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Reconocer como “don de Dios” lo que Él, creador y redentor, confía a la mujer, a toda mujer

El Día Internacional de la Mujer (el próximo 8 de marzo) es una fecha que se celebra en todo el mundo. Para conmemorarlo las Naciones Unidas, para hacer un reconocimiento de su papel fundamental y su contribución, ha escogido el lema “Habilitar a la mujer campesina, acabar con el hambre y la pobreza”. Las mujeres en el mundo rural representan un papel fundamental en las economías tanto de los países en desarrollo como de los desarrollados, pues contribuyen al progreso agrícola, mejoran la seguridad alimentaria y ayudan a reducir los niveles de pobreza en sus comunidades. Estas mujeres constituyen el 43% de la mano de obra en el campo, cifra que llega a ser del 70% en algunos lugares. Existen grandes problemas y dificultades que sufren las mujeres que viven el campo: se calcula que el 60% de las personas con hambre crónica son mujeres y niñas. La crisis alimentaria, la económica, la inseguridad y violencia, la sequía en el norte de nuestro país, no hacen más que agravar la situación. Leer más

Cuaresma tiempo propicio para vivir la caridad y las buenas obras

El tiempo de Cuaresma es un tiempo de una más intensa escucha de la Palabra y como tiempo de oración para los discípulos que se preparan para la celebración de la Pascua. La Cuaresma nos convoca a todos, tanto a los que ya son discípulos de Cristo y miembros de la Iglesia, como a los que se preparan para serlo. Para todos, el punto de encuentro común es la Palabra misma proclamada a unos como anuncio y a otros como cumplimiento de todas las promesas de salvación. Incrementemos en este tiempo la lectura-escucha de la Palabra. Leer más

Es tiempo de erradicar el pecado de nuestra persona, de la sociedad y vivir el amor

Estamos en el novenario de la Navidad y nos preparamos a celebrar estas fiestas de muchas maneras. La Iglesia nos ha invitado fuertemente en el Adviento a una preparación para recibir al Príncipe de la Paz en nuestra vida, en nuestras familias, en nuestras parroquias, en nuestra sociedad. Y como cada año, este tiempo nos motiva a pensar en los demás y a compartir con los que no tienen y con los que no pueden pasar una Navidad con su familia.
Con mucho tiempo de anticipación, diversos grupos e instituciones públicas y privadas se organizan para pedir a la comunidad y en los negocios y distribuir juguetes entre los niños pobres, o despensas a las familias que no tienen recursos; agudizamos la mirada y nos fijamos en las familias que no tienen una vivienda digna y que sufren las inclemencias del frio del invierno y no tienen con que cubrirse; en nuestras mismas parroquias también lo hacemos. Cada año se piden juguetes, alimentos, cobijas, ropa de invierno en buen estado, láminas para los techos de las casas de cartón, nos preocupamos por las personas enfermas que viven solas, etc. De alguna manera colaboramos con una buena obra: ayudar a los pobres, los necesitados, porque es Navidad.
Que bueno que aún tengamos esa capacidad de asombro por las personas que sufren, sin duda es fruto de los valores familiares y cristianos que aún están arraigados en la sociedad. Pero yo quiero llamar la atención para que nos preocupemos por erradicar de raíz los grandes males que arrastramos desde hace tiempo y que parece que ya no van a desaparecer, quizá nos hemos acostumbrado a vivir con ellos: pobreza, educación deficiente, inseguridad, violencia, corrupción, impunidad, desempleo, etc. La sequía que ha golpeado el norte del país y en Durango ha agravado la crisis.
Hace unos días escuchamos la noticia que 6 de cada 10 duranguenses son pobres, cada vez hay más pobres y parece que nadie lo puede detener. Las noticias sobre los problemas de la educación también son constantes: bajos salarios y prestaciones, problemas sindicales sin resolver, gran rezago educativo, baja calidad en la enseñanza, preparación deficiente de algunos maestros, la realidad es que muchos de los adolescentes que entran a la preparatoria no saben leer ni escribir.
La inseguridad y la violencia crecen, no hay poder político, militar, policiaco, que detenga al crimen organizado. La corrupción e impunidad tampoco han disminuido. Los Estados no han podido o no han querido reorganizar sus cuerpos policiacos, parece que hay intereses que lo frenan. Siguen disminuyendo las remesas de Estados Unidos hacia México, y aquí no hay empleo, así como se crean unos puestos de trabajo, desaparecen otros, hay mucho trabajo informal.
Jesús nos invita a ir a la raíz del mal del mundo, que es el pecado, y ese es el que hay que extirpar de las personas y de los ambientes, ya que es lo que frena la aparición de los valores del Reino. Es tiempo de impulsar el amor “El amor «caritas» es una fuerza extraordinaria, que mueve a las personas a comprometerse con valentía y generosidad en el campo de la justicia y de la paz. Es una fuerza que tiene su origen en Dios, Amor eterno y Verdad absoluta. Cada uno encuentra su propio bien asumiendo el proyecto que Dios tiene sobre él, para realizarlo plenamente”. San Pablo a los Romanos nos invita: “Que vuestra caridad no sea una farsa: aborreced lo malo y apegaos a lo bueno. Como buenos hermanos, sed cariñosos unos con otros, estimando a los demás más que a uno mismo” (Rm12,9-10)
El pecado social, o sea, el comportamiento o aquellas situaciones que son producto del quehacer colectivo, o de grupos o conjuntos de personas más o menos amplios, aunque estos grupos o conjuntos de personas no estén unidas entre sí por un elemento común, o hasta quizás ni se conozcan, es un mal que aqueja nuestra sociedad y que afecta a todos los componentes de nuestro entorno. Y muchas veces afecta a naciones completas o hasta grupo de naciones, «estos pecados sociales son el fruto, la acumulación y la concentración de muchos pecados personales».
El pecado social se crea cuando se favorece la iniquidad, la injusticia, la maldad. Cuando se puede hacer algo por evitarlo o eliminarlo en sus manifestaciones de injusticia, corrupción, negligencia, irresponsabilidad, pero no se hace por pereza, miedo, por complicidad activa o pasiva, coparticipación, comodidad, conveniencia, por pensar que nada se puede hacer ante la magnitud del pecado o el pecador, cuando se le huye a las consecuencias y el sacrificio de hacer lo correcto, etc.
Pero si se lleva a cabo un verdadero y honesto discernimiento sobre nuestra responsabilidad del pecado social, claramente llegamos a la conclusión que la responsabilidad es de las personas. El pecado es un desorden, es un acto interior que busca un bien inmediato y por lo tanto afecta nuestra relación con Dios y con nuestros semejantes. Algunos ingredientes exteriores más comunes del pecado individual son la riqueza y el poder. Con éstos vienen los honores falsos, los valores trastocados, la codicia desmesurada, el apetito por tener más y más, y finalmente la soberbia, la arrogancia y el endiosamiento.

