Entradas

La alianza, el desierto y las tentaciones

 

El escritor sagrado del Génesis, afronta los grandes problemas de la humanidad: ¿cuál es el plan de Dios para el hombre; de donde viene el mal que atormenta a la humanidad?: hoy, la primera lectura narra que el Señor Dios dijo a Noé y a sus hijos: “yo establezco mi alianza con ustedes: no será destruido ningún viviente por las aguas del diluvio, ni el diluvio devastará más la tierra”. Después del diluvio nace una humanidad nueva; como al principio Dios quiere entrar en relación con el hombre y le ofrece su alianza. Para el Señor, esta alianza con el hombre debe ser universal y eterna. No será Dios a infringir este pacto; pero el hombre lo observará.

Leer más

Plenario del Presbiterio 2012

A Presbíteros Diocesanos, Religiosos y Diáconos.

Estimados Hermanos:

Les saludo afectuosamente en este tiempo de Adviento, el cual nos invita a una actitud de apertura a Dios, a un deseo de vivir para Dios, atendiendo el ejemplo de María quien se abre con docilidad y confianza al mensaje del Señor.

Por medio de la presente los convoco a nuestro Plenario Sacerdotal, en el cual, como tiempo de gracia, profundizaremos en los fundamentos Teológico-Pastoral-Litúrgico-Canónico sobre la Iniciación Cristiana, como proceso que lleva al encuentro-vivencia de Jesucristo vivo; nos alimentaremos espiritualmente mediante la celebración litúrgica y la oración en común, además, fortaleceremos la fraternidad sacerdotal. Dicho Plenario, se celebrará, Dios mediante, en el Seminario Mayor del lunes 30 de enero a las 4:00 p.m. al viernes 3 de febrero 2012 con la comida. Los exhorto para que acudan todos, gustosos y puntuales.

Para reservar hospedaje hay que dirigirse a tiempo con el Pbro. Salvador Aguilera, su número de celular es: 618 8035 592. Se les recomienda traer su propia ropa, sus cobijas y su toalla.

También se les recuerda traer lo necesario para participar en todos los actos litúrgicos y, si les es posible, en los encuentros deportivos.

La cuota será de: $900.00 por persona, asista o no. Encargados de colectarlas: cada Decano y las entregará, en lo posible, al inicio del plenario al Pbro. Abraham Mejía Mier, Tesorero de la Comisión del Clero.

Confiando vernos pronto, saludarnos y convivir fraternalmente.

Durango, Dgo. 3 de Febrero del 2012

+ Mons. Héctor González Martínez.
Arzobispo de Durango

+Mons. Enrique Sánchez Martínez.
Obispo Auxiliar
Coordinador de la Comisión del Clero

Es tiempo de erradicar el pecado de nuestra persona, de la sociedad y vivir el amor

