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La impunidad, la corrupción, contribuyen a la delincuencia organizada.

Otro factor que ha contribuido a la delincuencia organizada se detecta en la vida política. La crisis de inseguridad y violencia, ha provocado la organización de grupos sociales que buscan hacer sentir su frustración social. Constantemente hay quejas de que no hay garantías de seguridad y también por la impunidad en que quedan muchos delitos del crimen organizado. A esto se añade el dolor de haber perdido un ser querido y las respuestas parciales, contradictorias y hasta cómplices de las instancias de servicio público. Cuando esta situación es manipulada por algún actor político para otros fines, aumenta el riesgo de violencia y de peligro para la sociedad.
La situación en la que vivimos los mexicanos, exige la renovación del Estado Mexicano. Debido a diversas causas el Estado tiene dificultades para definir una política social que lleve a la superación de la pobreza y propicie condiciones y oportunidades de desarrollo humano integral. Aún así, ha sido notorio en distintos niveles de gobierno, el esfuerzo por implementar políticas sociales para la superación de la pobreza. Aunque sus logros se ven minimizados por los efectos de la crisis financiera global. Existe aún el clientelismo político, propiciando paternalismo y dependencia en los ciudadanos. Hay descontento social por los errores en la gestión de las políticas públicas para la superación de la pobreza. En ocasiones la situación de pobreza es aprovechada por quienes tienen ganancias ilícitas para legitimarse delante de la población mediante ayudas o apoyos a las necesidades de la comunidad.
La impunidad. Hay disimulo y tolerancia con el delito por parte de algunas autoridades responsables de la procuración, impartición y ejecución de la justicia. Esto tiene como efecto la impunidad y las deficiencias en la administración de justicia (por incapacidad, irresponsabilidad o corrupción). Se ha hecho evidente la infiltración de la delincuencia organizada en instituciones del Estado. Si no hay justicia, se puede delinquir con mayor facilidad.
La corrupción “es una forma de violencia que, al inocularse en las estructuras de servicio público, se transforma en delincuencia organizada”, ya que de manera descarada se impone “la mordida” como condición a los ciudadanos para recibir un beneficio o servicio gratuito. Este tipo de delincuencia se defiende a sí misma de manera violenta, llegando incluso a generar muertes para ocultarla y el desprecio, difamación y aislamiento de los funcionarios que no participan en este ilícito. “El combate a la corrupción es contradictorio, pues las contralorías no son autónomas en su toma de decisiones y caen en la complicidad. Esta situación de corrupción institucionalizada hace sentir la necesidad de autonomía en la procuración de justicia”.
“Algunas estructuras se han deteriorado por la corrupción, la impunidad y el autoritarismo; de los privilegios de unos cuantos y consolidar procesos e instituciones que permitan la representación de toda la sociedad, a través de métodos transparentes y de autoridades legítimamente elegidas a las que la ciudadanía les pueda pedir cuentas de su actuar”.
La seguridad de los ciudadanos es tarea del Estado. Si se entiende la seguridad ciudadana como “la condición personal, objetiva y subjetiva, de encontrarse libre de violencia o amenaza de violencia o despojo intencional por parte de otros”, el objetivo de las políticas del Estado tendría que orientarse a liberar a las personas del miedo a ser agredido o despojado de lo necesario para vivir. Este sería el camino para el fortalecimiento de las capacidades del Estado.

Durango, Dgo., 8 de Agosto del 2010.
+ Enrique Sánchez Martínez
Obispo Auxiliar de Durango

email:episcopeo@hotmail.com

La pobreza, el desempleo, la desigualdad, favorecen la violencia y la inseguridad