Durango, Dgo., 18 de Diciembre del 2011.

+ Mons. Enrique Sánchez Martínez
Obispo Auxiliar de Durango

Email: episcopeo@hotmail.com

La Virgen María: signo de esperanza para nuestro pueblo

Las celebraciones litúrgicas del Adviento, especialmente la Eucaristía, nos invitan a contemplar a María, como un signo claro de espera para la Iglesia, ya que la recordamos en las celebraciones del nacimiento de su Hijo (su primera venida) y en la espera de su vuelta al final de los tiempos. Desde la solemnidad de la Inmaculada Concepción (8 de diciembre) hasta la celebración de la Maternidad de María (1 enero), la presencia de María en la liturgia es abundante.
Durante el tiempo de Adviento la Liturgia recuerda frecuentemente a la Santísima Virgen, sobre todos los días del 17 al 24 de diciembre y, más concretamente, el domingo anterior a la Navidad, en que hace resonar las voces proféticas sobre la Virgen Madre y el Mesías, y se leen episodios evangélicos relativos al nacimiento inminente de Cristo y del Precursor. Los fieles que viven la Liturgia el espíritu del Adviento, al ver el inefable amor con que la Virgen Madre esperó al Hijo, se sentirán animados a tomarla como modelo y a prepararse, vigilantes en la oración y… jubilosos en la alabanza, para salir al encuentro del Salvador que viene.
Es importante señalar cómo la Liturgia de Adviento, uniendo la espera mesiánica y la espera del glorioso retorno de Cristo al admirable recuerdo de la Madre, presenta un equilibrio cultual que nos puede ayudar a no separar la piedad popular mariana de su punto de referencia fundamental que es Cristo.
La Navidad es una prolongada memoria de la maternidad divina, virginal, salvífica de María, «cuya virginidad intacta dio a este mundo un Salvador». En la solemnidad del Nacimiento del Jesús, la Iglesia, al adorar al divino Salvador, venera a su Madre gloriosa; en la Epifanía del Señor, al celebrar la llamada universal a la salvación, contempla a la Virgen, Sede de la Sabiduría y Madre del Rey, que ofrece a la adoración de los Magos el Redentor del universo (Mt 2, 11); y en la fiesta de la Sagrada Familia, contempla la vida santa que llevan la casa de Nazaret: Jesús, María y José, el hombre justo (Mt 1,19).
Hay que dirigir una atención especial a la solemnidad de la Maternidad de María. En ella celebramos la parte que tuvo María en el misterio de la salvación y exalta la singular dignidad de que goza la Madre por la cual merecimos recibir al Autor de la vida. Esta celebración es una ocasión propicia para renovar la adoración al recién nacido Príncipe de la paz, para escuchar de nuevo el jubiloso anuncio angélico (Lc 2, 14), y para implorar de Dios, por mediación de María, el don supremo de la paz.
Para nosotros los mexicanos, la solemnidad de Santa María de Guadalupe (12 diciembre), le da un toque de especial espiritualidad guadalupana al adviento. Dice el P. Fidel González: El Acontecimiento guadalupano fue la respuesta de gracia a una situación humanamente sin salida: la relación entre los indios y los recién llegados del mundo europeo. El encuentro de la Virgen de Guadalupe y el indio Juan Diego, fue el gancho entre el mundo antiguo mexicano y la propuesta misionera cristiana llegada a través de los españoles. El resultado fue el nacimiento de un nuevo pueblo cristianizado. Juan Diego no era ni un español llegado con los conquistadores como Cortés, ni un misionero español como los primeros que fueron franciscanos y dominicos. Era un indígena perteneciente a aquel viejo mundo.
Aquellos dos mundos hasta entonces desconocidos entre sí, y ahora enemigos, con todas las premisas para el odio o para la aceptación fatalista de la derrota por parte de los indios vencidos, y para el desprecio o la explotación por parte de los recién llegados, se empezaron a reconocer en aquel símbolo tangible de María, imagen de Iglesia, anunciado a través de un indio convertido y acogido por todos. Se llegó así a una inculturación del Acontecimiento cristiano en el mundo cultural mexicano. Es el nacimiento del pueblo latinoamericano.
La devoción a la Virgen María, basada en el Acontecimiento Guadalupano constituye un punto notable de convergencia religiosa y cultural para los católicos mexicanos, para los latinoamericanos, y sin duda también para todo el Continente, incluso aquel de matriz anglosajona. El acontecimiento guadalupano sigue afirmando el método usado por Dios en la historia salvífica: el uso de un particular histórico (un pueblo) que contiene en sí una dimensión universal. El acontecimiento guadalupano es un hecho de la historia y no un simple símbolo fabricado para promover una ideología o como consecuencia de una ambigua religiosidad popular.

