Una pastoral para acompañar la vida y el caminar de todos los miembros de la comunidad universitaria

mons enrique episcopeo-01Un proyecto pastoral que está por concretarse en nuestra Arquidiócesis de Durango, en la Sede Episcopal, es el inicio de una “Parroquia Universitaria”, y surge como una necesidad dentro de la Pastoral Orgánica de la Iglesia Particular.  En la Sede episcopal se constata un notable número de instituciones de educación superior, cuyos estudiantes y profesores  también tienen derecho a la atención pastoral de la Iglesia.

La misión de la Iglesia abarca también la Universidad. El Concilio Vaticano II señala que: “…los pastores de la Iglesia no sólo han de tener sumo cuidado de la vida espiritual de los alumnos que frecuentan las universidades católicas… solícitos de la formación espiritual de todos sus hijos… procuren que también en las universidades no católicas existan residencias y centros universitarios católicos, en que sacerdotes, religiosos y seglares, bien preparados y convenientemente elegidos, presten una ayuda permanente espiritual e intelectual a la juventud universitaria” (Gravissimum educationis, 10).

Aparecida cuando habla de los lugares de formación para los discípulos misioneros dice que “Es necesaria una pastoral universitaria que acompañe la vida y el caminar de todos los miembros de la comunidad universitaria, promoviendo un encuentro personal y comprometido con Jesucristo, y múltiples iniciativas solidarias y misioneras” (343).

La Arquidiócesis, por lo tanto debe promover una Pastoral Universitaria que ofrezca a los miembros de la comunidad universitaria y de otros centros de estudios superiores, la oportunidad de coordinar el estudio académico y las actividades para-académicas con los principios religiosos y morales, integrando así la vida y la fe”

Al crear una parroquia universitaria se pretende ofrecer un acompañamiento personal y grupal la formación integral de estudiantes y docentes creando espacios de comunión y participación capaces de proyectar la fe en la gran comunidad universitaria y así inculturar el Evangelio en el ámbito de la Universidad y en la sociedad en general.

            Será un centro que también permita establecer relaciones con personalidades de la cultura, del arte y de la ciencia. Que sea un lugar de encuentro, de reflexión cristiana y de formación, que brinde a los jóvenes la posibilidad de aproximarse a la Iglesia y a la vez que ésta se acerque a la juventud estudiantil, a su realidad y problemática.

            La parroquia Universitaria será el lugar privilegiado de la celebración de los sacramentos y sobre todo es lugar de la Eucaristía, corazón de toda comunidad cristiana. Culmen y manantial de todo apostolado.

            El Papa Francisco cuando nos invita al anuncio del Evangelio en la Nueva Evangelización, nos dice: “el anuncio a la cultura implica también un anuncio a las culturas profesionales, científicas y académicas. Se trata del encuentro entre la fe, la razón y las ciencias, que procura desarrollar un nuevo discurso de la credibilidad apologética que ayude a crear las disposiciones para que el Evangelio sea escuchado por todos” (Evangelii Gaudium 132).

                                                                                                                  Durango, Dgo., 21 Septiembre del 2014

+ Mons. Enrique Sánchez Martínez

Obispo Auxiliar de Durango

La Fe, fuerza que conforta en el sufrimiento

mons enrique episcopeo-01En el empeño de desarrollar y de vivir una Pastoral de la Salud nutrida del amor de Dios hacia sus hijos, en especial a los que sufren y a los enfermos, nos será de gran ayuda y de sostenimiento el testimonio evangélico del Papa Francisco y su amor hacia los más pobres y frágiles.

            En su enseñanza es constante el llamado, la invitación a la Iglesia de no cerrarse jamás en sí misma, sino de salir para llevar el anuncio del Evangelio hacia las “periferias existenciales”, como son aquellas del dolor y de los enfermos.

            En distintas ocasiones el Papa Francisco ha denunciado con fuerza cómo los mismos medios de comunicación tienden siempre a resaltar el valor del dinero, los juegos financieros, olvidando el sufrimiento actual de las personas, el crecimiento de la pobreza en todos los países, la falta de trabajo, las injusticias sociales existentes. Ha subrayado como la persona humana, su dignidad, su misma vida. A menudo la vida de los niños, de los ancianos parecen no contar,  que estorban, así como la vida de los discapacitados y de las personas enfermas.

            Ha afirmado constantemente que si no se parte de la persona con su inviolable dignidad, del cuidado y de la defensa de la vida, poco a poco va desapareciendo el valor más grande que es la humanidad, sin el cual ninguno de los problemas que nos aquejan y que enfrentamos día a día, podrán encontrar respuesta.

            Se trata de una invitación a reemprender una nueva conciencia y confianza en la luz y en la fuerza que podemos recibir del Dios del amor, para que lo recibamos con una fe realmente vivida y comunicada, como signo de una esperanza que no desilusiona y como fuente de un gozo que solo en Él puede ser experimentado.

            En la Lumen Fidei (56-57), el Papa Francisco nos invita a un renovado y generoso empeño en el compartir la luz y la consolación de la fe con todas las personas que están enfermas y que sufren. Meditemos el mensaje.

San Pablo, escribiendo a los cristianos de Corinto sobre sus tribulaciones y sufrimientos, pone su fe en relación con la predicación del Evangelio. Hablar de fe comporta a menudo hablar también de pruebas dolorosas, pero precisamente en ellas san Pablo ve el anuncio más convincente del Evangelio, porque en la debilidad y en el sufrimiento se manifiesta y se hace palpable el poder de Dios que supera nuestra debilidad y nuestro sufrimiento.