La violencia y la inseguridad que se vive en el Estado de Durango, tiene como causa principal la delincuencia organizada, ésta es una realidad compleja y difícil de analizar. Existen además, otros factores que contribuyen a su existencia y estos, sí se pueden detectar e intervenir, sobre todo para prevenir, o por lo menos para disminuir sus efectos. Los obispos de México hemos señalado varios factores: en los campos de la actividad económica, en la vida política, en la vida social y en la cultura. Revisemos algunos aspectos de la actividad económica. “La desigualdad y la exclusión social, la pobreza, el desempleo, los bajos salarios, la discriminación, la migración forzada y los niveles inhumanos de vida, exponen a la violencia a muchas personas: por la irritación social que implican; por hacerlas vulnerables ante las propuestas de actividades ilícitas y porque favorecen, en quienes tienen dinero, la corrupción y el abuso de poder”.
El modelo económico actual ha entrado en crisis, desde hace tiempo y ha sido incapaz de resolver los problemas de la población. Lo único que ha generado es aumentar los signos negativos de la actividad económica. Sobre todo ha aumentado la desigualdad y se ha incrementado la pobreza en nuestro Estado, golpeando sobre todo a los más vulnerables. Son insuficientes los empleos que se han generado. Se necesita un cambio estructural, un nuevo modelo económico, que llevará a nuevas formas de administración pública.
Según la CEPAL (Comisión Económica para América Latina), “casi el 40 por ciento de la población en condiciones de miseria de toda Latinoamérica, considerada la región más desigual del mundo, sobrevive en México. Este país –en donde 27 millones de personas no tienen acceso a la alimentación, salud, vivienda ni educación­– es el único que registró un “empeoramiento” de la pobreza. La ONU señala que la vida en los pueblos indígenas mexicanos se compara con la de África del Sur”.
La Secretaría de Desarrollo Social considera que “54% de los mexicanos (57.8 millones) vive en pobreza de patrimonio, lo que indica que vive con menos de 4 dólares diarios, ($53.00) mientras que el 32% (34.3 millones) lo hace con menos de 2.5 dólares ($33.00), y 24% (25.7 millones) con menos de 2 dólares ($27.00). Bajo esta perspectiva, los Estados de mayor pobreza en el país son Chiapas, Guerrero, Oaxaca, Tabasco y Durango, y en ellos se concentran altos porcentajes de población indígena”.
Durango está en “el noveno lugar nacional en pobreza, según datos del Consejo Nacional de Evaluación de la Política Social; de seis mil localidades que tenemos, más de cinco mil comunidades cuentan con menos de 100 habitantes, en el renglón de rezago social que considera los servicios de vivienda, acceso a salud, a la educación, estamos en el lugar número 18 en el ámbito nacional”.
“Muchas veces se piensa que los estados del Norte son los que tienen más capacidad económica. Durango es un estado que tiene amplísimas regiones de pobreza, creo que tenemos mucho que hacer para romper esta paradoja. Riqueza natural abundante de nuestro país y pobreza inaceptable de nuestra gente”, dijo el Presidente de la República en una visita al Estado de Durango.
La distribución desigual de la riqueza favorece a la delincuencia organizada. Hay quienes se dedican a negocios ilícitos, con graves riesgos, pero con jugosas utilidades en breve plazo. Es una tentación para los más pobres, pero también para quienes ambicionan riqueza sin importar su procedencia, ni los riesgos y costos humanos que implican. La desigualdad provoca insatisfacción y sensación de injusticia, que es la puerta de entrada de la violencia y por consiguiente, de un clima de inseguridad. La formación profesional ha quedado fuera del alcance de una gran mayoría de mexicanos. Crece constantemente el número de jóvenes que no estudian ni trabajan, con lo que se incrementa la migración y la economía informal.
Las políticas económicas en general no promueven el desarrollo agrícola ni apoyan a los productores del campo, no son suficientes las ayudas. Ha sido mucho más rentable para muchos campesinos, por decisión propia u obligados, recurrir a la siembra de estupefacientes. Estos cultivos ilícitos son puerta abierta a la inseguridad y violencia.
Ha crecido el porcentaje de jóvenes que tienen alguna profesión, y no tienen empleos estables y remunerados. Esto hace que muchos de ellos, ante la falta de alternativas, sean oferta laboral para quienes se dedican al narcomenudeo o a la delincuencia organizada. La precariedad del trabajo y el subempleo también están entre los factores que explican la violencia urbana.
Es el momento de pensar en un modelo económico con un sentido más humano, en el marco la justicia social, más aún de la caridad y de un desarrollo integral. Es el momento de pensar en el “bien común”, como nos lo propone el Papa Benedicto XVI, “Junto al bien individual, hay un bien relacionado con el vivir social de las personas: el bien común. Es el bien de ese «todos nosotros», formado por individuos, familias y grupos intermedios que se unen en comunidad social. No es un bien que se busca por sí mismo, sino para las personas que forman parte de la comunidad social, y que sólo en ella pueden conseguir su bien realmente y de modo más eficaz. Desear el bien común y esforzarse por él es exigencia de justicia y caridad. Trabajar por el bien común es cuidar, por un lado, y utilizar, por otro, ese conjunto de instituciones que estructuran jurídica, civil, política y culturalmente la vida social, que se configura así como pólis, como ciudad. Se ama al prójimo tanto más eficazmente, cuanto más se trabaja por un bien común que responda también a sus necesidades reales. Todo cristiano está llamado a esta caridad, según su vocación y sus posibilidades de incidir en la pólis”. Nuestro Estado es nuestro “bien común”

Durango, Dgo., 1 de Agosto del 2010.