Estamos en el novenario de la Navidad y nos preparamos a celebrar estas fiestas de muchas maneras. La Iglesia nos ha invitado fuertemente en el Adviento a una preparación para recibir al Príncipe de la Paz en nuestra vida, en nuestras familias, en nuestras parroquias, en nuestra sociedad. Y como cada año, este tiempo nos motiva a pensar en los demás y a compartir con los que no tienen y con los que no pueden pasar una Navidad con su familia.
Con mucho tiempo de anticipación, diversos grupos e instituciones públicas y privadas se organizan para pedir a la comunidad y en los negocios y distribuir juguetes entre los niños pobres, o despensas a las familias que no tienen recursos; agudizamos la mirada y nos fijamos en las familias que no tienen una vivienda digna y que sufren las inclemencias del frio del invierno y no tienen con que cubrirse; en nuestras mismas parroquias también lo hacemos. Cada año se piden juguetes, alimentos, cobijas, ropa de invierno en buen estado, láminas para los techos de las casas de cartón, nos preocupamos por las personas enfermas que viven solas, etc. De alguna manera colaboramos con una buena obra: ayudar a los pobres, los necesitados, porque es Navidad.
Que bueno que aún tengamos esa capacidad de asombro por las personas que sufren, sin duda es fruto de los valores familiares y cristianos que aún están arraigados en la sociedad. Pero yo quiero llamar la atención para que nos preocupemos por erradicar de raíz los grandes males que arrastramos desde hace tiempo y que parece que ya no van a desaparecer, quizá nos hemos acostumbrado a vivir con ellos: pobreza, educación deficiente, inseguridad, violencia, corrupción, impunidad, desempleo, etc. La sequía que ha golpeado el norte del país y en Durango ha agravado la crisis.
Hace unos días escuchamos la noticia que 6 de cada 10 duranguenses son pobres, cada vez hay más pobres y parece que nadie lo puede detener. Las noticias sobre los problemas de la educación también son constantes: bajos salarios y prestaciones, problemas sindicales sin resolver, gran rezago educativo, baja calidad en la enseñanza, preparación deficiente de algunos maestros, la realidad es que muchos de los adolescentes que entran a la preparatoria no saben leer ni escribir.
La inseguridad y la violencia crecen, no hay poder político, militar, policiaco, que detenga al crimen organizado. La corrupción e impunidad tampoco han disminuido. Los Estados no han podido o no han querido reorganizar sus cuerpos policiacos, parece que hay intereses que lo frenan. Siguen disminuyendo las remesas de Estados Unidos hacia México, y aquí no hay empleo, así como se crean unos puestos de trabajo, desaparecen otros, hay mucho trabajo informal.
Jesús nos invita a ir a la raíz del mal del mundo, que es el pecado, y ese es el que hay que extirpar de las personas y de los ambientes, ya que es lo que frena la aparición de los valores del Reino. Es tiempo de impulsar el amor “El amor «caritas» es una fuerza extraordinaria, que mueve a las personas a comprometerse con valentía y generosidad en el campo de la justicia y de la paz. Es una fuerza que tiene su origen en Dios, Amor eterno y Verdad absoluta. Cada uno encuentra su propio bien asumiendo el proyecto que Dios tiene sobre él, para realizarlo plenamente”. San Pablo a los Romanos nos invita: “Que vuestra caridad no sea una farsa: aborreced lo malo y apegaos a lo bueno. Como buenos hermanos, sed cariñosos unos con otros, estimando a los demás más que a uno mismo” (Rm12,9-10)
El pecado social, o sea, el comportamiento o aquellas situaciones que son producto del quehacer colectivo, o de grupos o conjuntos de personas más o menos amplios, aunque estos grupos o conjuntos de personas no estén unidas entre sí por un elemento común, o hasta quizás ni se conozcan, es un mal que aqueja nuestra sociedad y que afecta a todos los componentes de nuestro entorno. Y muchas veces afecta a naciones completas o hasta grupo de naciones, «estos pecados sociales son el fruto, la acumulación y la concentración de muchos pecados personales».
El pecado social se crea cuando se favorece la iniquidad, la injusticia, la maldad. Cuando se puede hacer algo por evitarlo o eliminarlo en sus manifestaciones de injusticia, corrupción, negligencia, irresponsabilidad, pero no se hace por pereza, miedo, por complicidad activa o pasiva, coparticipación, comodidad, conveniencia, por pensar que nada se puede hacer ante la magnitud del pecado o el pecador, cuando se le huye a las consecuencias y el sacrificio de hacer lo correcto, etc.
Pero si se lleva a cabo un verdadero y honesto discernimiento sobre nuestra responsabilidad del pecado social, claramente llegamos a la conclusión que la responsabilidad es de las personas. El pecado es un desorden, es un acto interior que busca un bien inmediato y por lo tanto afecta nuestra relación con Dios y con nuestros semejantes. Algunos ingredientes exteriores más comunes del pecado individual son la riqueza y el poder. Con éstos vienen los honores falsos, los valores trastocados, la codicia desmesurada, el apetito por tener más y más, y finalmente la soberbia, la arrogancia y el endiosamiento.

Durango, Dgo., 18 de Diciembre del 2011.

