Homilía Domingo III del tiempo ordinario 27-I-2013
Comunidad que escucha
En la primera lectura, el libro de Nehemías, nos cuenta que 444 años antes de Cristo, el sacerdote y escriba, Esdras, leyó el libro del Deuteronomio ante mucha gente en una liturgia de la Palabra: reunido el pueblo se eleva una alabanza a Dios; luego los escribas, en lo alto de una tribuna abren el libro y leyeron distintos trozos y los explicaron al pueblo; en reacción, el pueblo suelta el llanto, señal que la Lectura había contrastado con su vida y los había movido a conversión; Esdras interviene y reintegra a la festividad su índole gozosa y caritativa.
En la tercera lectura “Jesús regresó a Galilea con el poder del Espíritu Santo y su fama se difundió por toda la región. Enseñaba en las sinagogas y todos le tributaban grandes alabanzas…. Volvió a Nazaret, donde se había criado; según su costumbre, el sábado entró en la Sinagoga y se puso de pié para hacer la lectura”. Terminada la lectura, enrolló el volumen, lo entregó al asistente y se sentó. Los ojos de todos estaban fijos en Él. Enrolló el volumen y dijo: hoy se cumple esta Escritura que acaban de escuchar”.
El Cristianismo es revelación: Dios se revela y se comunica al hombre de todos los tiempos. Esta comunicación se hace presente en la historia por medio de la palabra, cuyo vértice es Jesús de Nazaret, Palabra del Dios viviente, encarnada. No es pues tanto el esfuerzo que hace el hombre para alcanzar y conocer a Dios; sino el acto de Dios que se dona y se une al hombre.
Dios se revela y se comunica al hombre: el Dios de Abraham, de Isaac y de Jesucristo no es un Dios impuesto, sino que se revela en la historia de los hombres; se revela y se comunica de un modo perfecto y definitivo en el hombre Jesús. La Biblia es la literatura de un pueblo que recoge los acontecimientos, las angustias, los sufrimientos, los gozos y las esperanzas de la historia de un pueblo; las reflexiones de sus sabios; la lírica, los himnos de sus poetas, las canciones populares hasta la vida de las primitivas comunidades cristianas. Todo esto es ciertamente expresión del hombre, pero al mismo tiempo revelación de Dios. La historia pasada es leída como palabra de Dios porque a su luz podemos leer nuestra historia, nuestra vida, descubrir y encontrar a Dios en nuestros sucesos cotidianos.
Esta palabra de Dios, lejos de enajenar al hombre, busca promover una fidelidad radical a la condición humana. La lectura de Nehemías, dice que el Pueblo de Dios para reconstruirse después de su desequilibrio en el exilio busca su más profunda identidad y unidad en la Palabra de Dios. También hoy y siempre, los cristianos encontramos nuestra identidad en la Palabra de Dios. Sin la Palabra de Dios, somos nada. Por ello, en la Iglesia, estamos siempre en religiosa escucha de la Palabra de Dios: nuestra identidad viene unida a la Palabra de Dios y de ella depende totalmente; de ella hemos de dejarnos juzgar y rebatir continuamente.
Por otra parte, la Palabra de Dios resuena en toda su verdad sólo en Dios mismo; y su razón de ser está en anunciar esta Palabra y testimoniarla como fieles discípulos de Cristo, quien es la plenitud de la Revelación. Los cristianos, pues, no proclamamos una ideología humana abstracta, sino la Palabra que
Se ha hecho carne en Cristo, Hijo de Dios, maestro y redentor de todos los hombres.
Cristo, cabeza de la Iglesia, es maestro, es Evangelio. Es Él que unifica la multiplicidad y la diversidad de los miembros en un solo Cuerpo; es Él que uniendo con su Palabra viva las mentes y los corazones crea la unidad de la fe. Hoy, Jesús, en la Sinagoga de Nazaret, dice: “Hoy se ha cumplido esta escritura que ustedes han oído con sus oídos” (Lc 4,21); así, Jesús nos revela la actualidad de la Palabra de Dios y el modo cristiano de leerla.
Héctor González Martínez
Arz. de Durango
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