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La persona humana es única e irrepetible y está abierta a la trascendencia

El Compendio de la Doctrina Social de la Iglesia, es un valioso “instrumento para el discernimiento moral y pastoral de los complejos acontecimientos que caracterizan a nuestro tiempo; como guía para inspirar, en el ámbito individual y en el colectivo, comportamientos y opciones que permitan mirar al futuro con confianza y esperanza; como subsidio para los fieles en la enseñanza de la moral social… elaborado con el objetivo preciso de promover un nuevo compromiso capaz de responder a las exigencias de nuestro tiempo y adecuado a las necesidades y a los recursos del hombre” (Introducción, nums. 10 y 15). Especialmente la Primera parte que cuando expone la doctrina sobre la persona humana, es útil para nuestra reflexión en este momento.
A la persona humana pertenece la apertura a la trascendencia: el hombre está abierto al infinito y a todos los seres creados. Está abierto sobre todo al infinito, es decir a Dios, porque con su inteligencia y su voluntad se eleva por encima de todo lo creado y de sí mismo, se hace independiente de las criaturas, es libre frente a todas las cosas creadas y se dirige hacia la verdad y el bien absolutos. Está abierto también hacia el otro, a los demás hombres y al mundo. Sale de sí, de la conservación egoísta de la propia vida, para entrar en una relación de diálogo y de comunión con el otro. La persona está abierta a la totalidad del ser, al horizonte ilimitado del ser.
El hombre existe como ser único e irrepetible, existe como un “yo”, capaz de autocomprenderse, autoposeerse y autodeterminarse. La persona humana es un ser inteligente y consciente, capaz de reflexionar sobre sí mismo y, por tanto, de tener conciencia de sí y de sus propios actos. Sin embargo, no son la inteligencia, la conciencia y la libertad las que definen a la persona, sino que es la persona quien está en la base de los actos de inteligencia, de conciencia y de libertad. Estos actos pueden faltar, sin que por ello el hombre deje de ser persona.
La persona humana debe ser comprendida siempre en su irrepetible e insuprimible singularidad. En efecto, el hombre existe ante todo como subjetividad, como centro de conciencia y de libertad, cuyo ser único y distinto de los demás es irreductible a esquemas de pensamiento o sistemas de poder, ideológicos o no. Esto impone la exigencia del respeto de cada hombre de este mundo, por parte de todos, y especialmente por parte de las instituciones políticas y sociales y de sus responsables.
Una sociedad justa puede ser realizada solamente en el respeto de la dignidad trascendente de la persona humana. Ésta representa el fin último de la sociedad, que está a ella ordenada: “El orden social y su progresivo desarrollo deben en todo momento subordinarse al bien de la persona, ya que el orden real debe someterse al orden personal, y no al contrario”. El respeto de la dignidad humana no puede absolutamente prescindir de la obediencia al principio de “considerar al prójimo como otro yo, cuidando en primer lugar de su vida y de los medios necesarios para vivirla dignamente”.
Es preciso que todos los programas sociales, científicos y culturales, estén presididos por la conciencia del primado de cada ser humano. Si cada programa social, científico y cultural quiere realmente promover el desarrollo de la persona, debe tener en cuenta que éste sólo se puede realizar plena y definitivamente en Dios. Y, por lo tanto, el bienestar bio-psico-social de cada persona no puede ser real cuando se dan restricciones injustas en el ejercicio de la libertad y de la conciencia, sobre todo cuando la persona busca y expresa la relación con Dios. En ningún caso la persona humana puede ser instrumentalizada para fines ajenos a su mismo desarrollo, ya que es algo que puede realizar plena y definitivamente sólo en Dios y en su proyecto salvífico: el hombre es la única criatura que Dios ha amado por sí misma. Por esta razón, ni su vida, ni el desarrollo de su pensamiento, ni sus bienes, ni cuantos comparten vida personal y familiar, pueden ser sometidos a injustas restricciones en el ejercicio de sus derechos y de su libertad.
La persona no puede estar finalizada a proyectos de carácter económico, social o político, impuestos por autoridad alguna, ni siquiera en nombre del presunto progreso de la comunidad civil en su conjunto o de otras personas. En este sentido el Papa Benedicto XVI en “Caritas in veritate” recuerda a: “todos, en especial a los gobernantes que se ocupan en dar un aspecto renovado al orden económico y social del mundo, que el primer capital que se ha de salvaguardar y valorar es el hombre, la persona en su integridad: pues el hombre es el autor, el centro y el fin de toda la vida económico-social”. Es necesario, por tanto, que las autoridades públicas vigilen con atención para que una restricción de la libertad o cualquier otra carga impuesta a la actuación de las personas no lesione jamás la dignidad personal y garantice el efectivo ejercicio de los derechos humanos.
Los auténticos cambios sociales son efectivos y duraderos sólo si están fundados sobre un cambio decidido de la conducta personal. No será posible jamás una auténtica moralización de la vida social si no es a partir de las personas y en referencia a ellas, “el ejercicio de la vida moral proclama la dignidad de la persona humana”. A las personas compete, evidentemente, el desarrollo de las actitudes morales, fundamentales en toda convivencia verdaderamente humana (justicia, honradez, veracidad, etc.), que de ninguna manera se puede esperar de otros o delegar en las instituciones. Éstas también pueden colaborar u obstaculizar este objetivo, de hecho se habla también del pecado estructural, en el que varios sujetos o personas colaboran para llevar proyectos contrarios a la dignidad humana. Por eso es necesario que las instituciones estén formadas por personas que piensen y vivan de manera íntegra en vistas al bien de la persona y al bien común. .
A todos, particularmente a quienes tienen responsabilidad política, jurídica o profesional, corresponde ser “conciencia vigilante” de la sociedad y “primeros testigos” de una convivencia civil y digna del hombre; especialmente esto es importante verificarlo en quienes aspiran gobernar y hacer leyes.

Durango, Dgo. 14 de Marzo del 2010.