+ Mons. Enrique Sánchez Martínez
Obispo Auxiliar de Durango

Email: episcopeo@hotmail.com

Reflexión dominical Domingo IV de Adviento: Jesús hijo de David

Sucedió que cuando el rey David se estableció en su casa y el Señor le dio tregua de sus enemigos de los alrededores, dijo al profeta Natán: “mira, yo habito en una casa de cedro, mientras que el arca de la Alianza está bajo una tienda. Natán le respondió: ve y haz cuanto tienes pensado hacer”.
David pensaba que la construcción de una casa a Dios aseguraría de modo definitivo los favores divinos y lo haría habitar establemente en medio del pueblo. Pero, rechazando Dios el ofrecimiento de David, que había derramado demasiada sangre humana, Samuel es forzado a decir a David que será Dios quien le construya una casa, es decir una dinastía que dure para siempre: le dice: “¿acaso tú me construirás una casa para que yo habite?”, y anuncia: “el Señor te hará grande, porque con tu descendencia te hará una casa”.
Los Evangelios y S. Pablo se preocupan de afirmar claramente que Jesús desciende de la familia real de David. Pero, durante su vida Jesús no se atribuyó el título de “hijo de David”; sin embargo, María, su madre desposó con José descendiente de David, legitimando así el nacimiento de Jesús de estirpe real; su nacimiento de una mujer virgen resalta la fuerza de la intervención de Dios.
Identificándose con los pobres que esperaban una salvación espiritual, Él confirma que la carne no sirve para salvar y que todo poder humano no tiene consistencia. Para realizar el misterio oculto por siglos y siglos, pero ahora revelado a todas las gentes, Dios se inserta en un cuadro humano que se venía organizando y modificando en el curso de los años. Y no actúa sólo, pide la colaboración consciente y libre de la madre, como lo hará después con los Apóstoles y con todos los creyentes; lo cual ahora nos alcanza y apremia.
Pero, el que nace de la carne como hijo de David, es constituido y revelado por el poder del Espíritu como hijo del Altísimo. Esta es la fe que la Iglesia expresa en su oración colecta de hoy: “Padre, Tú que por el anuncio del ángel nos has revelado la Encarnación de tu Hijo, por su Pasión y su Cruz, guíanos a la gloria de la Resurrección”.
Dios no rechaza el templo; pero, afirma que el futuro del pueblo y de la dinastía se apoyará más sobre la Alianza entre Dios y el hombre, que no sobre el mismo templo; la fidelidad mutua entre Dios y el hombre será más importante que los sacrificios del templo.
El templo es el signo visible del único verdadero templo que es el cuerpo personal de Cristo y su cuerpo místico, la Iglesia. Es pues, un lugar sagrado no porque sean sagradas las piedras materiales que lo componen, sino porque son santos los cristianos que ahí se reúnen; y también nosotros somos templos.