El cristiano sabe que siempre habrá sufrimiento, pero que le puede dar sentido, puede convertirlo en acto de amor, de entrega confiada en las manos de Dios, que no nos abandona y, de este modo, puede constituir una etapa de crecimiento en la fe y en el amor. Viendo la unión de Cristo con el Padre, incluso en el momento de mayor sufrimiento en la cruz (Mc 15,34), el cristiano aprende a participar en la misma mirada de Cristo. Incluso la muerte queda iluminada y puede ser vivida como la última llamada de la fe, el último “Sal de tu tierra”, el último “Ven”, pronunciado por el Padre, en cuyas manos nos ponemos con la confianza de que nos sostendrá incluso en el paso definitivo.

La luz de la fe no nos lleva a olvidarnos de los sufrimientos del mundo. Al hombre que sufre, Dios no le da un razonamiento que explique todo, sino que le responde con una presencia que le acompaña, con una historia de bien que se une a toda historia de sufrimiento para abrir en ella un resquicio de luz. En Cristo, Dios mismo ha querido compartir con nosotros este camino y ofrecernos su mirada para darnos luz. Cristo es aquel que, habiendo soportado el dolor, “inició y completa nuestra fe” (Hb 12,2).

El sufrimiento nos recuerda que la fe nos conduce a la esperanza, que mira adelante, sabiendo que sólo en Dios, en Jesús resucitado, puede encontrar nuestra sociedad cimientos sólidos y duraderos. En este sentido, la fe va de la mano de la esperanza porque, aunque nuestra morada terrenal se destruye, tenemos una mansión eterna, que Dios ha inaugurado ya en Cristo, en su cuerpo (2Co 4,16-5,5). El dinamismo de fe, esperanza y caridad (1 Ts1,3) nos permite así integrar las preocupaciones de todos los hombres en nuestro camino hacia aquella ciudad “cuyo arquitecto y constructor iba a ser Dios” (Hb 11,10), porque “la esperanza no defrauda” (Rm 5,5).

 

                                                                                           Durango, Dgo., 14 Septiembre del 2014

 

+ Mons. Enrique Sánchez Martínez

Obispo Auxiliar de Durango

La primera estructura fundamental a favor de la “ecología humana” es la familia

mons enrique episcopeo-01El tema del medio ambiente en la Doctrina Social de la Iglesia se combina a menudo con el concepto de desarrollo, esto demuestra una toma de conciencia de la Iglesia sobre los problemas de la ecología humana, especialmente a partir del Concilio Vaticano II: “Dios ha destinado la tierra y cuanto ella contiene para uso de todos los hombres y pueblos. En consecuencia, los bienes creados deben llegar a todos en forma equitativa bajo la égida de la justicia y con la compañía de la caridad” (Gaudium et spes 69).

San Juan Pablo II, escribe con claridad sobre la cuestión ecológica y más específicamente acerca de la ecología humana. En Centesimus Annus, señala: mientras nos preocupamos justamente, aunque mucho menos de lo necesario, de preservar los “hábitat” naturales de las diversas especies animales amenazadas de extinción, nos esforzamos muy poco por salvaguardar las condiciones morales de una auténtica ecología humana (n. 38).

La primera estructura fundamental a favor de la “ecología humana” es la familia, en cuyo seno el hombre recibe las primeras nociones sobre la verdad y el bien; aprende qué quiere decir amar y ser amado, y por consiguiente qué quiere decir en concreto ser una persona. Se entiende aquí la familia fundada en el matrimonio, en el que el don recíproco de sí por parte del hombre y de la mujer crea un ambiente de vida en el cual el niño puede nacer y desarrollar sus potencialidades, hacerse consciente de su dignidad y prepararse a afrontar su destino único e irrepetible (39)

El Papa Benedicto XVI, en Caritas in Veritate (51) escribe: La Iglesia tiene una responsabilidad respecto a la creación y la debe hacer valer en público. Y, al hacerlo, no sólo debe defender la tierra, el agua y el aire como dones de la creación que pertenecen a todos. Debe proteger sobre todo al hombre contra la destrucción de sí mismo. Es necesario que exista una especie de ecología del hombre bien entendida. La degradación de la naturaleza está estrechamente unida a la cultura que modela la convivencia humana: cuando se respeta la  ecología humana en la sociedad, también la ecología ambiental se beneficia.

En el Mensaje para la Jornada Mundial de la Paz de 2010, el Papa Benedicto XVI, nos dice que: todos somos responsables de la protección y el cuidado de la creación. Esta responsabilidad no tiene fronteras. Según el principio de subsidiaridad, es importante que todos se comprometan en el ámbito que les corresponda, trabajando para superar el predominio de los intereses particulares. Un papel de sensibilización y formación corresponde a las organizaciones de la sociedad civil y las organizaciones no gubernamentales (ONG), que se mueven con generosidad y determinación en favor de una responsabilidad ecológica, que debería estar cada vez más enraizada en el respeto de la “ecología humana”.

Ocuparse del medio ambiente exige una visión amplia y global del mundo; un esfuerzo común y responsable para pasar de una lógica centrada en el interés nacionalista egoísta a una perspectiva que abarque siempre las necesidades de todos los pueblos. No se puede permanecer indiferente ante lo que ocurre en nuestro entorno, porque la degradación de cualquier parte del planeta afectaría a todos.

El Papa Francisco en su Exhortación Apostólica Evangelii Gaudium, nos invita a revisar cuales son las implicaciones sociales de la Evangelización, y  habla especialmente de los pobres, los frágiles: Jesús se identifica especialmente por los más pequeños, todos estamos llamados a cuidar a los más frágiles de la tierra: los sin techo, los toxico dependientes, los ancianos, los refugiados, los pueblos indígenas, los migrantes, las mujeres maltratadas. Pero el conjunto de la creación también está a merced de los intereses o de un uso indiscriminado. Los seres humanos  no somos beneficiarios, sino custodios de las demás criaturas. Dios nos ha unido estrechamente al mundo que nos rodea, que la desertificación  del suelo es como una enfermedad para cada uno, y podemos lamentar la extinción de una especie como si fuera mutilación. No dejemos que a nuestro paso queden signos de destrucción y de muerte que afecten nuestra vida y la de las futuras generaciones” (no. 215).