+ Enrique Sánchez Martínez
Ob. Aux. de Durango
email:episcopeo@hotmail.com

Persona humana y Doctrina Social de la Iglesia

La Doctrina Social de la Iglesia expone los aspectos principales e inseparables de la persona humana para captar las facetas más importantes de su misterio y de su dignidad. No han faltado concepciones reduccionistas y relativistas, de carácter ideológico o simplemente formas difusas de costumbres y pensamiento, que se refieren al hombre, a su vida y su destino. El Papa Benedicto XVI dice al respecto “Según el diseño de Dios, las personas no pueden ser separadas de las dimensiones física, psicológica y espiritual de la naturaleza humana… los individuos sólo encuentran su auténtica realización cuando aceptan los elementos genuinos de la naturaleza que los constituye como personas. El concepto de persona sigue ocasionando una comprensión profunda del carácter único y de la dimensión social de cada ser humano. Esto es especialmente verdad en las instituciones jurídicas y sociales, donde la noción de persona es fundamental. Sin embargo, algunas culturas, especialmente cuando no están profundamente iluminadas por el Evangelio, son totalmente influenciadas por ideologías de grupo o por una visión de la sociedad individualista y laicista”. Estas concepciones ofuscan la imagen del hombre acentuando sólo alguna de sus características, con perjuicio de todas las demás.
La persona “no debe ser considerada únicamente como individualidad absoluta, edificada por sí misma y sobre sí misma, como si sus características propias no dependieran más que de sí misma; tampoco debe ser considerada como mera célula de un organismo dispuesto a reconocerle solo un papel funcional dentro de un sistema”. Estas concepciones que falsean y son reductivas de la verdad del hombre, la Doctrina Social de la Iglesia las ha enfrentado, y se ha preocupado por anunciar que los hombres “no se nos muestran desligados entre sí, como granos de arena, sino más bien unidos entre sí en un conjunto orgánicamente ordenado, con relaciones variadas según la diversidad de los tiempos” y que el hombre no puede ser comprendido como “un simple elemento y una molécula del organismo social”.
La fe cristiana, “es muy superior a estas ideologías y queda situada a veces en posición totalmente contraria a ellas, en la medida en que reconoce a Dios, trascendente y creador, y que interpela al hombre a ejercer una libertad responsable”. La Doctrina Social se hace cargo de las diferentes dimensiones del misterio del hombre, que exige ser considerado “en la plena verdad de su existencia, de su ser personal y a la vez de su ser comunitario y social”.
El hombre ha sido creado por Dios como unidad de alma y cuerpo: “El alma espiritual e inmortal es el principio de unidad del ser humano, es aquello por lo cual éste existe como un todo (corpore et anima unus) en cuanto persona. Esta definición indica que el cuerpo, para el cual ha sido prometida la resurrección, participará de la gloria; también recuerda el vínculo de la razón y de la libre voluntad con todas las facultades corpóreas y sensibles. La persona (incluido el cuerpo) está confiada enteramente a sí misma, y es en la unidad de alma y cuerpo donde ella es el sujeto de sus propios actos morales”.
Mediante su corporeidad, el hombre unifica en sí mismo los elementos del mundo material. Esta dimensión le permite al hombre su inserción en el mundo material, lugar de su realización y de su libertad, no como en una prisión o en un exilio. No es lícito despreciar la vida corporal; el hombre, al contrario, “debe tener por bueno y honrar a su propio cuerpo, como criatura de Dios que ha de resucitar en el último día”. La dimensión corporal, sin embargo, a causa de la herida del pecado, hace experimentar al hombre las rebeliones del cuerpo y las inclinaciones perversas del corazón, sobre las que debe siempre vigilar para no dejarse esclavizar y para no permanecer víctima de una visión puramente terrena de su vida.
Por su espiritualidad el hombre supera a la totalidad de las cosas y penetra en la estructura más profunda de la realidad. Cuando se adentra en su corazón, es decir, cuando reflexiona sobre su propio destino, el hombre se descubre superior al mundo material, por su dignidad única de interlocutor de Dios, bajo cuya mirada decide su vida. El ser humano, en su vida interior, reconoce “tener en sí mismo la espiritualidad y la inmortalidad de su alma” y no se percibe a sí mismo “como partícula de la naturaleza o como elemento anónimo de la ciudad humana”.
El hombre tiene dos características diversas: es un ser material, vinculado a este mundo mediante su cuerpo, y un ser espiritual, abierto a la trascendencia y al descubrimiento de “una verdad más profunda”, a causa de su inteligencia, que lo hace “participante de la luz de la inteligencia divina”. La Iglesia afirma: “La unidad del alma y del cuerpo es tan profunda que se debe considerar al alma como la “forma” del cuerpo, es decir, gracias al alma espiritual, la materia que integra el cuerpo es un cuerpo humano y viviente; en el hombre, el espíritu y la materia no son dos naturalezas unidas, sino que su unión constituye una única naturaleza”. Ni el espiritualismo que desprecia la realidad del cuerpo, ni el materialismo que considera el espíritu una mera manifestación de la materia, dan razón de la complejidad, de la totalidad y de la unidad del ser humano.
Una comprensión cristiana de la persona humana contribuirá a superar los reduccionismos y la visión relativista del ser humano.

Durango, Dgo. 7 de Marzo del 2010.
+ Enrique Sánchez Martínez
Ob. Aux. de Durango
email:episcopeo@hotmail.com

“Por haber sido hecho a imagen de Dios, el ser humano tiene la dignidad de persona”

Para la reflexión sobre el momento que se vive, sobre todo, para realizar una elección responsable de gobernantes y legisladores, es necesario que partir de lo fundamental, es decir, de lo que se piensa acerca de la persona humana y sobre todo de lo que como creyentes se debe sostener y afirmar de ella. El Papa Benedicto XVI, dice: «El desarrollo humano, para ser auténtico, debe encarar al hombre en su totalidad, y debe realizarse en la caridad y la verdad. La persona humana está, de hecho, en el centro de la acción política, y su crecimiento moral y espiritual debe ser la primera preocupación para aquellos que fueron llamados a administrar la comunidad civil», y es precisamente de esto, lo que hay que tener en cuenta elegir a los próximos gobernantes. Se debe saber con claridad qué piensan ellos de la persona humana, cómo la consideran. Porque son las personas quienes los elegirán y son a ellos mismos a quienes gobernarán y para quienes aprobarán leyes. Es aquí donde se ha fallado, porque no se tiene claridad de quién los elige y a quien deben servir.
En este momento de caos, de desorden, de deterioro personal, familiar y social, las personas, dice el Papa Benedicto XVI “… quieren saber quién es el hombre y cuál es su destino y, de esta forma, buscan respuestas capaces de indicarles el camino a ser recorrido para fundamentar su existencia sobre valores permanentes”. Esto es lo que buscan los hombres y mujeres de sus gobernantes.
La Iglesia ve en el hombre, en cada hombre, la imagen viva de Dios mismo. Es a todo hombre, y a todos los hombres, a quien la Iglesia se dirige y le presta su servicio más alto recordándole constantemente su vocación, para que sea cada vez más consciente y digno de ella. Cristo, el Hijo de Dios, con su encarnación se ha unido, en cierto modo, con todo hombre, por ello, la Iglesia reconoce como su tarea principal hacer que esta unión pueda actuarse y renovarse continuamente.
Toda la vida social es expresión de su protagonista: la persona humana. La Iglesia es intérprete autorizada de esta centralidad de la persona, además, ha reconocido y afirmado la centralidad de la persona humana en todos los ámbitos de la vida social. Así, la Iglesia afirma que “lejos de ser un objeto y un elemento puramente pasivo de la vida social, el hombre es, por el contrario, y debe ser y permanecer, su sujeto, su fundamento y su fin”. Del hombre tiene su origen la vida social que no puede renunciar a reconocerlo como sujeto activo y responsable, y a él se deben orientar todas las expresiones de la sociedad. El hombre representa el corazón y el alma de la enseñanza social católica. Esta doctrina se desarrolla a partir del principio que afirma la inviolable dignidad de la persona humana. La Iglesia ha buscado tutelar la dignidad humana frente a todo intento de proponer imágenes reductivas y distorsionadas; y además, ha denunciado repetidamente sus muchas violaciones.
La Sagrada Escritura anuncia que la persona humana es criatura de Dios (Sal 139,14-18) y señala con claridad el elemento que la caracteriza y la distingue en su ser a imagen de Dios: Creó, pues, Dios al ser humano a imagen suya, a imagen de Dios le creó, macho y hembra los creó (Gn 1,27). Dios coloca la criatura humana en el centro y en la cumbre de la creación. Es alguien capaz de conocerse, de poseerse y de darse libremente y entrar en comunión con otras personas; y es llamado, por la gracia, a una alianza con su Creador, a ofrecerle una respuesta de fe y de amor. Entre todas las criaturas del mundo visible, sólo el hombre es “capaz” de Dios. La persona humana es un ser personal creado por Dios para la relación con Él.
La relación entre Dios y el hombre se refleja en la dimensión relacional y social de la naturaleza humana. El hombre no es un ser solitario, por su íntima naturaleza, es un ser social, y no puede vivir ni desplegar sus cualidades, sin relacionarse con los demás. Es significativo el hecho de que Dios haya creado al ser humano como hombre y mujer. Es en la relación con la mujer, con quien puede satisfacer la exigencia de diálogo interpersonal que es vital para la existencia humana. El hombre y la mujer tienen la misma dignidad y son de igual valor, no sólo porque ambos, en su diversidad, son imagen de Dios, sino porque también el “nosotros” de la pareja humana es imagen de Dios.
El hombre y la mujer están en relación con los demás ante todo como custodios de sus vidas. La relación con Dios exige que se considere la vida del hombre sagrada e inviolable. El quinto mandamiento: “No matarás” (Dt 5,17) tiene valor porque sólo Dios es Señor de la vida y de la muerte. El respeto debido a la inviolabilidad y a la integridad de la vida física tiene su culmen en el mandamiento positivo: “Amarás a tu prójimo como a ti mismo” (Lv 19,18), con el cual Jesucristo obliga a hacerse cargo del prójimo (Mt 22,37-40). Con esta particular vocación a la vida, el hombre y la mujer se encuentran también frente a todas las demás criaturas. Ellos pueden y deben someterlas a su servicio y gozar de ellas, pero su dominio sobre el mundo requiere el ejercicio de la responsabilidad, no es una libertad de explotación arbitraria y egoísta.
El hombre está también en relación consigo mismo y puede reflexionar sobre sí mismo. La Sagrada Escritura habla a este respecto del corazón del hombre. El corazón designa precisamente la interioridad espiritual del hombre, es decir, en cuanto se distingue de cualquier otra criatura: Dios “ha hecho todas las cosas apropiadas a su tiempo; también ha puesto el afán en sus corazones, sin que el hombre llegue a descubrir la obra que Dios ha hecho de principio a fin” (Qo 3,11). El corazón indica las facultades espirituales propias del hombre, sus cualidades en cuanto creado a imagen de su Creador: la razón, el discernimiento del bien y del mal, la voluntad libre, esto es lo que lo distingue de los demás seres de la creación.
Como creyentes debemos preguntar a quienes aspiran a ser gobernantes y legisladores sobre si están dispuestos a poner a la persona humana, su dignidad, por encima de sus intereses personales, y que sea el objetivo principal de sus acciones y proyectos políticos. Así debería ser si aspiran a un puesto público, como servidores de quienes gobernarán.