La Virgen María: signo de esperanza para nuestro pueblo

Las celebraciones litúrgicas del Adviento, especialmente la Eucaristía, nos invitan a contemplar a María, como un signo claro de espera para la Iglesia, ya que la recordamos en las celebraciones del nacimiento de su Hijo (su primera venida) y en la espera de su vuelta al final de los tiempos. Desde la solemnidad de la Inmaculada Concepción (8 de diciembre) hasta la celebración de la Maternidad de María (1 enero), la presencia de María en la liturgia es abundante.
Durante el tiempo de Adviento la Liturgia recuerda frecuentemente a la Santísima Virgen, sobre todos los días del 17 al 24 de diciembre y, más concretamente, el domingo anterior a la Navidad, en que hace resonar las voces proféticas sobre la Virgen Madre y el Mesías, y se leen episodios evangélicos relativos al nacimiento inminente de Cristo y del Precursor. Los fieles que viven la Liturgia el espíritu del Adviento, al ver el inefable amor con que la Virgen Madre esperó al Hijo, se sentirán animados a tomarla como modelo y a prepararse, vigilantes en la oración y… jubilosos en la alabanza, para salir al encuentro del Salvador que viene.
Es importante señalar cómo la Liturgia de Adviento, uniendo la espera mesiánica y la espera del glorioso retorno de Cristo al admirable recuerdo de la Madre, presenta un equilibrio cultual que nos puede ayudar a no separar la piedad popular mariana de su punto de referencia fundamental que es Cristo.
La Navidad es una prolongada memoria de la maternidad divina, virginal, salvífica de María, «cuya virginidad intacta dio a este mundo un Salvador». En la solemnidad del Nacimiento del Jesús, la Iglesia, al adorar al divino Salvador, venera a su Madre gloriosa; en la Epifanía del Señor, al celebrar la llamada universal a la salvación, contempla a la Virgen, Sede de la Sabiduría y Madre del Rey, que ofrece a la adoración de los Magos el Redentor del universo (Mt 2, 11); y en la fiesta de la Sagrada Familia, contempla la vida santa que llevan la casa de Nazaret: Jesús, María y José, el hombre justo (Mt 1,19).
Hay que dirigir una atención especial a la solemnidad de la Maternidad de María. En ella celebramos la parte que tuvo María en el misterio de la salvación y exalta la singular dignidad de que goza la Madre por la cual merecimos recibir al Autor de la vida. Esta celebración es una ocasión propicia para renovar la adoración al recién nacido Príncipe de la paz, para escuchar de nuevo el jubiloso anuncio angélico (Lc 2, 14), y para implorar de Dios, por mediación de María, el don supremo de la paz.
Para nosotros los mexicanos, la solemnidad de Santa María de Guadalupe (12 diciembre), le da un toque de especial espiritualidad guadalupana al adviento. Dice el P. Fidel González: El Acontecimiento guadalupano fue la respuesta de gracia a una situación humanamente sin salida: la relación entre los indios y los recién llegados del mundo europeo. El encuentro de la Virgen de Guadalupe y el indio Juan Diego, fue el gancho entre el mundo antiguo mexicano y la propuesta misionera cristiana llegada a través de los españoles. El resultado fue el nacimiento de un nuevo pueblo cristianizado. Juan Diego no era ni un español llegado con los conquistadores como Cortés, ni un misionero español como los primeros que fueron franciscanos y dominicos. Era un indígena perteneciente a aquel viejo mundo.
Aquellos dos mundos hasta entonces desconocidos entre sí, y ahora enemigos, con todas las premisas para el odio o para la aceptación fatalista de la derrota por parte de los indios vencidos, y para el desprecio o la explotación por parte de los recién llegados, se empezaron a reconocer en aquel símbolo tangible de María, imagen de Iglesia, anunciado a través de un indio convertido y acogido por todos. Se llegó así a una inculturación del Acontecimiento cristiano en el mundo cultural mexicano. Es el nacimiento del pueblo latinoamericano.
La devoción a la Virgen María, basada en el Acontecimiento Guadalupano constituye un punto notable de convergencia religiosa y cultural para los católicos mexicanos, para los latinoamericanos, y sin duda también para todo el Continente, incluso aquel de matriz anglosajona. El acontecimiento guadalupano sigue afirmando el método usado por Dios en la historia salvífica: el uso de un particular histórico (un pueblo) que contiene en sí una dimensión universal. El acontecimiento guadalupano es un hecho de la historia y no un simple símbolo fabricado para promover una ideología o como consecuencia de una ambigua religiosidad popular.

Domingo III Adviento; Dios viene para gozo de los pobres

Vino un hombre mandado por Dios llamado Juan, para dar testimonio de la luz, para que todos creyeran por medio de Él. Juan no era la luz ni Elías ni el profeta; “Jesús es el Cristo y el profeta”.
Los judíos esperaban el nuevo Mesías, como el profeta por excelencia que renovaría los prodigios del Éxodo. Juan bautiza con agua; Jesús, desconocido, pero más grande en dignidad, bautiza en el Espíritu. Esta expresión define la obra primaria del Mesías: regenerar la humanidad en el Espíritu Santo.
El Dios que viene en Adviento quiere ser pobre; contrasta con las imágenes que espontáneamente nos hacemos de Él. Este Dios distinto resulta más creíble para cualquiera que busca una religión auténtica. Toda una línea profética había presentado a los hebreos el Mesías según las categorías de poder, de la victoria, del dominio universal: esto correspondía a la experiencia de la esclavitud de Israel en Egipto y su liberación.
Pero sobre todo con la experiencia del exilio, que favorece la reflexión sobre la Alianza y su interiorización, el Dios de Israel y su interiorización y Aquel que Él consagra para la misión de salvador de pueblo son vistos bajo una luz nueva, más espiritual , también más simbólica; y del mismo modo es vista la misión y sus destinatarios.
Los pobres son los más disponibles al anuncio alegre de la salvación; son aquellos que nos se hacen fuertes de su propia suficiencia personal o de la seguridad material; que están atentos a la escucha de la Palabra de Dios y son capaces de una fidelidad sencilla y sólida a su ley.
Ciertamente, hay el peligro de idealizarla suerte de los miserables de la tierra, mientras nosotros estamos bien y nos hacemos nada por cambiar la suerte de la gente necesitada de todo; sería cómodo limitarnos a hablar de la alegría mesiánica frente a personas necesitadas de todo; sería cómodo limitarse a hablar de la alegría mesiánica ante personas que a duras penas consiguen el pan cotidiano, mientras Cristo mostró entrañas de compasión curando enfermedades y multiplicando el pan.
En realidad, para los hermanos más necesitados, la esperanza mesiánica se concretizará en una presencia fraterna de quien tiende una mano para socorrer; más aún, se concretizará en compartir su suerte, haciendo así creíble y tangible el anuncio de un mundo mejor.
Pero todavía no basta. El secreto de la personalidad del Hombre-Dios revela una atención especial a los pobres y a los humildes que tienen fe y se abandonan a Dios y subraya el cambio que la llegada del “día del Señor” traerá consigo en las estructuras humanas.