La Ecología Humana, es el estudio de las relaciones entre los seres humanos y su entorno. Se puede resumir como «el estudio de la interacción entre las poblaciones humanas y los ambientes naturales a través de la tecnología humana controlada por la organización humana» (Pedro C. Beltrao, «Ecología Humana y los valores éticos y religiosos»). Los ecologistas humanos investigan el modo en que los seres humanos adaptan su genética, fisiología, cultura y conducta al medio físico y social.

El objetivo principal del estudio de la ecología humana es conocer la forma en que las sociedades humanas conciben, usan y afectan el ambiente incluyendo sus respuestas a cambios en tal ambiente, a los niveles biológico, social y cultural.

Durango, Dgo., 7 de Septiembre del 2014.

+ Mons. Enrique Sánchez Martínez

Obispo Auxiliar de Durango

Vivimos un momento de crisis, lo vemos en el ambiente, pero sobre todo lo vemos en el hombre. La persona humana está en peligro: ¡He aquí la urgencia de la ecología humana!

mons enrique episcopeo-01Como discípulos de Jesús nos sentimos invitados a dar gracias por el don de la creación, reflejo de la sabiduría y belleza del Logos creador. En el designio de Dios, el hombre y la mujer están llamados a vivir en comunión con Él, en comunión entre ellos y con toda la creación. El Dios de la vida encomendó al ser humano su obra creadora para que “la cultivara y la guardara” (Aparecida, 83-87;125-126;470-475)

Jesús conocía bien la preocupación del Padre por las criaturas que Él alimenta (Lc 12,24) y embellece (Lc 12,27). Y mientras andaba por los caminos de su tierra no sólo se detenía a contemplar la hermosura de la naturaleza, sino que invitaba a sus discípulos a reconocer el mensaje escondido en las cosas (Jn 4,35). Las criaturas del Padre le dan gloria con su sola existencia, y por eso el ser humano debe hacer uso de ellas con cuidado y delicadeza.

Existe una mayor valoración de la naturaleza, pero se percibe cómo el ser humano aún amenaza y destruye su ‘habitat’. “Nuestra hermana la madre tierra” es nuestra casa común y el lugar de la alianza de Dios con los seres humanos y con toda la creación. Desatender las mutuas relaciones y el equilibrio que Dios mismo estableció entre las realidades creadas, es una ofensa al Creador, un atentado contra la biodiversidad y, en definitiva, contra la vida.

La mejor forma de respetar la naturaleza es promover una ecología humana abierta a la trascendencia que respetando la persona y la familia, los ambientes y las ciudades, sigue la indicación paulina de recapitular todas las cosas en Cristo y de alabar con Él al Padre (cf. 1Cor 3,

21-23). El Señor ha entregado el mundo para todos, para los de las generaciones presentes y futuras. El destino universal de los bienes exige la solidaridad con la generación presente y las futuras. Ya que los recursos son cada vez más limitados, su uso debe estar regulado según un principio de justicia distributiva respetando el desarrollo sostenible.

El continente Latinoamericano es una de las grandes riquezas que posee la humanidad ya que es una de las mayores biodiversidades del planeta y una rica socio diversidad representada por sus pueblos y culturas.

Este continente experimenta hoy una explotación irracional y dilapidación, que ha causado muerte, por dondequiera. Una gran responsabilidad lo tiene el actual modelo económico que privilegia el desmedido afán por la riqueza, por encima de la vida de las personas y los pueblos y del respeto racional de la naturaleza. La devastación de los bosques y de la biodiversidad mediante una actitud depredatoria y egoísta, involucra la responsabilidad moral de quienes la promueven, porque pone en peligro la vida de millones de personas y en especial el hábitat de los campesinos e indígenas, quienes son expulsados hacia las tierras de ladera y a las grandes ciudades para vivir hacinados en los cinturones de miserias.

Esto lo ha causado una industrialización salvaje y descontrolada de las ciudades y del campo, que va contaminando el ambiente con toda clase de desechos orgánicos y químicos. Lo mismo hay que alertar respecto a las industrias extractivas de recursos que, cuando no controlan y contrarrestan sus efectos dañinos sobre el ambiente circundante, producen la eliminación de bosques, la contaminación del agua y convierten las zonas explotadas en inmensos desiertos.

La Amazoniaes un ejemplo de esta depredación y contaminación: ocupa un área de 7,01 millones de kilómetros cuadrados y corresponde al 5% de la superficie de la tierra, 40% de América del Sur. Contiene 20% de la disponibilidad mundial de agua dulce  no congelada. Abriga el 34% de las reservas mundiales de bosques y una gigantesca reserva de minerales. Su diversidad biológica de ecosistemas es la más rica del planeta. En esa región se encuentra cerca del 30% de todas las especies de la fauna y flora del mundo.

Además se constata un retroceso de los hielos en todo el mundo: el deshielo del Ártico, cuyo impacto se está viendo en la flora y fauna de ese ecosistema; el calentamiento global se hace sentir en el estruendoso crepitar de los bloques de hielo antártico que reducen la cobertura glacial del Continente y que regula el clima del mundo. Juan Pablo II hace 20 años, desde el confín de las Américas, señaló proféticamente: “Desde el Cono Sur del Continente Americano y frente a los ilimitados espacios de la Antártida, lanzo un llamado a todos los responsables de nuestro planeta para proteger y conservar la naturaleza creada por Dios: no permitamos que nuestro mundo sea una tierra cada vez más degradada y degradante”.

Como profetas de la vida, queremos insistir que en las intervenciones sobre los recursos naturales no predominen los intereses de grupos económicos que arrasan irracionalmente las fuentes de vida, en perjuicio de naciones enteras y de la misma humanidad. Las generaciones que nos sucedan tienen derecho a recibir un mundo habitable, y no un planeta con aire contaminado.