+ Enrique Sánchez Martínez
Obispo Auxiliar de Durango

email:episcopeo@hotmail.com

La escalada del crimen organizado

“El crecimiento de la violencia se ha convertido en un signo de nuestro tiempo que debemos discernir para ponernos al servicio del Reino, anunciado por Jesús, que vino para que todos tengan vida y la tengan en plenitud (Cf. Jn 10,10)”. Así lo expresan los obispos mexicanos en la exhortación Pastoral “Que en Cristo nuestra paz, México tenga vida digna”. La primera parte del documento, que es el análisis de la realidad (del num. 10 al 27), identifica el problema de la violencia y la inseguridad con objetividad y realismo.
“… La Iglesia no puede prescindir del contexto histórico donde viven sus miembros… la vida social, política, económica y cultural representa desafíos a la misión de la Iglesia de construir el Reino de Dios. Por ello, comenzamos acercándonos a la realidad a partir de nuestra experiencia de la fe en Cristo; de ella surge una manera de entender al hombre y a la mujer, su ser integral de persona, conforme a su dignidad de hijos de Dios… Así nos acercamos a los grandes problemas que encontramos en nuestro camino, para que sean aclarados con la luz del Espíritu que ayuda a caminar en la caridad hacia la verdad plena (Cf. Jn 16,13)” (num. 11).
Se ha incrementado en nuestro país la violencia causada por organizaciones criminales, y “tiene sus propias características, sus causas y sus circunstancias”. Se caracteriza por la crueldad, por la venganza, por la exhibición de poder y por la intención de intimidar a quienes son considerados rivales y a toda la sociedad. Algunas de las actividades criminales más comunes son: el narcotráfico, el secuestro, la trata de personas, el lavado de dinero, distintos tipos de extorsión y las ejecuciones intimidatorias (num. 12).
Esto no es algo nuevo, tienen raíces profundas. Si en el pasado, “la omisión, la indiferencia, el disimulo o la colaboración de instancias públicas y de la sociedad no fue justa y toleró o propició los gérmenes de lo que hoy son las bandas criminales, tampoco es justo ahora exculparse, buscando responsables en el pasado y evadir la responsabilidad social y pública actual, para erradicar este mal social” (num. 13).
El narcotráfico es una de las formas más difundidas del crimen organizado. Existe desde hace varias décadas en distintas regiones del país, donde también se tejieron redes de traficantes con complicidad de instituciones y organizaciones gubernamentales y de la sociedad. “En su inicio el negocio ilícito se limitaba al cultivo y al tráfico de drogas, que tenía como principal destino los Estados Unidos de Norteamérica. Al difundirse la adicción a las drogas enervantes, México además de ser país productor y de trasiego de la droga, se convirtió en un país consumidor, cerrándose así el ciclo de: producción, distribución, venta y consumo”. La disputa entre los cárteles de la droga por los territorios más favorables, ha propiciado enfrentamientos entre los grupos y ha implementado el oficio de los sicarios que se contratan para asesinar, tanto para mantener el control del territorio, como para ajustes de cuentas (nums. 14 y 15).
Hay quienes tienen la convicción de que el crimen organizado “ha corrompido personas y grupos de la sociedad, lo mismo que a grandes y pequeñas empresas. Para neutralizar la intervención de la autoridad, evitándola, anticipándose a ella, o distrayéndola, han corrompido también a servidores públicos, se han infiltrado en la estructura de los distintos niveles de gobierno, de procuración de justicia y del sistema judicial, convirtiéndose en una amenaza para la seguridad nacional y la democracia y, por tanto, en un abierto desafío al Estado” (num. 16).
La trata de personas es un delito, un acto criminal que viola los derechos humanos, que lesiona la dignidad y la integridad de personas, particularmente niños y mujeres, que son vendidas para ser explotadas por redes de prostitución y por otras formas de explotación sexual; o para ser dedicadas a la servidumbre, la mendicidad, al matrimonio servil, la extracción de órganos y el turismo sexual (num. 17).
Los escenarios de violencia requieren y dependen del tráfico de armas. El cese de la violencia se vuelve difícil por la fabricación y comercio ilícito de armas de distintos calibres, que son instrumentos para el empleo ilegítimo de la fuerza (num. 19).
Hay una clara coincidencia en la ruta que siguen el tráfico de drogas, la trata de personas y el tráfico de armas. Esta realidad “…no es exclusiva de nuestro país; están interconectadas entre sí y con grupos criminales de otros países; se articulan en la lógica del mercado global para extender su poderío y optimizar sus ganancias ilícitas. Sin una acción de nivel internacional, concertada entre los países que se ven involucrados, los resultados de los esfuerzos que se hagan en México, para erradicar este mal o debilitar sus efectos, serán muy pobres” (num. 20).
Existen otras modalidades de la violencia: El secuestro; la extorsión, El lavado de dinero; las ejecuciones. Los feminicidios, los crímenes por homofobia y aquellos perpetrados contra distintos grupos vulnerables en varios lugares de México, en especial en la frontera norte, nos hablan también de una nueva manifestación de la violencia de género.
“La situación que hemos considerado hasta aquí, nos hace constatar una vez más que algo está mal y no funciona en nuestra convivencia social y que es necesario exigir y adoptar medidas realmente eficientes para revertir dicha situación. Debemos ir más allá en nuestro análisis… hay que actuar asumiendo nuestra responsabilidad social y vigilar que las instancias públicas asuman la suya. Para ello es necesario ir a la raíz de los graves males que aquejan a la sociedad”.

Durango, Dgo., 25 de julio del 2010.

+ Enrique Sánchez Martínez
Obispo Auxiliar de Durango

email:episcopeo@hotmail.com

Después de las elecciones, la violencia, la inseguridad, la pobreza y la desigualdad aumentan.

Se han terminado las campañas de los distintos contendientes, los ciudadanos fueron a las urnas y votaron, se contaron los votos, se han entregado las constancias de ganadores de la elección de diferentes partidos, a presidentes municipales, diputados locales y gobernador. Las inconformidades que existen, respecto a algunas anomalías de la elección deben solucionarse en las instancias que contempla la ley (los tribunales electorales). Nuestro pueblo merece respeto, su voluntad se ha manifestado en las elecciones y tenemos la obligación moral de atender a lo que en este momento viven y sufren nuestra gente.
La ola de violencia e inseguridad que se agrava día con día, y la situación de pobreza y desigualdad que se vive en nuestro Estado, nos debe llamar la atención fuertemente a todos, para enfrentar juntos esta realidad que sufre nuestra gente. Es un buen momento para acoger la enseñanza de la Iglesia que nos ha regalado el Papa Benedicto XVI, para “promover el auténtico desarrollo de cada persona y de toda la humanidad”
Los obispos de México hemos analizado profundamente este flagelo que azota a nuestro país: “Nos acercamos a esta realidad con ojos y corazón de pastores. Acompañamos en el camino de la vida a los hombres y mujeres de nuestro tiempo y compartimos sus esperanzas, sus logros y frustraciones… Nos duele profundamente la sangre que se ha derramado: la de los niños abortados, la de las mujeres asesinadas; la angustia de las víctimas de secuestros, asaltos y extorsiones; las pérdidas de quienes han caído en la confrontación entre las bandas, que han muerto enfrentando el poder criminal de la delincuencia organizada o han sido ejecutados en crueldad y frialdad inhumana. Nos interpela el dolor y la angustia, la incertidumbre y el miedo de tantas personas… Nos preocupa que brote en el corazón de muchos mexicanos la rabia, el odio, el rencor, el deseo de venganza y de justicia propia mano”. Esta es una realidad que vivimos día con día en nuestras ciudades y nuestros pueblos, los medios de comunicación, de manera alarmante nos dan la noticia del aumento de la violencia, aparte de otras que no se publican en los medios.
“Se está deteriorando, en la vida social, la convivencia armónica y pacífica”, lo que sucede “no son hechos aislados o infrecuentes, sino una situación que se ha hecho habitual, estructural, que tiene distintas manifestaciones; se ha convertido en un signo de nuestro tiempo que debemos discernir para ponernos al servicio del Reino, anunciado por Jesús, que vino para que todos tengan vida y la tengan en plenitud” (Jn 10,10).
Es momento de aceptar la voluntad de los ciudadanos, de unirnos, y concentrarnos todos, junto con nuestros gobernantes para orientar nuestros esfuerzos hacia un autentico desarrollo integral de nuestras familias, esto nos ofrecerá los medios para contrarrestar la violencia, la inseguridad, la pobreza y la desigualdad.
Este valor debe estar por sobre nuestros propios intereses personales o de grupo, es el bien común al que todos debemos orientarnos. Como Iglesia estaremos siempre dispuestos a colaborar por la consecución del auténtico desarrollo.