Domingo III Adviento; Dios viene para gozo de los pobres

Vino un hombre mandado por Dios llamado Juan, para dar testimonio de la luz, para que todos creyeran por medio de Él. Juan no era la luz ni Elías ni el profeta; “Jesús es el Cristo y el profeta”.
Los judíos esperaban el nuevo Mesías, como el profeta por excelencia que renovaría los prodigios del Éxodo. Juan bautiza con agua; Jesús, desconocido, pero más grande en dignidad, bautiza en el Espíritu. Esta expresión define la obra primaria del Mesías: regenerar la humanidad en el Espíritu Santo.
El Dios que viene en Adviento quiere ser pobre; contrasta con las imágenes que espontáneamente nos hacemos de Él. Este Dios distinto resulta más creíble para cualquiera que busca una religión auténtica. Toda una línea profética había presentado a los hebreos el Mesías según las categorías de poder, de la victoria, del dominio universal: esto correspondía a la experiencia de la esclavitud de Israel en Egipto y su liberación.
Pero sobre todo con la experiencia del exilio, que favorece la reflexión sobre la Alianza y su interiorización, el Dios de Israel y su interiorización y Aquel que Él consagra para la misión de salvador de pueblo son vistos bajo una luz nueva, más espiritual , también más simbólica; y del mismo modo es vista la misión y sus destinatarios.
Los pobres son los más disponibles al anuncio alegre de la salvación; son aquellos que nos se hacen fuertes de su propia suficiencia personal o de la seguridad material; que están atentos a la escucha de la Palabra de Dios y son capaces de una fidelidad sencilla y sólida a su ley.
Ciertamente, hay el peligro de idealizarla suerte de los miserables de la tierra, mientras nosotros estamos bien y nos hacemos nada por cambiar la suerte de la gente necesitada de todo; sería cómodo limitarnos a hablar de la alegría mesiánica frente a personas necesitadas de todo; sería cómodo limitarse a hablar de la alegría mesiánica ante personas que a duras penas consiguen el pan cotidiano, mientras Cristo mostró entrañas de compasión curando enfermedades y multiplicando el pan.
En realidad, para los hermanos más necesitados, la esperanza mesiánica se concretizará en una presencia fraterna de quien tiende una mano para socorrer; más aún, se concretizará en compartir su suerte, haciendo así creíble y tangible el anuncio de un mundo mejor.
Pero todavía no basta. El secreto de la personalidad del Hombre-Dios revela una atención especial a los pobres y a los humildes que tienen fe y se abandonan a Dios y subraya el cambio que la llegada del “día del Señor” traerá consigo en las estructuras humanas.

PLENARIO SACERDOTAL

A PRESBITEROS DIOCESANOS, RELIGIOSOS Y DIÁCONOS

Estimados Hermanos:

Les saludo afectuosamente en este tiempo de Adviento, el cual nos invita a una actitud de apertura a Dios, a un deseo de vivir para Dios, atendiendo el ejemplo de María quien se abre con docilidad y confianza al mensaje del Señor.