Durango, Dgo. 28 de Febrero del 2010. Enrique Sánchez Martínez
Ob. Aux. de Durango email:episcopeo@hotmail.com

Doctrina Social de la Iglesia: Principios Orientadores Criterios de Juicio y Directrices de Acción

En la elaboración y la enseñanza de la doctrina social, la Iglesia siempre ha perseguido no unos fines teóricos, sino pastorales, y por eso propone a la comunidad cristiana y a todos los hombres de buena voluntad principios fundamentales, criterios universales y orientaciones capaces de sugerir las opciones de fondo y la praxis coherente para cada situación concreta. Así “se ha constituido un corpus doctrinal renovado, que se va articulando a medida que la Iglesia, en la plenitud de la Palabra recibida por Jesucristo y mediante la asistencia del Espíritu Santo (Jn 14, 16.26), lee los hechos según se desenvuelven en el curso de la historia”.
Esta Doctrina social se ha ido proponiendo en la medida que la Iglesia toma conciencia de los graves problemas que afectan a toda la sociedad o a un sector importante de ella y encuentra la palabra orientadora que las circunstancias exigen. Esta enseñanza ha sido propuesta, sobre todo, por el Magisterio Pontificio y por el Concilio Vaticano II. La iglesia Latinoamericana recibe esta enseñanza desde fines del siglo XIX y ha sido difundida por medio de obispos, sacerdotes y laicos. Existen en nuestras diócesis figuras representativas de estos “católicos sociales”. A partir de 1955 los obispos latinoamericanos se pronuncian como cuerpo, iniciándose así una serie de intervenciones del Episcopado Latinoamericano, donde reflexionarán sobre la realidad latinoamericana iluminados por la Doctrina social de la Iglesia y ofrecerán valiosas orientaciones para su aplicación en nuestro continente.
La 1ª. Conferencia del Episcopado Latinoamericano se celebró en Río de Janeiro (Brasil, 1955), en este tiempo culmina “la reconciliación progresiva de la Iglesia con el mundo”; la 2ª. Conferencia se celebró en Medellín (Colombia, 1968), sucede en el período inmediato al Concilio Vaticano II y durante el pontificado de Pablo VI, es el período de “la Iglesia al servicio del mundo”; la 3ª. se celebró en Puebla (México, 1979) y la 4ª. Conferencia en Santo Domingo (Santo Domingo, 1995), se celebraron durante el pontificado de Juan Pablo II y es la etapa de la “gran convocatoria a emprender con nuevo ardor, nuevos métodos, y nuevas expresiones, la gran tarea de la Nueva Evangelización”. La 5ª. Conferencia se celebró en Aparecida (Brasil, 2007), convocada por el Papa Benedicto XVI, el “acontecimiento” aparecida ha sido un firme compromiso de la Iglesia por la vida de los pueblos del Continente, principalmente por “la vida en plenitud” que Cristo Camino, Verdad y Vida, ofrece a sus seguidores y al mundo, un “nuevo pentecostés” que nos ha comprometido en una “misión continental”, que aún está consolidarse.
El Episcopado mexicano, en su Exhortación Pastoral “Que en Cristo Nuestra Paz, México tenga Vida Digna, sobre la misión de la Iglesia en la construcción de la paz, para la vida digna del pueblo de México”, afirma: “queremos compartir nuestro discernimiento sobre la misión de la Iglesia en la realidad de inseguridad y violencia que se vive en nuestro país y alentar la esperanza de quienes por esta razón viven con miedo, con dolor e incertidumbre…. Nos acercamos a esta realidad con ojos y corazón de pastores. Acompañamos en el camino de la vida a los hombres y mujeres de nuestro tiempo y compartimos sus esperanzas, sus logros y frustraciones; por ello, al ocuparnos de los desafíos que la vida social, política y económica plantea a la vocación trascendente del hombre, no lo hacemos como expertos, ni como científicos o técnicos, no es esa nuestra competencia; lo hacemos como intérpretes y confidentes de los anhelos de muchas personas, especialmente de las más pobres y de las que sufren por causa de la violencia”.
En la segunda parte de la Exhortación “Con la luz del Evangelio y la Doctrina Social de la Iglesia”, se propone la Doctrina social como “anuncio de la verdad del amor de Cris¬to en la sociedad. En ella encontramos criterios de discernimiento que nos permiten estar atentos para que las actividades humanas no pierdan su propio significado, ni sean instrumentalizadas, con efectos adversos a las personas, familias y comunidades. Se trata de la inviolable dignidad de la persona humana y del valor trascendente de la ley natural. Esta aportación de la doctrina social de la Iglesia se funda en la creación del hombre a imagen de Dios (Gn 1,27) y en ella puede fundarse una ética amiga de la persona que oriente la actividad humana y evite su deshumanización”.
Invita a “aprovechar la riqueza de la Doctrina Social de la Iglesia como instrumento de evangelización que educa en las virtudes sociales y políticas con las que el discípulo de Jesucristo se inserta en la vida social, para ser en ella sal y fermento, de manera que las estructuras que organizan la convivencia social estén siempre impregnadas por los valores evangélicos de la libertad, el amor, la justicia y la verdad, que son valores fundamentales de la convivencia humana”.
La Doctrina social ofrece unos Principios Orientadores de la Acción de los cristianos,
especialmente en la actividad política y económica. Son normas de acción universales y que expresan lo mejor del espíritu de la Doctrina social. Así, la Iglesia propone estas convicciones a las conciencias de los católicos y de todos los hombres de buena voluntad, con la esperanza de que constituyan la base de un consenso que fundamente la convivencia humana en sólidas bases antropológicas y éticas. De estos principios universales derivan Criterios de Juicio y Directrices de Acción, que orienten más inmediatamente la conducta personal e institucional que cada cristiano debe asumir, comprometiéndose a promover el desarrollo personal y el de sus prójimos, en particular de los más pobres y necesitados.
El principio fundacional es la Persona Humana, su dignidad, sus derechos y obligaciones fundamentales. De éste se derivan todos los demás: el Bien Común, el Destino Universal de los Bienes, la Subsidiariedad, la Participación, la Solidaridad. Los valores fundamentales de la vida social: la Verdad, la Libertad, la Justicia, la Caridad. Y otros valores como: la Autoridad Política, el Sistema de la Democracia, la Sociedad Civil, el Estado, las Comunidades Religiosas, etc. Estos principios son convicciones fundamentales que toda conciencia cristiana debe aceptar, interiorizar y poner en práctica; deben orientar la acción personal, la acción social y la acción política. Quien orienta su vida por estas convicciones propuestas, ama verdaderamente porque obra la justicia. Para entrar en este camino es necesaria una permanente conversión del corazón al verdadero Señor, un seguimiento diario de Jesucristo, Camino, Verdad y Vida. Esta conversión deberá expresarse socialmente por medio de un testimonio personal, familiar, institucional, de entrega a los demás. Ninguna estructura debe impedir a los cristianos, crear en nuestro entorno más inmediato, espacios de fraternidad, justicia, igualdad y participación.
Nuestra tarea como fieles discípulos de Jesucristo es ardua y pesada, pero en su realización no estamos solos, el Señor trabaja con nosotros, animándonos a continuar sin desfallecer “Yo estaré con ustedes todos los días hasta el fin del mundo”.