Durango, Dgo., 18 de julio del 2010.

+ Enrique Sánchez Martínez
Ob. Aux. de Durango

email:episcopeo@hotmail.com

E P I S C O P E O

La participación del pueblo de Durango en las elecciones del domingo pasado, son una muestra de lo que anhelamos, de lo que queremos y de lo que se puede conseguir cuando se es consciente de que para el bien común, para la justicia, podemos y debemos contribuir todos.
El Papa Benedicto XVI, al dirigirse a nuestro continente, y por ende a México, dice: “… tienen derecho a una vida plena, propia de los hijos de dios, con unas condiciones más humanas: libres de las amenazas del hambre y de toda forma de violencia… sus pastores han de fomentar una cultura de vida que permita… pasar de la miseria a la posesión de lo necesario, a la adquisición de la cultura… a la cooperación en el bien común… hasta el reconocimiento, por parte del hombre, de los valores supremos y de Dios, que de ellos es la fuente y el fin”. El desarrollo auténtico ha de estar encaminado a la promoción de todo el hombre y de todos los hombres. Esto invita a todos a “asumir las graves desigualdades sociales y las enormes diferencias en el acceso a los bienes”. México anhela, nuestro Estado de Durango anhela, sobre todo, la plenitud de vida que Cristo nos ha traído: “Yo he venido para que tengan vida y la tengan en abundancia”; con esta vida divina se desarrolla también en plenitud la existencia humana, en su dimensión personal, familiar, social y cultural.
Para formar al discípulo y sostener al misionero en su gran tarea, la Iglesia le ofrece, el Pan de la Palabra, el Pan de la Eucaristía: al escuchar la Palabra divina, el corazón arde porque es Él quien la explica y proclama. Cuando en la Eucaristía se parte el pan, es a Él a quien se recibe personalmente. El encuentro con Cristo en la Eucaristía suscita el compromiso de la evangelización y el impulso a la solidaridad; despierta en el cristiano el fuerte deseo de anunciar el Evangelio y testimoniarlo en la sociedad para que sea más humana y justa.
¿Cómo puede contribuir la Iglesia a la solución de los urgentes problemas sociales y políticos y responder al gran desafío de la pobreza y de la miseria? ¿Cómo actuar frente a los problemas de inseguridad y de violencia que hoy se nos presentan? Como Iglesia es fundamental preguntarnos sobre el modo de cómo debemos reaccionar ante estos desafíos. Para esto debemos hablar de estructuras: “Las estructuras justas son una condición indispensable para una sociedad justa, pero no nacen ni funcionan sin un consenso moral de la sociedad sobre los valores fundamentales y sobre la necesidad de vivir estos valores con las necesarias renuncias, incluso contra el interés personal”. Una sociedad donde Dios está ausente no encuentra el consenso necesario sobre los valores morales y la fuerza para vivir según la pauta de estos valores. “Las estructuras justas han de buscarse y elaborarse a la luz de los valores fundamentales, con todo el empeño de la razón política, económica y social. Son una cuestión de la recta ratio y no provienen de ideologías ni de sus promesas”. Se han de buscar de manera racional las respuestas adecuadas y debe crearse el consenso sobre las estructuras que se han de establecer. A todos los laicos católicos, como ciudadanos, o cuando asuman un liderazgo, o cuando desempeñen un servicio en el gobierno, les compete la búsqueda y la formación de estos consensos sobre los valores fundamentales que necesita la sociedad. En este momento debemos fortalecer las estructuras que pueden garantizarnos una mayor democracia, y una nueva etapa de mayor justicia y equidad, de paz y seguridad.
Después de la jornada electoral de este 4 de julio, y ante las normales reacciones de quienes ganaron o perdieron, debemos pensar qué es lo que en este momento necesita nuestro pueblo que ha participado con una gran conciencia democrática, al acudir a las urnas y emitir su voto.
Pedimos al Espíritu Santo y a Santa María de Guadalupe por quienes tienen la responsabilidad en el proceso de las elecciones, para que “conserven la serenidad y la cordura, tengan apertura para escuchar y dialogar”, y se pueda llegar así a una conclusión con la declaración de quienes resultaron electos como nuestros gobernantes y legisladores.