Por medio de la presente los convoco a nuestro Plenario Sacerdotal, en el cual, como tiempo de gracia, profundizaremos en los fundamentos Teológico-Pastoral-Litúrgico-Canónico sobre la Iniciación Cristiana, como proceso que lleva al encuentro-vivencia de Jesucristo vivo; nos alimentaremos espiritualmente mediante la celebración litúrgica y la oración en común, además, fortaleceremos la fraternidad sacerdotal. Dicho Plenario, se celebrará, Dios mediante, en el Seminario Mayor del lunes 30 de enero a las 4:00 p.m. al viernes 3 de febrero 2012 con la comida. Los exhorto para que acudan todos, gustosos y puntuales.

Para reservar hospedaje hay que dirigirse a tiempo con el Pbro. Salvador Aguilera, su número de celular es: 618 8035 592. Se les recomienda traer su propia ropa, sus cobijas y su toalla.

También se les recuerda traer lo necesario para participar en todos los actos litúrgicos y, si les es posible, en los encuentros deportivos.

La cuota será de: $900.00 por persona, asista o no. Encargados de colectarlas: cada Decano y las entregará, en lo posible, al inicio del plenario al Pbro. Abraham Mejía Mier, Tesorero de la Comisión del Clero.

Confiando vernos pronto, saludarnos y convivir fraternalmente.

Durango, Dgo. 5 de diciembre del 2011

+ Mons. Héctor González Martínez.
Arzobispo de Durango

+Mons. Enrique Sánchez Martínez.
Obispo Auxiliar
Coordinador de la Comisión del Clero

Adviento sacerdotal: haciendo memoria de lo que Dios ha obrado en nosotros

Celebramos el Adviento y especialmente para los sacerdotes es un tiempo especial, no por el trabajo que implica, en estos días surgen muchos compromisos, sobre todo para quienes tienen encomendada una comunidad parroquial. Es un Tiempo de gracia.
Para esta ocasión recibamos el mensaje del Cardenal Mauro Piacenza, dirigiéndose a los sacerdotes: María Santísima, Icono y Modelo de la Iglesia, quiere introducirnos en la actitud permanente de su Corazón Inmaculado: la vigilancia. La Santísima Virgen vivió constantemente en vigilancia orante. En vigilia recibió el Anuncio que ha cambiado la historia de la humanidad. En vigilia cuidó y contempló, más y antes que cualquier otro, al Altísimo que se hacía Hijo suyo. Vigilante y llena de asombro amoroso y agradecido, dio a luz a la misma Luz y, junto a San José, se hizo discípula de Aquel que de Ella había nacido; que había sido adorado por los pastores y los sabios; que fue acogido por el anciano Simeón exultante y por la profetisa Ana; temido por los doctores del Templo, amado y seguido por los discípulos, hostigado y condenado por su pueblo. Vigilando en su Corazón materno, María siguió a Jesucristo hasta el pie de la Cruz y, con el inmenso dolor de Corazón traspasado, nos acogió como sus nuevos hijos. Velando, la Virgen esperó con certeza la Resurrección y fue llevada al Cielo.
¡Cristo vela incesantemente sobre su Iglesia y sobre cada uno de nosotros! Y la vigilancia en la cual nos llama a entrar, es la apasionada mirada de la realidad, que se mueve entre dos directrices fundamentales: la memoria de todo lo sucedido en nuestra vida al encontrarnos con Cristo y con el gran misterio de ser sus sacerdotes, y la apertura a la “categoría de la posibilidad”.
La Virgen María “hacía memoria”, es decir, revivía continuamente en su corazón todo lo que Dios había obrado en Ella y, teniendo certeza de esta realidad, realizaba su tarea de ser la Madre del Altísimo. El Corazón Inmaculado de la Virgen estaba constantemente disponible y abierto a “lo posible”, es decir, a concretar la amorosa Voluntad de Dios tanto en las circunstancias cotidianas como en las más inesperadas. También hoy, desde el Cielo, María Santísima nos custodia en la memoria viva de Cristo y nos abre continuamente a la posibilidad de la divina Misericordia.
También nosotros «hagamos memoria» de todo lo que el Señor ha hecho con nosotros, sobre todo que sepamos «revivir el Adviento de Cristo en nuestra vida; capaz de contemplar el modo en el cual el Hijo de Dios, el día de nuestra Ordenación, marcó radical y definitivamente toda nuestra existencia sumergiéndola en su Corazón sacerdotal». Que Él nos renueve cada día en la Celebración Eucarística, que es transfiguración de nuestra misma vida en el Adviento de Cristo por la humanidad.
Pidamos un corazón atento para reconocer los signos del Adviento de Jesús en la vida de cada hombre y, en particular, entre los jóvenes que se nos confían: que sepamos discernir los signos de ese especialísimo Adviento, que es la Vocación al sacerdocio. La Santísima Virgen María, Madre de los sacerdotes y Reina de los Apóstoles, nos obtenga, a cuantos humildemente la pidamos, la paternidad espiritual, la única capaz de “acompañar” a los jóvenes en el alegre y entusiasmante camino del seguimiento.
En el “sí” de la Anunciación, somos animados a vivir en coherencia con el “sí” de nuestra ordenación; en la Visitación a Santa Isabel, somos animados a vivir en la intimidad divina para llevar su presencia a otros y para traducirla en un gozoso servicio, sin límites de tiempo y de lugar. Contemplando a la Santísima Madre adorando al Niño Jesús envuelto en pañales, aprendemos a tratar con amor inefable la Santísima Eucaristía.
El misterio que se nos revela en el adviento nos invita a descubrirlo día con día en nuestra vida, como un si constante, en el amor y en el servicio a los demás. El misterio que celebramos en la navidad nos compromete en la caridad para con los mas pobres y necesitados.