Durango, Dgo. 21 de Febrero del 2010. + Enrique Sánchez Martínez
Ob. Aux. de Durango
email:episcopeo@hotmail.com

Doctrina social de la Iglesia: servicio de la caridad pero en la verdad

El Concilio Vaticano II da una significativa respuesta a las expectativas del mundo contemporáneo, la Constitución Gaudium et spes (Gozos y esperanzas de 1966), “en sintonía con la renovación eclesiológica, se refleja una nueva concepción de ser comunidad de creyentes y pueblo de Dios”. Traza el rostro de una Iglesia “íntima y realmente solidaria del género humano y de su historia, que camina con toda la humanidad y está sujeta, juntamente con el mundo, a la misma suerte terrena, pero que al mismo tiempo es como un fermento y como alma de la sociedad, que debe renovarse en Cristo y transformarse en familia de Dios”. Este documento estudia orgánicamente los temas de la cultura, de la vida económico-social, del matrimonio y de la familia, de la comunidad política, de la paz y de la comunidad de los pueblos, a la luz de la visión antropológica cristiana y de la misión de la Iglesia. Otro documento del Concilio es la Declaración “Dignitatis humanae” (Dignidad humana de 1966), en el que se proclama el derecho a la libertad religiosa.
El Papa Paulo VI escribe la Encíclica “Populorum progressio” (1967 Desarrollo de los pueblos). “El desarrollo es el nuevo nombre de la paz”; además indica las coordenadas de un desarrollo integral del hombre y de un desarrollo solidario de la humanidad. Para conmemorar el 80º aniversario de la Rerum Novarum, escribe “Octogesima adveniens” (1971), el Papa reflexiona sobre la sociedad post-industrial con su problemática, poniendo de relieve la insuficiencia de las ideologías para responder a estos desafíos: la urbanización, los jóvenes, la situación de la mujer, la desocupación, las discriminaciones, la emigración, el incremento demográfico, el influjo de los medios de comunicación, el medio ambiente.
El Papa Juan Pablo II escribe la Encíclica “Laborem Excercens” (1981), dedicada al trabajo como bien fundamental para la persona, factor primario de la actividad económica y clave de la toda la cuestión social. Delinea una espiritualidad y una ética del trabajo, en el contexto de una profunda reflexión teológica y filosófica. En la Encíclica “Solicitudo rei socialis” (Solicitud por lo social de 1988), el Papa trata nuevamente el tema del desarrollo; la situación dramática del mundo contemporáneo, sobre todo la situación fallida del Tercer Mundo; las condiciones y las exigencias de un desarrollo digno del hombre. En la Encíclica “Centesimus annus” (1991) el Papa, para conmemorar el centenario de la Rerum novarum, pone en evidencia cómo la enseñanza social de la Iglesia avanza sobre el eje de la reciprocidad entre Dios y el hombre: reconocer a Dios en cada hombre y cada hombre en Dios, es la condición de un auténtico desarrollo humano.
El Papa Benedicto XVI, escribe la Carta Encíclica “Caritas in veritate” (La caridad en la verdad, 2009), sobre el desarrollo humano integral en la caridad y en la verdad. El amor (caritas) es una fuerza extraordinaria, que mueve a las personas a comprometerse con valentía y generosidad en el campo de la justicia y de la paz, ésta fuerza tiene su origen en Dios. Cada uno encuentra su propio bien asumiendo el proyecto que Dios tiene sobre él, para realizarlo plenamente; el ser humano encuentra en dicho proyecto divino su verdad y, aceptando dicha verdad, se hace libre. Por tanto, defender la verdad, proponerla con humildad y convicción y testimoniarla con la vida, son formas exigentes e insustituibles de la caridad.
El Papa Benedicto XVI, al referirse a la Doctrina Social de la Iglesia en Caritas in veritate, afirma: La caridad en la verdad, es la vía maestra de ésta doctrina; ésta responde a la dinámica de caridad recibida y ofrecida. Es “caritas in veritate in re sociali”, anuncio de la verdad del amor de Cristo en la sociedad. Caritas in veritate es el principio sobre el que gira esta doctrina de la Iglesia, principio que adquiere forma operativa en criterios orientadores de la acción moral. La Iglesia no tiene soluciones técnicas que ofrecer y no pretende de ninguna manera mezclarse en la política de los Estados. Tiene una misión de verdad que cumplir en todo tiempo y circunstancia en favor de la sociedad y del hombre, de su dignidad y de su vocación. Sin verdad se cae en una visión empirista y escéptica de la vida. Para la Iglesia, esta misión de verdad es irrenunciable. Y un aspecto importante de esta misión lo realiza a través de su doctrina social: porque está al servicio de la verdad que libera. La Doctrina social de la Iglesia acoge la verdad de cualquier saber que provenga, recompone en unidad los fragmentos en que a menudo la encuentra, y se hace su portadora en la vida concreta siempre nueva de la sociedad de los hombres y los pueblos. Hay una única enseñanza, coherente y al mismo tiempo siempre nueva.
La Doctrina social de la Iglesia ilumina, con una luz que no cambia, los problemas siempre nuevos que van surgiendo. Eso salvaguarda tanto el carácter permanente como histórico de este patrimonio doctrinal que, forma parte de la Tradición siempre viva de la Iglesia. La doctrina social está construida sobre el fundamento transmitido por los Apóstoles a los Padres de la Iglesia y acogido y profundizado después por los grandes Doctores cristianos. Ha sido atestiguada por los Santos y por cuantos han dado la vida por Cristo Salvador en el campo de la justicia y la paz. En ella se expresa la tarea profética de los Sumos Pontífices de guiar apostólicamente la Iglesia de Cristo y de discernir las nuevas exigencias de la evangelización.
Existe una relación muy profunda entre el anuncio de Cristo y la promoción de la persona en la sociedad. El testimonio de la caridad de Cristo mediante obras de justicia, paz y desarrollo forma parte de la evangelización, porque a Jesucristo, que nos ama, le interesa todo el hombre. Estos son los fundamentos del aspecto misionero de la Doctrina social de la Iglesia, como un elemento esencial de evangelización. Es anuncio y testimonio de la fe.
La Doctrina social de la Iglesia, que “tiene una importante dimensión interdisciplinar, puede desempeñar una función de eficacia extraordinaria, en el ámbito de la investigación científica y su valoración moral. Permite a la fe, a la teología, a la metafísica y a las ciencias encontrar su lugar dentro de una colaboración al servicio del hombre. La excesiva sectorización del saber, el cerrarse de las ciencias humanas a la metafísica, las dificultades del diálogo entre las ciencias y la teología, no sólo dañan el desarrollo del saber, sino también el desarrollo de los pueblos, ya que, cuando eso ocurre, se obstaculiza la visión de todo el bien del hombre en todas sus dimensiones”. La Doctrina social de la Iglesia sostiene que se pueden vivir relaciones auténticamente humanas, de amistad y de sociabilidad, de solidaridad y de reciprocidad, también dentro de la actividad económica y no solamente fuera o “después” de ella. El sector económico no es ni éticamente neutro ni inhumano o antisocial por naturaleza; es una actividad del hombre y, precisamente porque es humana, debe ser articulada e institucionalizada éticamente
La Doctrina social de la Iglesia ha sostenido siempre que la justicia afecta a todas las fases de la actividad económica, porque en todo momento tiene que ver con el hombre y con sus derechos. La obtención de recursos, la financiación, la producción, el consumo y todas las fases del proceso económico tienen implicaciones morales. Así, toda decisión económica tiene consecuencias de carácter moral. La Doctrina social de la Iglesia ofrece una aportación específica, que se funda en la creación del hombre “a imagen de Dios”(Gn 1,27), y que comporta la inviolable dignidad de la persona humana, así como el valor trascendente de las normas morales naturales.
La religión cristiana y las otras religiones pueden contribuir al desarrollo solamente si Dios tiene un lugar en la esfera pública, concretamente en la dimensión cultural, social, económica y, en particular, en la política. La Doctrina social de la Iglesia ha nacido para reivindicar esa “carta de ciudadanía” de la religión cristiana. La negación del derecho a profesar públicamente la propia religión y a trabajar para que las verdades de la fe inspiren también la vida pública, tiene consecuencias negativas sobre el verdadero desarrollo. Cuando se excluye la religión de la vida pública, se impide en encuentro entre las personas y su colaboración para el progreso de la humanidad; también la vida pública se empobrece de motivaciones y la política oprime y es agresiva. Esto conlleva el riesgo de que no se respeten los derechos humanos
El Papa Benedicto XVI, en continuidad con el Magisterio social de sus predecesores, nos ofrece importantes líneas de reflexión, con el fin de hacer nuestro el “proyecto de Dios” sobre nosotros y vivir el amor (caritas), comprometiéndonos “con valentía y generosidad con la verdad y en el ámbito de la justicia y de la paz”.

