamente guía el juicio de la conciencia…Con la ayuda de esta virtud aplicamos principios morales a casos individuales sin error y superando dudas sobre lograr el bien y evitar el mal” (n.1806). La prudencia es especialmente importante cuando decidimos cómo votar. Esta virtud nos ayudará a pensar y razonar convenientemente el voto y otorgarlo a personas aunque sean de diferentes partidos.

El bien común. Como católicos nuestra responsabilidad principal es por el bien común. Una cultura por el bien común ofrece salud, bienestar y dignidad para todas las personas y promueve el bien de todos, no sólo el de unos cuantos. También se concentra en ayudar a los que lo necesitan más: el pobre y el vulnerable. El bien común no es lo mismo que la caridad. Una cultura del bien común protege a todos: la clase media, los ricos y los pobres.

Durango, Dgo., 10 de Junio del 2012                       + Mons. Enrique Sánchez Martínez

Obispo Auxiliar de Durango

Email: episcopeo@hotmail.com

Episcopeo 27 de mayo 2012

El Espíritu Santo nos hace decir: Jesús es el Señor

Hoy solemnidad de Pentecostés San Agustín nos dice: «Creemos con firmeza y religioso amor en un Dios, Padre, Hijo y Espíritu Santo, sin creer, sin embargo, que el Padre sea el Hijo ni el Hijo el Padre, ni el Espíritu Santo, que procede de uno y de otro, sea el Padre o sea el Hijo. Este es el misterio escondido desde la eternidad en Dios y ahora revelado a sus santos, a sus pequeños, a sus humildes, sobre los que reposa su Espíritu, tranquilos y temerosos de sus palabras: todas las cosas, dice, me han sido entregadas por mi Padre” Leer más