Aunque parece que nosotros no tenemos este problema, no es así: tenemos medio ambiente y ríos contaminados; el bosque de la sierra Madre Occidental se está depredando sin control; la explotación de los recursos minerales preciosos (oro, plata, etc.) que se van de nuestro Estado sin dejar riqueza; ya hay escasez de agua, sobre todo en tiempos de sequía prolongada; el cambio climático que nos afecta por todo lo que sucede en la Amazonia y por los deshielos; etc.

Durango, Dgo., 31 de Agosto del 2014.

+ Mons. Enrique Sánchez Martínez

Obispo Auxiliar de Durango

La Iglesia reconoce en los enfermos la presencia de Cristo sufriente

mons enrique episcopeo-01La Pastoral de la Salud es la “presencia y la acción de la Iglesia para llevar la luz  y la gracia del Señor Resucitado a los que sufren y a los que los cuidan, para fomentar una cultura de la vida y la salud”. Dice Aparecida que “La Pastoral de la Salud es la respuesta a los grandes interrogantes de la vida, como son el sufrimiento y la muerte, a la luz de la muerte y resurrección del Señor “(418). Esta pastoral no solo se dirige a los enfermos, sino también a los sanos, y pretende inspirar una cultura más sensible al sufrimiento, la marginación y a los valores de la vida y de la salud.

Las comunidades eclesiales (en su articulación de barrios, manzanas, zonas pastorales, decanatos, etc.) organizan su pastoral conju­gando estas dimensiones: el anuncio de Cristo y de su Evan­gelio, la celebración de su presencia y el testimonio a través de la comunión o fraternidad y el servicio de so­lidaridad. A ejemplo de las primeras comunidades cristianas: “Acudían asi­duamente a la enseñanza de los Apóstoles, a la convi­vencia, a la fracción del pan y a las oraciones…Todos los que habían creído vivían unidos; compartían todo cuanto tenían, vendían sus bienes y propiedades y re­partían después el dinero entre todos según la nece­sidad de cada uno” (Hch. 2,42-44). La pastoral de la salud abarca estas dimensiones de la evangelización, cola­borando con las demás articulaciones pastorales de las comunidades locales y diocesanas.

La pastoral de la salud pone énfasis en el anuncio del sentido cristiano del sufrimiento humano, en los temas candentes de la bioética contemporánea, en el anuncio de los valores del Reino retomados por la Doctrina Social de la Iglesia: servicio, compromiso so­cial, solidaridad, subsidiariedad, valor del cuidado de la salud, promoción de una cultura de la vida y la salud.

“Como todas las de­más personas, los cristianos sienten y experimentan el dolor: pero su fe les ayuda a comprender más profunda­mente el misterio del sufrimiento y a soportar su dolor con más valor. En las palabras de Cristo ellos encuen­tran que la enfermedad tiene un sentido y un valor para su salvación propia y la del mundo…La enfermedad va íntimamente ligada a la condición humana, y sin embar­go, en términos generales no se puede considerar como un castigo impuesto a cada individuo por sus pecados personales ( Jn 9,3). Cristo mismo, inocente de todo pecado, al cumplir las palabras de Isaías en su pasión, tomó sobre sí todas las heridas y compartió todos los sufrimientos humanos (Is 53,4-5). Y Cristo sigue sufriendo dolores y tormentos en sus miembros, que es­tán configurados con Él”. (Ritos de la Unción y del Viático. Introducción 1-2).

Jesucristo nos invita a luchar contra el sufrimiento, como hizo Él, y a valorar la salud como bien precioso y frágil, “…en tal forma que podamos cumplir nuestro papel en la sociedad humana y en la Iglesia. Pero siem­pre debemos estar preparados para completar lo que falta a los sufrimientos de Cristo para la salvación del mundo, mientras tenemos en perspectiva la liberación de la creación para la gloria de los hijos de Dios (Col 1, 24: Rom 8, 19-21). Más aún, el papel de los en­fermos en la Iglesia consiste en recordar a los demás las cosas esenciales o más altas. Con su testimonio, los enfermos demuestran que nuestra vida mortal tiene que ser redimida por medio del misterio de la muerte y resurrección de Cristo” (Directrices para la Pastoral de la Salud en México 32-35).

La salud es un tema que mueve grandes intereses en el mundo, y está toman­do nuevas e importantes connotaciones. No se relacio­na únicamente a factores físicos y orgánicos, sino que involucra a las dimensiones psíquicas y espirituales de la persona, relacionándose con los aspectos sociales y del medio ambiente en los que la persona vive. En la cultura actual no cabe la muerte y, ante su realidad, se trata de ocultarla. La Pastoral de la Salud transforma el sentido de la muerte en el anuncio de la muerte y resurrección del Señor, única verdadera salud. También reúne en la economía sacramental del amor de Cristo, el amor de muchos “buenos samaritanos”, presbíteros, diáconos, religiosas, laicos y profesionales de la salud.

En las visitas a los enfermos en los centros de salud, en la compañía silenciosa al enfermo, en el cariñoso trato, en la delicada atención a los requerimientos de la enfermedad se manifiesta, a través de los profesionales y voluntarios discípulos del Señor, la maternidad de la Iglesia que arropa con su ternura, fortalece el corazón y, en el caso del moribundo, lo acompaña en el tránsito  definitivo. El enfermo recibe con amor la Palabra, el perdón, el Sacramento de la Unción y los gestos de caridad de los hermanos. El sufrimiento humano es una experiencia especial de la cruz y de la resurrección del Señor (Aparecida 418-419).

Durango, Dgo., 24 de Agosto del 2014.