Durango, Dgo. 14 de Febrero del 2010. + Enrique Sánchez Martínez
Ob. Aux. de Durango
email:episcopeo@hotmail.com

La Iglesia afirma su propia competencia y su propio derecho a enseñar su doctrina

La Doctrina Social de la Iglesia es un corpus doctrinal del magisterio de los Romanos Pontífices y de los Obispos; son documentos que contienen temas de relevancia social. La Iglesia jamás se ha desinteresado de la sociedad y de los problemas que atañen a los fieles. Pero es, a partir del Papa León XIII (mediados del siglo XIX) que inicia un nuevo camino de desarrollo de la enseñanza de la Iglesia en el campo social. Pero no es más que la continuación de la misión de la Iglesia. “En su continua atención por el hombre en la sociedad, la Iglesia ha acumulado así un rico patrimonio doctrinal”. Éste, hunde sus raíces en la Sagrada Escritura, especialmente en el Evangelio y los escritos apostólicos, y ha tomado forma y cuerpo a partir de los Padres de la Iglesia (primeros siglos de la Iglesia) y de los grandes Doctores del Medioevo. Los acontecimientos vinculados a la revolución industrial trastornaron estructuras sociales, ocasionando graves problemas de justicia, especialmente en el mundo europeo y americano, dando lugar a la primera gran cuestión social: la cuestión obrera, causada por el conflicto entre capital y trabajo. Así, ahora, constituye una doctrina que progresivamente se ha ido acumulando y reconociendo, además de que no está limitada a una zona geográfica particular, sino que tiene una dimensión mundial. Esta doctrina abarca muchos aspectos incluso políticos, unidos a la relación entre clases y a la transformación de la sociedad.
Es un “cuerpo doctrinal” de gran coherencia, pero no se ha reducido a un sistema cerrado sino que se muestra atenta al desarrollo de las situaciones y capaz de responder adecuadamente a los nuevos problemas. Esta doctrina la conforman los diversos documentos de la Iglesia en esta materia. Una característica de ellos es que manifiestan una continuidad en la relación de ellos entre sí y en su contenido; siendo además cada uno de ellos un avance, un desarrollo en el planteamiento y reflexión de la cuestión social.
Constantemente la Iglesia afirma su propia competencia y su propio derecho a enseñar su doctrina social en orden al bien de la salvación de los hombres, especialmente frente a la comunidad política, en el respeto y en el reconocimiento de la autonomía recíproca en el campo de cada una. Para este fin usa todos los medios que puede tener a su disposición, según las circunstancias y las épocas. Hoy la Iglesia no solo tiene el derecho sino el deber de proclamar y enseñar esta doctrina a sus fieles y a todos los que la reciban. De dónde le viene este derecho-deber ?, de la misión, del mandato de Cristo, obediente a Él de predicar el Evangelio a todos y de servir a todos los que están en situación de necesidad, sea como individuos, sea como grupos o clases sociales y que tengan la necesidad de transformaciones y reformas para mejorar sus condiciones de vida. El Papa Juan Pablo II constantemente afirmó que es el hombre, cada hombre y todos los hombres, el primero y principal camino en el cumplimiento de su Misión, “camino que inmutablemente pasa a través de los misterios de la Encarnación y Redención”. Fiel su misión, la Iglesia afronta tales problemas desde el punto de vista moral y pastoral que le es propio.
En respuesta a los grandes problemas de cada época y circunstancias, la iglesia ha promulgado una serie de documentos que componen esta doctrina: “Rerum Novarum” (las cosas nuevas) de el Papa León XIII, en 1891, la cuestión obrera: donde examina la condición de los trabajadores asalariados, los obreros de la industria afligidos por una indigna miseria. “Quadragesimo anno” (40 aniversario) del Papa Pio XI en 1931, analiza la situación socio-económica en la que a la industrialización se había unido la expansión del poder de los grupos financieros, en ámbito nacional e internacional (a breve distancia de la grave crisis económica de 1929); período posbélico de la 1ª. Guerra mundial; se afirman los regímenes totalitarios en Europa; afirma el principio de que “el salario debe ser proporcionado no solo a las necesidades del trabajador, sino también a las de su familia. Los “Radiomensajes navideños” del Papa Pio XII de 1939 a 1954; profundizan la reflexión sobre un nuevo orden social, gobernado por la moral y el derecho y centrado en la justicia y en la paz; fueron los años de la terrible 2ª. Guerra mundial y la reconstrucción de la postguerra. Los años sesenta abren horizontes prometedores: la reconstrucción y recuperación después de la guerra, el inicio de la descolonización, el inicio del deshielo en las relaciones entre los dos bloques americano y soviético. En este ambiente el Papa Juan XXIII, lee los signos de los tiempos: problemas de la agricultura en los países en vías del desarrollo, el incremento demográfico, los problemas de la cooperación económica mundial; las desigualdades en el concurso de las naciones, la situación del tercer mundo. Escribe la encíclica “Mater et magistra” (Madre y maestra) en 1961, comunidad y socialización; la Iglesia está llamada a colaborar con todos los hombres en la verdad, la justicia y en el amor, para construir una auténtica comunión. La encíclica “Pacem in Terris” (paz en la tierra) en 1963, también del Papa Juan XXIII, pone de relieve el tema de la paz, en una época marcada por la proliferación nuclear; es la primera reflexión a fondo de la Iglesia sobre los derechos humanos.
Son documentos que se escribieron en el pasado, pero son de gran actualidad en su doctrina, deberíamos conocerlos mejor, sobre todo para iluminar este momento de gran importancia política y social que vivimos. Estos documentos ya vislumbraban nuestro presente.