Domingo III Adviento; Dios viene para gozo de los pobres

Vino un hombre mandado por Dios llamado Juan, para dar testimonio de la luz, para que todos creyeran por medio de Él. Juan no era la luz ni Elías ni el profeta; “Jesús es el Cristo y el profeta”.
Los judíos esperaban el nuevo Mesías, como el profeta por excelencia que renovaría los prodigios del Éxodo. Juan bautiza con agua; Jesús, desconocido, pero más grande en dignidad, bautiza en el Espíritu. Esta expresión define la obra primaria del Mesías: regenerar la humanidad en el Espíritu Santo.
El Dios que viene en Adviento quiere ser pobre; contrasta con las imágenes que espontáneamente nos hacemos de Él. Este Dios distinto resulta más creíble para cualquiera que busca una religión auténtica. Toda una línea profética había presentado a los hebreos el Mesías según las categorías de poder, de la victoria, del dominio universal: esto correspondía a la experiencia de la esclavitud de Israel en Egipto y su liberación.
Pero sobre todo con la experiencia del exilio, que favorece la reflexión sobre la Alianza y su interiorización, el Dios de Israel y su interiorización y Aquel que Él consagra para la misión de salvador de pueblo son vistos bajo una luz nueva, más espiritual , también más simbólica; y del mismo modo es vista la misión y sus destinatarios.
Los pobres son los más disponibles al anuncio alegre de la salvación; son aquellos que nos se hacen fuertes de su propia suficiencia personal o de la seguridad material; que están atentos a la escucha de la Palabra de Dios y son capaces de una fidelidad sencilla y sólida a su ley.
Ciertamente, hay el peligro de idealizarla suerte de los miserables de la tierra, mientras nosotros estamos bien y nos hacemos nada por cambiar la suerte de la gente necesitada de todo; sería cómodo limitarnos a hablar de la alegría mesiánica frente a personas necesitadas de todo; sería cómodo limitarse a hablar de la alegría mesiánica ante personas que a duras penas consiguen el pan cotidiano, mientras Cristo mostró entrañas de compasión curando enfermedades y multiplicando el pan.
En realidad, para los hermanos más necesitados, la esperanza mesiánica se concretizará en una presencia fraterna de quien tiende una mano para socorrer; más aún, se concretizará en compartir su suerte, haciendo así creíble y tangible el anuncio de un mundo mejor.
Pero todavía no basta. El secreto de la personalidad del Hombre-Dios revela una atención especial a los pobres y a los humildes que tienen fe y se abandonan a Dios y subraya el cambio que la llegada del “día del Señor” traerá consigo en las estructuras humanas.

