Homilía Domingo X ordinario; 9-VI-2013
Cristo es la Salvación, venciendo la muerte
En la primera lectura, “el hijo de la viuda de Zarepta, enfermó gravemente hasta quedar sin respiración. Ella dijo a Elías: ¿qué hay entre mí y ti, oh hombre de Dios?; ¿has venido a mí, a recordarme mi iniquidad y matar a mi hijo? Elías le dijo: dame a tu hijo,… lo llevó al piso superior, donde habitaba,… y tres veces invocó a Dios: Señor, Dios mío, que el alma de este niño vuelva a su cuerpo. El Señor escuchó el clamor de Elías;… el niño volvió a vivir. Él tomó al niño y lo entregó a la madre…La mujer dijo a Elías: ahora sé que eres hombre de Dios y que la verdadera palabra del Señor está en tu boca”. La mujer de Zarepta sabe de haber hospedado a Elías, hombre de Dios; y, al morir su hijo piensa que Dios ha entrado en su casa, para castigarla de sus iniquidades. No sabía que Dios no es dios de muerte, pero pronto se le revela como Dios de vida (Sab, 13).
En el Evangelio, “cuando Jesús estuvo cerca de la ciudad de Naím, llevaban al sepulcro a un muerto, hijo único de una madre viuda… Jesús, viéndola, tuvo compasión y le dijo, no llores. Acercándose, tocó el ataúd… luego dijo: joven, yo te digo: levántate; el muerto se enderezó, se sentó y comenzó a hablar. Él, lo entregó a su madre: todos se llenaron de temor y glorificaban a Dios, diciendo: Un gran profeta ha surgido entre nosotros y Dios ha visitado a su pueblo”. A veces, la salvación es de quien tiene fe; aquí, la salvación es presentada como un don de Dios: el culmen de la narración es el verso que dice: “Dios ha visitado a su pueblo”; expresión que hace referencia a los versos proféticos de Zacarías, padre de Juan Bautista, quien lleno del Espíritu Santo recitó los versos proféticos del Benedictus (Lc 1,68-79) : “Bendito sea el Señor, Dios de Israel, porque ha visitado y redimido a su pueblo”, explicando el concepto de visita en el verso 78 como “recibir el perdón de los pecados, obra de la misericordia de nuestro Dios, cuando venga de lo alto para visitarnos cual sol naciente”.
La resurrección sucede pues, por obra de Elías, quien no se presenta como donador de vida, sino como quien invoca al que da la vida. Así hacen los profetas y los santos. Jesús no obra así; el obrará como quien tiene autoridad; así lo dice a Martha al resucitar a Lázaro, su hermano: “Yo soy la resurrección y la vida; el que cree en mí, aunque muera vivirá” (Jn 11,25). Y así lo hace dirigiéndose al hijo de la viuda de Naím: “joven, Yo te lo digo, levántate”.
Cristo, mediador perfecto de salvación es el vencedor de la muerte. Para S. Lucas, la resurrección realizada en Naím, es un signo de la venida de los tiempos mesiánicos, parecidos pero superiores a los del profeta Elías, haciendo notar en varios detalles la infinita superioridad de Jesús.
La reanimación del hijo de la viuda de Naím es un signo. Cuando Jesús en los versos 22-23 del mismo capítulo 7, muestra su identidad diciendo “los ciegos ven, los cojos andan, los leprosos quedan limpios, los sordos oyen, los muertos se despiertan y una buena nueva llega a los pobres”, enuncia hechos ya sucedidos, en cumplimiento de Is. 61, 1; 55,5-6; 26,19. En esa esperanza, el judaísmo preveía, para el fin de los tiempos y la inauguración de la era mesiánica en que el Mesías curaría todos los sufrimientos y deficiencias humanas, una resurrección general de los hijos de Israel, y esperaban que Elías regresara a la tierra para presidir la inauguración de estos tiempos.
El milagro que Jesús realiza, revela el dominio sobre la muerte, aunque sea una victoria momentánea, no definitiva; pues los hombres resucitados, vuelven a morir. La liberación total y definitiva de la muerte y de todo mal, es sólo la Resurrección de Cristo, como una animación nueva, gloriosa y diversa de la reanimación. Es necesario un paso, una intervención divina absolutamente nueva: el paso del hombre en Dios, esto es la Pascua de Cristo, que Dios mismo realiza en su Hijo hecho hombre.
Héctor González Martínez
Arz. de Durango
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