Durango, Dgo. 7 de Febrero del 2010. + Enrique Sánchez Martínez
Ob. Aux. de Durango
email:episcopeo@hotmail.com

La Iglesia como Madre y Maestra: su Doctrina Social

Este año en diferentes Estados de la República se van a realizar elecciones en las que se podrá elegir gobernador, presidentes municipales y diputados locales. Los Estados de Durango y de Zacatecas, donde está ubicada nuestra Arquidiócesis, también renovarán el gobierno en todos sus niveles. Serán los ciudadanos quienes votarán y elegirán a quienes los gobiernen en los próximos años. La Iglesia como Madre y Maestra, ha tratado siempre de guiar a sus hijos para que tomen decisiones adecuadas especialmente al elegir a sus gobernantes y a quienes los representen. Frente a este proceso de elecciones, es necesario que los católicos recibamos y profundicemos en esta enseñanza de la Iglesia.
La Doctrina Social de la Iglesia tiene esa función: una atenta reflexión sobre las complejas realidades de la vida del hombre en la sociedad, a la luz de la fe y de la tradición de la Iglesia. De ésa reflexión surge como objetivo principal: “interpretar esas realidades, examinando su conformidad o diferencia con lo que el Evangelio enseña acerca del hombre y su vocación terrena y, a la vez, trascendente, para orientar en consecuencia la vida cristiana”.
Se trata de una doctrina que debe orientar la conducta de las personas, por lo tanto es de naturaleza moral, ética. Que significa esto? Es una orientación que está encaminada a la conciencia de la personas. ¿Cómo actuar cristianamente frente a las situaciones del mundo, ante la problemática social, política, económica que se me presenta? Los principios orientadores de ésta doctrina surgen de los esfuerzos que realizan los individuos, las familias, quienes se dedican a la cultura, a la política, los empresarios, los gobernantes, que como católicos tratan de vivir esos principios y aplicarlos en el mundo y en la historia.
Esta doctrina social tiene su fundamento esencial en la Revelación bíblica y en la Tradición de la Iglesia. De ellas recibe la inspiración y la luz para comprender, juzgar y orientar las situaciones de la vida humana. En primer lugar está el Proyecto de Dios sobre la creación y, en particular sobre la vida y el destino del hombre. La fe, que acoge la palabra divina y la pone en práctica, interacciona eficazmente con la razón. La fe y la razón son las dos vías de conocimiento de la doctrina social, siendo dos las fuentes de las que se nutre: la Revelación y la naturaleza humana. Creer en Cristo, no debilita ni excluye el papel de la razón. El misterio de Cristo ilumina el misterio del hombre, la razón da plenitud de sentido a la comprensión de la dignidad humana y de las exigencias morales que la tutelan. La doctrina social es un conocimiento iluminado por la fe, por lo tanto, al recibirla da al ser humano una mayor capacidad de entendimiento.
La Doctrina Social de la Iglesia se sirve de todas las aportaciones del conocimiento y de la ciencia, es interdisciplinar, ya que entra en diálogo con las diversas disciplinas que se ocupan del hombre, e incorpora sus aportaciones, tanto de la filosofía como de las ciencias humanas y sociales. Esto da a la Iglesia, en este campo, competencia, concreción y actualidad. Gracias a éstas aportaciones, la Iglesia puede comprender de forma más precisa al hombre en la sociedad, hablar a los hombres de su tiempo de modo más convincente y cumplir más eficazmente su tarea de encarnar, en la conciencia y en la sensibilidad social de nuestro tiempo, la Palabra de Dios y la fe.
El objeto de la doctrina social es el hombre llamado a la salvación, y que fue confiado por Cristo al cuidado y a la responsabilidad de la Iglesia. Con esta doctrina social, la Iglesia se preocupa de la vida humana en la sociedad, con la conciencia que de la calidad de vida social, es decir de las relaciones de justicia y de amor que la formen, depende en modo decisivo el cuidado y la promoción de las personas y sus comunidades.
La doctrina social realiza una tarea de anuncio y denuncia. Anuncia lo que le es propio a la Iglesia, “una visión global del hombre y de la humanidad”; no ofrece solamente significados, valores y criterios de juicio, sino también las normas y las directrices de acción, para la vida social. Esta doctrina está orientada hacia la dirección y formación de las conciencias y no persigue fines de estructuración y organización de la sociedad. Su tarea de denuncia es frente al pecado, sobre todo los pecados de injusticias y de violencia que afectan a la sociedad y a la misma Iglesia. Es una denuncia que es un juicio y defensa de los derechos ignorados y violados, especialmente de los pobres, de los pequeños, de los débiles.
La finalidad de la doctrina social es de orden religioso y moral. Religioso porque la misión evangelizadora y salvífica de la Iglesia alcanza la hombre en toda su existencia, en su ser personal y su ser comunitario y social. Moral, porque la Iglesia mira hacia un “humanismo pleno”, es decir, a la liberación de todo lo que oprime al hombre, y al desarrollo integral de todo el hombre y de todos los hombres. La doctrina social traza caminos que hay que recorrer para edificar una sociedad reconciliada y armonizada en la justicia y en el amor.
La Iglesia nos orienta en el aquí y en el ahora de la historia, de nuestro tiempo, nos orienta frente al mundo convulsionado, por la violencia, la corrupción, las injusticias, el odio, el egoísmo, la mentira; ella es el signo del Buen Pastor que busca y encuentra a cada ser humano allí donde está y en la situación en que se encuentra, y lo hace con el Evangelio que es mensaje de liberación y de reconciliación, de justicia y de paz. El conocer y profundizar la Doctrina Social de la Iglesia, en este momento de decisiones importantes para la vida social y política, es un reto y un deber para los creyentes.