+ Mons. Enrique Sánchez Martínez

Obispo Auxiliar de Durango

¿Con el nuevo régimen fiscal la Iglesia Católica pagará impuestos?

mons enrique episcopeo-01En estos últimos días hemos escuchado en los medios de comunicación social, locales y nacionales noticias sobre la Reforma Fiscal, refiriéndose a las iglesias o Asociaciones Religiosas, con diferentes apreciaciones respecto a las obligaciones que se deben cumplir en el marco de las nuevas Leyes Secundarias. Esto concierne a todas las personas morales sin fines de lucro y a todas las iglesias que se han registrado ante la Secretaría de Gobernación como Asociaciones Religiosas (AR), no solo a la católica.

            Desde la Reforma Constitucional de 1992, que culminó en el registro de las iglesias como Asociaciones Religiosas en 1994, todas están sujetas a un Régimen Fiscal que el SAT señala puntualmente en un “Régimen aplicable a las Asociaciones Religiosas” emitido cada año. En mayo de este año el SAT publicó “el esquema que se debe seguir para el cumplimiento de sus obligaciones fiscales” en el ejercicio 2014.

            Lo que se dio a conocer estos últimos días por parte del SAT (el 6 de agosto), es una prórroga para todas las Asociaciones Religiosas “anunciando que será hasta enero del 2015 cuando las personas morales comiencen a enviar sus balanzas de comprobación cada mes”.

            El Régimen que debemos seguir las AR, son disposiciones que las Diócesis de México ya hemos implementado desde hace años: Se tiene un reconocimiento jurídico (Acta Constitutiva); ya se han inscrito en el Registro Federal de Contribuyentes; se lleva contabilidad y expiden recibos de forma simplificada; presentan su Declaración Anual Informativa; cumplen con sus obligaciones fiscales mensuales; informan de las retenciones por salarios o pagos de servicios recibidos de terceros independientes.

            Las obligaciones que este nuevo Régimen Fiscal nos pide: Llevar de manera electrónica un registro de todas sus operaciones de ingresos y egresos; tener documentación comprobatoria de cada operación, acto o actividad; enviar informe contable mensual a través de la página del SAT; expedir Comprobante Fiscal Digital por Internet (CFDI).

            Realizar, a través de este sistema (CFDI) todo lo referente a: emisión de constancia de retenciones por servicios recibidos, remuneraciones por concepto de salarios y prestación de un servicio personal subordinado, las retenciones de contribuyentes. Además realizar la Declaración Anual Informativa de ingresos y gastos, a través del programa DEM Personas Morales.

Realizar la Declaración Informativa Múltiple (DIM) sobre: sueldos salarios, conceptos asimilados, subsidio para el empleo; informe de las personas a quienes les hubieran efectuado retenciones del ISR e IVA, por retenciones a asalariados; informe de los donativos otorgados a personas que cuenten con autorización de la Secretaría de Hacienda y Crédito Público para recibir donativos deducibles del ISR.

            Las Asociaciones Religiosas están exentas del Impuesto sobre la Renta (ISR) de los ingresos que le “son propios de la actividad religiosa: como las ofrendas, diezmos, primicias y donativos recibidos de sus miembros, congregantes, visitantes y simpatizantes por cualquier concepto relacionado con el desarrollo de sus actividades, siempre que tales actividades se apliquen a los fines religiosos. También se consideran ingresos propios los obtenidos por la venta de libros u objetos de carácter religioso, que sin fines de lucro realice una AR”. También está exenta la manutención de los ministros de culto.

            Las Asociaciones Religiosas están exentas del Impuesto al Valor Agregado (IVA) “cuando los actos o actividades que realicen estén relacionados con la prestación de servicios propios de la actividad religiosa a sus miembros o feligreses, así como la enajenación de libros u objetos de carácter religioso”. No se causará este impuesto por la transmisión de bienes inmuebles destinados a casa habitación (casa de formación, monasterios, conventos, seminarios, casas de retiro, casas de gobierno, casas de oración).

            Como ha sucedido para la gran mayoría del pueblo mexicano las nuevas disposiciones fiscales nos han tomado por sorpresa y sin los medios necesarios para cumplir como se nos pide. Debemos capacitar a nuestra gente, contratar contador, contratar nuevos servicios (internet), etc. Tenemos parroquias y comunidades lejanas, en el campo, en la sierra, en los pueblos y aún en las ciudades, en donde no hay bancos, no hay internet, sin estas condiciones se ve difícil cumplir con estas obligaciones.

Por otro lado, muchas de nuestras comunidades parroquiales apenas tienen lo indispensable para sobrevivir, ya que dependemos de la caridad de nuestro pueblo que es pobre. Un gasto muy importante que realizamos es en el renglón del mantenimiento de templos, casas curales, etc., que son propiedad de la nación, y muchos de ellos son patrimonio histórico artístico, de ellos es la responsabilidad. Parece que esto no lo conocen y no lo consideraron quienes hicieron la reforma fiscal.

Durango, Dgo., 17 de Agosto del 2014.

+ Mons. Enrique Sánchez Martínez

Obispo Auxiliar de Durango

El designio de Dios acerca del matrimonio y la familia

mons enrique episcopeo-01La Iglesia universal está haciendo un discernimiento profundo sobre el matrimonio y la familia, el próximo Sínodo que se realizará sobre “Los desafíos pastorales de la familia en el contexto de la evangelización”, será un momento importante, ya que se ha de “reflexionar sobre el camino que se ha de seguir para comunicar a todos los hombres la verdad del amor conyugal y de la familia”. El anuncio del Evangelio de la familia es parte integrante de la Misión de la Iglesia, puesto que la revelación de Dios ilumina la realidad de la relación entre el hombre y la mujer, de su amor y de la fecundidad de su relación.