Adviento sacerdotal: haciendo memoria de lo que Dios ha obrado en nosotros

Celebramos el Adviento y especialmente para los sacerdotes es un tiempo especial, no por el trabajo que implica, en estos días surgen muchos compromisos, sobre todo para quienes tienen encomendada una comunidad parroquial. Es un Tiempo de gracia.
Para esta ocasión recibamos el mensaje del Cardenal Mauro Piacenza, dirigiéndose a los sacerdotes: María Santísima, Icono y Modelo de la Iglesia, quiere introducirnos en la actitud permanente de su Corazón Inmaculado: la vigilancia. La Santísima Virgen vivió constantemente en vigilancia orante. En vigilia recibió el Anuncio que ha cambiado la historia de la humanidad. En vigilia cuidó y contempló, más y antes que cualquier otro, al Altísimo que se hacía Hijo suyo. Vigilante y llena de asombro amoroso y agradecido, dio a luz a la misma Luz y, junto a San José, se hizo discípula de Aquel que de Ella había nacido; que había sido adorado por los pastores y los sabios; que fue acogido por el anciano Simeón exultante y por la profetisa Ana; temido por los doctores del Templo, amado y seguido por los discípulos, hostigado y condenado por su pueblo. Vigilando en su Corazón materno, María siguió a Jesucristo hasta el pie de la Cruz y, con el inmenso dolor de Corazón traspasado, nos acogió como sus nuevos hijos. Velando, la Virgen esperó con certeza la Resurrección y fue llevada al Cielo.
¡Cristo vela incesantemente sobre su Iglesia y sobre cada uno de nosotros! Y la vigilancia en la cual nos llama a entrar, es la apasionada mirada de la realidad, que se mueve entre dos directrices fundamentales: la memoria de todo lo sucedido en nuestra vida al encontrarnos con Cristo y con el gran misterio de ser sus sacerdotes, y la apertura a la “categoría de la posibilidad”.
La Virgen María “hacía memoria”, es decir, revivía continuamente en su corazón todo lo que Dios había obrado en Ella y, teniendo certeza de esta realidad, realizaba su tarea de ser la Madre del Altísimo. El Corazón Inmaculado de la Virgen estaba constantemente disponible y abierto a “lo posible”, es decir, a concretar la amorosa Voluntad de Dios tanto en las circunstancias cotidianas como en las más inesperadas. También hoy, desde el Cielo, María Santísima nos custodia en la memoria viva de Cristo y nos abre continuamente a la posibilidad de la divina Misericordia.
También nosotros «hagamos memoria» de todo lo que el Señor ha hecho con nosotros, sobre todo que sepamos «revivir el Adviento de Cristo en nuestra vida; capaz de contemplar el modo en el cual el Hijo de Dios, el día de nuestra Ordenación, marcó radical y definitivamente toda nuestra existencia sumergiéndola en su Corazón sacerdotal». Que Él nos renueve cada día en la Celebración Eucarística, que es transfiguración de nuestra misma vida en el Adviento de Cristo por la humanidad.
Pidamos un corazón atento para reconocer los signos del Adviento de Jesús en la vida de cada hombre y, en particular, entre los jóvenes que se nos confían: que sepamos discernir los signos de ese especialísimo Adviento, que es la Vocación al sacerdocio. La Santísima Virgen María, Madre de los sacerdotes y Reina de los Apóstoles, nos obtenga, a cuantos humildemente la pidamos, la paternidad espiritual, la única capaz de “acompañar” a los jóvenes en el alegre y entusiasmante camino del seguimiento.
En el “sí” de la Anunciación, somos animados a vivir en coherencia con el “sí” de nuestra ordenación; en la Visitación a Santa Isabel, somos animados a vivir en la intimidad divina para llevar su presencia a otros y para traducirla en un gozoso servicio, sin límites de tiempo y de lugar. Contemplando a la Santísima Madre adorando al Niño Jesús envuelto en pañales, aprendemos a tratar con amor inefable la Santísima Eucaristía.
El misterio que se nos revela en el adviento nos invita a descubrirlo día con día en nuestra vida, como un si constante, en el amor y en el servicio a los demás. El misterio que celebramos en la navidad nos compromete en la caridad para con los mas pobres y necesitados.

Durango, Dgo., 4 de Diciembre del 2011.