Durango, Dgo., 11 de julio del 2010. + Enrique Sánchez Martínez
Ob. Aux. de Durango
email:episcopeo@hotmail.com

Misionero: constructor y promotor de la justicia y de la paz

Este domingo el Maestro propone a sus seguidores la dimensión básica de la Misión: la Paz. Les ha educado en la renuncia a lo que hacían antes, para enviarlos ahora en su nombre. Él mismo es el primer misionero de la paz, es decir, de la reconciliación entre Dios y los hombres, y ahora Él envía a los suyos a una “experiencia de misión de paz”; les ha invitado al abandono y ahora les muestra claramente la tarea, que debe realizarse según las indicaciones del Maestro, sin ellas la misión puede perder su fuerza: es una misión universal; son enviados delante del Señor, son solo anunciadores, Dios es la única fuente de la paz; las actitudes imprescindibles del misionero: oración constante, anuncio valiente y vivir la pobreza.
En la construcción de la paz y la justicia, a la que todo discípulo debemos colaborar, a través de una sociedad más democrática, transcribo la invitación de los obispos mexicanos: Exhortamos a los fieles católicos, hombres y mujeres de buena voluntad a contribuir a la consolidación de la democracia y a que participen en el proceso electoral en curso y animar a otros a hacerlo. Es importante asumir un estilo de vida democrático y promoverlo cada quien en el ámbito de su competencia. A nuestros hermanos sacerdotes les invitamos a asumir responsablemente su tarea de formación de la conciencia de los fieles católicos, respetar en todo los derechos políticos de la ciudadanía, cuidarse de no identificar su ministerio en favor de los pobres y de la justicia con posiciones partidistas, y fortalecer en los distintos espacios la vida comunitaria, la participación y formas civilizadas de convivencia, fundadas en el respeto a la dignidad de las personas.
A los padres de familia, les invitamos a revisar el estilo de vida familiar para superar las formas autoritarias por formas participativas y, en la medida de lo posible, democráticas. A las instituciones educativas, en especial las de inspiración cristiana, las exhortamos a integrar auténticas comunidades educativas, que más allá de una educación individualista, se hagan responsables de la transmisión y vivencia de las virtudes sociales y políticas. A los comunicadores, particularmente a los que se confiesan católicos, les animamos a vivir su profesión como un apostolado, al servicio de la verdad, del bien común y de la democracia.
A quienes participan en organizaciones de la sociedad civil les alentamos a no desanimarse ante las dificultades y a continuar con renovado entusiasmo su compromiso por fortalecer la subjetividad de la sociedad. A quienes están comprometidos en la actividad política, tanto en la militancia partidista como en puestos de representación y servicio publico y se confiesan católicos, les exhortamos a asumir con valentía, audacia y creatividad, la dimensión ética de la política, a vivirla como caridad social, a impregnar su ambiente de trabajo con una opción decidida por la justicia y por el desarrollo integral de las personas, particularmente las más pobres, así como ser fieles a su conciencia cristiana que les pide la promoción de la dignidad humana y el respeto de la vida en todas sus etapas”.
Invitamos a todos a mantenernos unidos en la esperanza. Creemos en un Dios que tiene un rostro humano y que nos ha amado hasta el extremo y “sólo su amor nos da la posibilidad de perseverar día a día con toda sobriedad, sin perder el impulso de la esperanza, en un mundo que por su naturaleza es imperfecto.” Para ello, impulsamos la oración por nuestra patria, por nuestros gobernantes y por quienes aspiran a serlo, para que el proceso electoral en curso y la participación ciudadana contribuyan a la consolidación de nuestra democracia.
Como Obispos de la Iglesia sabemos que es urgente dar seriedad y credibilidad a la continuidad de nuestras instituciones civiles, defender y promover los derechos humanos, custodiar en especial la libertad religiosa y cooperar para suscitar consensos nacionales en todo lo que sea vital para el bien común de la nación.
Encomendamos a Santa María de Guadalupe, madre de México, los esfuerzos por consolidar la democracia en nuestro país, para que en su casa, que es toda nuestra patria, logremos reconocernos hermanos y vivir en fraternidad.
Que vivamos esta jornada electoral con una gran participación ciudadana, y en la responsabilidad de que se desarrolle en paz y armonía.

Durango, Dgo., 4 de julio del 2010.

