Jesús, Pastor-Cordero, guía la Iglesia hacia la gloria
Jesús, Pastor-cordero, es el que, habiendo dado su vida por las ovejas, puede darles la vida eterna y confiarlas a la mano amorosa del Padre. El don de la vida eterna es el elemento unificador de las tres lecturas de la Misa y que inspira el canto de júbilo de la antífona de entrada: “Alabemos al Señor llenos de gozo, porque la tierra está llena de su amor y su Palabra hizo los cielos. Aleluya”.
Hoy en el Evangelio de S. Juan, Jesús dice: “mis ovejas escuchan mi voz, yo las conozco y ellas me siguen… Mi Padre que me las ha dado es más grande de todos y ninguno puede robarlas de la mano de mi Padre. El Padre y yo somos una misma cosa”. La lectura busca mostrar el fin del obrar amoroso de Cristo hacia sus discípulos de proveniencia universal, aquí definidos como los que escuchan. Las palabras de Jesús, infunden la seguridad de que, en cuanto depende de Él, ciertamente sus discípulos alcanzarán la salvación: nadie podrá robarlos. Jesús, Pastor-cordero, es aquel que habiendo dado su vida por las ovejas tiene el poder de darles vida eterna y de confiarlas a la mano amorosa del Padre.
Hoy, cada quien puede sentirse lleno de gozo pascual, más allá de las situaciones tristes y desconcertantes de existencia terrena, sabe que la bondad de Dios se orienta personalmente a cada uno y a todos, sin distinción y sin límites. Y, cuanto se anuncia en la narración de los Hechos de los Apóstoles, porque la comunidad se muestra cerrada e incapaz de acoger la novedad del Evangelio , la Palabra de vida se difunde por otros caminos, superando barreras raciales y nacionalistas; los paganos lo aceptan y resultan así participes de la vida eterna. Han escuchado la voz del Pastor y la han seguido, por ello, están llenos de gozo y del Espíritu Santo.
En la gloria delante del Cordero. La visión del Apocalipsis nos presenta el éxito final del proyecto de Dios para toda la humanidad. La “multitud inmensa”, testimonia la universalidad de la salvación que el amor del Padre ofrece en Cristo-Cordero, a todos los hombres. Es la realización de cuanto se anuncia en la primera lectura: “Yo te he puesto como luz de las gentes, para que tú lleves la salvación hasta los extremos de la tierra”. Aquí, la imagen del Cordero se convierte en la del Pastor, guía de una humanidad completamente renovada en su modo de ser ante Dios: una humanidad triunfal y gloriosa, en un mundo nuevo en el que desaparecen sufrimiento y lágrimas. ¿Utopía?, ¿Ilusión?: es la Iglesia vista en su realización final, que está frente a nosotros como punto de llegada, pero también como proyecto al que debe conformarse y configurarse toda comunidad cristiana en su camino hacia la plenitud, en su continua dialéctica entre el ya y el todavía no.
Cristo resucitado es nuestra cabeza, pastor y guía; Él nos ha precedido en el camino que conduce al Padre y en Él todo su cuerpo que es la Iglesia ha alcanzado ya la plenitud de la vida eterna y divina. De esta realidad es anticipo la Asamblea Eucarística: como la multitud inmensa, nos reunimos en torno al Cordero; por su sangre somos salvados y purificados; participando en la Acción Litúrgica, somos el verdadero santuario donde se celebra la alabanza eterna a Dios, y, al mismo tiempo le presentamos nuestro servicio sacerdotal.
Entonces, el Cordero se convierte en nuestro Pastor y nos conduce a las aguas de la vida que se nos ofrecen en la mesa de la Palabra y del Pan. La Asamblea Litúrgica se vuelve así, signo de la Asamblea gloriosa del cielo y su horizonte se abre a abrazar a todos los hombres llamados al mismo destino de salvación y de gloria. En concreto, el amor fiel e invencible prometido por Jesús-Pastor en el Evangelio, debe ser el mismo amor que circula con espíritu de reciprocidad entre pastores y fieles, promotores y vocacionables, hoy, en la Jornada Mundial de las Vocaciones.
Héctor González Martínez
Arz. de Durango