Nueva Evangelización: Jesucristo, Conversión, Reino de Dios, Vida Eterna

En cuanto al contenido de la nueva evangelización, debemos partir del Antiguo Testamento, cuyo contenido fundamental está resumido en el mensaje de Juan Bautista: ¡Convertíos! No hay posibilidad de alcanzar a Jesús sin dar respuesta al llamado del precursor. Jesús ha asumido el mensaje de Juan el Bautista en su propia predicación: «convertíos y creed en la Buena Nueva» (Mc 1,15). «Convertirse» significa: volver a pensar con otras palabras, buscar un nuevo estilo de vida, una vida nueva. Dejar entrar a Dios en los criterios de la propia vida. Comenzar a ver la propia vida con los ojos de Dios; buscar el bien, aún cuando es incómodo; no hacerlo pensando en el juicio de los hombres, sino en el juicio de Dios
No se puede reducir el cristianismo a la sola moralidad ya que perdería de vista la esencia del mensaje de Cristo: que es el don de una nueva amistad, el don de la comunión con Jesús y, por lo tanto, con Dios. Quien se convierte a Cristo no pretende reconstruir con sus propias fuerzas su propia bondad. «Conversión» (Metanoia) significa justamente lo contrario: salir de la propia suficiencia, descubrir y aceptar la propia indigencia. El que no se ha convertido se justifica (yo no soy peor de los demás); la conversión es la humildad de confiarse al amor de Dios, amor que se vuelve medida y criterio de mi propia vida.
La conversión es un acto muy personal y es personalización. La verdadera personalización es siempre también una nueva y más profunda socialización. El yo se abre de nuevo al tú, en toda su profundidad, de esta manera nace un nuevo Nosotros. Si el estilo de vida extendido en el mundo implica el peligro de la des-personalización, del vivir no mi propia vida, sino la vida de todos los demás, en la conversión debe realizarse un nuevo Nosotros del camino común con Dios. Anunciando la conversión también debemos ofrecer una comunidad de vida, un espacio común del nuevo estilo de vida. No se puede evangelizar sólo con las palabras; el Evangelio crea vida, crea comunidad de camino; una conversión puramente individual no tiene consistencia.
En la llamada a la conversión está implícito el anuncio del Dios viviente. La palabra clave del anuncio de Jesús es: Reino de Dios. Pero no es una cosa, una estructura social o política, o una utopía. El Reino de Dios es Dios. Reino de Dios quiere decir: Dios existe, Dios vive, Dios está presente y actúa en el mundo, en nuestra vida (Dios no es una lejana «causa última», Dios no es el «gran arquitecto» que ha construido la máquina del mundo y así ahora estaría fuera). Dios es la realidad más presente y decisiva en cada acto de mi vida, en cada momento de la historia.
Se ha dicho con verdad que el verdadero problema de nuestro tiempo es la «Crisis de Dios», la ausencia de Dios, camuflada por una religiosidad vacía. La teología debe volver a ser realmente teología, un hablar de Dios y con Dios. Todo cambia, si hay Dios o no hay Dios. Desgraciadamente también nosotros los cristianos vivimos a veces como si Dios no existiese: “No hay Dios y si lo hay, no interesa”. Por este motivo, la evangelización, antes que nada, tiene que hablar de Dios, anunciar el único Dios verdadero: el Creador, el Santificador, el Juez.
Sólo en Cristo y a través de Cristo, Dios se vuelve realmente concreto: Cristo es el Emmanuel, el Dios-con-nosotros, la concretización del «Yo soy». El anuncio de Jesús hacia los discípulos y a todos es: primero el seguimiento de Cristo; Él se ofrece como camino de mi vida. Seguirlo nos orienta hacia una meta muy alta: asimilarse a Cristo y, así, llegar a la unión con Dios. Esto quizá suene extraño a los oídos del hombre moderno. Pero, en realidad, todos tenemos sed del infinito: de una libertad infinita, de una felicidad sin límites. Pero todos los caminos ofrecidos por la sabiduría mundana, fracasan. El único camino es la comunión con Cristo, realizable en la vida sacramental. Segundo: el misterio pascual (la cruz y la resurrección). La cruz pertenece al misterio divino, es expresión de su amor hasta el fin (Jn 13,1). Seguir a Cristo es participación a su cruz, unirse a su amor, a la transformación de nuestra vida, que se vuelve el nacimiento del hombre nuevo, creado según Dios. Quien omite la cruz, omite la esencia del cristianismo.
El anuncio del Reino de Dios es anuncio del Dios presente, del Dios que nos conoce y nos escucha; del Dios que entra en la historia para hacer justicia. La predicación del Reino es, por lo tanto, anuncio del juicio, anuncio de nuestra responsabilidad. El hombre no puede hacer o no hacer lo que quiere. Él será juzgado. Él debe dar cuenta de sus actos. Esto tiene valor para todos. Respetar esto significa saber los límites de todo poder de este mundo. Dios hace justicia y sólo Él puede hacerlo al final de cuentas. Lo lograremos en la medida en que vivamos bajo los ojos de Dios y comuniquemos al mundo la verdad del juicio.
El artículo de fe del juicio, su fuerza de formación de las conciencias, es un contenido central del Evangelio y es verdaderamente una buena nueva. Lo es para todos aquellos que sufren por la injusticia del mundo y buscan la justicia. Así se comprende también la conexión entre el «Reino de Dios» y los «pobres», los que sufren y todos aquellos de los cuales hablan las bienaventuranzas del discurso de la montaña. Estos están protegidos por la certeza del juicio, por la certeza de que hay justicia. Las injusticias del mundo no son la última palabra de la historia. Hay justicia.
Sólo creyendo al justo juicio de Dios, sólo teniendo hambre y sed de justicia (Mt 5,6) abrimos nuestro corazón y nuestra vida a la misericordia divina. No es verdad que la fe en la vida eterna hace insignificante la vida terrestre. Por el contrario, sólo si la medida de nuestra vida es la eternidad, también esta vida sobre la tierra es grande y su valor es inmenso. Dios no es el otro concursante de nuestra vida, sino quien garantiza nuestra grandeza. De esta manera volvemos a nuestro punto de partida: Dios. Si consideramos bien el mensaje cristiano, no debemos hablar de muchas cosas. El mensaje cristiano es en realidad muy simple. Hablemos de Dios y del hombre, y así decimos todo.

Durango, Dgo., 20 de Noviembre del 2011.