+ Enrique Sánchez Martínez
Ob. Aux. de Durango

email:episcopeo@hotmail.com

El sacerdote y la actividad política

El “Mensaje Pascual con motivo del proceso electoral 2010” de la Arquidiócesis, dedica un número especial para orientar a la comunidad y en especial recordar a los sacerdotes su papel en este proceso electoral y en general en la vida pública (cfr. num. 10). Los sacerdotes, “… testigos de las realidades terrenas, no pueden permanecer ajenos a los aconteceres humanos, tienen por ello una específica obligación de no conformarse con este mundo… como persona consagrada a Cristo y llamado a identificarse de una manera especial al Señor, tiene como una función especial de llevar la luz del Evangelio entre sus hermanos los hombres… por su especial dedicación a la cosas divinas, deben ser especialmente sensibles a las injusticias de este mundo y a la pobreza y demás lacras sociales”.
La “caridad en la verdad” llevará al sacerdote a ayudar activamente a luchar contra alguna situación de injusticia que se le presente; así lo ha hecho la Iglesia Católica a lo largo de la historia: ha creado hospitales para los más necesitados; ha iniciado y dirigido escuelas y centros de enseñanza para gente sin recursos; ha promovido la constitución de cooperativas laborales, de ahorro y crédito; también ha iniciado diversas Organizaciones No Gubernamentales para el desarrollo, etc.
Pero no es misión de la Iglesia dar respuestas concretas a los problemas sociales de cada momento o de cada lugar, pues esta es misión del Estado. “La sociedad justa no puede ser obra de la Iglesia, sino de la política”. La Iglesia puede ayudar a la consecución de los objetivos de justicia social a través de orientaciones morales, de la difusión de la Doctrina Social de la Iglesia o de la sensibilización de las conciencias en los graves problemas de la sociedad. Pero no debe emprender por cuenta propia la empresa política de realizar la sociedad más justa posible.
Es a los laicos a quienes compete la transformación de las estructuras temporales de la sociedad, les “corresponde iluminar y organizar todos los asuntos temporales a los que están estrechamente vinculados, de tal manera que se realicen continuamente según el espíritu de Jesucristo y se desarrollen y sean para la gloria del Creador y del Redentor”. Es vocación de los laicos “descubrir o idear los medios para que las exigencias de la doctrina y de la vida cristiana impregnen las realidades sociales, políticas y económicas”.
Los fieles laicos actuarán según competencia, y propondrán diversas soluciones a los problemas sociales y políticos. Sin duda habrá muchas propuestas de soluciones para los diferentes problemas. La Iglesia en cuanto tal no prefiere ninguna solución política de entre las que proponen los ciudadanos. Sin embargo, la Iglesia tiene derecho a “dar su juicio moral, incluso sobre materias referentes al orden político, cuando lo exijan los derechos fundamentales de la persona o la salvación de las almas, utilizando todos y solos aquellos medios que sean conformes al Evangelio y al bien de todos según la diversidad de tiempos y de situaciones”. Estos juicios morales, no se deben entender como una intromisión en la legítima libertad de los católicos o en la organización del Estado, sino como una orientación moral a los laicos que les ayuda en su misión de transformar las estructuras temporales a la luz de la doctrina del Evangelio.
El sacerdote que pretenda participar activamente de la vida política, en cierto sentido traiciona su peculiar vocación, puesto que ellos “no son del mundo”, según la palabra del Señor, nuestro Maestro. Los sacerdotes son promovidos para servir a Cristo Maestro, Sacerdote y Rey, y su misión principal consiste en ofrecer el sacrificio, perdonar los pecados y desempeñar públicamente, en nombre de Cristo, la función sacerdotal en favor de los hombres. El pueblo necesita sacerdotes entregados a sus funciones, no sacerdotes que intenten ocupar el espacio de los laicos.
Si esto se puede decir de los sacerdotes, con mayor motivo se puede afirmar de los Obispos, los cuales, puestos por el Espíritu Santo, ocupan el lugar de los Apóstoles como pastores y tienen como misión principal la de enseñar, santificar y regir. Su solicitud se debe extender a todos los fieles confiados a su ministerio, a todas las personas incluso las no católicas. Los pastores, cuando se dedican al cuidado de su grey, atienden también al bien y a la prosperidad civil, uniendo su obra a la de las autoridades públicas, en razón de su ministerio episcopal y aconsejando la obediencia a las leyes justas y el respeto a las autoridades legítimamente constituidas.
El Estado no puede prohibir que un Obispo o un sacerdote participe en la vida política, pues sería una intolerable discriminación de una persona por razón religiosa, lo cual sería radicalmente contrario a la Declaración Universal de los Derechos Humanos. Los sacerdotes se abstienen de participar en la vida política de modo voluntario ante la autoridad civil, esto es por que el motivo por el que actúan así es la obediencia a la autoridad eclesiástica y la consideración de la excelencia de su vocación. Con la dedicación de los Obispos y sacerdotes a su ministerio, se fomenta el desarrollo de la sociedad civil sin que sea necesario ni conveniente que participen activamente en la vida política.
“Como pastores, estamos llamados a ser factores de unidad y de comunión, de reconciliación y de paz, hemos de respetar la libertad de los fieles laicos en sus opciones políticas, dentro de un sano pluralismo de partidos. De hecho, ningún partido representa a la Iglesia y los católicos pueden militar o dar su voto libremente al partido o al candidato que mejor responsa a sus convicciones personales”.

Durango, Dgo., 27 de junio del 2010.
+ Enrique Sánchez Martínez
Ob. Aux. de Durango