Durango, Dgo. 31 Enero del 2010. + Enrique Sánchez Martínez
Ob. Aux. de Durango

No hay desarrollo pleno, ni un bien común universal sin el bien espiritual y moral de las personas

El desarrollo tecnológico está muy relacionado con los medios de comunicación social. Muchos defienden la neutralidad y autonomía de los medios, con respecto a la moral de las personas, esto es absurdo. Cuando sólo se admite la naturaleza estrictamente técnica de los medios, se está favoreciendo una subordinación a los intereses de la economía y del mercado, y la imposición de parámetros culturales ideológicos. Los medios tienen mucho que ver en la determinación de los cambios del modo de percibir y de conocer la realidad y de la misma persona humana. Se necesita reflexionar seriamente sobre la influencia ético-cultural, de los medios en la globalización y en el desarrollo solidario de los pueblos. El sentido y finalidad de los medios de comunicación debe buscarse en su fundamento antropológico, es decir, se pueden humanizar cuando se organizan y se orientan bajo la luz de una imagen de la persona y del bien común y reflejen sus valores universales. El hecho que los medios multipliquen las posibilidades de interconexión y de circulación de ideas, no favorece la libertad, ni globaliza el desarrollo y la democracia para todos. Se necesita que los medios de comunicación estén centrados en la promoción de la dignidad de las personas y de los pueblos animados por la caridad y se pongan al servicio de la verdad, del bien y de la fraternidad natural y sobrenatural.
La bioética es un campo prioritario y crucial en la lucha cultural entre el absolutismo de la técnica y la responsabilidad moral, aquí está en juego la posibilidad de un desarrollo humano e integral. La bioética es un ámbito delicado y decisivo donde se plantea la cuestión fundamental: “si el hombre es un producto de sí mismo o si depende de Dios”. Los descubrimientos científicos en este campo llevan a tomar una decisión entre dos tipos de razón: una razón abierta a la trascendencia o una razón encerrada en la inmanencia. Es una decisión de gran importancia. La racionalidad del quehacer técnico centrada solo en sí misma se revela como irracional, ya que rechaza una orientación de sentido y de valor. La Iglesia afirma que la razón y la fe se ayudan mutuamente. Solo juntas salvan al hombre. “Atraída por el puro quehacer técnico, la razón sin la fe se ve avocada a perderse en la ilusión de su propia omnipotencia. La fe sin la razón corre el riesgo de alejarse de la vida concreta de las personas”.
La cuestión social hoy se ha convertido radicalmente en una cuestión antropológica, ya que implica no solo el modo de concebir, sino de manipular la vida, expuesta por la biotecnología a la intervención del hombre; esto se percibe en la fecundación in vitro, la posibilidad de la clonación y la hibridación humana, donde el absolutismo de la técnica encuentra su máxima expresión. Actualmente hay nuevos escenarios inquietantes para el futuro del hombre, hay nuevos instrumentos de la cultura de la muerte: la plaga trágica del aborto, una sistemática planificación eugenésica de los nacimientos; la eutanasia como manifestación abusiva del dominio sobre la vida. Detrás de estos escenarios hay planteamientos culturales que niegan la dignidad humana y a su vez estas prácticas fomentan una concepción materialista y mecanicista de la vida humana. ¿Cuáles serán los efectos negativos sobre el desarrollo humano de esta mentalidad? Ya se pueden percibir algunas consecuencias: existe una indiferencia ante tantas situaciones humanas degradantes, porque nuestra actitud es indiferente ante lo que es humano y lo que no lo es. ¿Qué es lo que hoy se propone como digno de respeto? Muchos se escandalizan por cosas secundarias pero toleran injusticias; aumentan los pobres en el mundo, mientras que los ricos no escuchan estos lamentos, es que su conciencia es incapaz de reconocer lo humano. “Dios revela el hombre al hombre”; la razón y la fe colaboran a la hora de mostrarle el bien, con tal que lo quiera ver; la ley natural, en la que brilla la razón creadora, indica la grandeza del hombre, pero también su miseria, cuando desconoce el reclamo de la verdad moral.
El espíritu tecnicista considera los problemas y los fenómenos que tienen que ver con la vida interior solo desde un punto de vista psicológico e incluso algo meramente neurológico. De esta manera la interioridad del hombre se vacía y la conciencia del alma humana se pierde progresivamente. El problema del desarrollo está estrechamente relacionado con el concepto que se tenga del alma del hombre, ya que el yo se ve reducido muchas veces a la psiqué, y la salud del alma se confunde con el bienestar emotivo. Esto se origina por la incomprensión de lo que es la vida espiritual. Se corre el peligro de ignorar que el desarrollo del hombre y de los pueblos depende también de las soluciones que se dan a los problemas de carácter espiritual. El desarrollo debe abarcar, además de un progreso material, uno espiritual, ya que el hombre es “uno en cuerpo y alma”, nacido del amor creador de Dios y destinado a vivir eternamente. Lejos de Dios, el hombre está inquieto y se hace frágil. Los indicadores de la sociedad actual lo demuestran: la alienación social y psicológica; las neurosis que caracterizan la sociedad opulenta; una sociedad del bienestar, materialmente desarrollada, pero que oprime el alma; nuevas formas de esclavitud como la droga, y la desesperación; el vacío del alma en que se siente abandonada y que hace sufrir al hombre; todo esto tiene una explicación no solo sociológica o psicológica, sino esencialmente espiritual.
Cuando la técnica se absolutiza produce incapacidad para percibir todo aquello que no se explica con la pura materia. Todos los hombres tienen experiencia de aspectos inmateriales y espirituales de su vida. En todo conocimiento y acto de amor, el alma del hombre experimenta un “más” que se asemeja mucho a un don recibido. También el desarrollo del hombre y de los pueblos alcanza un nivel de altura, si se considera la dimensión espiritual que debe incluir necesariamente el desarrollo para ser auténtico. Para esto se necesitan unos ojos nuevos y un corazón nuevo, que superen la visión materialista de los acontecimientos humanos y que vislumbren en el desarrollo ese “algo más” que la técnica no puede ofrecer. Por este camino se podrá conseguir el desarrollo humano integral, cuyo criterio orientador se halla en la fuerza impulsora de la caridad en la verdad.

Durango, Dgo. 24 Enero del 2010. + Enrique Sánchez Martínez
Ob. Aux. de Durango

Desarrollo de los pueblos: la persona humana, la técnica y el progreso tecnológico