En el tiempo actual, la difundida crisis, social y espiritual constituye un desafío para la evangelización de la familia, núcleo vital de la sociedad y de la comunidad eclesial. Pero sobre todo la familia atraviesa una crisis cultural profunda (Papa Francisco, Evangelii Gaudium 66).

Ante esta realidad que nos desafía, debemos partir del fundamento de nuestra fe: ¿Cuál es el designio de Dios sobre el matrimonio y la familia? En Familiaris Consortio (11-16) San Juan Pablo II nos expone con una gran belleza este designio amoroso de Dios

Dios ha creado al hombre a su imagen y semejanza: llamándolo a la existencia por amor, lo ha llamado al mismo tiempo al amor. El amor es la vocación fundamental e innata de todo ser humano. El hombre está llamado al amor en su totalidad unificada, es decir el amor abarca también el cuerpo humano y el cuerpo se hace partícipe del amor espiritual.

La Revelación cristiana conoce dos modos específicos de realizar integralmente la vocación de la persona humana al amor: el Matrimonio y la Virginidad. Tanto el uno como la otra, en su forma propia, son una concretización de la verdad más profunda del hombre, de su “ser imagen de Dios”.  Así, la sexualidad, mediante la cual el hombre y la mujer se dan uno a otro con los actos propios y exclusivos de los esposos, no es algo puramente biológico, sino que afecta al núcleo íntimo de la persona humana en cuanto tal. El amor conyugal exige una donación total.

El único “lugar” que hace posible esta donación total es el matrimonio, es decir, el pacto de amor conyugal o elección consciente y libre, con la que el hombre y la mujer aceptan la comunidad íntima de vida y amor, querida por Dios mismo, que sólo bajo esta luz manifiesta su verdadero significado. La institución matrimonial no es una ingerencia indebida de la sociedad o de la autoridad, ni una imposición, sino que es exigencia interior del pacto de amor conyugal que se confirma públicamente como único y exclusivo, para que sea vivida así la plena fidelidad al designio de Dios Creador.

Jesús revela la verdad original del matrimonio y libera al hombre de la dureza del corazón, para hacerlo capaz de realizarlo. El matrimonio de los bautizados se convierte así en el símbolo real de la nueva y eterna Alianza, sancionada con la sangre de Cristo. El Espíritu que infunde el Señor renueva el corazón y hace al hombre y a la mujer capaces de amarse como Cristo nos amó. El amor conyugal alcanza de este modo la plenitud a la que está ordenado interiormente, la caridad conyugal, que es el modo propio y específico con que los esposos participan y están llamados a vivir la misma caridad de Cristo que se dona sobre la cruz.

El matrimonio es un sacramento y en virtud de esto, los esposos quedan vinculados uno a otro de la manera más profundamente indisoluble. Su recíproca pertenencia es representación real, mediante el signo sacramental, de la misma relación de Cristo con la Iglesia. Los esposos son por tanto el recuerdo permanente, para la Iglesia, de lo que acaeció en la cruz; son el uno para el otro y para los hijos, testigos de la salvación, de la que el sacramento les hace partícipes. Según el designio de Dios, el matrimonio es el fundamento de la comunidad más amplia de la familia, ya que la institución misma del matrimonio y el amor conyugal están ordenados a la procreación y educación de la prole, en la que encuentran su coronación.

El matrimonio y la familia cristiana edifican la Iglesia. Dentro de la familia la persona humana no sólo es engendrada y progresivamente introducida, mediante la educación, en la comunidad humana, sino que mediante la regeneración por el bautismo y la educación en la fe, es introducida también en la familia de Dios, que es la Iglesia.

La familia humana, disgregada por el pecado, queda reconstituida en su unidad por la fuerza redentora de la muerte y resurrección de Cristo. El matrimonio cristiano, partícipe de la eficacia salvífica de este acontecimiento, constituye el lugar natural dentro del cual se lleva a cabo la inserción de la persona humana en la gran familia de la Iglesia.

La Iglesia encuentra así en la familia, nacida del sacramento, su cuna y el lugar donde puede actuar la propia inserción en las generaciones humanas, y éstas, a su vez, en la Iglesia.

Durango, Dgo., 10 de Agosto del 2014.

+ Mons. Enrique Sánchez Martínez

Obispo Auxiliar de Durango

“Queridos fieles, acompañad a vuestros sacerdotes con el afecto y la oración, para que sean siempre Pastores según el corazón de Dios”

mons enrique episcopeo-01El próximo 4 de agosto celebramos la fiesta de San Juan María Vianney, el santo cura de Ars. Es patrón de los sacerdotes, especialmente de quienes son párrocos; ejemplo de virtud, confesor, promotor de la Eucaristía y de la devoción Mariana.

            Su origen era campesino, de vida austera y frugal. Aprende de su padre a contentarse con poco, y a sentarse a la mesa familiar rodeado de pobres que la caridad de su padre acogía. Fue educado por sus padres de manera generosa, sobre todo en su educación religiosa. Su madre asistía siempre que podía a la Misa matinal, y Juan desde los cuatro años la acompañaba. Más adelante, cuando le hablaban de su temprano amor a la oración y al altar, respondía llorando: “Después de Dios, se lo debo a mi madre. ¡Era tan buena!… Un hijo que ha tenido la dicha de tener una buena madre, jamás podría pensar en ella sin llorar”.

Tuvo que superar muchas dificultades para llegar por fin a ordenarse sacerdote. Se le confió la parroquia de Ars, en la diócesis de Belley, “el último pueblo de la diócesis”,[] con alrededor de 250 habitantes, mayormente de condición humilde.

Como nuevo párroco estaba convencido de que había solo dos maneras de convertir a la aldea: por medio de la exhortación, y haciendo él penitencia por los feligreses. Comenzó por esto último. Regaló un colchón a un mendigo; dormía sobre el piso en una habitación húmeda de la planta baja o en el desván, o sobre una tabla en su cama con un leño por almohada; se disciplinaba con una cadena de hierro; no comía prácticamente nada, dos o tres papas mohosas a mediodía, y algunas veces pasaba dos o tres días sin comer en absoluto; se levantaba poco después de medianoche y se dirigía a la iglesia, donde permanecía de rodillas y sin ningún apoyo hasta que llegaba la hora de celebrar misa.

