Reconocer como “don de Dios” lo que Él, creador y redentor, confía a la mujer, a toda mujer

El Día Internacional de la Mujer (el próximo 8 de marzo) es una fecha que se celebra en todo el mundo. Para conmemorarlo las Naciones Unidas, para hacer un reconocimiento de su papel fundamental y su contribución, ha escogido el lema “Habilitar a la mujer campesina, acabar con el hambre y la pobreza”. Las mujeres en el mundo rural representan un papel fundamental en las economías tanto de los países en desarrollo como de los desarrollados, pues contribuyen al progreso agrícola, mejoran la seguridad alimentaria y ayudan a reducir los niveles de pobreza en sus comunidades. Estas mujeres constituyen el 43% de la mano de obra en el campo, cifra que llega a ser del 70% en algunos lugares. Existen grandes problemas y dificultades que sufren las mujeres que viven el campo: se calcula que el 60% de las personas con hambre crónica son mujeres y niñas. La crisis alimentaria, la económica, la inseguridad y violencia, la sequía en el norte de nuestro país, no hacen más que agravar la situación.

Además de reconocer el papel que hoy tiene la mujer en los distintos campos de la vida social, y de reconocer los problemas y dificultades que viven, concretamente respecto a sus derechos y deberes, la Iglesia considera a la mujer desde un enfoque muy especial, desde su dignidad como ser humano y como hija de Dios.

La Palabra de Dios. Libro del Génesis: “Creó pues Dios al ser humano a imagen suya, a imagen de Dios le creó, macho y hembra los creó” (Gén 1,27). Este fragmento contiene las verdades antropológicas fundamentales: el hombre es el ápice de todo lo creado en el mundo visible, y el género humano, que tiene su origen en la llamada a la existencia del hombre y de la mujer, corona todo la obra de la creación; ambos son seres humanos en el mismo grado, tanto el hombre como la mujer; ambos fueron creados a imagen de Dios. Esta imagen y semejanza con Dios, esencial al ser humano, es transmitida a sus descendientes por el hombre y la mujer, como esposos y padres: “Sed fecundos y multiplicaos y henchid la tierra y sometedla” (Gén 1,28). El Creador confía el «dominio» de la tierra al género humano, a todas las personas, tanto hombres como mujeres.

Evangelio: es algo universalmente admitido (incluso por parte de quienes se ponen en actitud crítica ante el mensaje cristiano) que Cristo fue ante sus contemporáneos el promotor de la verdadera dignidad de la mujer y de la vocación correspondiente a esta dignidad. A veces esto provocaba estupor, sorpresa, incluso llegaba hasta el límite del escándalo. “Se sorprendían de que hablara con una mujer” (Jn 4, 27) porque este comportamiento era diverso del de los israelitas de su tiempo. Es más, “se sorprendían” los mismos discípulos de Cristo.

El modo de actuar de Cristo, sus obras y sus palabras, es un coherente reproche a cuanto ofende la dignidad de la mujer. Las mujeres que se encuentran junto a Cristo se descubren a sí mismas en la verdad que él “enseña” y que él “realiza”… Por medio de esta verdad ellas se sienten “liberadas”, reintegradas en su propio ser; se sienten amadas por un “amor eterno”, por un amor que encuentra la expresión más directa en el mismo Cristo.

Desde el principio de la misión de Cristo, la mujer demuestra hacia él y hacia su misterio una sensibilidad especial, que corresponde a una característica de su femineidad. Esto encuentra una confirmación particular en relación con el misterio pascual, no sólo en el momento de la crucifixión sino también el día de la resurrección. Las mujeres son las primeras en llegar al sepulcro. Son las primeras que lo encuentran vacío. Son las primeras que oyen: “No está aquí, ha resucitado como lo había anunciado” (Mt 28,6). Son las primeras en abrazarle los pies (Mt 28,9). Son igualmente las primeras en ser llamadas a anunciar esta verdad a los apóstoles (Mt 28,1-10)

El Concilio Vaticano II, en el Mensaje final afirma: “Llega la hora, ha llegado la hora en que la vocación de la mujer se cumple en plenitud, la hora en que la mujer adquiere en el mundo una influencia, un peso, un poder jamás alcanzados hasta ahora. Por eso, en este momento en que la humanidad conoce una mutación tan profunda, las mujeres llenas del espíritu del Evangelio pueden ayudar tanto a que la humanidad no decaiga”.

