Homilía IV domingo de Pascua; 29-IV-2012
Solo el nombre de Jesucristo salva
Hoy, en la primera lectura tomada de los Hechos de los Apóstoles, escuchamos: “este tullido está delante sano y salvo, en el nombre de Jesucristo el Nazareno, que ustedes crucificaron y que Dios resucitó de entre los muertos”.
La lectura de los Hechos de los Apóstoles presenta el kerigma de Pedro, ante el Sanedrín por la curación de un tullido en el nombre de Jesús. S. Pedro proclama que Jesús está vivo y que es el único salvador. El profeta Isaías había hablado de una piedra de cimiento en que se apoyaría toda cosa; al desarrollarse la teología del Mesías sufriente, se entendió que Jesús piedra fundamental habría sido despreciada y rechazada; pero, es por medio de su pasión que Jesús llega a ser la piedra angular.
S. Pedro en su lectura de hoy, continuando su kerigma, completa, “en ningún otro hay salvación; no hay otro nombre dado a los hombres bajo el cielo en el cual puedan salvarse”. El dinamismo del poder divino y liberador del Resucitado, en fuerza del “nombre de Jesucristo”, continúa obrando por medio de los que Él ha constituido pastores de su Iglesia, para que en su nombre conduzcan a los hombres a la salvación. En esta perspectiva S. Pedro, afirmando “en ningún otro nombre hay salvación”. Asienta la necesidad del único rebaño bajo un solo pastor:
La fuerza operativa de unidad es la alegoría del Buen Pastor que da la vida por las ovejas. Caifás profetizará la muerte de Jesús, y S. Juan dirá: Caifás “como sumo Sacerdote, hizo una profecía: que Jesús habría muerto por la nación, y no sólo por ella, sino también para unir a los hijos de Dios dispersos” (Jn 11,49-52).
Escuchamos hoy en el Evangelio: “como el Padre me conoce y yo conozco al Padre… el buen pastor conoce a sus ovejas y ellas me conocen a mí”. Es pues Jesús mismo, quien da a conocer la relación vital que se ha de dar entre el pastor y las ovejas e indica a la Iglesia el camino a recorrer para conseguir la unidad: un conocimiento profundo, reciproco, interpersonal que refleja la más íntima unión posible, como la que se da entre las personas del Padre, del Hijo y del Espíritu Santo en el seno de la vida trinitaria. Esta es la fuente que atrae al verdadero redil de la Iglesia: aún a las ovejas que aún no pertenecen las hará atentas y capaces de reconocer la voz de quien da la propia vida por la salvación de todos. Así entonces, todas las comunidades eclesiales son urgidas a buscar la unidad, para poner fin al escándalo de las separaciones de tantos que apelan del nombre de Cristo.
También hoy Jesucristo por la fiel predicación del Evangelio, por la administración de los Sacramentos y por el gobierno pastoral de los ministros ordenados, bajo la acción del Espíritu Santo, quiere que su pueblo crezca y perfeccione su comunión en la unidad: profesando una sola fe, celebrando el culto divino y en la fraterna concordia de la familia de Dios.
Este es el sagrado misterio de la unidad de la Iglesia, bajo la inspiración del misterio de la Santísima Trinidad, en la que el Espíritu Santo infunde una amplia variedad de dones para la edificación de la Iglesia en el mundo.
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