email:episcopeo@hotmail.com

Existe la grave responsabilidad de elegir correctamente a nuestros gobernantes

La historia nos muestra que en todas las épocas y en todos los países, el sufragio ha sido utilizado normalmente como instrumento de selección de las autoridades políticas. Es un modo de poner en acto el derecho natural del ciudadano de participar en la vida pública de su sociedad. La forma de una república representativa de gobierno, que fija nuestra Constitución, implica la periódica elección de autoridades, y la obligación moral de votar.
A pocos días de las elecciones en nuestro Estado, decir que es inútil ejercer el voto, pues “todos los candidatos son malos y todos los programas defectuosos”, revela una apreciación equivocada de la actividad política. Precisamente en estos momentos de problemas sumamente complejos y una gran confusión de ideas, se hace más necesario que nunca acudir a la política para procurar resolver los problemas. Rehusarnos a intervenir en la vida comunitaria porque “no nos gusta lo que vemos”, equivale a avalar la continuidad de lo existente. Destaca Santo Tomás Moro: “Si no conseguís realizar todo el bien que os proponéis, vuestros esfuerzos disminuirán por lo menos la intensidad del mal”.
Tampoco es correcto decir que la política necesariamente conduce a la corrupción. Puesto que la autoridad ha sido creada por Dios, su ejercicio no puede ser malo en sí mismo. Son las personas quienes están frente a ocasiones de peligro moral y son quienes con su comportamiento han degradado la actividad política. Otros toman la decisión de votar o no, como una “obligación de conciencia”. Pero la conciencia debe estar iluminada por los principios y ayudada por el consejo de los prudentes. El abstenerse de hacer algo por objeción de conciencia es válido, si es la única manera de no afectar el principio en que se funda: no dañar. Antes de invocar la obligación de conciencia, cada persona debe procurar disponer de la información necesaria para evaluar correctamente a los partidos y a los candidatos que se presentan a una elección.
Santo Tomás de Aquino afirma: “Cuando es forzoso escoger entre dos cosas, que en cada una de ellas hay peligro, aquélla se debe elegir de que menos mal se sigue”. Por cierto que nunca es lícito, ni aún por razones gravísimas, hacer el mal para conseguir el bien, es decir, hacer objeto de un acto positivo de voluntad lo que es intrínsecamente desordenado, pero sí es lícito tolerar un mal moral menor a fin de evitar un mal mayor o de promover un bien más grande. Aplicando la doctrina, al tema de las elecciones: «En el caso concreto de una elección, al votarse por un representante considerado mal menor, no se está haciendo el mal menor, sino permitiendo el acceso de alguien que posiblemente, según antecedentes, lo hará».
En ocasiones, el ciudadano no tiene la posibilidad de elegir entre varios partidos o candidatos, pues ninguno le ofrece garantías mínimas, al presentar plataformas que permiten prever acciones perjudiciales para la sociedad, o declaraciones de principios que contradicen la ley natural. Aunque no le satisfaga totalmente, debe votar por el partido y el candidato que parezca menos dañino. Al proceder así, no está avalando aquellos aspectos cuestionables de su plataforma electoral, sino, simplemente, eligiendo el mal menor.
Un ejemplo de mal menor es el llamado “voto útil”, y consiste en que “el elector otorgue su voto a un partido que tiene posibilidades de ganar, aunque no sea el que más le atrae, para que el voto no se desperdicie”. El mal menor no se vincula con el maquiavelismo político, que admite “hacer un mal para obtener un bien”, lo cual es siempre ilícito. El mal menor consiste en tolerar un mal, no realizarlo.
Votar por un partido que carece de posibilidades de obtener algún puesto (gobernador, presidente municipal, diputado local), no es una acción inútil. Si el partido satisface las expectativas, pues defiende principios sanos y presenta una plataforma que convendría aplicarse, y además postula a dirigentes capaces y honestos, merece ser apoyado. El voto, en este caso, servirá de estímulo para quienes se dedican a la política en esa institución, les permitirá ser conocidos, y facilitará una futura elección con mejores perspectivas.
En Sacramentum Caritatis, el Papa Benedicto XVI, señala la grave responsabilidad social de decidir correctamente, cuando están en juego valores que no son negociables para los bautizados: como la Defensa de la vida humana, desde su concepción hasta su fin natural; La familia fundada en el matrimonio entre hombre y mujer; La libertad de educación de los hijos; La promoción del bien común en todas sus formas (núm. 83). Esta orientación puede servir de guía para el análisis de las plataformas electorales y decidir el voto, ya que se concentra en los temas esenciales. Nuestra fe y “el culto agradable a Dios nunca es un acto meramente privado, sin consecuencias en nuestras relaciones sociales: al contrario, exige el testimonio público de la propia fe”.
La participación en la vida cívica incluye varias acciones, pero el modo más simple y general de participar es el ejercicio del voto, y ninguna causa justifica el abstencionismo político pues equivale a no estar dispuesto a contribuir al bien común de la propia sociedad. Afirma Aristóteles, “es imposible que esté bien ordenada una polis que no esté gobernada por los mejores sino por los malos”, por esto es imprescindible la participación activa de los ciudadanos para procurar seleccionar a los más aptos y honestos para el desempeño de las funciones públicas.
El papel de la Iglesia y de sus pastores, en estos momentos de elección de nuestros gobernantes, es orientar nuestra conciencia hacia los valores fundamentales, los valores del Reino que no son negociables, y en base a ellos elegir a nuestros gobernantes.

Durango, Dgo., 20 de junio del 2010.

+ Enrique Sánchez Martínez
Ob. Aux. de Durango
email:episcopeo@hotmail.com

Compromiso y conducta de los católicos en la vida política

El compromiso del cristiano en el mundo, se ha expresado en diferentes modos. Uno de ellos ha sido el de la participación en la acción política. La Iglesia venera entre sus Santos a numerosos hombres y mujeres que han servido a Dios a través de su generoso compromiso en las actividades políticas y de gobierno. Entre ellos, Santo Tomás Moro, proclamado Patrón de los Gobernantes y Políticos, que supo testimoniar hasta el martirio la “inalienable dignidad de la conciencia”. Fue sometido a diversas formas de presión psicológica, y rechazando toda componenda, y sin abandonar su “fidelidad a la autoridad y a las instituciones” afirmó con su vida y su muerte que “el hombre no se puede separar de Dios, ni la política de la moral”.
Las actuales sociedades democráticas, exigen nuevas y más amplias formas de participación en la vida pública por parte de los ciudadanos, cristianos y no cristianos. En efecto, todos pueden contribuir por medio del voto a la elección de los legisladores y gobernantes y, a través de varios modos, a la formación de las orientaciones políticas y las opciones legislativas que tengan como finalidad favorecer el bien común. La vida en un sistema político democrático no podría desarrollarse sin la activa, responsable y generosa participación de todos.
Recientemente han surgido fuerzas y movimientos políticos que han expresado posiciones contrarias a la enseñanza moral y social de la Iglesia en cuestiones de ética fundamental. Tales opciones y posiciones, siendo contradictorios con los principios básicos de la conciencia cristiana, son incompatibles con la ética cristiana-católica.
La fe en Jesucristo, que se ha definido a sí mismo “camino, verdad y vida” (Jn 14,6), exige a los cristianos el esfuerzo de entregarse con mayor diligencia en la construcción de una cultura que reproponga el patrimonio de valores y contenidos en el cristianismo.
La fe nunca ha pretendido encerrar los contenidos socio-políticos en un esquema rígido, consciente de que la dimensión histórica en la que el hombre vive, existen situaciones imperfectas y a menudo rápidamente mutables. Por esto, deben ser rechazadas las posiciones políticas y los comportamientos que se inspiran en una visión utópica, la cual instrumentaliza el mensaje religioso, dirigiendo la conciencia hacia una esperanza solamente terrena, que anula o redimensiona la tensión cristiana hacia la vida eterna.
También la Iglesia enseña que la auténtica libertad no existe sin la verdad. “Verdad y libertad, o van juntas o juntas perecen miserablemente”; y la verdad sin la caridad tampoco tendría sentido. En una sociedad donde no se llama la atención sobre la verdad ni se la trata de alcanzar, se debilita toda forma de ejercicio auténtico de la libertad, abriendo el camino al libertinaje y al individualismo, perjudiciales para la tutela del bien de la persona y de la entera sociedad. Y por otro lado la caridad sin la verdad se convertiría en solo un asistencialismo.
Es bueno recordar una verdad que hoy no siempre se percibe, o no se formula con exactitud: El derecho a la libertad de conciencia, y en especial a la libertad religiosa, que se basa en la dignidad ontológica de la persona humana, y menos en una inexistente igualdad entre las religiones y los sistemas culturales. En esta línea, la Iglesia ha afirmado que de ningún modo funda este derecho a la libertad religiosa sobre el supuesto hecho de que todas las religiones y todas las doctrinas, incluso erróneas, tendrían un valor más o menos igual; lo funda en cambio sobre la dignidad de la persona humana, la cual exige no ser sometida a contradicciones externas, que tienden a oprimir la conciencia en la búsqueda de la verdadera religión y en la adhesión a ella.
La conducta de los fieles laicos en la actividad política o de gobierno, deberá ser orientada por los principios fundamentales que no son negociables, partiendo desde luego del primero: la dignidad de la persona humana y sus derechos inalienables..

