Brotará un renuevo del tronco de Jesé, un vástago brotará de su raíz, sobre él se posará el Espíritu.
Domingo II de Adviento; 8-XII-2013
Brotará un renuevo del tronco de Jesé, un vástago brotará de su raíz, sobre él se posará el Espíritu.
Es difícil fechar este anuncio de Isaías; pero la referencia al tronco y a la raíz de Jesé hace suponer un desface de la dinastía davídica. En este sentido el oráculo asegura la fidelidad divina a las promesas en una continuidad dinástica. Pero, al presentar las características del verdadero rey, describe lo que se realizará en el Mesías: él es de origen davídico, estará lleno del Espíritu del Señor; será instrumento de justicia, esto es, de salvación para los oprimidos; y de paz, que es fruto de la sabiduría, del conocimiento y de la adhesión de los hombres al Señor.
Dios viene como salvador y operador de salvación para todos. El mensaje que acompaña su venida, habla de paz y de reconciliación. En esta primera lectura, se trata de paz y reconciliación simbólicas, entre enemigos naturales que luchan por la sobrevivencia. La paz y la reconciliación realizadas en las comunidades cristianas, entre creyentes que provienen del hebraísmo y del paganismo, están siempre sujetas a la provisoriedad y al equilibrio inestable: existe en el presente, pero, para el futuro, se confía a la esperanza, como signo de una mundo reconciliado en Cristo, donde no cuentan los privilegios de raza y todo lo que separa; cuenta sólo lo único que une: la fe en Cristo Salvador.
En este caso, la salvación significa romper todas las barreras, salir de sí para encontrarse con los demás, abrirse a la comunicación recíproca, perdonarse y amarse como personas, como hijos de Dios. Así obró con nosotros el Señor Jesús, respetando la espera y las posibilidades de diálogo de cada uno: en pasado, acomodándose a los hebreos, como realizador de la fidelidad de Dios, y acomodándose a los paganos como portador de un amor gratuito; al presente, y siempre, suscitando en cada persona, pueblo o generación, una respuesta original que resulte luego riqueza común.
No es pues una utopía, esperar una humanidad reconciliada, no obstante las actuales guerras y divisiones, no obstante los desequilibrios y las discriminaciones: porque la salvación definitiva es obra del Señor que viene y que vendrá, y pide a sus amigos colaborar para que su proyecto resulte siempre una realidad efectiva. Aceptarnos recíprocamente, es una invitación que nos dirige siempre la Iglesia. La coexistencia de los cristianos de origen judío y de aquellos de origen pagano, no fue fácil en las comunidades primitivas. Conocemos las reservas que tenían unos hacia otros y las divisiones suscitadas.
Pero las palabras de S. Pablo dirigidas a los Romanos y proclamadas hoy ante nosotros en la segunda lectura: “todo lo que en el pasado ha sido escrito en los libros santos, se escribió para instrucción nuestra, a fin de que, por la paciencia y el consuelo que dan las Escrituras, mantengamos la esperanza. Que Dios, fuente de toda paciencia y consuelo, les conceda a ustedes vivir en perfecta armonía unos con otros, conforme al espíritu de Cristo Jesús, para que, con un solo corazón y una sola voz alaben a Dios, Padre de nuestro Señor Jesucristo”.
Estas palabras de S. Pablo, valen también para nuestras comunidades, hoy. El cristiano, frecuentemente, tiende a considerar su pertenencia al pueblo de Dios, como un privilegio que lo separa de los demás, una especie de marca de calidad; muchos cristianos están insertos en grupos o instituciones de orden social, político, económico o cultural con grandes posibilidades de trabajar a favor de bloques ideológicos o de cualquier división.
Pero, el anuncio de la liberación obrada por Cristo despierta un gran sentido de esperanza. Los cristianos esperamos con ansia un futuro de libertad, no obstante la fuga de muchos hacia un pasado de recuerdos o hacia un presente de enajenaciones.
Héctor González Martínez
Arz. de Durango
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