Danos Señor sacerdotes Santos y Sabios
En nuestra Arquidiócesis cada año acompañamos a algunos de nuestros hermanos sacerdotes que cumplen sus 50 años de vida sacerdotal, sus Bodas de Oro Sacerdotales. Cuando acudimos a estas celebraciones, nos viene a la mente que toda su vida ha sido un servicio constante a la Iglesia y a la sociedad.
Todos estos sacerdotes han prestado servicios a la Iglesia que peregrina aquí de Durango. Y han sido variados: el servicio en una parroquia, servicios en el Seminario, o en algún otro servicio diocesano. La mayor parte de su vida lo ha pasado en el servicio pastoral en una parroquia. Es ahí donde han trabajado toda su vida, ahí viven en su parroquia, conviviendo con las familia sus gozos y esperanzas, sus ilusiones y fracasos. Ahí los sacerdotes han cargado con su cruz de todos los días, yendo de una comunidad a otra, planeando como restaurar y construir capillas, salones, todo para el servicio de la comunidad. Su trabajo principal es la Evangelización, es decir el anuncio de la Buena Nueva del Reino de Dios.
En la realidad de nuestra Arquidiócesis, metidos en la Sierra y en las parroquias lejanas, en los pueblos y las ciudades, acompañando a nuestro pueblo en sus alegrías y en sus penas, en sus miedos y en sus ilusiones. Así gastan sus vidas nuestros sacerdotes. Al paso de los años, cuando viene el cansancio y el desgaste normal, cuando aparecen lentamente las enfermedades, ahí están nuestros sacerdotes con entereza y confianza en Dios. Es en sus enfermedades como ellos nos dan un testimonio más acabado de cómo se puede vivir con alegría el ministerio sacerdotal. La cruz (enfermedades, y a veces el abandono), no les ha reducido su ilusión sacerdotal, las ganas de seguir trabajando por la salvación de las almas y sobre todo su gran pasión por la Iglesia. Si le pudiéramos preguntar de dónde sacan sus fuerzas, su permanente alegría, estamos seguros que dirán “¡Sólo en Dios! ¡Únicamente por la Eucaristía! ¡Confiados a la ayuda de Santa María de Guadalupe!” Tenemos ejemplos muy concretos de testimonios de sacerdotes íntegros que jalonan la larga marcha de la historia de la Iglesia, los casi cuatrocientos años de nuestra Iglesia en Durango.
Sin embargo, los tiempos que corren no son favorables al reconocimiento social de todo el bien que hace un sacerdote católico. Lo que ahora se estila es estigmatizarlo con el último tópico del pensamiento secularista dominante. Es presentado, en muchos de los “altavoces” de la cultura mediática, como algo anacrónico y próximo a un parásito social. En cambio, la realidad de los hechos es muy distinta. ¡Sigue habiendo muy buenos curas! ¡Buenos sacerdotes! Entregados las veinticuatro horas del día a su ministerio, que viven austeramente, que son fieles hasta la muerte en sus promesas sacerdotales, que se multiplican en la caridad hacia los más pobres. ¿Cuántas personas públicas les deben a la Iglesia, y en concreto al cura de su pueblo, la educación y formación que poseen? Muchas instituciones, de las que en la actualidad goza la sociedad (en la educación, en la cultura, en la música, en las obras de caridad), son frutos de la creatividad y la audacia de numerosos pastores. Pero como dice el refrán popular: “¡no hay peores ciegos que aquellos que no quieren ver!”. Además, no hay que olvidar lo que Jesús dijo a sus discípulos: “si el mundo os odia, recordad que primero me odió a mí” (Jn 15,18).
Es verdad, que el sacerdocio es un tesoro y “este tesoro se lleva en vasija de barro” (2Cor 4,7) y que en cualquier momento se puede romper como consecuencia de la fragilidad de la condición humana. Sin embargo, quiso Dios encarnarse en esta “arcilla”, para que se manifieste que la grandeza y la dignidad sacerdotal no viene de los hombres sino que es un don del Señor para la Iglesia y el mundo. Esto es lo que celebramos constantemente cuando en la Eucaristía, celebramos el sacerdocio de Cristo. Esto fue lo que celebramos junto con el Papa Benedicto XVI en su sesenta aniversario de su Ordenación Sacerdotal.
Estamos llamados, como Pueblo de Dios a valorar mejor a nuestros sacerdotes y no caer en la tentación de desestimar su misión. Que los mismos presbíteros vivan de la centralidad espiritual de su triple munus (triple oficio), y que ardan en celo apostólico y brillen por su coherencia de vida. Que los jóvenes católicos no tengan miedo, superen los prejuicios del mundo, y sean generosos para elegir el camino del sacerdocio. Que todos sepamos dar gracias a Dios porque en estos tiempos convulsos, el Señor sigue regalándonos sacerdotes para nuestra Iglesia, pidamos que sean “buenos, santos y sabios”.
Este día 4 de agosto fiesta de San Juan María Vianney, celebramos al Santo patrono de los párrocos y de todos los sacerdotes. Este domingo 7 de Agosto, es la Colecta Diocesana para el “Sacerdote Anciano y Enfermo”, en toda la Arquidiócesis de Durango, en todas las parroquias y en todos los Templos. Con el fin de ayudar y sostener a los sacerdotes en la enfermedad y a los que ya no están activos debido a su avanzada edad. También será de gran ayuda para seguir construyendo nuestra “Casa Sacerdotal”, donde podremos alojar a los sacerdotes que lo necesiten.
Durango, Dgo., 7 de Agosto del 2011.
+ Mons. Enrique Sánchez Martínez
Obispo Auxiliar de Durango
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