+ Mons. Enrique Sánchez Martínez
Obispo Auxiliar de Durango

Email: episcopeo@hotmail.com

El método de la Nueva Evangelización

El Papa Juan pablo II se dirigió a los Obispos de América Latina de esta manera: “La conmemoración del medio milenio de evangelización tendrá su significación plena si es un compromiso vuestro como obispos, junto con vuestro presbiterio y fieles; compromiso, no de re-evangelización, pero si de una evangelización nueva. Nueva en su ardor, en sus métodos, en su expresión”. No se trata de hacer nuevamente una cosa que ha sido mal hecha o que no ha funcionado, de modo que la nueva acción se convierta en un juicio implícito sobre el desacierto de la primera. La nueva evangelización no es una reduplicación de la primera, no es una simple repetición, sino que consiste en el coraje de atreverse a transitar por nuevos senderos, frente a las nuevas condiciones en las cuales la Iglesia está llamada a vivir hoy el anuncio del Evangelio.
El término “nueva evangelización” indica la exigencia de encontrar nuevas expresiones para ser Iglesia dentro de los contextos sociales y culturales actuales. Es necesario que la práctica cristiana oriente la reflexión hacia un lento trabajo de construcción de un nuevo modelo de ser Iglesia, que evite las asperezas del sectarismo y mantenga la forma de una Iglesia misionera. En otras palabras, la Iglesia tiene necesidad, dentro de la variedad de sus figuras, de no perder el rostro de Iglesia “domestica, popular”. La Iglesia no puede perder su capacidad de permanecer junto a la persona en su vida cotidiana, para anunciar desde esa realidad el mensaje vivificante del Evangelio. Como afirmaba el Papa Juan Pablo II, “nueva evangelización” significa hacer de nuevo el tejido cristiano de la sociedad humana, haciendo nuevamente el tejido de las mismas comunidades cristianas; quiere decir ayudar a la Iglesia a mantener su presencia “entre las casas de sus hijos y de sus hijas”, para animar la vida y orientarla hacia el Reino que viene.
De aquí se deriva el método justo, dice el Papa Benedicto XVI. Es cierto que debemos utilizar razonablemente los métodos modernos para hacer escuchar, y hacer accesible y comprensible la voz del Señor. No es que busquemos ser escuchados nosotros, no queremos aumentar el poder y la extensión de nuestras instituciones, sino queremos servir al bien de las personas y de la humanidad dando espacio a Aquél que es la Vida. Esta “expropiación del propio yo” que se ofrece a Cristo para la salvación de los hombres, es la condición fundamental para un verdadero empeño por el Evangelio. «Porque he venido en nombre de mi Padre, y vosotros no me recibís. Si algún otro viniera en su propio nombre, a éste si lo acogeríais, dice el Señor” (Jn, 5, 43). El distintivo del Anticristo es su hablar en nombre propio. El signo del Hijo es su comunión con el Padre. El Hijo nos introduce en la comunión trinitaria, en el círculo del eterno amor. El diseño trinitario (visible en el Hijo, que no habla a nombre suyo) muestra la forma de vida del verdadero evangelizador, aún más, evangelización no es simplemente una forma de hablar sino una forma de vivir: vivir en la escucha y hacerse voz del Padre. «Él no viene con un mensaje propio, sino que les dirá lo que escuchó» dice el Señor sobre el Espíritu Santo (Jn, 16, 13). El Señor y el Espíritu Santo construyen la Iglesia, se comunican en la Iglesia. El anuncio de Cristo, el anuncio del Reino de Dios, supone escuchar su voz en la voz de la Iglesia. «No hablar en el propio nombre» quiere decir, hablar en la misión de la Iglesia.
De esto se siguen consecuencias prácticas. Todos los métodos razonables y moralmente aceptables deben ser estudiados, es un deber utilizar estas posibilidades de la comunicación. Pero las palabras y todo el arte de la comunicación no pueden ganar a la persona humana en esa profundidad, a la que debe llegar el Evangelio. No podemos ganar nosotros los hombres. Debemos obtenerlos de Dios para Dios. Todos los métodos están vacíos si no tienen en su base la oración. La palabra del anuncio siempre debe recubrir una vida de oración.
Pero hay algo mas, Jesús predicaba durante el día y de noche rezaba. Su vida entera fue un camino hacia la cruz, una ascensión hacia Jerusalén. Jesús no ha redimido el mundo con bellas palabras, sino con su sufrimiento y con su muerte. Es su pasión, la fuente inagotable de vida por el mundo; la pasión da fuerza a su palabra. El Señor mismo lo ha enseñado en el pasaje de la semilla del grano que muere, caído en la tierra (Jn 12, 24). También esto es válido hasta el final del mundo y es, junto con el misterio del grano de mostaza, fundamental para la nueva evangelización. Esto se puede comprobar a través de la historia de la humanidad. Sería fácil demostrarlo en la historia del cristianismo. Por ejemplo, al comienzo de la evangelización en la vida de San Pablo, el éxito de su misión no fue el fruto de una gran arte retórica o de prudencia pastoral; la fecundidad de su apostolado fue vinculada al sufrimiento, a la comunión en la pasión con Cristo.
Una madre no puede dar vida a un niño sin sufrimiento. Todo parto exige sufrimiento, es sufrimiento, y el devenir cristiano es un parto. De otra manera, con las mismas palabras del Señor: El Reino de Dios exige violencia (Mt 11, 12), pero la violencia de Dios es el sufrimiento, es la cruz. No podemos dar vida a otros, sin dar nuestras vidas. El “expropiarnos”, es la forma concreta de dar la propia vida. Escuchemos las palabras del Salvador: «… el que sacrifique su vida por mí y por el Evangelio, la salvará» (Mc 8, 35).

