Durango, Dgo., 30 de diciembre de 2010. Que nunca nos falte casa, vestido y sustento.
Con motivo de fin de año, vale la pena tributar a Dios la gratitud por llegar a culminarlo y además porque nos concede iniciar uno más en nuestra historia personal. Hay que prepararnos a conciencia desde nuestro interior, a fin de que a todos nos vaya bien en el año por comenzar. Por eso, los cristianos más que estrenar ropa o comer las 12 tradicionales uvas, debemos confiar en la PROVIDENCIA DE DIOS, que siempre atiende, si no nuestros deseos, sí nuestras necesidades.
El comer una uva con cada campanada y pidiendo un deseo; el estrenar calzones amarillos para el dinero o rojos para el amor; el sacar a pasear las maletas por toda la cuadra para viajar mucho durante todo el año; el barrer las malas vibras hacia afuera de la casa; el comer una sopa de lentejas para la abundancia y buena suerte; el recibir el año con un puñado de billetes en la mano, porque «dinero llama dinero»; el brindar en punto de la medianoche y arrojar la copa sobre el hombro para que se haga añicos junto con el año que termina, son, entre otros muchos rituales populares, los que alguna gente suele realizar con la esperanza de que el año que recién comienza venga cargado de buena fortuna. Estos rituales no son sino solo falacias banales que solo alimentan nuestras fantasías oníricas, las cuales finalmente no tienen valor. Sin embargo, para los que somos cristianos no hay necesidad de andar con tantos brincos, con la entrada del año, sabemos que se puede implorar salud, trabajo y amor, mas no replicando ritos supersticiosos, sino confiando en la PROVIDENCIA DE DIOS.
Más que el encendido de una vela
Hay quienes acostumbran, el día último del año, llevar a bendecir doce velas que, mes con mes, encenderán a la Divina Providencia; sin embargo, esto no debe hacerse como un ritual más, pues podría caerse también en la práctica supersticiosa. Esta piadosa costumbre debe ser un acto que nos recuerde algo mucho más importante: el confiar en que Dios nos dará, si es su deseo, salud, alimento, casa y trabajo. Cada día primero del mes, pero de manera especial el primero del año, la Iglesia promueve la devoción a la Divina Providencia; las velas que se enciendan en esas fechas nos deben recordar que la luz de Cristo y nuestra fe en Él, más que una petición, tienen que ser el compromiso de ser también nosotros «luz para el mundo».
Qué es la Providencia Divina
Es tener conciencia de que la naturaleza de Dios es el Amor, de que Él es Omnipotente y Sabio y está presente actuante en el mundo, en la historia, en cada criatura y, sobre todo, en cada ser humano que, guiado por Él, puede llegar a la meta final que es la vida eterna. Ante esta misteriosa verdad, el hombre tiene un doble y contrastante sentimiento: por una parte, desea acoger y confiarse a este Dios Providente; por la otra, teme y duda, ofuscado por las cosas que vive, por el apego a lo material y, sobre todo, por el dolor y el sufrimiento. Sin embargo por encima de todo, incluso de nuestros pensamientos y acciones, este Dios Providente, prevé y provee de todo cuanto sus hijos necesitamos. Es un Dios fiel, que en virtud de su amor, nos prodiga todo cuanto requerimos, dándonos más de lo que merecemos y deseamos. «El hombre… no existe efectivamente sino por el amor de Dios, que lo conserva. Y sólo puede decirse que vive en la plenitud de la verdad cuando reconoce libremente ese amor y se confía por entero a su Creador» (Gaudium et spes, 19).
A Dios rogando y con el mazo dando
Por otra parte, cabe señalar que Dios es Providente, sí, pero que ha provisto al hombre de lo necesario para que él mismo se procure las cosas materiales que requiere para vivir dignamente. Por eso Dios, al crearlo, le otorgó la inteligencia, la voluntad, sus capacidades y habilidades. Toca, pues, a cada individuo, aplicándolas, mejorar esa gran obra de la Creación que es el hombre mismo, quien debe buscar superarse en todos los aspectos: Espiritual, intelectual, social, material.
Por tanto, hay que acudir con fe a la Divina Providencia para que siga actuando a nuestro favor, confiando en que Dios, como Padre Amoroso y Providente que es, nunca nos abandonará, nos cuidará y protegerá de los peligros; pero, al mismo tiempo, Él querrá que nosotros pongamos todo lo que esté de nuestra parte para procurarnos esos bienes, empleando los dones que nos dio y, sobre todo, respetando siempre nuestro libre albedrío, que es el más valioso de todos ellos.
Que sepamos emplear muy bien nuestra salud, nuestras habilidades personales, que ejercitemos diligentemente nuestros brazos para trabajar, es la medida que nos ayudará para asimilar la multiforme bendición del gran DIOS PROVIDENTE. FELICES FIESTAS.