Pablo VI decía: “En efecto, en el cristianismo, más que en cualquier otra religión, la mujer tiene desde los orígenes un estatuto especial de dignidad, del cual el Nuevo Testamento da testimonio en no pocos de sus importantes aspectos… es evidente que la mujer está llamada a formar parte de la estructura viva y operante del Cristianismo de un modo tan prominente que acaso no se hayan todavía puesto en evidencia todas sus virtualidades”.

Juan pablo II en “Mulieris dignitatem”: “…la plenitud de los tiempos manifiesta la dignidad extraordinaria de la mujer. Esta dignidad consiste, por una parte, en la elevación sobrenatural a la unión con Dios en Jesucristo, que determina la finalidad tan profunda de la existencia de cada hombre tanto sobre la tierra como en la eternidad. Desde este punto de vista, la mujer es la representante y arquetipo de todo el género humano, es decir, representa aquella humanidad que es propia de todos los seres humanos, ya sean hombres o mujeres. Por otra parte, el acontecimiento de Nazaret pone en evidencia un modo de unión con el Dios vivo, que es propio sólo de la mujer, de María, esto es, la unión entre madre e hijo. En efecto, la Virgen de Nazaret se convierte en la Madre de Dios”.

Benedicto XVI en “Verbum Domini”: “La contribución del genio femenino…al conocimiento de la Escritura, como también a toda la vida de la Iglesia, es hoy más amplia que en el pasado, y abarca también el campo de los estudios bíblicos…ellas saben suscitar la escucha de la Palabra, la relación personal con Dios y comunicar el sentido del perdón y del compartir evangélico, así como ser portadoras de amor, maestras de misericordia y constructoras de paz, comunicadoras de calor y humanidad, en un mundo que valora a las personas con demasiada frecuencia según los criterios fríos de explotación y ganancia”.

Damos gracias a la Santísima Trinidad por el “misterio de la mujer” y por cada mujer, por las mujeres campesinas que luchan, sufren, que viven el “don de Dios” en medio de grandes dificultades.

 

Durango, Dgo., 4 de Marzo del 2012                                   + Mons. Enrique Sánchez Martínez

Obispo Auxiliar de Durango

Email: episcopeo@hotmail.com

1 comentario
  1. Bernarda Rosa
    Bernarda Rosa Dice:

    Creo que la mujer tiene un rol muy importante en la comunidad y para el engrandecimiento de una imagen muy positiva dentro del circulo familiar, Tanto que si no, fuera asi no hubiera una fuerza de guia y liderasgo a seguir. vengo de 15 hermanos y hermanas, la vida no fue nunca facil para nadie de la familia. pero gracias a mi madre que puso todas las ganas de trabajar en las tares de la casa, y despues en el campo laboral en Estados Unidos salimos avantes Gracias a Dios.
    mi papa trabajaba en el otro lado tambien pero el en otro trabajo de regar los campos. La vida en el campo es muy dura yo, eso lo aprendi desde muy chica a los 16 anos, desde levantarme a las 3:00 A. M. de la manana y llegar tan cansadas. Pero gracias a ello tuve que ir a la escuela en la noche y graduarme en Estados Unidos de maestra. no sin pasar por diferentes trabajos de poca paga. por eso aprecio el trabajo porque el trabajo honrado no te dara la fama pero te da una conciencia limpia.

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