“Que la pequeña Iglesia de cada familia glorifique tu nombre y reciba tu bendición”

La celebración de la Navidad es la gran respuesta de Dios al anhelo humano de una salvación. Este anhelo se puede traducir hoy como un acontecimiento de “liberación”, de “cercanía”, de “una nueva posibilidad de vida” en unidad, en armonía, especialmente de una posibilidad de vivir la paz. Ella está ligada a la historia de la humanidad golpeada por el pecado y carente de una respuesta adecuada de parte del hombre mismo: historia que demuestra que solo la intervención gratuita de Dios puede hacer posible la regeneración de lo humano. Las tinieblas que hoy acechan a nuestro mundo (violencia e inseguridad, egoísmo, corrupción, secuestros, extorsiones, etc.), son signo de la ausencia de Dios, la navidad es la celebración de la posibilidad de la esperanza, porque es la presencia de Dios ante las más concretas situaciones de muerte. El Mesías que ha nacido, con su pequeñez, su fragilidad, muestra la potencia de Dios, quien lo va a sostener para que se realice el proyecto de salvación, que será “luz entre la sombras”, de “vida en medio de la muerte”. En este sentido la celebración de la Navidad es la “llamada a no tener más miedo”, pues el mundo de las sombras del mal, es un mundo que “retrocede ante la luz abundante que surge de la gloria, de la presencia concreta de Dios en la historia humana” como acertadamente afirmaba San Pablo: Donde abundó el pecado, sobreabundó la gracia (ITm 1,14).
Hoy celebramos “la Sagrada Familia” y el mensaje gira en torno al ideal de la “convivencia familiar fundada en la fe”. Esa convivencia tiene sus raíces en la “identidad cristiana de los miembros”. Hoy cada familia de los discípulos de Cristo es invitada a renovarse en sus relaciones domésticas, pues el primer lugar donde se ejercita el ser cristiano es lógicamente el pequeño ámbito de casa. Es una invitación a los hijos adultos para que amen de corazón a sus padres ancianos con un comportamiento verdaderamente filial, resaltando el cumplimiento de cuarto mandamiento: “honra a tu padre y a tu madre, así prolongarás tus días sobre la tierra que el Señor tu Dios, te va a dar”. Existe una estrecha relación entre el honrar a Dios y el honrar a los padres; respetarlos y cuidarlos es obedecer a Dios; no apiadarse de ellos y abandonarlos en el momento de la prueba, esto sería despreciar al Señor.
El honor que el hijo debe a sus padres contiene toda una gana de actitudes y de sensibilidad, que se traduce no solo en respeto, sino en la ayuda concreta, en las muestras de afecto, obediencia, estima y atención, porque todo esto es hacer la voluntad de Dios. Además, a quien actúa así con sus padres es fuente de recompensa y acarrea dones extraordinarios de parte del Señor, como una vida larga, la remisión de los pecados, la alegría y la satisfacción de parte de los propios hijos, ser escuchados en la oración y la seguridad de la acogida en el fututo por parte de Dios
La celebración de la Sagrada Familia quiere hacernos profundizar a la “luz de la vocación a la santidad que todos tenemos” como miembros de familia, en el ideal de las relaciones familiares concretas. Debemos reflexionar también sobre nuestras actitudes que vivimos como comunidad de discípulos (parroquia, grupo, movimiento, etc.), ya que la vida comunitaria tiene mucho de vida familiar, sería absurdo que no se cumpliera en casa lo que se cumple aparentemente en una comunidad mayor, “sobrellévense mutuamente y perdónense”.
La convivencia adecuada en la familia tiene su raíz en la común elección de cada miembro a ser “parte de Cristo”. Todos en casa son pues, parte de ese pueblo elegido y amado por Dios, todos han sido perdonados por Cristo. De aquí se deduce una conducta debida en casa: el perdón realista de unos para con otros, aunque haya ofensas y quejas concretas, debe prevalecer el amor. Se urge a cada uno a asumir una actitud positiva desde su propio papel: como padre-esposo (delicadeza y consideración), como madre-esposa (la consideración y responsabilidad del esposo), como hijos-hermanos (la obediencia, entendida como apertura a la voluntad de Dios que se expresa en los padres). Consejos prácticos pero imperativos, urgencias, ya que la vida cristiana tiene que concretizar en la sociedad a través de la familia creyente.
La contemplación del cuadro de la Sagrada Familia de Jesús, María y José representada en el “pesebre” de san Mateo se nos presenta como modelo único e irrepetible. Las familias cristianas deben orientarse hacia un ideal familiar muy alto, pero posible por la gracia de Dios que puede actuar en cada miembro de la “pequeña iglesia familiar”.

Durango, Dgo., 26 Diciembre del 2010.

+ Enrique Sánchez Martínez
Obispo Auxiliar de Durango

email:episcopeo@hotmail.com

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