Para aquella época, moderna y voraz, ansiosa de evitar las molestias a cualquier precio, las mortificaciones del presbítero Vianney parecerán carentes de sentido, crueles, necias, e incluso quizá perversamente masoquistas. Cuando llegó Juan María Vianney a esta parroquia solo quedaban algunos cristianos, el resto había olvidado su religión o ni siquiera la había conocido. La gente no era declaradamente atea o anticlerical, pero vivía una religiosidad superficial y banal, esclava de sus propios gustos.

Durante el ministerio de Vianney, prácticamente todos los habitantes de Ars terminaron por participar de la misa diariamente. Empezaron a llegar personas diariamente de distintos lugares en “peregrinación” para confesarse con el padre Vianney. Su fama fue creciendo que llegaron hasta unos 400 extranjeros diariamente para confesarse con el cura. Fue preciso utilizar coches de ferrocarril especiales para trasportar a toda esa gente.

Cuando un sacerdote se quejó con él porque le preocupada la tibieza de sus propios feligreses: le dijo “¿Ha predicado usted? ¿Ha rezado usted? ¿Ha ayunado usted? ¿Se ha disciplinado? ¿Ha dormido usted sobre una tabla? Mientras no haya hecho usted todo esto, no tiene derecho a quejarse”.

            Pero, ¿Cuál es la espiritualidad de San Juan María Vianney? Sobre todo dos son  las características: Su humildad. La humildad, el amor y la fidelidad por su misión en la cotidianidad y simplicidad diarias fueron el esqueleto de su vocación.  Su discernimiento. Fueron muchos, entre quienes se arrodillaron en el confesonario de Ars, los que aseguraron que Juan María Vianney parecía saber todo de ellos sin conocerlos. Él sabía “leer las conciencia”, escrutar el interior del ser humano, e incluso enderezar su camino en el discernimiento vocacional y espiritual.

Oremos por nuestros sacerdotes para que imitemos el ejemplo de San Juan María Vianney y seamos “Verdaderos pastores con olor a oveja” como nos invita el Papa Francisco.

“Queridos sacerdotes, que Dios Padre renueve en nosotros el Espíritu de Santidad con que hemos sido ungidos, que lo renueve en nuestro corazón de tal manera que la unción llegue a todos, también a las periferias, allí donde nuestro pueblo fiel más lo espera y valora. Que nuestra gente nos sienta discípulos del Señor, sienta que estamos revestidos con sus nombres, que no buscamos otra identidad; y pueda recibir a través de nuestras palabras y obras ese óleo de alegría que les vino a traer Jesús, el Ungido”.

Durango, Dgo., 3 de Agosto del 2014.

+ Mons. Enrique Sánchez Martínez

Obispo Auxiliar de Durango

Hoy tenemos que decir no a una economía de la exclusión y a la cultura del descarte

mons enrique episcopeo-01El Santo Padre Francisco nos ha insistido continuamente en rechazar una “economía de la exclusión” y “la cultura del descarte”. Aunque existen signos avances de bienestar en el mundo, “no podemos olvidar que la mayoría de los hombres y mujeres de nuestro tiempo vive precariamente el día a día, con consecuencias funestas”. Un “cambio de época que se ha generado por los enormes cambios cualitativos y cuantitativos acelerados que se han dado por el desarrollo científico, por las innovaciones tecnológicas y en sus veloces aplicaciones en distintos campos de la naturaleza y la vida” (Evangelii Gaudium 52-67).

Pero tenemos “hoy tenemos que decir no a una economía de la exclusión y la inequidad”. Esa economía mata. No puede ser que no sea noticia que muere de frío un anciano en situación de calle y que sí lo sea una caída de dos puntos en la bolsa. Eso es exclusión. No se puede tolerar más que se tire comida cuando hay gente que pasa hambre. Eso es inequidad. Hoy todo entra dentro del juego de la competitividad y de la ley del más fuerte, donde el poderoso se come al más débil. Como consecuencia de esta situación, grandes masas de la población se ven excluidas y marginadas: sin trabajo, sin horizontes, sin salida. Se considera al ser humano en sí mismo como un bien de consumo, que se puede usar y luego tirar. Hemos dado inicio a la cultura del “descarte”. Ya no se trata simplemente del fenómeno de la explotación y de la opresión, sino de algo nuevo: con la exclusión queda afectada en su misma raíz la pertenencia a la sociedad en la que se vive, pues ya no se está en ella abajo, en la periferia, o sin poder, sino que se está fuera. Los excluidos no son “explotados” sino desechos, “sobrantes”.

Hay quienes piensan que todo crecimiento económico, favorecido por la libertad de mercado, logra provocar por sí mismo mayor equidad e inclusión social en el mundo. Esta opinión, que jamás ha sido confirmada por los hechos, expresa una confianza burda e ingenua en la bondad de quienes detentan el poder económico y en los mecanismos sacralizados del sistema económico imperante. Mientras tanto, los excluidos siguen esperando. Para poder sostener un estilo de vida que excluye a otros, o para poder entusiasmarse con ese ideal egoísta, se ha desarrollado una globalización de la indiferencia. Casi sin advertirlo, nos volvemos incapaces de compadecernos ante los clamores de los otros, ya no lloramos ante el drama de los demás ni nos interesa cuidarlos, como si todo fuera una responsabilidad ajena que no nos incumbe. La cultura del bienestar nos anestesia y perdemos la calma si el mercado ofrece algo que todavía no hemos comprado, mientras todas esas vidas truncadas por falta de posibilidades nos parecen un mero espectáculo que de ninguna manera nos altera.