Durango, Dgo., 13 de Noviembre del 2011.

+ Mons. Enrique Sánchez Martínez
Obispo Auxiliar de Durango

Email: episcopeo@hotmail.com

Qué es la Nueva Evangelización

En el proceso pastoral de nuestra Arquidiócesis, de la Misión Diocesana, en el camino que nos hemos trazado de la Iniciación Cristiana, necesitamos profundizar sobre esto, ya que “el campo de la iniciación es verdaderamente un ingrediente esencial del mandato evangelizador. La nueva evangelización tiene mucho qué decir a este respecto: es necesario que la Iglesia continúe en modo fuerte y determinado esos ejercicios de discernimiento y encuentre energías para entusiasmar nuevamente a aquellos sujetos y aquellas comunidades que muestran signos de cansancio y de resignación”.
Evangelizar quiere decir: mostrar el camino. Jesús dice al comenzar su vida pública: “Él me ha ungido para llevar las buenas nuevas a los pobres” (Lc 4, 18); y esto quiere decir: Yo tengo la respuesta, les enseño el camino de la vida: Yo soy ese camino.
El Concilio Vaticano II afirmaba: “El género humano se halla en un periodo nuevo de su historia, caracterizado por cambios profundos y acelerados, que progresivamente se extienden al universo entero”. Hoy nos encontramos en un momento histórico de grandes cambios y tensiones, de pérdida de equilibrio y de puntos de referencia. Vivimos cada vez mas sumergidos en el presente y en lo provisional, haciendo siempre más difícil la escucha y la transmisión de la memoria histórica, y el compartir valores sobre de los cuales construir el futuro de las nuevas generaciones. En este contexto la presencia de los cristianos, la acción de sus instituciones, es percibida con mayores sospechas; en las últimas décadas se han multiplicado los interrogantes críticos dirigidos a la Iglesia y a los cristianos, al rostro del Dios que anunciamos. La tarea de la evangelización se encuentra así frente a nuevos desafíos, que cuestionan prácticas ya consolidadas, que debilitan caminos habituales y estandarizados; en una palabra, que obligan a la Iglesia a interrogarse nuevamente sobre el sentido de sus acciones de anuncio y de transmisión de la fe.
La Iglesia evangeliza siempre y no ha interrumpido nunca el camino de la evangelización. Celebra cada día el misterio eucarístico, administra los sacramentos, anuncia la palabra de Dios, se empeña por la justicia y la caridad. Y esta evangelización ha dado frutos: da luz y alegría, da el camino de la vida a muchas personas, muchos viven de la luz y del calor resplandeciente de esta evangelización permanente. No obstante, se observa un proceso progresivo de descristianización y de pérdida de los valores humanos esenciales. Gran parte de la humanidad de hoy en día, no encuentra en la evangelización permanente de la Iglesia el Evangelio, es decir, una respuesta que convenza a la pregunta: ¿Cómo vivir?
Por esto se busca una nueva evangelización, capaz de hacerse escuchar por aquel mundo que no encuentra acceso a la evangelización «clásica», que han recibido y reciben los que acuden a la parroquia, a los movimientos y grupos eclesiales, los que van a la Misa los domingos, pero y los demás que son la gran mayoría? Todos tienen necesidad del Evangelio, el Evangelio está hecho para todos y no sólo a un sector determinado de personas, por esto estamos obligados a buscar nuevas vías para llevar el Evangelio a todos.
Dice el Cardenal Ratzinger al hablar de este tema, aquí se esconde la tentación de la impaciencia, la tentación de buscar inmediatamente el gran éxito, de buscar los grandes números. Y este no es el método de Dios. Para el reino de Dios y para la evangelización, instrumento y vehículo del reino de Dios, siempre es válida la parábola del grano de mostaza (Mc 4, 31 – 32). El Reino de Dios siempre vuelve a comenzar bajo este signo. Nueva evangelización no puede significar: atraer inmediatamente con nuevos y más refinados métodos a las grandes masas alejadas de la Iglesia. No, no es esta la promesa de la nueva evangelización. Nueva evangelización quiere decir: no contentarse del hecho que del grano de mostaza ha crecido el gran árbol de la Iglesia universal, no pensar que basta el hecho de que en sus ramas puedan encontrar un lugar muy diferentes especies de pájaros, sino osar de nuevo con la humildad del pequeño grano dejando a Dios el cuándo y el cómo crecerá (Mc 4, 26-29).
Las grandes cosas empiezan siempre del pequeño grano y los movimientos de masa siempre son efímeros, pasajeros. Ciertamente, Dios no cuenta con los grandes números; el poder exterior no es el signo de su presencia. Gran parte de las parábolas de Jesús indican esta estructura del actuar divino y responden así a las preocupaciones de los discípulos, los cuales se esperaban más bien, otros éxitos y signos del Mesías. Pablo al final de su vida tuvo la impresión de haber llevado el Evangelio a los confines de la tierra, pero los cristianos eran pequeñas comunidades dispersas en el mundo, insignificantes según los criterios seculares. En realidad fueron la semilla que penetra desde el interior de la masa, portando en sí el futuro del mundo (Mt 13, 33). La nueva evangelización debe someterse al misterio del grano de mostaza y no pretender producir rápidamente el gran árbol. Nosotros, o vivimos demasiado con la seguridad del gran árbol ya existente o con la impaciencia de tener un árbol más grande, más vital, mas bien debemos aceptar el misterio que la Iglesia es, al mismo tiempo, un gran árbol y un grano muy pequeño.