Durango, Dgo., 13 de junio del 2010.

+ Enrique Sánchez Martínez
Ob. Aux. de Durango
email:episcopeo@hotmail.com

¿Quién garantiza que no habrá fraude electoral el 4 de julio?

Falta aproximadamente menos de un mes para las elecciones en el Estado de Durango, donde los ciudadanos acudirán a las urnas para elegir gobernador, presidentes municipales y diputados locales. Pero está listo nuestro pueblo para votar y elegir? Nuestra democracia, garantiza unas elecciones libres? Se respetará la voluntad del pueblo? Aun se siente y se escucha el fantasma de elecciones pasadas, ¡fraude electoral!, ¡se inflaron las urnas!, ¡se cayó el sistema!, dicen que esto ya no es posible, sin embargo, hay más posibilidades de ello. Es verdad que hoy existen instituciones que deben velar por que se respete la voluntad de los votantes. Pero también existen argumentos para poder pensar en un fraude a través del sistema electrónico, a donde llegan los resultados de las casillas. ¡En el mundo cibernético todo se puede! ¿Está garantizado de que no habrá tal fraude electoral?
Los ciudadanos lo esperan, porque es su derecho. Hay cierto progreso democrático, pero se ve con preocupación el acelerado avance de diversas formas de “regresión autoritaria por vía democrática y electoral”. Esto quiere decir que “no es suficiente una democracia puramente formal, fundada en la limpieza de los procedimientos electorales, sino que es necesaria una democracia participativa y basada en la promoción y respeto de los derechos humanos”.
Se han constatado importantes transformaciones en las instituciones representativas del país, y del Estado, como el Instituto Electoral y de Participación Ciudadana del Estado de Durango (IEPC), existe una legislación estatal en esta materia: la Ley electoral del Estado de Durango; Ley de Medios de Impugnación en materia electoral y de participación ciudadana; en el Código Penal Estatal, una lista de delitos electorales; Tribunal electoral del Poder Judicial del Estado de Durango; en lo federal, un Tribunal Electoral del Poder Judicial de la Federación y una Fiscalía especializada para la Atención de Delitos Electorales, etc.
Pero, si el análisis que se hace en todos los campos de la vida social y política, lo que más resalta es la impunidad y la corrupción, empezando con los mismos funcionarios y servidores públicos, ¿cómo creer que solo la existencia de leyes garantiza elecciones libres y democráticas?
Es importante señalar que “aún existen deficiencias graves en el reconocimiento efectivo del derecho político al voto libre y secreto. En efecto, aún en ciertos ambientes se realizan prácticas intimidatorias y coercitivas que disminuyen gravemente la libertad en el ejercicio del voto… existe el «voto del miedo», la compra del voto, cuando la ignorancia y las múltiples pobrezas de nuestro pueblo son aprovechadas de un modo deshonesto para promover formas diversas de fraude electoral”.
Los obispos mexicanos afirman “con toda claridad que colaborar directa o indirectamente con el fraude electoral es un pecado grave que vulnera los derechos humanos y ofende a Dios”. En gobiernos democráticos no siempre son respetados totalmente estos derechos. Existen cuestiones que la sociedad plantea (como la corrupción e impunidad), y que no son examinados con criterios de justicia, legalidad y moralidad, sino más bien de acuerdo con la fuerza electoral o financiera de los grupos que los sostienen. Estas desviaciones de la actividad política producen desconfianza y apatía, con lo cual disminuye la participación y el espíritu cívico entre la población, que se siente perjudicada y desilusionada.
Con el fortalecimiento y unidad de los partidos, la honestidad de los candidatos y contiendas electorales más transparentes y legítimas, se puede constatar que es posible el cambio del poder político, e incluso la alternancia, sin que prevalezca siempre la anticultura del fraude electoral.
La participación de la Iglesia es impulsar la construcción de una cultura democrática promoviendo distintas actividades de formación que promuevan la participación ciudadana, insistiendo en los valores que fundamentan la democracia, en sus elementos sustanciales, estructurales y de procedimiento y en la importancia del principio de representatividad.

Durango, Dgo., 6 de junio del 2010.

+ Enrique Sánchez Martínez
Ob. Aux. de Durango

email:episcopeo@hotmail.com