El desarrollo de los pueblos está unido al desarrollo de cada persona. Ésta, tiende por naturaleza a su propio desarrollo, que no se da automáticamente por una serie de mecanismos naturales, sino que depende de la misma capacidad de decidir libre y responsablemente de cada ser humano, y al mismo tiempo no depende solo de su capricho. La libertad está originalmente caracterizada por el ser, con sus propias limitaciones. Ninguno da forma a la propia conciencia de manera arbitraria, todos construyen su propio “yo” sobre la base de un “sí mismo” que nos ha sido dado. El desarrollo de la persona se degrada cuando ésta pretende ser la única creadora de sí misma. De modo análogo, el desarrollo de los pueblos se degrada cuando la humanidad piensa que puede recrearse utilizando solo los “prodigios” de la tecnología. Es importante fortalecer el aprecio por una libertad no arbitraria y si una verdaderamente humanizada; para esto es necesario que el hombre entre en sí mismo y descubra las normas fundamentales de la ley moral natural que Dios ha inscrito en su corazón.
El problema del desarrollo está estrechamente unido al progreso tecnológico. La técnica es un hecho profundamente humano, vinculado a la autonomía y libertad del hombre; en ella se manifiesta y se confirma el dominio del espíritu sobre la materia; le permite al ser humano dominar la materia, reducir los riesgos, ahorrar esfuerzos, mejorar las condiciones de vida; en ella el hombre se reconoce a sí mismo y realiza su propia humanidad, ya que responde a la misma vocación del trabajo humano; la técnica es el aspecto objetivo del actuar humano, cuyo origen y razón de ser está en el elemento subjetivo, es decir, en el hombre que trabaja. Así la técnica nunca es sólo técnica. Manifiesta quien es el hombre y cuáles son sus aspiraciones de desarrollo, expresa la tensión del ánimo humano hacia la superación gradual de los condicionamientos materiales. Por lo tanto, la técnica se inserta en el mandato de cultivar y custodiar la tierra, que Dios ha confiado al hombre y se orienta a reforzar esa alianza entre ser humano y medio ambiente que debe reflejar el amor creador de Dios.
El desarrollo tecnológico alienta la idea de la autosuficiencia de la técnica. Ésta tiene un rostro ambiguo, porque puede entenderse sólo como elemento de una libertad absoluta, que desea prescindir de los límites inherentes a las cosas. La misma técnica se podría transformar en un poder ideológico, que expondría a la humanidad al riesgo de encontrarse encerrada del cual no podría salir para encontrar el ser y la verdad. Cuando el único criterio de verdad es la eficiencia y la utilidad, se niega automáticamente el desarrollo. El desarrollo no consiste principalmente en hacer. La clave del desarrollo está en una inteligencia capaz de entender la técnica y de captar el significado plenamente humano del quehacer del hombre. La técnica atrae fuertemente al hombre, porque lo rescata de las limitaciones físicas y le amplía el horizonte. Pero la libertad humana es ella misma sólo cuando responde a esta atracción de la técnica con decisiones que son fruto de la responsabilidad moral. Es necesaria una formación para el uso ético y responsable de la técnica. Frente a ésta, se debe recuperar el verdadero sentido de la libertad, que no consiste en la seducción de una autonomía total, sino en la respuesta a la llamada del ser, comenzando por nuestro propio ser.
Actualmente en el mundo globalizado se ha desviado la mentalidad técnica con cauces humanistas hacia una tecnificación del desarrollo. El desarrollo de los pueblos frecuentemente es considerado como un problema de ingeniería financiera, de apertura a mercados, de bajadas de impuestos, de inversiones productivas, de reformas institucionales, solo como una cuestión exclusivamente técnica. Estas medidas son importantes y han funcionado en parte, pero el desarrollo nunca estará plenamente garantizado por fuerzas que son automáticas e impersonales, que vienen del mercado y de la política. El desarrollo es imposible sin hombres rectos, sin operadores económicos y agentes políticos que sientan fuertemente en su conciencia, la llamada al bien común. Se necesita la preparación profesional y la coherencia moral. Cuando se da una absolutización de la técnica se produce una confusión entre los fines y los medios. En esta red de relaciones económicas, financieras y políticas, se dan frecuentemente incomprensiones, malestar e injusticia; porque los conocimientos técnicos aumentan, pero sólo en beneficio de sus propietarios, y la situación real de la población que vive casi siempre al margen de estos flujos de riqueza y conocimientos, permanecen inalterados y sin posibilidades reales de emancipación

Durango, Dgo. 17 Enero del 2010. + Enrique Sánchez Martínez
Ob. Aux. de Durango

Desarrollo humano integral: Migración, pobreza, desocupación, finanzas y sindicatos

Cuando se trata del desarrollo humano integral no se debe dejar a un lado estos fenómenos que están ligados a él. El fenómeno de la Migración hoy, impresiona por los problemas que suscita y por los desafíos que plantea, tanto en el nivel nacional como internacional. Es un fenómeno que ha marcado esta época y que requiere una fuerte política de cooperación internacional para afrontarlo. Se necesita una estrecha colaboración entre los países afectados de donde salen y adonde llegan. Ningún país por si solo puede ser capaz de hacer frente a los problemas migratorios actuales. Es un fenómeno complejo. Pero hay que señalar que los trabajadores extranjeros contribuyen de manera significativa con su trabajo al desarrollo económico del país que los acoge, así como a su país de origen a través de las remesas de dinero. Estos trabajadores no pueden ser considerados como una mercancía o mera fuerza laboral y no deben ser tratados como cualquier otro factor de producción. Todo emigrante es una persona humana que posee derechos fundamentales inalienables que han de ser respetados por todos y en cualquier situación.
Pobreza y desocupación. En muchos casos los pobres son el resultado de la violación de la dignidad del trabajo humano, ya sea por que se limitan sus posibilidades, o porque se devalúan los derechos que fluyen del mismo, por ejemplo el justo salario y la seguridad del trabajador y su familia. Juan Pablo II en el año 2000, lanzó un llamamiento para “una coalición mundial a favor del trabajo decente”. ¿Qué significa la palabra decencia aplicada al trabajo? “Significa un trabajo que sea expresión de la dignidad esencial de todo hombre o mujer; un trabajo libremente elegido, que asocie efectivamente a los trabajadores, hombres y mujeres, al desarrollo de su comunidad; un trabajo que haga que los trabajadores sean respetados, evitando toda discriminación; un trabajo que permita satisfacer las necesidades de las familias y escolarizar a los hijos sin que se vean obligados a trabajar; un trabajo que consienta a los trabajadores organizarse libremente y hacer oír su voz; un trabajo que deje espacio para reencontrarse adecuadamente con las propias raíces en el ámbito personal, familiar y espiritual; un trabajo que asegure una condición digna a los trabajadores que llegan a la jubilación”.
En este tema es importante hacer un llamado a las organizaciones sindicales de los trabajadores. Éstas han sido siempre alentadas y sostenidas por la Iglesia. Están llamadas a hacerse cargo de los nuevos problemas de nuestra sociedad. La globalización requiere de los sindicatos, comprometidos en la defensa de los intereses de sus afiliados, que vuelvan la mirada hacia los no afiliados y, en particular, hacia los trabajadores de los países en vías del desarrollo, donde tantas veces se violan los derechos sociales. Las organizaciones sindicales deberán promover la defensa de estos trabajadores, mediante iniciativas apropiadas, en donde resalten las auténticas razones éticas y culturales en los que se fundamentan para ser un factor decisivo para el desarrollo. La Doctrina Social de la Iglesia propone la distinción de papeles y funciones entre sindicato y política. Esta distinción permitirá a las organizaciones sindicales encontrar en la sociedad civil el ámbito más adecuado para su necesaria actuación en defensa y promoción del mundo del trabajo, sobre todo a favor de los trabajadores explotados y no representados.
Las finanzas. Se requiere una renovación de sus estructuras y modos de funcionamiento, después de su mala utilización que ha dañado la economía real. Es necesario que sean un instrumento encaminado a producir mejor riqueza y desarrollo. La economía y las finanzas deben ser utilizadas de manera ética para crear las condiciones adecuadas para el desarrollo del hombre y de los pueblos. Es útil, necesario e indispensable, promover iniciativas financieras en las que predomine la dimensión humanitaria, teniendo como meta del sistema financiero, el sostenimiento de un verdadero desarrollo. Los agentes financieros han de redescubrir el fundamento ético de su actividad para no abusar de los instrumentos sofisticados y no traicionar a los ahorradores. Recta intención, transparencia y búsqueda de los buenos resultados son compatibles y nunca se deben separar, estos se deben practicar en las finanzas.
Se debe regular el sector financiero para salvaguardar a los más débiles e impedir especulaciones, pero también se deben experimentar nuevas formas de finanzas a favorecer proyectos de desarrollo, para educar y promover la responsabilidad del ahorrador. La experiencia de la microfinanciación debe ser reforzada y actualizada, sobre todo en los sectores más vulnerables de la población para protegerlos de la usura y la desesperación. Los más débiles deben ser educados para defenderse de la usura, así como los pueblos pobres han de ser educados para beneficiarse del microcrédito, frenando así, posibles formas de explotación. También en los países ricos la microfinanciación puede ofrecer ayudas para crear iniciativas y sectores nuevos que favorezcan a las capas más débiles de la sociedad.
Para la situación que vive nuestro país, es importante darles cause a estos problemas y vislumbrar un camino que nos conduzca a un auténtico desarrollo humano integral.

Durango, Dgo. 10 Enero del 2010. + Héctor González Martínez
Arz. de Durango