Tratado de Libre Comercio (Pt2)
La Iglesia, convocada y congregada desde todas las direcciones y de todas las dimensiones humanas, está obligada a reflexionar y a decir una palabra de iluminación sobre nuestras circunstancias históricas. Es un derecho y un deber ineludibles.
De la enseñanza social cristiana de la Iglesia, tomemos pues algunos conceptos básicos para formarse un criterio sobre la apertura agrícola del TLC. Pues, daría la impresión que el libre mercado sea la respuesta adecuada para afrontar eficazmente las necesidades apuntadas en la entrega anterior. Lo cual podría ser cierto tratándose de «recursos que son vendibles» o necesidades que se satisfacen con poder adquisitivo.
Pero hay otras necesidades que no tienen salida en el mercado, vgr. dignidad de la persona humana, valores morales o culturales, salario suficiente y familiar, seguros sociales para vejez y desempleo, tutela de las condiciones de trabajo. Necesidades que requieren solución desde otra luz, pues es un «estricto deber de justicia y de verdad impedir que queden sin satisfacer necesidades humanas fundamentales». Porque existe algo superior «que es debido al hombre en virtud de su eminente dignidad» (Centessimus Annus, 34). Ahí se abre camino para un modelo alternativo de sociedad basada en trabajo libre, empresa y participación, mercado con sentido social, satisfacción de necesidades básicas, en una palabra civilización del amor.
Afortunadamente podemos constatar que aunque subsisten sentimientos de lucha y conflicto entre los hombres y las naciones «aumenta la convicción de una radical interdependencia…y de una solidaridad que la suma y traduzca en el plano moral» (Sollicitudo Rei Sociales 26). Esta actitud se convierte en un deber imperativo para todo hombre y mujer e igualmente para pueblos y naciones. Si una nación cediera «a la tentación de cerrarse en sí misma, olvidando la responsabilidad que le confiere una cierta superioridad en el concierto de las naciones, faltaría gravemente a un preciso deber ético» (SRS 23; cfr.38-39).
Para esto se requieren decisiones da carácter político, lo que requiere una voluntad política eficaz y esto a su vez supone superar obstáculos mayores con decisiones esencialmente morales. En esa dirección «los países en vías de desarrollo de una misma área geográfica, sobre todo los comprendidos en la categoría “sur”, pueden y deben constituir nuevas organizaciones regionales inspiradas en criterios de igualdad, libertad y participación en el concierto de las naciones» (SRS 45).
Así, son laudables las iniciativas de varias naciones estableciendo «formas de cooperación que las hacen menos dependientes de productores más poderosos» y abriendo sus fronteras, vgr CE,TLC, el grupo de los tres, México-Chile, Cono sur, etc. Esta interdependencia es una realidad y de ella todos nos hacemos cada vez más conscientes; todos necesitamos de todos; y «reconocida de manera más activa, representa una alternativa a la excesiva dependencia de países más ricos y poderosos» (Íb.).
Recordemos que para nosotros los cristianos la noción de desarrollo no es solamente laica o profana; para el cristiano, en la noción de desarrollo subyace la motivación propia del Reino de Dios basado en vida y verdad, justicia y paz, gracia, santidad y amor. Y el cristiano se reconoce como miembro activo del Reino de Dios. Por ello la Iglesia nos enseña a reconocer a Cristo como la medida de las culturas y del desarrollo auténtico del hombre Y ya decía un antiguo autor cristiano: “cuando encontré a Cristo me comprendí hombre”.
La Iglesia también nos alecciona a comprender la promoción humana como «llevar al hombre de condiciones menos humanas a condiciones más humanas hasta la plenitud en Cristo». Así pues, «para alcanzar el verdadero desarrollo es necesario no perder de vista el parámetro de la naturaleza especifica del hombre, creado por Dios a su imagen y semejanza» (SRS 29). Más aún S. Pablo presenta a Cristo como el primogénito de toda criatura, pues «Dios tuvo a bien hacer residir en El toda la plenitud y reconciliar por El y para El todas las cosas» (Col.1, 15-16).
Durango, Dgo. 20 de enero del 2008.
Héctor González Martínez
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