            Algo que ha provocado esto es el reduccionismo antropológico (discurso dirigido por el Papa Francisco en el Seminario “Por una economía cada vez más inclusiva”): el hombre ha perdido su identidad, su humanidad y se ha convertido en un instrumento del sistema (social, económico) donde dominan los desequilibrios. Cuando el hombre pierde su humanidad, ¿qué nos espera? El resultado es que impera una política, una sociología, una actitud “del descarte”: se descarta lo que no sirve, porque el hombre no está en el centro. Y cuando el hombre no está en el centro, hay otra cosa en el centro y el hombre está al servicio de esta otra cosa.

La idea es, por lo tanto, salvar al hombre, en el sentido de que vuelva al centro: al centro de la sociedad, de los pensamientos, de la reflexión. Esto no es fácil. Se descarta a los niños; se descarta a los ancianos, porque no sirven. ¿Y ahora? Se descarta a toda una generación de jóvenes, y esto es gravísimo.

Jesús, el evangelizador por excelencia y el Evangelio en persona, se identifica especialmente con los más pequeños (Mt 25,40). Esto nos recuerda que todos los cristianos estamos llamados a cuidar a los más frágiles de la tierra.

Escuchemos la exhortación del Papa Francisco: es indispensable prestar atención para estar cerca de nuevas formas de pobreza y fragilidad donde estamos llamados a reconocer a Cristo sufriente, aunque eso aparentemente no nos aporte beneficios tangibles e inmediatos: los sin techo, los toxico-dependientes, los refugiados, los pueblos indígenas, los ancianos cada vez más solos y abandonados, etc. Los migrantes me plantean un desafío particular por ser Pastor de una Iglesia sin fronteras que se siente madre de todos. Por ello, exhorto a los países a una generosa apertura, que en lugar de temer la destrucción de la identidad local sea capaz de crear nuevas síntesis culturales. ¡Qué hermosas son las ciudades que superan la desconfianza enfermiza e integran a los diferentes, y que hacen de esa integración un nuevo factor de desarrollo! ¡Qué lindas son las ciudades que, aun en su diseño arquitectónico, están llenas de espacios que conectan, relacionan, favorecen el reconocimiento del otro! (EG 210).

Durango, Dgo., 27 de Julio del 2014.

+ Mons. Enrique Sánchez Martínez

Obispo Auxiliar de Durango

Lo que Dios espera en cuanto a las relaciones sexuales durante el noviazgo

mons enrique episcopeo-01Actualmente el noviazgo se caracteriza por una mayor libertad e independencia de criterio a la hora de elegir pareja. A la vez la relación hombre-mujer en el matrimonio se va alejando de los patrones tradicionales. Pero siempre será el tiempo de conocerse recíprocamente: en el carácter, sentimientos, gustos, aficiones, ideales de vida, religiosidad, exigencias para un compromiso conyugal, etc. Puede ser también una excelente escuela de formación de la voluntad, que combate el egoísmo, fomenta la generosidad y el respeto, estimula la reflexión y el sentido de responsabilidad.

La Iglesia en su doctrina sobre el noviazgo, lo presenta como una preparación a la vida en pareja, que debe ir presentando el matrimonio como una relación interpersonal del hombre y de la mujer a desarrollarse continuamente; debe también estimular a profundizar en los problemas de la sexualidad conyugal y de la paternidad responsable, con los conocimientos médico-biológicos que están en conexión con ella, y los encamine a la familiaridad con rectos métodos de educación de los hijos; debe orientarlos en la conciencia de adquirir  elementos de base para una ordenada conducción de la familia en todos los aspectos: trabajo estable, suficiente disponibilidad financiera, sabia administración, nociones de economía doméstica, etc. (Juan Pablo II, Familiaris consortio, n. 66).

            En cuanto a las relaciones sexuales durante el noviazgo, el Catecismo de la Iglesia Católica (CIC), afirma que “hay quienes postulan hoy una especie de “unión a prueba” cuando existe intención de casarse. Cualquiera que sea la firmeza del propósito de los que se comprometen en relaciones sexuales prematuras, éstas no garantizan que la sinceridad y la fidelidad de la relación interpersonal entre un hombre y una mujer queden aseguradas, y sobre todo protegidas, contra los vaivenes y las veleidades de las pasiones. La unión carnal sólo es moralmente legítima cuando se ha instaurado una comunidad de vida definitiva entre el hombre y la mujer. El amor humano no tolera la “prueba”. Exige un don total y definitivo de las personas entre sí” (n° 2391)

Todo bautizado es llamado a la castidad. El cristiano se ha “revestido de Cristo” (Ga 3,27), modelo de toda castidad. Todos los fieles de Cristo son llamados a una vida casta según su estado de vida particular. La castidad debe calificar a las personas según los diferentes estados de vida: a unas, en la virginidad o en el celibato consagrado (Religiosas/os, sacerdotes), manera eminente de dedicarse más fácilmente a Dios solo con corazón indiviso; a otras, de la manera que determina para ellas la ley moral, según sean casadas o célibes. Las personas casadas son llamadas a vivir la castidad conyugal; las otras practican la castidad en la continencia (capacidad de dominar, controlar y orientar los impulsos de carácter sexual),

Los novios están llamados a vivir la castidad en la continencia. En esta prueba han de ver un descubrimiento del mutuo respeto, un aprendizaje de la fidelidad y de la esperanza de recibirse el uno y el otro de Dios. Reservarán para el tiempo del matrimonio las manifestaciones de ternura específicas del amor conyugal. Deben ayudarse mutuamente a crecer en la castidad (CIC Nums. 2348-2350)

Durango, Dgo., 20 de Julio del 2014.

+ Mons. Enrique Sánchez Martínez

Obispo Auxiliar de Durango