Durango, Dgo., 6 de Noviembre del 2011.

+ Mons. Enrique Sánchez Martínez
Obispo Auxiliar de Durango

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En el amor al prójimo se vive el Reino de paz que es Cristo

Uno de los legados del Papa beato Juan Pablo II a lo largo de pontificado es su compromiso fuerte en la construcción de la paz. Así lo inició en 1986 en Asís, cuando invito a cristianos, de otras religiones y a no creyentes, a orar por la paz en el mundo, decía “El encuentro de Asís será una jornada dedicada precisamente a impetrar el gran don de la paz. Cuantos creemos en Dios estamos convencidos, en efecto, de que es Él quien nos da la paz. Cuanto más intrincadas se hacen las situaciones conflictivas y las dificultades resultan humanamente insuperables; cuantos más peligros se ciernen sobre la humanidad, tanto más debemos dirigirnos a Dios para que nos conceda la gracia de vivir como hermanos, en un mundo reconciliado. Nuestros recursos y medios humanos no bastan…”.
Tenemos la visita de las reliquias del beato Juan Pablo II en nuestra Arquidiócesis. Y es buena oportunidad para unirnos en la Oración por la Paz del mundo, de nuestro México y de nuestra Arquidiócesis. Nuestro Dios no quiere la pérdida de los vivientes (Sab 1,13). Es un Dios que ama la vida (Sab 12,26). Por esto debemos presentarle nuestras súplicas para que la humanidad no se vea envuelta en una catástrofe. La oración, decía el Papa, es el medio más inofensivo al que se puede recurrir y es, sin embargo, un arma potentísima; es una llave capaz de forzar incluso las situaciones de odio más inveterado.
Ante la crisis de violencia e inseguridad que no ha cesado en nuestra Arquidiócesis, debemos volver al mensaje de amor de Jesús. Como creyentes debemos estar convencidos que “la contribución más valiosa que podemos ofrecer a la causa de la paz es la de la oración”, invita el Papa Benedicto XVI. Volvamos a escuchar la Palabra de Dios, para que ilumine nuestras mentes y nuestros corazones y, guiados por ella, podamos ser constructores de justicia y reconciliación para nuestras comunidades.
Jesús es el Rey de la Paz que nos anuncia y ofrece un reino de paz que es para todos. Él ha inaugurado un reino de justicia y de paz y su horizonte son los confines del mundo, va mas allá de toda raza, lengua, cultura, crea comunión, crea unidad. Este anuncio del Reino de justicia y de paz, se realiza en cada comunidad de fe que existe, teniendo como centro la Eucaristía, ahí se hace presente el sacrificio de amor de Jesús. Es en cada comunidad de fe donde Él viene, donde se hace presente, en torno a Él los hombres y mujeres se unen entre ellos, como un solo cuerpo, sin divisiones, sin rivalidades, sin rencores, sin individualismos, para formar un reino de paz en un mundo dividido.
Estamos llamados a construir este Reino de paz, como mensajeros de la paz. Debemos ponernos en camino como discípulos y misioneros, para responder a su invitación de “Id y haced que todos los pueblos sean mis discípulos…yo estaré siempre con vosotros hasta el fin del mundo” (Mt 28,19-20). Como Jesús, los mensajeros de la paz de su reino deben responder a su invitación. Deben ir, pero no con la potencia de la guerra o con la fuerza del poder; no les envía con medios potentes sino “como corderos en medio de lobos”, sin bolsa, ni cayado, ni sandalias. El reino de paz de Cristo no se extiende con el poder, con la fuerza, con la violencia sino con el don de uno mismo, con el amor llevado al extremo, también a los enemigos. Jesús no vence al mundo con la fuerza de las armas, sino con la fuerza de la Cruz, que es la verdadera garantía de la victoria.
Invoquemos a Dios el don de la paz, pidamos que nos convierta en instrumentos de su paz en un mundo lacerado por el odio, las divisiones, los egoísmos, las guerras, queremos pedirle que lleve un rayo de luz capaz de iluminar la mente y el corazón de todos los hombres, para que el rencor le devuelva el sitio al perdón, la división a la reconciliación, el odio al amor, la violencia a la mansedumbre, y en el mundo reine la paz.

Durango, Dgo., 30 de octubre del 2011.

+ Mons. Enrique Sánchez Martínez
Obispo Auxiliar de Durango

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