Durango, Dgo., 4 de Diciembre del 2011.

Domingo II de Adviento; seguir a Jesús

“Juan Bautista estaba con dos de sus discípulos, y fijándose en Jesús que pasaba, dijo: este es el Cordero de Dios. Los dos discípulos, oyéndolo hablar así, siguieron a Jesús”.
Como estaba anunciado Juan Bautista vino para dar testimonio de la luz; y su testimonio es este: “he aquí el Cordero de Dios”. Aceptar esta indicación significa buscar y seguir a Jesús, y activar el mismo testimonio como en una reacción en cadena: si Juan Bautista orientó a Andrés y a su compañero hacia Jesús, y Andrés conquista a su hermano Simón; hay ahí una secuencia vocacional.
El buscar a Jesús, el ir hacia Él, el ver donde habita, el quedarse con él y el ver su gloria, caracterizan experiencialmente una vocación en continua profundización de fe. Las escenas del llamamiento de Isaías y de Jeremías, están entre las páginas más vivas de la Biblia. Nos revelan a Dios en su majestad y en su misterio; y nos muestran al hombre en toda su verdad, en su miedo, en su generosidad y en sus actitudes de resistencia y de aceptación.
Todo hombre por el hecho de estar en este mundo está en situación de vocación. A través de los caminos misteriosos de los acontecimientos humanos muy ordinarios y oscuros, Dios los llama a la existencia por un particular proyecto de amor. De hecho la vocación, como la existencia es siempre una llamada personal. Dios no crea a los hombres en serie, con un cliché: habla personalmente a casa uno.
La vida de soltería puede ser una verdadera vocación, pero no todos los que viven solos tienen vocación para ello; muchos se casan, pero de ellos no todos tienen vocación al matrimonio; hay muchas personas que profesan en la vida religiosa o se ordenan Sacerdotes, pero no todas tienen vocación para la vida religiosa o para el estado sacerdotal.
Porque la iniciativa es siempre de Dios, descubrir la propia vocación, significa descubrir el proyecto de vida que Dios tiene sobre cada uno de nosotros. Podremos observar la actitud que no enseña la primera lectura de hoy: “Habla Señor que tu siervo escucha”, en consecuencia, nuestra actitud ha de ser como dice el salmo responsorial: habla Señor, que tu siervo escucha: (1libro de Samuel, 4-10).
Acoger la iniciativa que proviene de Dios comporta todo un proceso de interiorización y de descubrimiento progresivo de las exigencias sociales, morales y espirituales que comporta la propia vocación. La llamada y el seguimiento de Cristo representa una categoría fundamental de la vida cristiana de estilo dialogal, esto es, de llamada y de respuesta; de exigencias que nos vienen de los acontecimientos y de respuestas expresadas no solo en profesiones de fe o plegarias, también en elecciones de vida y disponibilidad del corazón.